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lunes, 7 de octubre de 2019

La fiesta solo era en la Av. Sur 21

No es habitual que salga de la oficina cuando ya se ha puesto oscuro. Sin embargo, al irme ayer, era casi de noche. Crucé el semáforo y subí por la calle de la avenida Sur 21, me sorprendió ver el show de luces que hay en ese pequeño tramo de adoquines que, ahora se llena de cafés y sitios lujosos. Era una luz violeta con un techo de otras luces del color de la bandera. A mi lado derecho había un puesto de paletas y al izquierdo muchísima gente se tomaba fotos. En distintos pedazos de esa calle las personas fotografiaban. Unos pasos más adelante, en la plaza El Venezolano, había fiesta, música, gente. El lugar estaba algo oscuro, pero eso no impedía que estuvieran allí.
De pronto me sentí completamente ajena a esa juerga en la que no participaba. Yo caminaba con prisa por miedo a no hallar autobús y mis manos seguían heladas por el frío de la oficina o tal vez era el frío que me produce Caracas en las noches.

En el resto del camino había más música, milicianos afuera del Techo de la Ballena. Otros locales medio llenos, medio vacíos. La plaza Bolívar medio iluminada, medio oscura.
Esa calle con luces violeta me recordó que el resto de las calles del país ni tienen tanta vida, ni tienen tanta luz. Esa calle es tan ajena al resto de los hechos que se solapan día tras días. Esa calle era como el glacial que era mi cuerpo.
Alcancé la avenida y a los 10 minutos pasó un bus. Lo tomé aliviada. Comenzamos a rodar y como siempre yo clavaba la mirada en los autos que se volvieron viejos, en las calles en la penumbra o en los edificios roídos. Había gente y de nuevo me sorprendió, dado a que no paso a esa hora por allí. La plaza La Candelaria estaba a media luz, no precisamente daba un aspecto romántico, pero lucía llena.
Más adelante por el mercado Guaicaipuro una chica paseaba a su Golden retriever, en una calle donde crees que te despojarán de todo. Ella se movía con tanta serenidad que dije: ¡Indudablemente yo vivo en otro país -en mi cabeza-!
Un hombre que llevaba una bolsa con latas se subió al autobús y se quedó guindado de la puerta, como si él mismo se impusiera que un latero no puede sentarse en los asientos, igual que el resto. El carro viejo empezó a hacer un sonido raro. El conductor paró y su ayudante revisó no sé qué cosas en la rueda derecha. El auto hacía como un aparato eléctrico que te hará bajar de peso con vibraciones en la barriga. Sonaba cada vez más fuerte y mientras atravesábamos Maripérez yo rezaba para que no se accidentara en esa zona donde ya no quedaba luz.
Recé tres padre nuestros y pensé: cómo una va a ser atea en Venezuela si siempre estás implorando 'que no se vaya luz, que consiga autobús, que tenga agua en casa, que no se quede varada esta chatarra'.
El conductor se detuvo más adelante. Hubo que hacer una revisión más completa y el colector le explicó que debían sacar toda la pieza, al igual que había pasado entre semana. Allí mismo decidieron dejarle el asunto a un amigo mecánico para el sábado.
Seguimos en la ruta y el carro se fue vaciando. Apenas tres mujeres quedábamos allí. A medida que avanzábamos la luz en los faroles escaseaba más y más. El carro cada tanto nos recordaba su desperfecto y yo ya más cerca de casa dejaba de rezar el Padre Nuestro y empezaba a imaginar la cama y el gato que me esperaban.
Atravesamos la Universidad Central y esa sí que no sabe de show de luces, de juerga, de gente que baila. El campus era una selva oscura donde no alumbraban ni los ojos de algunos animales que deambulan por allí.
La fiesta solo era en la Av. Sur 21.
Caracas; viernes 4 de octubre.
Ariadna García
#elhilodeariadna

jueves, 28 de febrero de 2019

Se me acaba el detergente

Me quedo sin detergente y quiero pensar que no será una tragedia volver a comprar uno, que la hiperinflación será benevolente y que hallaré algún producto barato, que la ropa sabrá que estamos en crisis y que decidirá ensuciarse menos.

Quiero creer que mis pantalones me harán caso, que seré menos torpe y evitaré manchar las camisas al comer, eso que ha sido como un defecto congénito de nacimiento.

Seré cuidadosa.

Estiraré lo más que pueda el litro color rosado que no tiene mucho olor, ni tan buena calidad, ese que llevé en diciembre porque me pareció el menos costoso de los que habían en el anaquel.

También quiero pensar que ese monstruo que sube mes a mes más de 100%, tratará igual de bien a mis connacionales y que les dará la mejor oferta de jabón en polvo o líquido, que oleremos a lavanda, a vainilla, a bebé, a limpio, a tranquilo.

Te prometo economía que estiraré este pote, que alejaré a mi gato de las sábanas, que no me quitaré los zapatos y caminaré el piso con mis medias.

Lavaré, lavaré lo malo, la hierba, la rabia. Lo lavaré todo.

Me quedaré con las flores, la lavanda.

Ariadna García

Gracias M por mostrar otra cara de Cuba


Necesito abrir este hilo y hablar sobre Cuba. Nunca lo dije, ni creo haberlo tenido tan claro, pero si hay un lugar en el mundo que siempre me generó curiosidad es esa isla. 

Todo empezó con las historias que me contaba aquella doctora inmigrante que vivió casi veinte años en Venezuela. Lo que yo sabía de Cuba era casi siempre sobre Fidel, la revolución. Los Castro. Las escuelas al campo, las injusticias, abusos, privaciones. Dolor.

No tenía idea de cómo vivía la gente allá, sobre todo, en la actualidad. Las múltiples restricciones que enfrenta la población, el cerco a la libertad de expresión, al internet, me hacían sentir que ese país estaba prohibido, que jamás llegaría a estar un poco cerca. No tenía contacto alguno con el mundo real de Cuba, con su gente, con los jóvenes, con las calles, con las guaguas. 

Leía 14ymedio, a Yoani, pero me quedaba la sensación de que no terminaba de cruzar la barrera hacia lo que verdaderamente era la cotidianidad en Cuba. 

Una vez, hace años, agregué a Aníbal en Facebook, un viejo amigo de esa doctora de la que les hablé al principio. Le envié la solicitud por mera curiosidad. Me preguntaba si ¿realmente Aníbal tendría internet para chatear conmigo? ¿Aníbal estaría allí? ¿Aníbal tendría la suficiente libertad para contarme algo? ¿qué había comido en una tarde de agosto, por ejemplo? ¿si le gustaban las galletas o si no era tan difícil conseguir café en Cuba?

Hace unos meses mi curiosidad fue parcialmente resuelta, sí, parcialmente porque creo, siento, que en algún momento necesito vivir a Cuba, ir, verla, saberla, preguntarle cosas. Hacerle las interrogantes que yo misma me hago y que día a día me atormentan.

La inquietud fue aplacada por una periodista, quien a través de sus redes sociales vive con una autonomía, con una libertad, honestidad y una felicidad que es capaz de traspasar la barrera de la virtualidad. 

M es alegre, es morena, es joven, es cálida, escribe sin detenerse. Viaja, vive. M vive, solo eso. 

Ella me ha mostrado lo que yo deseaba ver. Nos enseñó unos trozos de pan que les dieron a los damnificados del último tornado, unos hombres que iban en transporte urbano, un perro chino, una cena navideña que superó la dictadura de la carne. 

M también muestra a sus viejos y nuevos amigos. La risa, la hermandad, el amor por Cuba. 

Nos enseña cómo se vive en aquel lugar donde pensé que la gente no lo hacía.

Gracias M por mostrarme otra cara de Cuba, la que supera la dictadura de la carne, la que celebra, la que se ríe, la que sueña. La que no se detiene, la que es solidaria, la que vive.

Gracias Facebook por ser la ventana hacia ese pedazo de tierra que anhelaba conocer desde otra perspectiva. 

Gracias a la tecnología que puede apagar curiosidades y generar otras.

Gracias a todos los valientes que viven y que deciden amar, superar y celebrar. Gracias a aquellos a los que nada, ni siquiera un sistema poderoso, puede torceros.

Ariadna García

martes, 1 de enero de 2019

Mi bisabuela, la vidente de la luz en Año Nuevo

Hace apenas unos años atrás, cuando mi familia se reunía toda en Yaracuy, había una especie de tradiciones el 1 de enero. Una de ellas era ver el desfile de las flores que hacen en EEUU o en Londres, yo no lo sé porque nunca me gustó y no me quedaba a verlo. Le prestaba atención al recalentado que íbamos a desayunar y a las palabras de mi bisabuela.



Ana L, quien partió de este mundo hace casi cuatro años, se sentaba en el porche de la casa, veía hacia el horizonte y examinaba la luz. Mi abuela no era demasiado supersticiosa pese a ser de un pueblo que comparte ubicación geográfica con la Montaña de Sorte. 




Sin embargo, lo del 1 de enero era una de las pocas cosas sobrenaturales que recuerdo de ella. Dependiendo del brillo o de la nubosidad, mi abuela diagnosticaba cómo sería el año. La verdad no recuerdo un mal augurio, siempre decía algo como: este año va a ser bueno, miren cómo entró la luz. 




Tal vez mi abuela solo era ese puerto anclado a la esperanza y la transmitía a nosotros. 




Ya no tengo a mi abuela para que me haga las revisiones de los años, tampoco creo haber aprendido a hacerlo, pero hoy vi el cielo y me pareció hermoso, recordé su ritual y a ella. Creo que la luz de hoy le habría gustado. Pienso que le asignaría un buen presagio. 




Mientras conversaba con esa mujer que sigue a mi lado de otras formas, la palabra libertad no se me quitaba de la mente. 




No sé qué depara 2019, pero tengo este cielo que me sonríe, la sabiduría de esa abuela y la palabra libertad entre el corazón y el pensamiento.


Gracias por tanto a Ana Lucía. 

La mujer que me inspira a echarles este cuento corto.



El Hilo de Ariadna

lunes, 26 de noviembre de 2018

Segundo García

Hoy se fue mi tío Gundo, hermano de mi abuelo paterno. De esos cuatro hijos solo queda una, mi tía Aída. Al caminar hacia mi trabajo lo recordé, sobre todo, sus manos que eran tan suaves. Los García o esos García tenían algo en común: el temple de la voz.

Uno hablaba con mi tía Elba y sentía que todas las noticias en el mundo eran buenas, mi abuela Ana Lucía igual, siempre con la misma esperanza, la misma fortaleza. Algo en ellos te hacía sentir íntegro, fuerte, lleno de vida. Era como si por un minuto sus achaques desaparecían, no tenían voces de viejos ¡no! tenían un vozarrón como cualquier cantante de ópera.

Cuando mi tía Elba llamaba a la casa (de Maracay a Yaracuy) me gustaba atender el teléfono, escucharla era eso, llenarse de algo bueno.

Mi tío Gundo tenía la fama de extenderse muchísimo, mi tía Odalys y yo bromeábamos con eso. Eran iguales, conversaban por horas, ninguno de los dos tenía noción del tiempo. Mi tío Gundo era cariñosísimo, a pesar de que no compartimos mucho, atesoro los momentos en los que coincidimos, estar con mi tío era como estar con mi abuelo. Escuchar a mi tío era escuchar a mi abuelo.

Una vez celebramos su cumpleaños y yo no podía dejar de tocar sus manos, le repetía: tío tienes las manos más suaves del mundo.

Al conocer la noticia tenía una serenidad como alguien a quien ya no le espanta la muerte. Con los años el corazón se curte y ves las cosas de otra manera. La muerte de mi abuelo me enseñó muchísimo y la de mi abuela Ana Lú fue la que hizo que entendiera que ellos, nosotros, todo lo que alguna vez amamos un día se irá.

Sin embargo, sentí nostalgia, dije: ya se nos han ido casi todos los viejos. Es como si de alguna forma los retratos más antiguos empiezan a desaparecer, desde luego, solo en este plano.

Recordaré a mi tío como el hombre de las palabras más dulces, como Segundo García, el de los ojos atigrados que siempre decía: cómo está mi vida linda, mi vida querida.

De esas voces ya no me queda ninguna, por eso creo que cada día las atesoro más.


Ariadna García

domingo, 25 de noviembre de 2018

Resistir en las noches

Cada día encuentro que duermo peor. A un costado de la cama, en el borde casi en el suelo, en el lateral derecho con la cara pegada a la pared. No doy vueltas, casi no hago movimientos al dormir, solo soy tan rebelde que hasta le llevo la contraria al cuerpo cuando en las noches se mete en su cama. 
A veces encojo las piernas, sin darme cuenta me he quedado en la contorsión más insegura para la cervical. 
Casi nunca hay centro, todo es a la derecha o a la izquierda. Dormir no es un acto placentero, es cobardía, te vas, te vas por unas horas de este horrible mundo o de este mundo horrible. Me resisto a irme aunque sea un instante. Mantengo las luces encendidas como ordenándoles que el día no acaba nunca.
Esta resistencia tajante y radical se ha vuelto eso, todos los días, cada noche, cada día. En mi cuerpo lo gobierno todo, en esta casa lo gobierno todo, en mi cabeza, en esta cama.

Soy el gobierno aquí y ahora.


El Hilo De Ariadna

jueves, 13 de septiembre de 2018

Mi amigo mexicano

Acabo de notar que extraño tener WhatsApp por una razón. Conocí hace unos meses o tal vez un año a un periodista mexicano del que sé poco o casi nada. Usa seudónimo en Instagram, nunca publica fotos de él. La primera vez que conversamos, tuvimos una charla extraña, hablamos no recuerdo de qué, pero me sorprendió su arrojo y la forma en la que articulaba las palabras. Creí que se trataba de una broma de alguien, insistí en que me dijera su nombre hasta que dijo "Jorge", todavía dudo que se llame así.

Sin embargo, meses después compartimos algo de literatura y algunas fotografías, siempre me pide que le regale las que tomo en los mercados y verdulerías, las publica sin darme el crédito, me da algo de rabia y después recuerdo que fue un regalo. Una vez intercambiamos teléfonos y le pregunté cosas sobre México, sobre el PRI y AMLO, también llegamos a compartir percepciones sobre la violencia en nuestros países, la normalización de los secuestros, los asesinatos, la corrupción: la violencia. En varias ocasiones nos enviamos por WhatsApp artículos o trabajos que publicaríamos y servimos de editores.

Descubrí que extraño esa mensajería virtual para leer a mi amigo que bien podría tener otro nombre u otra cara. A menudo encuentro que voy construyendo relaciones misteriosas, particulares, inesperadas, que me dejan algo de nostalgia, como si todos se fueran a alguna parte o como si de pronto solo están en mi cabeza, en mis recuerdos. Gracias a él conocí a Pedro Lemebel y a otros autores que ahora indago.

Jorge o como se llame, a veces me leía poesía, las enviaba por notas de voz, eso me parecía extremadamente raro. Solo una persona había leído antes algo para mí y aquella vez tuve la misma sensación.

No sé ni siquiera si Jorge me cae bien o si en persona seríamos amigos, me cuesta estrechar lazos cuando siento desconfianza o cuando simplemente no tengo claro lo que tengo en frente. Si algún día llego a ir a México, muy probablemente compartamos un café o mezcal, mientras tanto seguiré deseando que no le pase nada a mi amigo mexicano cuando escriba de corrupción.


El Hilo de Ariadna

martes, 28 de agosto de 2018

Caminar una Caracas sin transporte cuando se está "enfermo"

No he escrito mucho sobre mi salud porque no quiero hacer del tema un drama (tampoco lo es afortunadamente). En este blog escribí un relato titulado "El diagnóstico" en donde cuento cómo fue el día en que lo supe y cómo me sentí. 

Los primeros días fueron de miedo hasta que descartamos lo más importante y seguí, seguí con mi vida sin reproches, sin ansiedades, sin sobresaltos. 

Ya pasó más de un mes y en estos últimos días los analgésicos no han hecho mucho, la molestia se ha vuelto más intensa, el dolor en el vientre también. 

Este domingo me descubrí en el baño más abultada, aquello que era casi imperceptible de pronto salió y me recordó que está allí siendo un ajeno en mi cuerpo, lloré, lloré al sentir que estas últimas semanas han sido las más difíciles, lloré al ver mi cuerpo diferente, lloré otra vez por mi amiga que se fue del país gracias a este régimen que se ha propuesto echarnos, lloré al sentirme sola y ser mezquina porque sé que hay personas que han estado para mí, creo que lloré por todo. 

Una de las cosas que me ha generado más sinsabores es movilizarme por Caracas, el transporte está colapsado, entonces cuando no te toca ir de pie (90%) en el Metro, te toca caminar porque la estación está abarrotada y no hay efectivo para pagar autobús. 

Han sido muchos los días en que he ido agarrada con fuerza de la manilla y apretando los labios porque siento dolor, pero ¿Quién me ofrecerá el asiento? ¿Quién se va a imaginar que esa muchacha joven no se siente tan bien? Esto último me hace pensar constantemente en las personas que tienen alguna discapacidad, ¿Cómo será el día a día para ellos? Ir de un lado a otro en una ciudad donde a todas las vías les cayeron a porrazos.

Nos movemos en una Caracas sin acceso a ninguna parte, nos desplazamos en escaleras paralizadas y ¡como cansan! Caminamos con prisa cuando no queremos, ni podemos correr, por mal alimentados o por salud como mi caso. La movilidad en Caracas para los enfermos es en verdad una tortura. 




El Hilo de Ariadna

jueves, 2 de junio de 2016

Hablo desde la crisis

Antes escribía mucho por aquí (Facebook), luego me ausenté, me ausenté hasta de mí, y lo hice por una razón, me daba cuenta de que quejarme no cambiaba nada de lo que pasaba a mi alrededor y lo que pasaba a mi alrededor era mucho. 

Medité y medité, me rompo la cabeza cada día evaluando de qué forma puedo ayudar a otros, de qué manera puedo hacer algo y eso que ha estado dentro de mí desde que era una niña volvió a encenderse. 

Mi mamá siempre ha tenido miedo, siempre quiso apagar esa cosita que veía en mi, esas ganas locas de alzar mi voz, siempre me dice "Ariadna tu no vas a cambiar el mundo" y sí, tal vez no lo cambie, pero voy a insistir en hacerlo. 

Recuerdo cuando tenía como 11 años y a un amigo le gritaron mariposón en la escuela, para aquel entonces él también era un niño y seguramente ni siquiera sabía que era gay, yo tampoco lo sabía, pero sí sabía que no podía tolerar eso que estaba pasando y lo defendí, le grité a los otros niños que lo dejaran en paz, él era tímido y no les dijo nada, finalmente se marcharon. 

Y así he sido siempre, detesto las injusticias, mas de una vez por la tranquilidad de mi madre me he callado y he dejado pasar cosas, luego me las reprocho.

"Ariadna hija controla ese carácter tuyo, tu eres muy alebrestada"  y con esta frase, me fui apagando y fui dejando pasar cosas, el manotón en el Metro, la irresponsabilidad de la Universidad por entregarme mis notas a destiempo, el mal trato de la vendedora, y un gran etcétera. 

Mi mamá también me dice "Caracas es muy peligrosa, la gente anda muy violenta y cualquiera tiene un arma, no digas nada, si te empujan te haces la loca, no reclames".

Y sí tiene razón, pero esto nos hace sucumbir ante el abuso, el irrespeto y la humillación, a la que uno no debe acostumbrarse nunca. Corro peligro para mi madre, porque prefiero morir, antes que arrastrarme, nunca marché, nunca voté, el miedo fecundado nunca me persuadió. 

La frase "hay que cuidar el trabajito" tampoco ganó, la dictadura sigue airosa, cada vez más llena de crímenes, cada vez más encochinada de muertes y de detenciones injustas, pero de mí no ha obtenido nada, sobre todo no ha obtenido mi dignidad, porque eso es lo único que uno tiene más preciado después de la vida.

Tal vez más adelante tengan mi compasión, pero sólo, cuando los responsables de esas muertes reciban su castigo. Las familias tienen el corazón roto y además de eso tienen hambre. Los enfermos mueren de mengua y nos necesitan.

El hambre y la violencia carcomen nuestro país y ya simplemente no quiero callar más, no quiero un abuso más, necesito alebrestarme.


AG

miércoles, 27 de enero de 2016

Nos llamaron Ana Frank

Lucía y Mariana, dos jóvenes venezolanas de unos veintitantos años, fueron a la misma universidad, comparten ciertos gustos, en fin, son amigas. Sin querer me he topado con su conversación y me ha causado mucha impresión. Sé que lo que escriba parecerá exagerado, desgarrador y melodramático, pero estas niñas me han conmovido, y la verdad es que sus quejas, sus reproches, son injustos y les doy la razón.


Lucía es de padres colombianos, fue hace poco a visitar a su familia a Medellín, relataba que tomando en un bar con sus primos a las 11 de la noche, de pronto se halló llorando en medio de todos, porque hacer algo así en Venezuela podría costarle la vida, ella le decía a las amigas que no le creerían, yo le creo.



Mariana, una chica del interior que vive en Caracas hace varios años, contaba que ahora tiene un teléfono nuevo y lo deja en casa, porque le da pánico ser asaltada por culpa de ese aparato. Lucía, se nota que es apasionada y con rabia le decía -es injusto chama, por qué tienes que dejar tus cosas, algo tan normal como un celular, por qué-.



Lucía dice -yo desde que llegué de viaje vivo encerrada en mi casa, en lo que va de año he leído cinco libros y he visto diez películas, así será mi vida hasta que me vaya del país, vivo ¡alarmada!



Entre tanto otra chica dijo -Lucía pareces Ana Frank, tampoco se puede vivir así...



Lucía menciona, al menos en aquel momento había una guerra declarada. Aquí está muriendo mucha más gente y nada...



Hubo un silencio entre estas dos, que sienten que comparten una cárcel a los veinte años, una cárcel injusta, una cárcel que ningún joven desea. Estas chicas quieren ir de noche a un bar, estas chicas sólo quieren ser chicas.



La conversación deja de ser grupal, una sabe exactamente cómo se siente la otra y le escribe por privado. 



Mariana dice-conozco esa sensación de desapego que sientes, yo tampoco me acostumbro ni me acostumbraré a este mal vivir. Caracas es la segunda ciudad más peligrosa del mundo, no hay forma de que esto no nos afecte. Al igual que tú, vivo encerrada, no sé lo que es salir a tomar algo en meses, por ahora disfruto de lo bello que aún queda, para sobrevivir a esta ciudad me he vuelto una turista.



Lo único que queda es estudiar, prepararse, al final estudiar aquí, sigue siendo más barato que en otras partes.



Lucía le responde -nos llamaron Ana Frank, somos prisioneras.



Mariana dice -hablar de esto es delicado la gente está muy sensible, los venezolanos hemos cambiado mucho.



Planear una reunión entre amigas, es más difícil que llegar al Everest. No puede ser tarde, debe ser céntrico, deben coincidir los horarios, no debe ser tarde.



Muchos jóvenes desesperanzados. Trabajos mal pagados, sueldos que no alcanzan, noticias aterradoras, sin posibilidad de tomarse alguito en el café de la esquina, ya no se sabe a dónde ir, ni por qué se lucha, ya los sueños se van quedando más lejos. Las ganas de quedarse y hacer algo, se vuelven un bosque empantanado, que pesa en los pies, pesa y no deja avanzar.



Mariana se queja, -lo más fastidioso de tener que irte o de decidir irte, es que sientes como si fuese una patada que te echa de tu propia casa.



Lucía asienta con un emoji triste y llorón.



-Ya no nos preocupamos si Raquel me robó el novio, o si fueron a la playa y no me avisaron. Nos quitaron muchos años chama.



Sus prioridades y preocupaciones son otras, aquí no hay muchachos viviendo pendejadas, aquí hay muchachos padeciendo, sufriendo, encerrados, muchachos leyendo cómo cada cinco minutos asesinan a uno de los de ellos. Viendo a los amigos partir, a las familias, viendo como todo se desmorona.



Mariana y Lucía, serán amigas por chat, por mensajes, serán amigas siempre, pero desde la distancia, serán amigas separadas por su realidad.



No serán las de la foto, no compartirán un café, no se echarán en la grama de la plaza a tomar fotos, ni irán a la Gran Sabana pidiendo cola.



Les quitaron muchos años a estos chamos... Les quitaron esas experiencias tontas de la vida.









AG





domingo, 24 de enero de 2016

Caracas es un basurero improvisado

Edificios invadidos, aguas negras derramadas, un olor putrefacto constante, ruido, aguas negras otra vez, un motorizado a la deriva, calles sucias, agua, nubes, una montaña cálida. Dos sujetos se pelean en la entrada del supermercado, todos parecen carritos chocones, una señora finge haber perdido su tarjeta, la cajera con tos la llama mentirosa; todo se resuelve. Ruido, tras ruido, basura, tras basura, el hombre del piropo insolente: Caracas.





A.G

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Me perdí en un avión



Todo esto me ocurrió a mí, sí, forma parte de una historia verdadera, algunos datos serán modificados para resguardar la identidad de los involucrados. Aunque me gustaría saber el nombre del piloto de aquel avión.

Hace un mes conocí a alguien por un chat, yo metida en un chat para conocer gente, fin de mundo, eso nunca se me ha dado. Llegué ahí porque una amiga me habló de la aplicación y la curiosidad terminó llevándome a Margarita, ¡sí a Margarita!

Al principio leía las biografías de los usuarios de aquella herramienta funcional, porque funciona… De ligoteo. Y me parecían todas cursis, me gustan las estrellas, tengo una personalidad así súper chévere o sea.  Y yo decía ¡nah! Nada que ver esto no es pa mí, -elimínala de tu celular ¡ya! Pero seguí bajando y leí una biografía que hablaba de extraterrestres, de animales y había un tatuaje en la foto de perfil, obvio esa biografía me hizo clic clic, porque me encanta lo big big y lo raro raro.

Y pues hubo compatibilidad en las conversaciones y después de unos 15 días me invitó a Margarita, sí es una locura. Me lo pensé unos cuantos días, pero como Ariadnalimon es impulsiva un día despertó diciendo me voy a Margarita porque tengo como ganas de comerme una empanadita fresca. No faltaron las 15mil personas que dijeran te van a descuartizar, te van a matar, como te atreves, dile a tu primo que te busque en el aeropuerto, abrígate, usa repelente, no te subas al carro sola, y yo obviamente me volé todas las precauciones.

Una semana antes la ansiedad me devoraba las manos y los sueños, no podía dormir pensando ¿cómo será? Y si me gusta y si no me gusta y si de verdad termina poniéndome burundanga, no.

Finalmente llegó el día, yo bajé al aeropuerto muy temprano, pensé que mis nervios estaban controlados pero no. Vuelo 323, puerta 2, hora 9:45am. Allí estaba yo diminuta y puntual y me decía a mí misma, mi misma todo está saliendo perfecto ya vas a entrar al avión estoy sorprendida con la puntualidad, entré me senté, puse mis audífonos con bajo volumen por si acaso, cuando de pronto escuché: bienvenidos pasajeros con destino al Aeropuerto Jacinto Lara en Barquisimeto. Y yo ¿what the fuck? Barquisimeto, ¿cómo fui a parar yo en un avión que iba pa Barquisimeto? Le pregunté a un señor que sería mi compañero de viaje, ¿señor esto va para Porlamar verdad? y respondió -¡No! Barquisimeto-.

Afortunadamente logré bajarme a tiempo y pregunté dónde está la gente del vuelo 323, tenía un estado de nervios bastante asfixiante. Por un momento pensé eres un peligro para ti, no puedes salir sola. Habían cambiado la puerta y el vuelo tenía un retraso de dos horas, en qué parte del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar estaba yo, pues no lo sé porque nunca me enteré de esa información.

Dos horas después me monté en el avión correcto y llegué a Porlamar, mientras caminaba hacia la puerta, decía puedes morirte ya o colearte y devolverte en cualquier avión para Caracas, total ya eres experta, pero no la curiosidad me llevó a Margarita y allí estaban esperándome con un gran hola y yo haciendo mil muecas desde atrás esperando mi maleta y deseando que la correa se trabara, que se fuera la luz, pero que no llegara el momento del hola de verdad y del hola de cerca además.

Apaguemos las luces, no pueden enterarse de qué pasó después…

Solo sigo preguntándome como fui a parar yo en aquel avión.


Ariadna García