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jueves, 15 de agosto de 2019

Hallar normalidad después de la luz

Caracas; 14 de marzo de 2019

Intento encontrarle la normalidad a los días. Estos que preceden a los oscuros que se multiplicaron por cinco. 

Vengo aquí, a una plaza, me tomo un té, veo niños jugar con la pelota, gente pasear a sus perros, veo luz que sale de los postes y creo que todos ellos hallaron la normalidad primero que yo. Ahora mismo un grupo hace ejercicios. Suben las manos, bajan el cuello, giran el cuerpo de un lado a otro.

Todo indica que la vida siguió de la misma manera que sigue siempre. Inalterable, decidida, marcada.
La vida no tiene prisa, pero tampoco detiene sus pasos, solo sigue. 

Aquí y ahora la vida siguió. 

En cambio yo decido salir a la calle este jueves, justamente el día que recuerda esa oscuridad que nos atareó la rutina, las horas, el sueño, las comidas. Lo alteró todo. Se impuso como lo hacen ellos, sin piedad, sin levedad, sin temor. 

Elijo este lugar y en el camino hago un reconocimiento de las calles, los edificios. Los miro como si fuera la primera vez, como extraños, como si tantas otras veces no caminé por aquí. 

Siento como si por varios días estuve ciega y ahora tanteo las paredes con la punta de mis dedos. Veo la ciudad, los veo a ellos que están sentados en el piso, haciendo movimientos y creo que vuelvo, que la brisa trae lo perdido, que este dolor que descorazona el pecho se irá y que cuando menos lo espere estaré otra vez en una plaza, subiendo las manos, girando el cuerpo de un lado a otro.

Haciendo contorsiones. 

Nota: el 7 de marzo de 2019 Venezuela sufrió un gran apagón que se extendió por cinco días en la mayoría de los estados. En el Zulia el corte de luz se prolongó esa semana por 100 horas. Hasta la fecha se mantienen las fallas eléctricas en todo el país.



El Hilo de Ariadna

miércoles, 3 de julio de 2019

Empiezo a olvidar los cumpleaños

Caracas; 3 de julio de 2019


Son las 5:24 de la tarde, muevo la taza de té negro y miro la fecha en la pantalla de la computadora. Lo hice tres veces para revisar si había olvidado algún cumpleaños, la respuesta fue no. Mi prima cumple el 11, mi ex el 12 y mi bisabuela el 13. Las fechas están claras en mi cabeza, sin embargo, sé que hacía mucho tiempo que no me preguntaba por ello, que no tenía el cuidado de repasar a quién y cuándo llamar.

Mi bisabuela Ana Lucía nos recordaba hacerlo. En mi familia los natalicios eran sumamente importantes. El ring, ring, ring del teléfono se convertía en un jolgorio. Corríamos a tomarlo para pasarle la llamada al cumpleañero. Hablar con los de Maracay, Margarita o Caracas era una fiesta.

Hasta el último de los días mi bisabuela conservó la tradición. El 2 de marzo de 2015 hizo una llamada desde Yaracuy, era mi cumpleaños, a pesar de la flema y el cansancio que le generaban ya sus 92 años, tomó el teléfono y me habló, duró poco la llamada, pero es quizás el último recuerdo que tengo de su voz. Días después abandonó este mundo; un 15 de marzo a eso de las 7 de la noche, en Maracay.

No hace falta que la familia saque nuestras características al sol, yo misma reviso y encuentro que soy desperdigada, que con frecuencia vivo bajo mis propias reglas y olvido las que me enseñaron, sin embargo, mi abuela siempre viene a mí como una memoria firme e imborrable. Ella viene cada tanto con voz de susurro a decirme que los cumpleaños son importantísimos, que no los olvide, que llame, que escuche la voz de los míos, que celebre el milagro de la vida.

No sé qué era más recio en mi abuela, si sus manos o su voz. Era una morena tosca y ceñuda, parecía tan seria, que nadie hubiese podido creer que esa mujer sonreía. La moldedura de piedra le duraba hasta que sus nietos la rodéabamos. Su cuello fue tantas veces un lugar de refugio, un espacio cálido y tímido, en el que podíamos estar y pernoctar.

Mi bisabuela es lo más parecido a seguridad, con ella podías pensar que la casa no se caería con la lluvia, que la tierra sería siempre fértil, que no se acabarían jamás las tetas de la nevera.

Ana Lucía cumplirá años pronto, el 13 de julio y no sé cómo se celebran los cumpleaños entre el espacio terrenal y el espiritual, nunca había pensando en eso.

Hace cuatro años se fue y probablemente su natalicio ha pasado como pasan estos días veloces en Venezuela. No lo olvido, pero tampoco lo mantengo vivo, no le pico tortas, ni prendo velas, no guardo tradición alguna. No sé si se inventan.

Prefiero pensar en el espacio que seguimos compartiendo los Pérez y los García, esa frontera terrtorial que se extiende entre Yaracuy, Caracas, Maracay, Margarita y Ocumare. Ahora también con Ecuador, Colombia y Perú, porque arreció el horror en nuestro país y muchos de mis primos se fueron. Las llamadas son un poco más lejos, más cortas, con menos jolgorio como las que sucedían en nuestra casa, ubicada en ese pueblo diminuto, donde no faltan las ranas y las matas de lochos.

Empiezo a olvidar los cumpleaños, pero no a ella, ni a su voz. Olvido la rutina, la disciplina, olvido tantas cosas con frecuencia, pero no olvido que es la vida lo más valioso, que es el respeto y la celebración lo que los une, que son nuestros cumpleaños la fiesta de la vida, el gesto que nos hace humanos, es el cariño en la distancia. Eso era su voz y su felicitación: un cariño en la distancia.




Ariadna García
#ElHiloDeAriadna

martes, 15 de enero de 2019

El hombre parlante y la niña que no quería oír

Caracas; 15 de enero 10:00 am.

Me subo en el Metro, hacia mi mano derecha iban dos señores conversando. Uno hablaba excesivamente alto, me incomodó, nadie decía nada. Al bajar la mirada vi a una niña como de 11 años que se encontraba cerca del señor-parlante. Noté algo más: ella llevaba su mano puesta en una de las orejas para detener la ráfaga de ruido.

Le dije al interlocutor del señor-parlante:

-Disculpe, le puede decir a su amigo que baje un poco el tono de la voz. Muchas gracias.

-(Yo iba leyendo un libro) el señor parlante respondió aún más alto: "¡Qué, va leyendo la biblia!".

-No. Solo que lleva a la niña atormentada. No ve. Dije.

El interlocutor aparentemente era el padre de la pequeña. No pensé que fuera con ambos. El señor la abrazó y le preguntó con voz baja: "¿vas atormentada?".

El padre que iba más próximo que yo, no se había dado cuenta de que la niña iba aturdida y con la mano puesta en la oreja. Cómo podía verlo.

Escasamente los padres se fijan en lo que quieren sus hijas, en lo que padecen, en lo que viven. No sé si es falta de sensibilidad o qué, pero los hombres van más atentos a sus amigos-parlantes que a las orejas de sus niñas.

El hombre impertinente agregó: "No, ella ya está acostumbrada al ruido".

Repliqué en voz alta: por enseñarlos a "acostumbrarse" es que tenemos dictaduras. La gente en el Metro seguía callada y sorprendida. El hombre dijo no sé qué otra cosa más. El amigo le pidió que se calmara. Dejé de oír. Volví a mi libro.

Llegamos a mi estación y me bajé.

Espero que esa niña sepa a partir de hoy que por sobre todas las cosas debemos ser valientes. Que sí, que muchas veces nuestros padres no estarán para protegernos o que incluso serán ellos quienes nos pongan en un grave peligro. Espero que esa niña sepa que NO debemos acostumbrarnos a nada y que juntas somos más fuertes que cualquier hombre-parlante.

Ariadna García

#ElHiloDeAriadna 

martes, 11 de septiembre de 2018

No me avergüenza mostrar la herida

Escribir de lo incómodo y lo doloroso ha sido algo que me ha ayudado a sanar, o al menos eso creo. La madurez también le da uno cierta licencia para hablar de lo que se quiere. 


Hace cuatro días me operaron, desde que lo supe me asustaba un poco lo de la anestesia y los exámenes posteriores ¿lo demás? Lo demás solo serían elementos para crear una crónica o alimentar alguna novela futura.


Tras la cirugía, las personas me preguntan por la herida y el tamaño. Me dicen cosas en tono de consuelo: "bueno, eso se borra", "... es pequeña", "... que tanto", etc, etc. 


Entiendo esas inferencias en un diálogo y sobre todo, si el emisor hace alusión a "la herida". En mi caso ese asunto no representó, ni representa ninguna preocupación y sin embargo, recibo palmaditas como alguien que acaba de perder una pierna, un brazo o que se volvió menos sexy.


Aún ni siquiera yo la he visto. Sólo un adhesivo con una venda blanca que parece hecha con un algodón muy fino y perfectamente doblada.


Desde luego que supe que tras la operación no sería la misma, en especial porque eso reposa ahora en mi historia médica y cuando toque volver al doctor, no seré la jovencita que respondía no a todo y que sólo mencionaba el largo historial de cáncer en su familia y la diabetes de las abuelas. 


No me avergüenza mostrar la herida, las que se ven y las que no, porque de ellas me compongo. 
Guardamos muchísimo más adentro que lo que puedan decir nuestros cuerpos. 
Nuestros cuerpos no dicen nada, pero sí nuestras almas y nuestros corazones. La lucidez de nuestra mente. 


Entiendo de dónde pueden venir esos temores: una palabra hiriente, algún amante que se quejó de la herida, de la estría o del pezón más grande. Entiendo que ese consuelo que me dan sea el recuerdo de un pasado amargo. A ustedes mujeres les agradezco.


Si cuando esta herida sane y pueda ser mostrada, la persona que meta en mi cama llegase a opinar, a cuestionar, a criticar esa raya que está metida en mi vientre, sabré que no es digna de compartir ni la cama, ni las heridas, ni la nada. 

lunes, 24 de julio de 2017

Para ti mono

Caracas; 12 de julio de 2017

Hoy es tu cumpleaños, no sé por qué te escribo esto, ha de ser por la necesidad de expresar todo lo que tengo acumulado en los años que llevamos sin hablarnos. Nuestros cumpleaños siempre fueron especiales, tu te esmerabas por llenarme de sorpresas maravillosas y conseguías asombrarme como ninguna otra cosa en el mundo.

Recuerdo ese jabón con luces de colores que encendía cuando era puesto debajo del agua o aquel platillo con 300 bombones que luego tuve que repartir en bolsitas con los compañeros del trabajo, eran demasiados y no me alcanzaron los días para comerlos todos.

Aunque yo no era tan creativa como tú, trataba de celebrarte de forma especial, una vez me fui a buscar un monito y encontré uno que se parecía exactamente a ti, lo acompañé con un pie de limón del Mc Donalds de La Castellana que tanto te gustaba. 

Hoy que estas en otro lugar, tan distante de mi vida, de mi realidad, hoy cuando tengo la certeza de que nuestras vidas no volverán a cruzarse, me pregunto si habrá alguien dándote una sorpresa y llenándote de mimos, si ya te han felicitado y arropado como un niño pequeño. Si alguien estará para ti cuando el exilio se vuelva mas frío.

Estas palabras no son para remover emociones del pasado, ni para exculparme, tampoco son un puñal de recuerdos torturadores, son amor, son los buenos momentos que pasamos juntas, son la alegría de ese tiempo, son las horas de la verdad y del perdón. Son las horas de tu cumpleaños que deseo sea hermoso, porque he descubierto que te amo para siempre.


El Hilo de Ariadna

jueves, 26 de enero de 2017

El amante

No sabía si su intuición era una bendición o un castigo, pero podía revelar historias con solo ver miradas.

Esa tarde sus gestos lo delataron. Él era un soldado aunque ese día parecía un triste esclavo, ella percibió lo que haría minutos más tarde y supo que debía marcharse.

Su error fue pensar que siendo un chico de su misma edad era tan ingenuo como ella. Sus rasgos blandos, esa piel lozana y su barbilla perfectamente esculpida como el mármol, lo hacían ver como un ángel y hasta algo adolescente, aunque sus manos de amante experto parecían que habían amado el cuerpo de una mujer por más de un siglo.

Sabía en qué lugar colocar los brazos, la boca y el deseo, era muy joven para conocer tanto, pero lo sabía y ella disfrutaba de ese manjar que le proveía su buen amante. La primera vez que lo hicieron él se las arregló para emborracharla de locura, sus tamaños eran dignos y no generaron ninguna duda, al contrario, ella se entregó como agua que lleva el río y dejó que ese fuego intenso se apagara lentamente con cada lamido.

Esa noche y esa mañana se amaron incansablemente, ella se sintió cómoda y pensó por un momento que él no solo sería su amante sino su novio, porque la complicidad entre ambos era como la de una pareja que comparte risas y secretos de toda una vida. 

Su nombre era Jonás, no parecía ocultar nada, era un muchacho joven pero enfocado, siempre se mostró maduro y con tan buenos modales que parecía haber salido de un claustro de monjes tibetános.

Sus encuentros fueron pocos, él vivía retirado de la ciudad y había dejado claro que no quería nada que lo comprometiera demasiado, ella por respeto a eso no hacía muchas preguntas y se limitaba a disfrutar el momento. Sin embargo, al conocerse, Jonás le habló de una familia a quien le tenía mucho aprecio por su apoyo y hospitalidad, para ese entonces ella no levantó sospechas de algo más, tenía la mala costumbre de creer en la palabra de la gente, vivía en un mundo distinto, se concentraba en lo que realmente le importaba y no perdía el tiempo en especulaciones.

Varias noches, las noches en que Jonás pernoctaba en casa de esa familia, casi no le escribía, incluso hubo veces en que se esfumó como aquel personaje de ojos vendados que ocupaba las tardes de los niños que no tenían cable.

En esa casa había una mujer madura y muy atractiva, ella era la que se encargaba de todo, los llenaba de invitaciones y de regalos, no solo a él sino a resto de jóvenes que allí se reunían. Él hablaba de aquellas veladas sin muchos detalles, pero sí con una intensa devoción. 

Mónica le hacía mimos y lo admiraba, lo veía como un buen muchacho, uno que no sería capaz ni de dañar el ala de una mosca. 

Esa tarde se encontraron en un café y él parecía lejano y algo confundido, le dijo que pasaría la noche en casa de esa buena familia, pero ella sintió una sensación extraña e intuyó que había algo más, actuó normal y terminó la plática con temas triviales, se despidieron en la estación de trenes con un dejo amargo, sus ojos marrones se volvieron más oscuros y la barbilla de él ya no le parecía tan hermosa.

Ella bajó unas cuantas escaleras pero luego decidió devolverse para seguirlo, agarró calle arriba y lo divisó a los lejos, él llevaba pantalones oscuros y daba pisadas firmes, en el trayecto se detuvo en un kiosco a comprar rosas, Mónica observaba a hurtadillas y al ver aquella escena sentía que el corazón pulsaba con más y más fuerza.

Pensó que era ridículo seguirlo pero al mismo tiempo quería saber que se ocultaba detrás de aquella fachada de niño bueno. La respuesta era obvia pero necesitaba verlo con sus propios ojos para finalmente marcharse. 

Jonás seguía caminando con sus rosas en la mano, pero no se veía como un enamorado sino mas bien como un muerto andante, cruzó la avenida Crisanti y Mónica lo seguía con ganas de no haberlo hecho, se sentía tonta y ajena a todo lo que ocurría.

Él se detuvo en un edificio verde con rejas negras y se sentó en la acera, ella esperó una cuadra antes dentro de un centro de llamadas que estaba a punto de cerrar. Eran las seis y media de la tarde y Bogotá lucía más fría y peligrosa que nunca. 

Luego de un par de minutos se atrevió a salir de su escondite y vio a Jonás de pie, hablando por teléfono a un lado de la entrada. A los diez minutos apareció una mujer de unos 45 años, muy elegante de cabello oscuro y piel tersa, llevaba un vestido negro que dejaba ver el buen estado de su figura. Él le entregó las flores y le mordió el labio inferior, rieron como dos amantes de larga data. 

Mónica supo de inmediato que era la mujer de las reuniones, la misma que ella creía era una madre para él. Se dio media vuelta y caminó tan rápido como pudo, tenía una sensación extraña en el cuerpo, en esos segundos la imagen que tenía de Jonás se había evaporado y con ella la ilusión de un romance honesto.

Aquel hombre ya no era un muchacho fresco, sino un hombre curtido y mozo de esa mujer que le doblaba la edad. En ese instante comprendió las ausencias, los silencios y esas manos expertas que la hicieron gritar. También supo que él no era su amante sino el de ella.

Así como decidió caminar de prisa se juró olvidar, no entendía por qué no le habría dicho la verdad, pero ya no tenía caso, tomó un bus y sacó un libro de la cartera, comenzó a leer de camino a casa, esa sería la última vez que vería a Jonás y la última vez que se le ocurriría perseguir a alguien. 




Ariadna García
#Elhilodeariadna


martes, 10 de enero de 2017

Una torta y un café

Martes. Estaba dispuesta a tomar un café, decidí ir a Monsieur, un pequeño restaurant francés con techo rojo que tiene poco menos de dos años en Caracas. Aquí las crêpes no son excelentes, pero el café moca que preparan sí, este contiene una densa capa de chocolate de avellanas que se asienta al final, capaz de hacerte perder la razón por varios minutos y sumergirte en un baño dulce que huele a pecado, por otra parte, la atención del mesonero es maravillosa y eso me basta para volver una y otra vez, además de que él aprende a ser barista en Youtube y cuando voy practica con mi marrón, al que le pone rostro de cerdito.

Este mesonero se llama Angelo y desafortunademente no lo conocerán para cuando vayan, pues, me enteré hace poco que renunció al petit café, para ir tras unos planes más ambiciosos en Barquisimeto.

De camino al lugar mientras subía las escaleras del metro pensaba: ¿en serio irás a tomarte un café, de verdad te comerás una torta? ¿sabes que tu sueldo mínimo no alcanza para esos lujos? eres periodista y encima trabajas en Venezuela, hice caso omiso a los reproches que la Ariadna realista me hacía y seguí presta a consumar mi pecado vespertino.

De pronto me dije: solo quiero hacer lo que me gusta hacer por un instante, así deje todo el salario allí, lo único que deseo es caminar, ver las nubes sobre el Ávila y sentir el inusual frío de Caracas. Al salir de la estación, di pocos pasos y al llegar al café noté que estaba cerrado, había olvidado que no abre los lunes. 

Opté por ir a Amelie otro café cercano, al transitar, clavaba la mirada en el piso, en los adoquines que alguna vez fueron marrones o rojos, ya están muy sucios y gastados, luego observé hacia el norte y vi el cerro, sereno, blanco, limpio, sentía que me aferraba a aquella ciudad ruidosa y al mismo tiempo que me despedía, recuerdo que las nubes aún se veían, el cielo estaba azul y al fondo había un aviso del Hotel Monserrat y otro de Ron Cacice que decía: Ron venezolano el mejor del mundo.

Me detuve en el semaforo, pasaron varios motorizados con sus caras poco afables y sus manos casi siempre en posición extraña.  Inhalé  el humo denso de los viejos carros y esperé el cambio de luz en calma. 

En el trayecto le hablaba a Caracas y me hablaba a mí, explicaba que debo hacer estas cosas mientras siga viviendo aquí. Quiero aprovechar tus lugares, observar tus colores y guardar tus aromas, para escribir más adelante sobre ellos, para recordarlos intactos cuando los extrañe. En cada pisada que doy, siento que una parte de mí se queda

Al llegar a Amelie divisé que estaba abarrotado, por lo que pediría para llevar, es un sitio algo pequeño y con una acústica terrible, sin embargo, coincidencialmente mi amigo Nelson estaba allí, esperando por una mesa, nos saludamos con sorpresa, le reproché por unos desayunos pendientes y finalmente nos sentamos a conversar, a los pocos minutos, apareció otra amiga afuera, salí a saludarla y luego entré a continuar la plática con mi amigo politólogo.

En ese momento volví a hablarme adentro y decía: en otra ciudad no tendré amigos que aparecerán accidentalmente, no habrá caras ni sabores conocidos, tampoco cafés conocidos, me tocará buscarlos sola y descubrir cómo se le dice al guayoyo en esa otra ciudad, tocará construir una vida y hacer nuevos amigos, ver otro cielo y otras nubes, no estará Caracas, ni El Ávila, seguramente tampoco los motorizados, entonces mi corazón se detiene y pregunta¿perder todo eso por una torta y un café?




A.G
Twitter: @Ariadnalimon
Instagram: Ariadnagarci

miércoles, 27 de enero de 2016

Nos llamaron Ana Frank

Lucía y Mariana, dos jóvenes venezolanas de unos veintitantos años, fueron a la misma universidad, comparten ciertos gustos, en fin, son amigas. Sin querer me he topado con su conversación y me ha causado mucha impresión. Sé que lo que escriba parecerá exagerado, desgarrador y melodramático, pero estas niñas me han conmovido, y la verdad es que sus quejas, sus reproches, son injustos y les doy la razón.


Lucía es de padres colombianos, fue hace poco a visitar a su familia a Medellín, relataba que tomando en un bar con sus primos a las 11 de la noche, de pronto se halló llorando en medio de todos, porque hacer algo así en Venezuela podría costarle la vida, ella le decía a las amigas que no le creerían, yo le creo.



Mariana, una chica del interior que vive en Caracas hace varios años, contaba que ahora tiene un teléfono nuevo y lo deja en casa, porque le da pánico ser asaltada por culpa de ese aparato. Lucía, se nota que es apasionada y con rabia le decía -es injusto chama, por qué tienes que dejar tus cosas, algo tan normal como un celular, por qué-.



Lucía dice -yo desde que llegué de viaje vivo encerrada en mi casa, en lo que va de año he leído cinco libros y he visto diez películas, así será mi vida hasta que me vaya del país, vivo ¡alarmada!



Entre tanto otra chica dijo -Lucía pareces Ana Frank, tampoco se puede vivir así...



Lucía menciona, al menos en aquel momento había una guerra declarada. Aquí está muriendo mucha más gente y nada...



Hubo un silencio entre estas dos, que sienten que comparten una cárcel a los veinte años, una cárcel injusta, una cárcel que ningún joven desea. Estas chicas quieren ir de noche a un bar, estas chicas sólo quieren ser chicas.



La conversación deja de ser grupal, una sabe exactamente cómo se siente la otra y le escribe por privado. 



Mariana dice-conozco esa sensación de desapego que sientes, yo tampoco me acostumbro ni me acostumbraré a este mal vivir. Caracas es la segunda ciudad más peligrosa del mundo, no hay forma de que esto no nos afecte. Al igual que tú, vivo encerrada, no sé lo que es salir a tomar algo en meses, por ahora disfruto de lo bello que aún queda, para sobrevivir a esta ciudad me he vuelto una turista.



Lo único que queda es estudiar, prepararse, al final estudiar aquí, sigue siendo más barato que en otras partes.



Lucía le responde -nos llamaron Ana Frank, somos prisioneras.



Mariana dice -hablar de esto es delicado la gente está muy sensible, los venezolanos hemos cambiado mucho.



Planear una reunión entre amigas, es más difícil que llegar al Everest. No puede ser tarde, debe ser céntrico, deben coincidir los horarios, no debe ser tarde.



Muchos jóvenes desesperanzados. Trabajos mal pagados, sueldos que no alcanzan, noticias aterradoras, sin posibilidad de tomarse alguito en el café de la esquina, ya no se sabe a dónde ir, ni por qué se lucha, ya los sueños se van quedando más lejos. Las ganas de quedarse y hacer algo, se vuelven un bosque empantanado, que pesa en los pies, pesa y no deja avanzar.



Mariana se queja, -lo más fastidioso de tener que irte o de decidir irte, es que sientes como si fuese una patada que te echa de tu propia casa.



Lucía asienta con un emoji triste y llorón.



-Ya no nos preocupamos si Raquel me robó el novio, o si fueron a la playa y no me avisaron. Nos quitaron muchos años chama.



Sus prioridades y preocupaciones son otras, aquí no hay muchachos viviendo pendejadas, aquí hay muchachos padeciendo, sufriendo, encerrados, muchachos leyendo cómo cada cinco minutos asesinan a uno de los de ellos. Viendo a los amigos partir, a las familias, viendo como todo se desmorona.



Mariana y Lucía, serán amigas por chat, por mensajes, serán amigas siempre, pero desde la distancia, serán amigas separadas por su realidad.



No serán las de la foto, no compartirán un café, no se echarán en la grama de la plaza a tomar fotos, ni irán a la Gran Sabana pidiendo cola.



Les quitaron muchos años a estos chamos... Les quitaron esas experiencias tontas de la vida.









AG





jueves, 3 de diciembre de 2015

No me hables con violencia

Este diario que no es secreto, pero que recoge muchas veces mi intimidad, es la ponchera donde lavo mi cara triste, cuando no desaparece.

-No me toques con violencia.

Escribo cuando estoy triste, es una verdad. Escribo cuando las desgarraduras de mi alma llegan a la ropa, cuando se vuelven táctiles. Hoy me siento triste, hoy estoy triste, hoy nada me consuela.

Supongo que este dolor me hace responsable, porque conozco las causas de mis dolencias, pero me mantengo inmóvil, no hago nada para acortarlas, solo tengo esta pantalla y mis palabras, para intentar curar lo que siento.

-Y no te hablo con violencia.

-Me reprochas.

Intento susurrar un grito que se mueve dentro, intento hacer algo, pero no hago nada. Volvió la tristeza, maldita sea. Siento un dolor en el pecho y un vacío profundo que se refleja en mi mirada, en qué momento quise esto.

-Nunca lo quise, no te miro con violencia.

Me siento enredada, es una sensación que me causa un estupor tremendo, me siento pesada entre mis sábanas y los recuerdos, vienen las heridas del pasado como demonios. Vienen a mí, a estrujarme, vienen a tocarme. Viene a mi una verdad, que pongo en un hilo y la balanceo, con la intención de que se voltee y no sea verdad.

-No te hablo con violencia.

Te escucho... Presto atención a ese sustico que crece en tu pecho, te conoces muy bien, no has cambiado, encuentras cosas del 2007 cuando eras una adolescente, un test psicológico, un mapa de vida, un libro, una ficha, lees cosas que te recuerdan, que te describen, no eran hojas sueltas, eran pruebas de que has mantenido tu esencia, lees cosas de una chica sorprendente.

-Por eso, maldita sea, no te toques con violencia.

Reconocer el fracaso se me hace difícil, pero la sensatez me acompaña, saldré de esto, tal vez no ilesa, pero saldré y lo importante es salir, respirar, respirar la libertad de estar vivos.

Quisiera ponerte un pañito de agua caliente y quitar ese susto que se alojó en tu corazón chiquito, me contaron que los pañitos de agua caliente curan la fiebre, entonces yo podría curarte a ti. Muchas veces se está perdido, y más cuando estamos grandes, cuando nos creemos seguros de tomar las mejores decisiones, pero que va, niña mía, somos todos unos pendejos. El susto pasará, pero yo seguiré aquí, tal vez con otro diseño, otro teclado, pero seguiré aquí.

-Por favor no te toques con violencia.





Ariadna García