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viernes, 3 de abril de 2020

Por qué el vídeo Yo perreo sola de Bad Bunny no se debe "pichear"

En Puerto Rico "pichear" significa ignorar. Recientemente Bad Bunny estrenó el vídeo "Yo perreo sola". Algunos lo desestimaron al afirmar que otros artistas ya habían desafiado esos estereotipos.

Es poco acertado pensar que Bad Bunny "se convierte en mujer" o que en nombre de #NiUnaMenos busca fama; va mucho más allá. Benito Martínez nos enseña que transgrede sus propios límites, así como las reglas del mundo del trap y del reguetón, este último históricamente sexista, en el cual las mujeres suelen salir en ropa interior alrededor de los gánster, casi siempre como bailarinas -no como cantantes-.

Bunny nos muestra que los hombres también perrean -menean la cola-, que visten de rosado, que se imaginan o llevan senos. Al final Yo perreo sola es un guiño a las nuevas masculinidades; una bofetada a esa rígida separación que existe entre hombres y mujeres.

Bad Bunny, sin duda, es un aliado de las mujeres. En ese vídeo señala que no está mal verse como mujer, que eso no cambiará tu orientación sexual, que ser femenino no es signo de debilidad.

Hace poco Benito Martínez salió con falda en una entrevista y una vez más nos cacheteó con ¿qué importa para quién son las faldas si a mí me apetece usar una?

Valoremos estas pequeñas, pero significativas muestras de pluralidad. Entendamos que ahora más que nunca existe una revolución en el mundo de los géneros.

La gente ha entendido que no podemos seguir como íbamos. Los estereotipos, los prejuicios, jamás terminan; derribarlos es un trabajo diario, que requiere de todos. Bienvenidos los de antes, los de ahora, los que vendrán. ¡Yo perreo sola!




Ariadna García

Instagram @Ariadna_limon 
Twitter @Ariadnalimon

miércoles, 6 de marzo de 2019

Cuchillo

Me he salvado tantas veces que ya no sé si es astucia o suerte. 

¿Cuándo será la próxima? ¿Quién será? ¿Quién dará el primer golpe?

La inteligencia y la intuición ayudan, pero hay una cuestión de fuerza y de poder que no se puede olvidar. Hay un desenfado en los varones que los hace apuntarnos con sus pijas, con sus dedos, con sus revólveres. 

Me salvé de ese monstruo ¿Cuántas más pueden decir lo mismo? ¿Cuántas somos? ¿Dónde estamos? Cuántas luego de eso, nos volvimos cuchillo, garganta, miedo. 

¿Quiénes somos después de ser tocadas por la violencia de un hombre? ¿Quiénes se pararon de la cama y decidieron cerrar la puerta? Atarla, enterrarla, botar las llaves. Quiénes salimos de ese cuarto para nunca volver, para no mirar atrás ni siquiera en busca de respuestas.

Qué es una violación, qué es el abuso. Es tan fácil confundirlo, turbarnos. No saber. Es tan normal la violencia que dudamos cuando nos toca. 

¿Quién era ese hombre de colores que nos tendía trampas para entrar a nuestra vida y romperla? 

Hay varones que solo saben cortar mujeres, por pedacitos, en la falda, en el cuarto, en la cama. Las arrugan, las envuelven, las ocultan. Les acaban. Las trastocan, las aíslan, las engañan. Las embarazan. Las barren. Las vuelven confeti y luego las lanzan por el lavaplatos. 

La violencia -a las mujeres- nos acompaña como una marca de nacimiento. No hay descanso, no hay consuelo. 

Esa mujer clavó un cuchillo en su vientre para que doliera menos. La enloqueció hasta sacarla de este mundo, sus muñecas se quedaron sin pulso, su padre la halló tirada en la cama, jamás volvió a ser la misma, quiso arrancarse la piel, quiso no haber nacido, quiso la muerte, quiso olvidarlo todo. Quiso que el dolor se la comiera por dentro, así como lo hizo él.

Algo pasa después de que se pierde el brillo en los ojos. Arrecia el desencanto, el desconsuelo. Nadie sabe lo que significa ser mujer hasta que un miembro decide irrumpir en tu cuerpo. Decide sin ti, decide confiado, decide altanero. Decide cuando quiere porque así se le enseñó, decide cómo, cuándo, hasta dónde. Decide el tiempo. Decide, así te quedes seca y tu piel lo expulse como veneno, serpiente o condena. 

Decide cuando ya no gritas y cierras los ojos para volar. Decide cuando quieres masticar botellas, cascada. Decide cuando el tarugo en la garganta es una soga que te ahorca y te deshoja. Decide cuando el amanecer no llega y la memoria trae el pasado hasta la orilla, que te recuerda que no es nuevo, que hubo otros, unos más viriles, más astutos, más venenosos.

¿Qué clase de cepa es esta? Aceptada, bendecida, solapada. Qué significa la palabra macho, qué es ser hombre, en qué se ha vuelto la masculinidad, qué es un varón, qué busca, qué deja, qué olvida, qué quiere de nosotras cuando dormimos y nos violentan a hurtadillas, en medio de la noche.

¿Qué violación se olvida? Qué nombre, qué mujer, qué historia, qué ocultan ¿Qué? 

Qué pasa cuando ese hombre sea cuchillo y te apunte a ti también, porque la violencia no distingue género. La violencia es violencia, es rápida, es impune, es desleal, es agazapada, es militante. La violencia es una culebra que pica a cualquiera, es una vara que se erige, que crece, que poda, es certera, es astuta. No es lenta. Está alojada, segura. Impávida. 

A todas las mujeres que hoy mismo caminan por un infierno. A ustedes que lloran sin consuelo, creyendo que la pesadilla jamás terminará. A sus vientres malheridos, a su corazón y su tristeza. Al amor que dieron y se volvió en contra. A sus pechos donde las lágrimas caen. A sus rostros sombreados por el rimmel que deja el llanto. 

Que el agua se lleve todo, que la pena se vuelva fuerza, que el amor y la compasión las traiga de vuelta. 

A quienes cuentan una vida tocada por la violencia de los hombres. A quienes vemos el machismo a la cara y le sacamos los ojos. A ustedes que gritan: ni una más. A ustedes que se han vuelto mi motivo de reflexión y mi gesto de empatía más genuino. A ustedes que me arrugan y me estiran el corazón con un relato.

A ustedes mujeres. Gracias. 


El Hilo de Ariadna

martes, 15 de enero de 2019

El hombre parlante y la niña que no quería oír

Caracas; 15 de enero 10:00 am.

Me subo en el Metro, hacia mi mano derecha iban dos señores conversando. Uno hablaba excesivamente alto, me incomodó, nadie decía nada. Al bajar la mirada vi a una niña como de 11 años que se encontraba cerca del señor-parlante. Noté algo más: ella llevaba su mano puesta en una de las orejas para detener la ráfaga de ruido.

Le dije al interlocutor del señor-parlante:

-Disculpe, le puede decir a su amigo que baje un poco el tono de la voz. Muchas gracias.

-(Yo iba leyendo un libro) el señor parlante respondió aún más alto: "¡Qué, va leyendo la biblia!".

-No. Solo que lleva a la niña atormentada. No ve. Dije.

El interlocutor aparentemente era el padre de la pequeña. No pensé que fuera con ambos. El señor la abrazó y le preguntó con voz baja: "¿vas atormentada?".

El padre que iba más próximo que yo, no se había dado cuenta de que la niña iba aturdida y con la mano puesta en la oreja. Cómo podía verlo.

Escasamente los padres se fijan en lo que quieren sus hijas, en lo que padecen, en lo que viven. No sé si es falta de sensibilidad o qué, pero los hombres van más atentos a sus amigos-parlantes que a las orejas de sus niñas.

El hombre impertinente agregó: "No, ella ya está acostumbrada al ruido".

Repliqué en voz alta: por enseñarlos a "acostumbrarse" es que tenemos dictaduras. La gente en el Metro seguía callada y sorprendida. El hombre dijo no sé qué otra cosa más. El amigo le pidió que se calmara. Dejé de oír. Volví a mi libro.

Llegamos a mi estación y me bajé.

Espero que esa niña sepa a partir de hoy que por sobre todas las cosas debemos ser valientes. Que sí, que muchas veces nuestros padres no estarán para protegernos o que incluso serán ellos quienes nos pongan en un grave peligro. Espero que esa niña sepa que NO debemos acostumbrarnos a nada y que juntas somos más fuertes que cualquier hombre-parlante.

Ariadna García

#ElHiloDeAriadna 

martes, 11 de diciembre de 2018

Yo + turbada

No había reflexionado sobre lo que me parece "tabú" hasta que hace un par de días las palabras: masturbación femenina, se me metieron en la cabeza con una imposición tan férrea que comencé a cuestionarlas. A hacerme preguntas.


El tabú no existe para mí porque de alguna manera creo que se acaba cuando hablamos, cuando desafiamos la norma, cuando decidimos no pedir permiso para expresar nuestras opiniones. Deslastrarse de eso es fácil, basta con atrevernos a explorar lo que nos es desconocido, basta con mentarlo, tentarlo y descubrirlo. Basta con desnudarlo y dejarlo como la punta de un pezón helado a la vista de todos.


Después de tantas inquisiciones llegué a una conclusión: la masturbación femenina es un tabú. Está vetada, resguardada como los secretos de la iglesia. Está esperando por salir de la gaveta para hacer una fiesta.

Desde adolescente recuerdo a mis compañeros de clase hablar de la masturbación. Se reían, hacían chistes completamente públicos sobre "Manuela" y los cinco dedos. Para los hombres hablar de este tema estaba más que permitido. Era normal, natural.


Los penes dibujados en las paredes de los baños de las escuelas también estaban presentes ¿dónde estaban metidas las vaginas? ¿por qué las mujeres no dibujamos vaginas en las paredes? ¿qué se oculta dentro de nuestras conchas? ¿qué es lo que no debemos decir?


Llegué a la masturbación como a los 9 años. Sola, sin educación, ni estímulos externos. Nadie en casa me habló del tema. Mis dedos me llevaron a él. Las primeras masturbaciones son las más intensas, nada de lo que vendrá después podrá igualarse. Todo está más sensible, tu clítoris se pone tan rojo que terminas por creer que se posó alguna avispa mientras te explorabas.


Los roces son inevitables. Una vez que pruebas quieres estrujarte con la sábana, con los peluches, con las almohadas. Masturbarse es riquísimo. Sí, las mujeres también nos masturbamos y nos + turbamos al creer que eres la única que lo práctica porque nadie habla de eso. A los 9 años lo piensas y pasan muchos años para que descubras que: ¡sorpresa! es normal.


Masturbase es también el camino para conocer tu cuerpo, lo que te gusta y lo que no. Es entender tu vagina, recorrer sus dimensiones, ver cómo los labios se ensanchan cuando están satisfechos y cómo disminuyen cuando están tranquilos. Es saber de qué tamaño son tus líquidos, qué tan fuertes pueden volverse tus pezones.

La masturbación es un hilo que empieza con tus dedos. Es el poder de decir aquí, ¡ah!, sí, no, más, menos, un poco, otro poquito más, así. Es un acto de libertad, que te lleva a donde querés, a donde puedes ser un poco más, ese más que se convierte en un gel cristalinozo que te enloquece.


La masturbación femenina tiene nombre de vulva, cara de vulva, vellos de vulva. Tiene un rostro que se ha mantenido cautivo por muchísimo tiempo, pero que ya no aguanta más y quiere salir. Quiere mostrarse y decirte en la pared de algún baño público: las vaginas existimos, sentimos y no nos ocultamos más.




¡Quiero +!


Ariadna García

martes, 11 de septiembre de 2018

No me avergüenza mostrar la herida

Escribir de lo incómodo y lo doloroso ha sido algo que me ha ayudado a sanar, o al menos eso creo. La madurez también le da uno cierta licencia para hablar de lo que se quiere. 


Hace cuatro días me operaron, desde que lo supe me asustaba un poco lo de la anestesia y los exámenes posteriores ¿lo demás? Lo demás solo serían elementos para crear una crónica o alimentar alguna novela futura.


Tras la cirugía, las personas me preguntan por la herida y el tamaño. Me dicen cosas en tono de consuelo: "bueno, eso se borra", "... es pequeña", "... que tanto", etc, etc. 


Entiendo esas inferencias en un diálogo y sobre todo, si el emisor hace alusión a "la herida". En mi caso ese asunto no representó, ni representa ninguna preocupación y sin embargo, recibo palmaditas como alguien que acaba de perder una pierna, un brazo o que se volvió menos sexy.


Aún ni siquiera yo la he visto. Sólo un adhesivo con una venda blanca que parece hecha con un algodón muy fino y perfectamente doblada.


Desde luego que supe que tras la operación no sería la misma, en especial porque eso reposa ahora en mi historia médica y cuando toque volver al doctor, no seré la jovencita que respondía no a todo y que sólo mencionaba el largo historial de cáncer en su familia y la diabetes de las abuelas. 


No me avergüenza mostrar la herida, las que se ven y las que no, porque de ellas me compongo. 
Guardamos muchísimo más adentro que lo que puedan decir nuestros cuerpos. 
Nuestros cuerpos no dicen nada, pero sí nuestras almas y nuestros corazones. La lucidez de nuestra mente. 


Entiendo de dónde pueden venir esos temores: una palabra hiriente, algún amante que se quejó de la herida, de la estría o del pezón más grande. Entiendo que ese consuelo que me dan sea el recuerdo de un pasado amargo. A ustedes mujeres les agradezco.


Si cuando esta herida sane y pueda ser mostrada, la persona que meta en mi cama llegase a opinar, a cuestionar, a criticar esa raya que está metida en mi vientre, sabré que no es digna de compartir ni la cama, ni las heridas, ni la nada. 

miércoles, 18 de julio de 2018

El diagnóstico

No había síntomas, solo un pequeño dolor de vientre de lado izquierdo que comenzó a hacerse sentir desde hace un par de meses. Al principio lo asocié con la menstruación, luego noté que no se iba, sin embargo, no fue eso lo que me llevó a ver a la ginecóloga.

Hacía dos años que no pasaba por allí, en 2016 estaba muy ocupada rehaciendo mi vida y buscando empleo y en 2017 vinieron las protestas y eso lo ocupó todo, no tenía tiempo para pensar en mi salud, solo en Venezuela.

Algunos cambios en mi cuerpo me hicieron pensar muchas veces en lo peor, la verdad es que fueron varios los días que me dije: tengo cáncer, eso me hacía posponer aún más la ida al médico, tenía miedo, me paralizaba. Un olor insoportable me hizo enloquecer y decir iré a ver un doctor ¡ya! Según Google era gonorrea, yo esperaba que se tratara de una infección.

A la semana siguiente pedí cita, 4 de julio, 3:30 pm. Estaba tranquila, dije: esto seguro es una infección y ya está. Pasé al consultorio, me llamó la atención la hermosa y enorme taza que la doctora tenía en el escritorio, era de color negra y parecía mexicana, evocaba a las catrinas, aunque la ginecóloga aclaró que la había comprado en EEUU en una de esas tiendas por departamento.

Comenzamos a hacer la historia médica, me preguntó si algún miembro de mi familia había padecido cáncer u otras enfermedades crónicas, cuántas parejas y toda esa clase de cosas de rutina. Al pasar a la camilla, y empezar a examinar a través del eco transvaginal indicó que mi ovario derecho estaba "muy bonito", yo pensé: wow, los médicos si son raros ... ovario, ¿bonito? De igual forma me alegré y dije esto va bien.

Al cabo de unos minutos siguió explorando con más ahínco, no decía nada más, hasta que soltó: tienes un tumor en el ovario derecho, aquí está, ¿lo ves? Yo solo veía una sombra densa en la pantalla, no distinguía nada, hacía un esfuerzo para ver, pero nada, hasta que me señaló y más o menos entendí, me quedé callada, algo perpleja, me vestí, respiré profundo.

La doctora señaló que debía volver el lunes y tomar un enema para repetir el estudio y confirmar que no eran heces. Lo hice. Esa noche me resfrié, llovía y se lo achaqué a la humedad, estaba aterrada, no dormí casi nada. El fin de semana, estuve algo asustada, pero al mismo tiempo confiaba en mí y en que todo saldría bien,

El lunes regresé en compañía de mi tía quien quería pasar conmigo adentro pero le insistí que no, que yo quería entrar sola. Una vez más frente al monitor allí estaba, con más claridad, 7 centímetros. Terminamos, fuimos al escritorio para que me diera los pasos siguientes, allí sí permití que mi tía pasara. "Hay que operar a la brevedad posible o pudieras perder el ovario izquierdo", estaba claro lo que había qué hacer. Exámenes de laboratorio, tomografía, evaluación con el gastroenterólogo. Dos lagrimitas salieron de mi cuerpo y a partir de allí me dije: saldremos de esto.

Aunque mi tía y la doctora insistieron en que todo estaba bien, la certeza no estaría completa hasta tener los resultados que lo descartaran, una semana después, llegaron los exámenes y arrojaron que no había cáncer en mi cuerpo. Ese día me alegré tanto, llamé a todo el mundo, tenía una sonrisa que era imposible de ocultar. Tenía tantos motivos para agradecer y para reír.

He sido afortunada, he aprendido a amar cada segundo, he cultivado la serenidad y la paciencia, he encontrado las respuestas dentro de mí para salir ilesa.

Esa es la vida, una noche estás de cabeza por el tío que te gusta y al otro día estás pensando en que debes sacar una pelota de tu cuerpo.

La vida es una noticia inesperada, un giro de 360 grados, un momento importante, una sorpresa dulce o amarga. Es el no reprochar sino afrontar, es vivir, ir hacia adelante, es caminar confiados, es tener una sonrisa y pensar que todo estará bien.


Y todo estará bien.


El Hilo de Ariadna

lunes, 2 de abril de 2018

Romperlo todo

"No puedes volver atrás y romperlo todo"...

A veces estamos tan heridos que nos vamos al pasado a hacer añicos lo que hubo, lo que fue, solo para aumentar ese dolor que nos hace miserables, esa frase de allá arriba no es más que una verdad que llevo días sintiendo/viviendo. Vuelvo atrás y rasgo todo, con las uñas, con mis pensamientos, con el verbo, vuelvo para romperme y empezar de cero.

Tal vez no es la manera más idónea de arreglar las cosas, pero es la que conozco. Si fuese un animal sería un caballo, siempre voy hacia adelante, sin pausas, sin tomar aliento, sobrevivo como puedo, solo sé que debo levantarme y continuar, no me quedo en las derrotas, ni en los lamentos, cicatrizo a trompicones, pero cicatrizo, me coso sin anestesia y regreso entera.

Por estos días he llorado, he gritado, he dibujado, he vuelto al pasado para revivir a los muertos, he removido emociones viejas, he buscado lo que no se me ha perdido y ahora solo deseo cerrar la puerta.

Reconozco el dolor, uno que no buscaba, pero cuando se junta todo, es difícil encontrar el cauce de nuevo.  Estoy convencida de que todo lo que lastima no llega solo, es necesario haberle dejado la ventana abierta al huésped y solo tu puedes sacarlo.

Este duende que me recorre las venas debe marcharse, debe entender que soy una mujer feliz, completa, debe llevarse lejos su hedor y su torpeza, debe dejar quieto a este corazón sensible que se abre como árbol frondoso, debe dejar de atormentarme con recuerdos y volver al zapato viejo donde se ocultaba.

Debe entender que este dolor será el puñetazo que lo lleve lejos, porque a mí, a mí ya no me asusta.


El Hilo de Ariadna

miércoles, 2 de agosto de 2017

Eneida la trapecista

Hace algunos años conocí a una señora cubana de 70 y tantos años, recuerdo que la primera vez que nos quedamos solas, me pidió que le pasara "un pomo", me tomó varios minutos saber qué era, entre señas y adivinanzas por fin descubrí que se trataba de un pote.

Ella tenía un Accidente Cerebro Vascular (ACV) que le había inmovilizado la mitad del cuerpo, no podía valerse por sí misma. En aquel momento apenas comenzaba a conocerla y ella me contaba que había sido trapecista junto a su esposo, en algún circo cubano.

Yo dudaba de su cordura, primero porque no tenía referencia alguna de abuelas malabaristas, eso no figuraba dentro de las ocupaciones de las abuelas, al menos de las que yo conocía, en mi mundo se dedicaban a los trabajos del campo, a criar a los hijos, a vender tortas, arepas o majaretes para ganarse la vida y sacar adelante a sus familias. Venezuela es un país con una vasta historia de matriarcados.

Eneida me contaba historias fantásticas, con miles de contorsiones peligrosas que realizaba de la mano de su marido. Por las noches corroboraba esas anécdotas con su hija y ella me aclaró que todas eran ciertas, que el ACV solo había afectado la parte motora de su cuerpo mas no su juicio.

Ella era rubia y de ojos azules, bajita y siempre olía a flores. Le encantaba perfumarse, verse en el espejo y me pedía que la maquillara y le delineara las cejas, yo me esmeraba poniéndole rubor, porque de cualquier manera había que olvidarse de ese castigo que era vivir las 24 horas del día postrada en una cama.

Sus historias atrevidas se quedaron grabadas en mi memoria y sus malabares siempre serán la prueba de que las mujeres son heroínas, capaces de lograr las hazañas más feroces.

Para Eneida una mujer especial.



El Hilo de Ariadna

domingo, 12 de febrero de 2017

Una mujer que fumaba cigarrillo en los 80s

Cada vez que puedo le pregunto a mi tía cómo era la Venezuela de los 80s, ella tenía 20 años y me cuenta que era la época de plena bonanza petrolera, carros lujosos, el Bulevard de Sabana Grande se jactaba de contar con la casas de los diseñadores más reconocidos en el mundo, drogas, apareció el VIH. Caracas era una ciudad cosmopolita, atractiva para los extranjeros, era la meca de la región.

Soda Stereo, Hombres G, Queen, Mecano, son algunas de las bandas que se escuchaban por aquellos años y fumar estaba de moda. Mi abuela tenía unos 44 años, cada vez que quería se iba de viaje a Miami -sola- con un dólar a 4,30, fumaba, trabajaba, no le pedía permiso a su esposo en lo absoluto, era una feminista nata.

Pregunté si mi abuela no era considerada una perdida, por fumar cigarrillos, mi tía aclaró que para nada, "en aquel momento era muy nice fumar, las mujeres que lo hacían tenían clase, incluso eran vistas como poderosas. En esa época no existían campañas en contra del tabaquismo, eso vino después, en los 80s pasaban comerciales fabulosos, recuerdo que había uno de la Belmont que comenzaba con: tucu tucu tucu tuu".

Fiestas descontroladas y grandes hombreras eran otro rasgo de esa época fluorescente, enormes peinados, afros, maquillajes fuertes y cinturones capaces de cortar la respiración, las mujeres comenzaban a deslastrarse del rol de amas de casa y venían usando jeans desde los 70s.

Esa mujer que fumaba cigarrillo en los 80s, planificó tener tres hijos, no más, le decía a su hija que se graduara y se comprara un marido para que cuando este no sirviera lo botara. Era una mujer que no tenía reparo en decir lo que pensaba y que hacía exactamente lo que quería. 

Perfumaba la ropa con Estée Lauder y doblaba las camisas en papel de seda, hasta hoy su closet conserva el olor, era extremadamente celosa con sus labiales y poseía un par de pelucas; cuando el médico le prohibió viajar (por la aneurisma que padecía desde hace varios años), comprendió que ya era vieja y decidió cambiar los tacones por unos mocasines Sebago color vinotinto.

La tía dice que era una "chica plástica" de esas que sudaban Chanel como la canción, sin embargo, esa mujer parca, recibía a todos los amigos que su hija se traía de la escuela, más adelante recibió a muchos homosexuales con el mismo amor, fue una madre para varios de ellos y tenía el don de la palabra. 

Era una época en la que todo era nuevo para todos, lo elemental estaba por averiguarse y el asombro era parte del día a día. La dictadura de Pérez Jiménez había terminado en el 58 y la gente disfrutaba de vivir en democracia.

"Los 80s fueron una época de mucha explosión, el arte te lo encontrabas en todas partes, las obras de: Soto, Cruz Diez, Mateo Manaure, Pascual Navarro (lo veías en la calle a cada rato), Lía Bermúdez, Jacobo Borges, Elsa Gramcko, Pedro León Zapata, estaba la Cátedra del Humor en el Aula Magna de la UCV ¡Eso era lo máximo qué época!", relata mi tía con sollozo.

Los 80s son para mí una década fascinante, soy una fiel exploradora de ella y sobre todo de su música, la percibo como unos eternos carnavales, donde la gente reía, bailaba y la serpentina lo cubría todo. El Caribe rozaba su punto más caliente y el sol se reflejaba en los Fiat Supermirafiori de tonos estridentes. 

Imagino que "Ágarrense de las manos" se escuchaba en los hogares y que ser diferente también estaba de moda y todos estaban en sintonía de estar a la moda. Se leía en los labios la palabra libertad y las mujeres y los hombres se bamboleaban en un ambiente de sensualidad.

Era una Venezuela amigable que recibía inmigrantes como arroz, era el país de las mujeres bellas, de la salsa y del guaguancó. Era una mujer que fumaba cigarrillo en los 80s, así fueran muy caros.




El Hilo de Ariadna

jueves, 26 de enero de 2017

El amante

No sabía si su intuición era una bendición o un castigo, pero podía revelar historias con solo ver miradas.

Esa tarde sus gestos lo delataron. Él era un soldado aunque ese día parecía un triste esclavo, ella percibió lo que haría minutos más tarde y supo que debía marcharse.

Su error fue pensar que siendo un chico de su misma edad era tan ingenuo como ella. Sus rasgos blandos, esa piel lozana y su barbilla perfectamente esculpida como el mármol, lo hacían ver como un ángel y hasta algo adolescente, aunque sus manos de amante experto parecían que habían amado el cuerpo de una mujer por más de un siglo.

Sabía en qué lugar colocar los brazos, la boca y el deseo, era muy joven para conocer tanto, pero lo sabía y ella disfrutaba de ese manjar que le proveía su buen amante. La primera vez que lo hicieron él se las arregló para emborracharla de locura, sus tamaños eran dignos y no generaron ninguna duda, al contrario, ella se entregó como agua que lleva el río y dejó que ese fuego intenso se apagara lentamente con cada lamido.

Esa noche y esa mañana se amaron incansablemente, ella se sintió cómoda y pensó por un momento que él no solo sería su amante sino su novio, porque la complicidad entre ambos era como la de una pareja que comparte risas y secretos de toda una vida. 

Su nombre era Jonás, no parecía ocultar nada, era un muchacho joven pero enfocado, siempre se mostró maduro y con tan buenos modales que parecía haber salido de un claustro de monjes tibetános.

Sus encuentros fueron pocos, él vivía retirado de la ciudad y había dejado claro que no quería nada que lo comprometiera demasiado, ella por respeto a eso no hacía muchas preguntas y se limitaba a disfrutar el momento. Sin embargo, al conocerse, Jonás le habló de una familia a quien le tenía mucho aprecio por su apoyo y hospitalidad, para ese entonces ella no levantó sospechas de algo más, tenía la mala costumbre de creer en la palabra de la gente, vivía en un mundo distinto, se concentraba en lo que realmente le importaba y no perdía el tiempo en especulaciones.

Varias noches, las noches en que Jonás pernoctaba en casa de esa familia, casi no le escribía, incluso hubo veces en que se esfumó como aquel personaje de ojos vendados que ocupaba las tardes de los niños que no tenían cable.

En esa casa había una mujer madura y muy atractiva, ella era la que se encargaba de todo, los llenaba de invitaciones y de regalos, no solo a él sino a resto de jóvenes que allí se reunían. Él hablaba de aquellas veladas sin muchos detalles, pero sí con una intensa devoción. 

Mónica le hacía mimos y lo admiraba, lo veía como un buen muchacho, uno que no sería capaz ni de dañar el ala de una mosca. 

Esa tarde se encontraron en un café y él parecía lejano y algo confundido, le dijo que pasaría la noche en casa de esa buena familia, pero ella sintió una sensación extraña e intuyó que había algo más, actuó normal y terminó la plática con temas triviales, se despidieron en la estación de trenes con un dejo amargo, sus ojos marrones se volvieron más oscuros y la barbilla de él ya no le parecía tan hermosa.

Ella bajó unas cuantas escaleras pero luego decidió devolverse para seguirlo, agarró calle arriba y lo divisó a los lejos, él llevaba pantalones oscuros y daba pisadas firmes, en el trayecto se detuvo en un kiosco a comprar rosas, Mónica observaba a hurtadillas y al ver aquella escena sentía que el corazón pulsaba con más y más fuerza.

Pensó que era ridículo seguirlo pero al mismo tiempo quería saber que se ocultaba detrás de aquella fachada de niño bueno. La respuesta era obvia pero necesitaba verlo con sus propios ojos para finalmente marcharse. 

Jonás seguía caminando con sus rosas en la mano, pero no se veía como un enamorado sino mas bien como un muerto andante, cruzó la avenida Crisanti y Mónica lo seguía con ganas de no haberlo hecho, se sentía tonta y ajena a todo lo que ocurría.

Él se detuvo en un edificio verde con rejas negras y se sentó en la acera, ella esperó una cuadra antes dentro de un centro de llamadas que estaba a punto de cerrar. Eran las seis y media de la tarde y Bogotá lucía más fría y peligrosa que nunca. 

Luego de un par de minutos se atrevió a salir de su escondite y vio a Jonás de pie, hablando por teléfono a un lado de la entrada. A los diez minutos apareció una mujer de unos 45 años, muy elegante de cabello oscuro y piel tersa, llevaba un vestido negro que dejaba ver el buen estado de su figura. Él le entregó las flores y le mordió el labio inferior, rieron como dos amantes de larga data. 

Mónica supo de inmediato que era la mujer de las reuniones, la misma que ella creía era una madre para él. Se dio media vuelta y caminó tan rápido como pudo, tenía una sensación extraña en el cuerpo, en esos segundos la imagen que tenía de Jonás se había evaporado y con ella la ilusión de un romance honesto.

Aquel hombre ya no era un muchacho fresco, sino un hombre curtido y mozo de esa mujer que le doblaba la edad. En ese instante comprendió las ausencias, los silencios y esas manos expertas que la hicieron gritar. También supo que él no era su amante sino el de ella.

Así como decidió caminar de prisa se juró olvidar, no entendía por qué no le habría dicho la verdad, pero ya no tenía caso, tomó un bus y sacó un libro de la cartera, comenzó a leer de camino a casa, esa sería la última vez que vería a Jonás y la última vez que se le ocurriría perseguir a alguien. 




Ariadna García
#Elhilodeariadna


martes, 11 de febrero de 2014

Para las mujeres de cabello largo

Ante todo reciban un cordial saludo, les escribo sin ningún agrado al hacerlo, para hacerles llegar una inquietud, una simple molestia que genera en mi la forma en la que llevan ustedes su cabello largo.

Si lo va a menear, a batir o simplemente a sacudir, tome en cuenta que no hayan personas muy cerca de usted, puesto que estos sujetos pueden salir gravemente lesionados, algunas veces con una punta suya en el ojo, que lo atraviesa casi igual que una espina, otras cuando su cabello está mojado termina empapando al sujeto en cuestión, algunas veces también somos víctimas de cabelleras bañadas en gel fijador o gelatina como usted prefiera llamarlo, y ese mismo gel termina en nuestros brazos dejándonos la sensación de que alguna sustancia gelatinosa se paseó por nuestro cuerpo.

Me resulta muy curioso de verdad como algunas mujeres de esta urbe o sea Caracas, llevan su melena, entiendo su regocijo y orgullo al llevar un largo cabello, que de paso se ha cotizado a precios altísimos en los últimos meses, donde hasta pirañas venían desde Maracaibo a robarles su preciado bien, pero tenga en cuenta portadora de melena larga, que alrededor de su órbita convergen otras personas, ¡sí! Usted no está sola, hay más personas allí, en ese metro, en esa camionetica o en esas calles que transita diariamente, a las que usted sin darse cuenta termina metiéndoles en la boca aquella bola de pelo, molleja situación que pone a cualquiera fuñido de la rabia y de la... Aaaarrrr, y lo mejor de todo usted ni se entera, ni supo, ni volteó, es que ni siquiera sintió que acaba de ahogar a alguien con su hermosa cabellera.

Para ustedes caraqueñas de cabello largo, nosotros los que hemos sido afectados con su arma de seducción, le pedimos ¡por favor! absténgase de estrujarse o batirse el cabello cerca de otros transeúntes, debido a que terminamos con daños severos y en algunos casos, ni siquiera tenemos papel para limpiarnos la sustancia gelatinosa.

Besos y abrazos la multitud… XOXO


AG