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miércoles, 3 de julio de 2019

Empiezo a olvidar los cumpleaños

Caracas; 3 de julio de 2019


Son las 5:24 de la tarde, muevo la taza de té negro y miro la fecha en la pantalla de la computadora. Lo hice tres veces para revisar si había olvidado algún cumpleaños, la respuesta fue no. Mi prima cumple el 11, mi ex el 12 y mi bisabuela el 13. Las fechas están claras en mi cabeza, sin embargo, sé que hacía mucho tiempo que no me preguntaba por ello, que no tenía el cuidado de repasar a quién y cuándo llamar.

Mi bisabuela Ana Lucía nos recordaba hacerlo. En mi familia los natalicios eran sumamente importantes. El ring, ring, ring del teléfono se convertía en un jolgorio. Corríamos a tomarlo para pasarle la llamada al cumpleañero. Hablar con los de Maracay, Margarita o Caracas era una fiesta.

Hasta el último de los días mi bisabuela conservó la tradición. El 2 de marzo de 2015 hizo una llamada desde Yaracuy, era mi cumpleaños, a pesar de la flema y el cansancio que le generaban ya sus 92 años, tomó el teléfono y me habló, duró poco la llamada, pero es quizás el último recuerdo que tengo de su voz. Días después abandonó este mundo; un 15 de marzo a eso de las 7 de la noche, en Maracay.

No hace falta que la familia saque nuestras características al sol, yo misma reviso y encuentro que soy desperdigada, que con frecuencia vivo bajo mis propias reglas y olvido las que me enseñaron, sin embargo, mi abuela siempre viene a mí como una memoria firme e imborrable. Ella viene cada tanto con voz de susurro a decirme que los cumpleaños son importantísimos, que no los olvide, que llame, que escuche la voz de los míos, que celebre el milagro de la vida.

No sé qué era más recio en mi abuela, si sus manos o su voz. Era una morena tosca y ceñuda, parecía tan seria, que nadie hubiese podido creer que esa mujer sonreía. La moldedura de piedra le duraba hasta que sus nietos la rodéabamos. Su cuello fue tantas veces un lugar de refugio, un espacio cálido y tímido, en el que podíamos estar y pernoctar.

Mi bisabuela es lo más parecido a seguridad, con ella podías pensar que la casa no se caería con la lluvia, que la tierra sería siempre fértil, que no se acabarían jamás las tetas de la nevera.

Ana Lucía cumplirá años pronto, el 13 de julio y no sé cómo se celebran los cumpleaños entre el espacio terrenal y el espiritual, nunca había pensando en eso.

Hace cuatro años se fue y probablemente su natalicio ha pasado como pasan estos días veloces en Venezuela. No lo olvido, pero tampoco lo mantengo vivo, no le pico tortas, ni prendo velas, no guardo tradición alguna. No sé si se inventan.

Prefiero pensar en el espacio que seguimos compartiendo los Pérez y los García, esa frontera terrtorial que se extiende entre Yaracuy, Caracas, Maracay, Margarita y Ocumare. Ahora también con Ecuador, Colombia y Perú, porque arreció el horror en nuestro país y muchos de mis primos se fueron. Las llamadas son un poco más lejos, más cortas, con menos jolgorio como las que sucedían en nuestra casa, ubicada en ese pueblo diminuto, donde no faltan las ranas y las matas de lochos.

Empiezo a olvidar los cumpleaños, pero no a ella, ni a su voz. Olvido la rutina, la disciplina, olvido tantas cosas con frecuencia, pero no olvido que es la vida lo más valioso, que es el respeto y la celebración lo que los une, que son nuestros cumpleaños la fiesta de la vida, el gesto que nos hace humanos, es el cariño en la distancia. Eso era su voz y su felicitación: un cariño en la distancia.




Ariadna García
#ElHiloDeAriadna

martes, 1 de enero de 2019

Mi bisabuela, la vidente de la luz en Año Nuevo

Hace apenas unos años atrás, cuando mi familia se reunía toda en Yaracuy, había una especie de tradiciones el 1 de enero. Una de ellas era ver el desfile de las flores que hacen en EEUU o en Londres, yo no lo sé porque nunca me gustó y no me quedaba a verlo. Le prestaba atención al recalentado que íbamos a desayunar y a las palabras de mi bisabuela.



Ana L, quien partió de este mundo hace casi cuatro años, se sentaba en el porche de la casa, veía hacia el horizonte y examinaba la luz. Mi abuela no era demasiado supersticiosa pese a ser de un pueblo que comparte ubicación geográfica con la Montaña de Sorte. 




Sin embargo, lo del 1 de enero era una de las pocas cosas sobrenaturales que recuerdo de ella. Dependiendo del brillo o de la nubosidad, mi abuela diagnosticaba cómo sería el año. La verdad no recuerdo un mal augurio, siempre decía algo como: este año va a ser bueno, miren cómo entró la luz. 




Tal vez mi abuela solo era ese puerto anclado a la esperanza y la transmitía a nosotros. 




Ya no tengo a mi abuela para que me haga las revisiones de los años, tampoco creo haber aprendido a hacerlo, pero hoy vi el cielo y me pareció hermoso, recordé su ritual y a ella. Creo que la luz de hoy le habría gustado. Pienso que le asignaría un buen presagio. 




Mientras conversaba con esa mujer que sigue a mi lado de otras formas, la palabra libertad no se me quitaba de la mente. 




No sé qué depara 2019, pero tengo este cielo que me sonríe, la sabiduría de esa abuela y la palabra libertad entre el corazón y el pensamiento.


Gracias por tanto a Ana Lucía. 

La mujer que me inspira a echarles este cuento corto.



El Hilo de Ariadna

lunes, 2 de abril de 2018

Romperlo todo

"No puedes volver atrás y romperlo todo"...

A veces estamos tan heridos que nos vamos al pasado a hacer añicos lo que hubo, lo que fue, solo para aumentar ese dolor que nos hace miserables, esa frase de allá arriba no es más que una verdad que llevo días sintiendo/viviendo. Vuelvo atrás y rasgo todo, con las uñas, con mis pensamientos, con el verbo, vuelvo para romperme y empezar de cero.

Tal vez no es la manera más idónea de arreglar las cosas, pero es la que conozco. Si fuese un animal sería un caballo, siempre voy hacia adelante, sin pausas, sin tomar aliento, sobrevivo como puedo, solo sé que debo levantarme y continuar, no me quedo en las derrotas, ni en los lamentos, cicatrizo a trompicones, pero cicatrizo, me coso sin anestesia y regreso entera.

Por estos días he llorado, he gritado, he dibujado, he vuelto al pasado para revivir a los muertos, he removido emociones viejas, he buscado lo que no se me ha perdido y ahora solo deseo cerrar la puerta.

Reconozco el dolor, uno que no buscaba, pero cuando se junta todo, es difícil encontrar el cauce de nuevo.  Estoy convencida de que todo lo que lastima no llega solo, es necesario haberle dejado la ventana abierta al huésped y solo tu puedes sacarlo.

Este duende que me recorre las venas debe marcharse, debe entender que soy una mujer feliz, completa, debe llevarse lejos su hedor y su torpeza, debe dejar quieto a este corazón sensible que se abre como árbol frondoso, debe dejar de atormentarme con recuerdos y volver al zapato viejo donde se ocultaba.

Debe entender que este dolor será el puñetazo que lo lleve lejos, porque a mí, a mí ya no me asusta.


El Hilo de Ariadna

lunes, 11 de septiembre de 2017

Café Noisette

El sábado fuimos a Café Noisette, nos sentamos en una pequeña mesita de dos sillas, al frente teníamos un cuarteto de jazzistas que se lucieron con cada tema. Tuvimos una charla maravillosa. Siempre es grato hablar con ella, me contó sobre El Museo del Teclado y me dijo que allí se formaban unas rumbas buenísimas y que iban los mejores músicos de Caracas.

Hablamos de nuestros amores con la misma franqueza de siempre, hablamos de heridas profundas, del perdón, de la violencia, de la comida, del país, de nuestra familia, hablamos de todo, mientras al fondo se escuchaba La Vie En Rose.

Ella bebía una pepsi light y yo un té verde frío, entre cada sorbo, aplaudíamos al grupo y disfrutábamos de un ambiente agradable y clandestino, totalmente aislado de la violencia caraqueña. Mientras conversábamos notaba cómo el reflejo de las plantas le daba en la cara, cargaba unos lentes de pasta morados que le quedan muy bien y la hacen lucir más joven.

O siempre ha sido muy complaciente y lo atribuye a que solo tiene dos sobrinos, esa noche no fue la excepción, me invitó como tantas veces una cena riquísima, así que pude disfrutar de un Tartine de Sardine y de su compañía que es mejor que el jazz, el tartine o todas las crepes de este mundo.

En nuestra familia somos parcos de nacimiento, a veces me provoca darle un apretón o hacerle cariño en sus brazos gordos, pero eso la incomodaría así que me limito a observar sus gestos y a escuchar con atención todo lo que dice. Es una mujer muy sabia y cada cosa que pronuncia es para dejar huella.

Nos acercamos a la caja a pagar la cuenta, el dueño siempre está allí, nos hizo un gesto cariñoso y como otras veces preguntó qué tal habíamos pasado, respondimos que maravillosamente y que no teníamos ganas de marcharnos, pero ya eran las ocho y no es prudente andar por allí. Él asintió con la cabeza y se despidió con un: merci.

Yo quise responder merci beaucoup, pero siento que no me sale bien, así que solo dije: merci.

Tomamos el metro hasta la casa, al salir de la estación caminamos rapidito deseando llegar a la entrada del edificio y sentirnos a salvo, en el trayecto escuchamos una explosión, un impacto raro, yo creí que se trataba de un disparo y me puse nerviosa, corrí hacia la puerta, ya estábamos cerca, ella se agachó, se detuvo. Se crió en un barrio donde los plomazos son constantes y el oído se afina, yo que crecí con el ruido de las ranas y de los grillos, aún no he podido identificar ese chasquido que hace como un -cloc- o un -plop-.

Luego de unos segundos, cuando escuchábamos la risa sádica de tres mujeres que disfrutaban  vernos correr como animales nerviosos, ella me miró con una profunda tristeza y pronunció -ya no podemos salir de noche Ariadna-, la vista la echó hacia la esquina de la calle donde se incendiaba un carro, todo estaba presto para infundir temor y yo cedí.

Subimos en el ascensor con el corazón en la boca, una cena magnífica había sido empañada por una serie de eventos extraños y desafortunados, con su mirada me lo dijo todo: no sabes defenderte de esta violencia y yo tampoco puedo hacerlo por las dos, pudo haber sido un disparo en vez de un triqui traqui, pudo acabar con lo más preciado que tengo, porque así es esta ciudad intranquila y violenta, La Vie en Rose ya no era rose, era un violeta intenso casi negro y sin mucho decir, el miedo fue más grande y nos sumió en un silencio desalentador.

Ya no osamos tomar bebidas en algún lugar, últimamente no hablamos, la calle continúa dando miedo y me sigue gustando el jazz, aún no sé reconocer ese sonido, ni quiero, pero sí sé que sé correr: yo sé correr.


El Hilo de Ariadna

miércoles, 2 de agosto de 2017

Eneida la trapecista

Hace algunos años conocí a una señora cubana de 70 y tantos años, recuerdo que la primera vez que nos quedamos solas, me pidió que le pasara "un pomo", me tomó varios minutos saber qué era, entre señas y adivinanzas por fin descubrí que se trataba de un pote.

Ella tenía un Accidente Cerebro Vascular (ACV) que le había inmovilizado la mitad del cuerpo, no podía valerse por sí misma. En aquel momento apenas comenzaba a conocerla y ella me contaba que había sido trapecista junto a su esposo, en algún circo cubano.

Yo dudaba de su cordura, primero porque no tenía referencia alguna de abuelas malabaristas, eso no figuraba dentro de las ocupaciones de las abuelas, al menos de las que yo conocía, en mi mundo se dedicaban a los trabajos del campo, a criar a los hijos, a vender tortas, arepas o majaretes para ganarse la vida y sacar adelante a sus familias. Venezuela es un país con una vasta historia de matriarcados.

Eneida me contaba historias fantásticas, con miles de contorsiones peligrosas que realizaba de la mano de su marido. Por las noches corroboraba esas anécdotas con su hija y ella me aclaró que todas eran ciertas, que el ACV solo había afectado la parte motora de su cuerpo mas no su juicio.

Ella era rubia y de ojos azules, bajita y siempre olía a flores. Le encantaba perfumarse, verse en el espejo y me pedía que la maquillara y le delineara las cejas, yo me esmeraba poniéndole rubor, porque de cualquier manera había que olvidarse de ese castigo que era vivir las 24 horas del día postrada en una cama.

Sus historias atrevidas se quedaron grabadas en mi memoria y sus malabares siempre serán la prueba de que las mujeres son heroínas, capaces de lograr las hazañas más feroces.

Para Eneida una mujer especial.



El Hilo de Ariadna

martes, 27 de junio de 2017

Foráneos

Por unos pocos días fuimos foráneos en aquella tierra tupida de maleza y agua, por unos días nos miramos a hurtadillas, esquivando palabras y mosquitos, por unos días la corriente era tan fuerte que podía arrastrarnos y lanzarnos lejos, por unos días el cabello se me cubrió de arena y la sal me salpicaba en las mejillas, por unos días me sentí foránea en mi cabeza y quise controlarlo, por unos días fue en vano y sucumbí ante mis deseos, por unos días su piel lucía tostada como el cacao y yo me despedía de la playa y de todo, por unos días yo era una mujer alegre y por otros era como las nubes cuando se condensan.


El Hilo de Ariadna

Todavía quiero a mi ex

Hace casi un año que terminamos, se supone que la distancia de por medio lo hace más fácil, sin embargo, me doy cuenta de que todavía lo extraño.

Fue este domingo cuando fui al Festival de Cine Alemán y vi "Entre nosotros", era sobre una pareja de alemanes de unos 30 años que luchaban contra sus marcadas diferencias para seguir juntos. El acento del protagonista y sus rasgos, me lo recordaron; de pronto me encontré llorando en la sala, llorando con todas mis fuerzas porque lo extrañaba y porque todo en esa película era él.

Al llegar a casa estuve a punto de escribirle un mensaje y contarle todo lo que me había pasado, pero luego pensé que eso solo sería doloroso para ambos y que tal vez a él ni siquiera le interese.

Allá son seis horas más de diferencia y al pensar en escribirle, lo imaginé tendido en la cama con el teléfono en silencio y la alarma puesta a las 07:00 am para que lo despierte cuando vaya al trabajo, lo veo silenciando el celular una y otra vez porque quiere dormir 15 minutos más.

Sale retrasado en su auto blanco y pasará a más de 100 kilómetros por hora, le llegará una nueva multa de 30 euros y le mentará la madre al gobierno alemán.

Recuerdo el intenso y claro azul de sus ojos y por un tiempo breve siento que acaricio de nuevo sus suaves pies. En mi cabeza abrazo su enorme cuerpo y le doy un último beso en la boca.

Ha pasado casi un año, pero todavía quiero a mi ex.


El Hilo de Ariadna

lunes, 20 de febrero de 2017

Belief

Escribo esto porque con frecuencia observo que algunas personas se resisten a aceptar las cosas tal y como son, a aceptar la verdad, dudan de la palabra, dudan de la gente, de lo que ven, dudan de todo y entiendo que duden de la palabra porque es algo que a menudo no se toma en serio, yo me la tomo en serio, en parte porque mi trabajo depende en un 40% de ella, el otro 50% es la veracidad, 5% brevedad y 5% sencillez. 

Si ahora mismo te dijera a ti que me estás leyendo que puedo cocinar dormida, tal vez no me creerías, dudarías y pensarías ¿no? ¿imposible? ¿estás jugando? Aunque eso no es cierto, me he topado con situaciones similares y un ejemplo verdadero es este:

Dentro de una semana cumplo 26 años y hasta ahora no he consumido ninguna droga ilegal, entiéndase: marihuana, cocaína, etcétera. Sólo he ingerido alcohol y fumado cigarrillos un par de veces, aclaro, esto no me hace mejor persona o especial, simplemente no he querido hacerlo, yo encontré la forma de drogarme con chocolates y cafés.

Pero si le dices eso a alguien, seguro no lo creerá y te insistirá ¡es mentira! ¡lo hiciste! ¡ja, por favor! ¡no te hagas la virgen! Lo cierto es que no tienes que demostrarle nada a nadie, solo debes ser tú, confiar en ti y en lo que quieres, el hecho de no drogarte no te hace una mojigata, simplemente eres tú, es tu esencia y eso está bien.

Aunque más de una vez tuve peleas inútiles con gente sorda, luego te das cuenta de que no valen la pena, de que malgastaste segundos en palabras vacías que para esa persona nunca tendrán sentido y es mejor no librar esas batallas.

Mientras escribo esto, escucho Cámara lenta de Javiera Mena y me siento tranquila de no tener que demostrar nada, de no tener que gritarle más a los sordos, porque no tengo que convencer a nadie con mi credo, porque ya tengo mayoría de edad para mandar a la mierda y porque simplemente lo que me resulta molesto no le doy muchas vueltas.

Y aunque más de una vez defendí mi verdad, ya hoy no me importa, al final siempre creerán lo que quieran. Lo importante es qué haces tú con eso. 

Lo importante es cómo te defiendes tu de ti, cómo peleas por mantenerte único y fiel a tu ser, sin limitaciones, sin curitas, sin temores, sin vergüenza, lo importante es que tú sepas la verdad de quién eres y de qué quieres. Lo realmente valioso no es que digas la verdad, es que aprendas a escucharte a ti cuando estás dormido o cuando estás despierto, que sepas hablarte y acariciarte.

En el Hilo de Ariadna no hay espacio para los complejos, para las poses o los prejuicios, yo no critíco, no dudo,  yo creo y vivo. Cuando creo en la palabra creo en que todo es posible y si es posible, tal vez algún día pueda cocinar dormida.

Es mejor creer que pasarse la vida dudando.


El Hilo de Ariadna

miércoles, 8 de febrero de 2017

Y descubrí cómo me gusta el café

En Yaracuy, en las tardes, casi siempre tomábamos café con leche. Recuerdo que mi abuela acostumbraba a mojar el pan dentro y este se volvía completamente aguado hasta desintegrarse.

Mamá lo tomaba igual, para aquel entonces yo no conocía que existían otras formas de prepararlo, ignoraba que le ponían nombres extranjeros o aderezos como la canela o el cacao, mucho menos que se estudiaba para convertirse en barista. No sabía que el café era un arte.

En Albarico la vida era simple y rutinaria, yo comencé a tomar café después de los 10 años, creo, pero poco. Crecí convencida de que a mí también me gustaba con leche, lo que llamamos en Venezuela: un tetero. Hoy, luego de unos años he descubierto que lo prefiero marrón claro, con poca azúcar y bien espeso.

También he encontrado otros hallazgos como que me gusta saborearlo sola, sentada en una mesa por donde transiten la brisa y las personas y ponerme a escribir en cada sorbo.

Por estos días la vida es más compleja, pero recurro a la pausa de esos tiempos, a la quietud de ese pueblo, recurro a las manos grandes de mi abuela, la invoco y la siento cerca de mí, la escucho respirar más fuerte que los árboles, incluso siento que sus hojas me tocan desde lejos.

Ya la taza está por terminar, pero la brisa sopla con más fuerza así que me detengo para percibir cómo barre todo lo bueno y malo que pulula por las calles. La corriente me lleva lejos pero al final me devuelve entera.

Tomar café siempre será una mágica tradición, un ritual para reecontrarme con mi abuela.





El Hilo de Ariadna

domingo, 29 de enero de 2017

Una historia para dormir

La noche además de oscura debería ser clara, así la pienso, serena, en calma; la imagino con un cielo lleno de estrellas y con una ponchera de agua que me cubrirá hasta los pies, al mismo tiempo no da frío, solo es agua y con ella me dejo correr.

Quiero que guardes de esta noche un recuerdo bonito, uno que te lleves hasta el amanecer. Haz de la siesta un ritual sagrado, apaga las luces, enciende una vela, un incienso, coloca música bajita, esa que llena, esa con voces que acurrucan y que te traen al oído cosas bellas.

Hoy mientras leas esto, deseo que tus orejas se sientan consentidas, que tu cuerpo se desplome y se transforme en arena. Esta es una historia para dormir y yo he venido a mecerte.

No olvides apagar las luces y decirte que te quieres, no olvides refugiarte en eso que mañana te hará soñar, nunca te olvides de ti, ni de tus ancestros, toma la punta de los dedos de tus pies y siente lo vivo que estás. Agarra una bocanada de aire y sopla hacia la luna, vístete de blanco, de azules, de turquesas, corre entre el pasto y desvístete mientras lo haces. En la mañana no recordarás nada, pero tu cuerpo lo sabrá apreciar. 

Sueña hasta que puedas y sujétate fuerte, piensa en caracoles, en ríos, piensa en la lluvia que corre mientras duermes, imagina que pisas grama y que la humedad de la tierra es un consuelo, sueña que mañana podrás con todo así ni siquiera puedas levantarte. Intenta cambiar las cosas aunque sea una vez y diviértete cuando lo haces.

Imagina que muerdes cerezas y que un poco de jugo se derrama por tu cuello, convéncete de que tus manos no están tan viejas y de que mañana pilarán maíz con más fuerza. Agárrate de donde no puedas y levántate, sueña con el alba y con la noche, con la risa y con el llanto, abraza la lluvia y la sequía, abraza lo que te rodea porque un día ya no estará más.

Sueña que eres liviano y que eres capaz de ceder, cambia una opinión, doblégate; mira a tu alrededor y entiende que no somos tan grandes. Sé el niño o la niña que se bañaba en la lluvia, sé el niño o la niña que reía, escondéte cuando ya no puedas más y sal cuando seas verdaramente fuerte. Date la mano y aliéntate a hacerlo, duerme y apagad la soberbia, descuídate un rato y sorpréndete.

Toma la manta y susurra palabras que mañana no entenderás, ve hasta donde está tu amor y róbale un beso. Se necesita velentía, pero puedes hacerlo, estás dormido y ya mañana no recordarás. Hazte el aguerrido y no pienses en lo avergonzado que estarías, prueba una vez que nada es tan difícil.

Es curioso pero dormidos somos capaces de todo, lo vimos, lo hicimos, lo sentimos. Intentá mañana hacer eso mismo, pero despierto.



A.G
#Elhilodeariadna


jueves, 26 de enero de 2017

El amante

No sabía si su intuición era una bendición o un castigo, pero podía revelar historias con solo ver miradas.

Esa tarde sus gestos lo delataron. Él era un soldado aunque ese día parecía un triste esclavo, ella percibió lo que haría minutos más tarde y supo que debía marcharse.

Su error fue pensar que siendo un chico de su misma edad era tan ingenuo como ella. Sus rasgos blandos, esa piel lozana y su barbilla perfectamente esculpida como el mármol, lo hacían ver como un ángel y hasta algo adolescente, aunque sus manos de amante experto parecían que habían amado el cuerpo de una mujer por más de un siglo.

Sabía en qué lugar colocar los brazos, la boca y el deseo, era muy joven para conocer tanto, pero lo sabía y ella disfrutaba de ese manjar que le proveía su buen amante. La primera vez que lo hicieron él se las arregló para emborracharla de locura, sus tamaños eran dignos y no generaron ninguna duda, al contrario, ella se entregó como agua que lleva el río y dejó que ese fuego intenso se apagara lentamente con cada lamido.

Esa noche y esa mañana se amaron incansablemente, ella se sintió cómoda y pensó por un momento que él no solo sería su amante sino su novio, porque la complicidad entre ambos era como la de una pareja que comparte risas y secretos de toda una vida. 

Su nombre era Jonás, no parecía ocultar nada, era un muchacho joven pero enfocado, siempre se mostró maduro y con tan buenos modales que parecía haber salido de un claustro de monjes tibetános.

Sus encuentros fueron pocos, él vivía retirado de la ciudad y había dejado claro que no quería nada que lo comprometiera demasiado, ella por respeto a eso no hacía muchas preguntas y se limitaba a disfrutar el momento. Sin embargo, al conocerse, Jonás le habló de una familia a quien le tenía mucho aprecio por su apoyo y hospitalidad, para ese entonces ella no levantó sospechas de algo más, tenía la mala costumbre de creer en la palabra de la gente, vivía en un mundo distinto, se concentraba en lo que realmente le importaba y no perdía el tiempo en especulaciones.

Varias noches, las noches en que Jonás pernoctaba en casa de esa familia, casi no le escribía, incluso hubo veces en que se esfumó como aquel personaje de ojos vendados que ocupaba las tardes de los niños que no tenían cable.

En esa casa había una mujer madura y muy atractiva, ella era la que se encargaba de todo, los llenaba de invitaciones y de regalos, no solo a él sino a resto de jóvenes que allí se reunían. Él hablaba de aquellas veladas sin muchos detalles, pero sí con una intensa devoción. 

Mónica le hacía mimos y lo admiraba, lo veía como un buen muchacho, uno que no sería capaz ni de dañar el ala de una mosca. 

Esa tarde se encontraron en un café y él parecía lejano y algo confundido, le dijo que pasaría la noche en casa de esa buena familia, pero ella sintió una sensación extraña e intuyó que había algo más, actuó normal y terminó la plática con temas triviales, se despidieron en la estación de trenes con un dejo amargo, sus ojos marrones se volvieron más oscuros y la barbilla de él ya no le parecía tan hermosa.

Ella bajó unas cuantas escaleras pero luego decidió devolverse para seguirlo, agarró calle arriba y lo divisó a los lejos, él llevaba pantalones oscuros y daba pisadas firmes, en el trayecto se detuvo en un kiosco a comprar rosas, Mónica observaba a hurtadillas y al ver aquella escena sentía que el corazón pulsaba con más y más fuerza.

Pensó que era ridículo seguirlo pero al mismo tiempo quería saber que se ocultaba detrás de aquella fachada de niño bueno. La respuesta era obvia pero necesitaba verlo con sus propios ojos para finalmente marcharse. 

Jonás seguía caminando con sus rosas en la mano, pero no se veía como un enamorado sino mas bien como un muerto andante, cruzó la avenida Crisanti y Mónica lo seguía con ganas de no haberlo hecho, se sentía tonta y ajena a todo lo que ocurría.

Él se detuvo en un edificio verde con rejas negras y se sentó en la acera, ella esperó una cuadra antes dentro de un centro de llamadas que estaba a punto de cerrar. Eran las seis y media de la tarde y Bogotá lucía más fría y peligrosa que nunca. 

Luego de un par de minutos se atrevió a salir de su escondite y vio a Jonás de pie, hablando por teléfono a un lado de la entrada. A los diez minutos apareció una mujer de unos 45 años, muy elegante de cabello oscuro y piel tersa, llevaba un vestido negro que dejaba ver el buen estado de su figura. Él le entregó las flores y le mordió el labio inferior, rieron como dos amantes de larga data. 

Mónica supo de inmediato que era la mujer de las reuniones, la misma que ella creía era una madre para él. Se dio media vuelta y caminó tan rápido como pudo, tenía una sensación extraña en el cuerpo, en esos segundos la imagen que tenía de Jonás se había evaporado y con ella la ilusión de un romance honesto.

Aquel hombre ya no era un muchacho fresco, sino un hombre curtido y mozo de esa mujer que le doblaba la edad. En ese instante comprendió las ausencias, los silencios y esas manos expertas que la hicieron gritar. También supo que él no era su amante sino el de ella.

Así como decidió caminar de prisa se juró olvidar, no entendía por qué no le habría dicho la verdad, pero ya no tenía caso, tomó un bus y sacó un libro de la cartera, comenzó a leer de camino a casa, esa sería la última vez que vería a Jonás y la última vez que se le ocurriría perseguir a alguien. 




Ariadna García
#Elhilodeariadna


martes, 10 de enero de 2017

Una torta y un café

Martes. Estaba dispuesta a tomar un café, decidí ir a Monsieur, un pequeño restaurant francés con techo rojo que tiene poco menos de dos años en Caracas. Aquí las crêpes no son excelentes, pero el café moca que preparan sí, este contiene una densa capa de chocolate de avellanas que se asienta al final, capaz de hacerte perder la razón por varios minutos y sumergirte en un baño dulce que huele a pecado, por otra parte, la atención del mesonero es maravillosa y eso me basta para volver una y otra vez, además de que él aprende a ser barista en Youtube y cuando voy practica con mi marrón, al que le pone rostro de cerdito.

Este mesonero se llama Angelo y desafortunademente no lo conocerán para cuando vayan, pues, me enteré hace poco que renunció al petit café, para ir tras unos planes más ambiciosos en Barquisimeto.

De camino al lugar mientras subía las escaleras del metro pensaba: ¿en serio irás a tomarte un café, de verdad te comerás una torta? ¿sabes que tu sueldo mínimo no alcanza para esos lujos? eres periodista y encima trabajas en Venezuela, hice caso omiso a los reproches que la Ariadna realista me hacía y seguí presta a consumar mi pecado vespertino.

De pronto me dije: solo quiero hacer lo que me gusta hacer por un instante, así deje todo el salario allí, lo único que deseo es caminar, ver las nubes sobre el Ávila y sentir el inusual frío de Caracas. Al salir de la estación, di pocos pasos y al llegar al café noté que estaba cerrado, había olvidado que no abre los lunes. 

Opté por ir a Amelie otro café cercano, al transitar, clavaba la mirada en el piso, en los adoquines que alguna vez fueron marrones o rojos, ya están muy sucios y gastados, luego observé hacia el norte y vi el cerro, sereno, blanco, limpio, sentía que me aferraba a aquella ciudad ruidosa y al mismo tiempo que me despedía, recuerdo que las nubes aún se veían, el cielo estaba azul y al fondo había un aviso del Hotel Monserrat y otro de Ron Cacice que decía: Ron venezolano el mejor del mundo.

Me detuve en el semaforo, pasaron varios motorizados con sus caras poco afables y sus manos casi siempre en posición extraña.  Inhalé  el humo denso de los viejos carros y esperé el cambio de luz en calma. 

En el trayecto le hablaba a Caracas y me hablaba a mí, explicaba que debo hacer estas cosas mientras siga viviendo aquí. Quiero aprovechar tus lugares, observar tus colores y guardar tus aromas, para escribir más adelante sobre ellos, para recordarlos intactos cuando los extrañe. En cada pisada que doy, siento que una parte de mí se queda

Al llegar a Amelie divisé que estaba abarrotado, por lo que pediría para llevar, es un sitio algo pequeño y con una acústica terrible, sin embargo, coincidencialmente mi amigo Nelson estaba allí, esperando por una mesa, nos saludamos con sorpresa, le reproché por unos desayunos pendientes y finalmente nos sentamos a conversar, a los pocos minutos, apareció otra amiga afuera, salí a saludarla y luego entré a continuar la plática con mi amigo politólogo.

En ese momento volví a hablarme adentro y decía: en otra ciudad no tendré amigos que aparecerán accidentalmente, no habrá caras ni sabores conocidos, tampoco cafés conocidos, me tocará buscarlos sola y descubrir cómo se le dice al guayoyo en esa otra ciudad, tocará construir una vida y hacer nuevos amigos, ver otro cielo y otras nubes, no estará Caracas, ni El Ávila, seguramente tampoco los motorizados, entonces mi corazón se detiene y pregunta¿perder todo eso por una torta y un café?




A.G
Twitter: @Ariadnalimon
Instagram: Ariadnagarci

domingo, 20 de noviembre de 2016

Carta al amor de mi vida que no conozco

Caracas; 20 de noviembre de 2016

Hola, no te conozco pero decidí hacerte una carta hoy 20 de noviembre de 2016, espero que la leas algún día.

Nunca le he podido decir a nadie: eres el amor de mi vida, tal vez, porque le doy muchas vueltas a todo, lo analizo todo, lo racionalizo todo. Pensar en el "amor de mi vida", es pensar en toda una vida, una vida que no sé cuánto durará, ni cómo vendrá, o si existe tal cosa, por lo pronto, me he concentrado en vivirlos, sin llamarlos o etiquetarlos por algún nombre.

Pero a ti, si existes, quiero decirte un par de cosas...

No me importa cómo lucirás, si serás hombre o mujer, si serás bajito, alto, rubia, morena, fuerte o despeinado. 

Me interesa que tengas empatía con la gente, me gustaría que fueras honesto, compasivo, que no seas indiferente ante la desgracia ajena, también quisiera que seas justo, que no seas machista, que me respetes, que seas amoroso y comprensivo.

Me enloquecería que te involucraras en mi vida, seguramente te dejaré sacudirla toda, me gustaría que leyeras lo que escribo, porque luego me encantará escuchar las críticas o que aprendieras a conocerme tanto, que de vez en cuando me compartas imagénes de ilustraciones colores pasteles que tanto me gustan o que sepas también que los cactus me fascinan, así termine pinchada muchas veces.

Me gustaría que aprendieras a detectar cuando quiero estar sola o cuando sólo necesito un abrazo. No estoy ansiosa por conocerte, aunque quisiera saber de qué color lucen tus ojos frente al sol, si sonríes, si tienes cara redonda o de pan cuadrado, si te gusta pintar o prefieres enseñar. Me interesa saber qué hay dentro de tu corazón y si este es capaz de abrirse y de mostrarse sin temor a ser lo que es. 

Quiero que seas libre, verdadero, aunténtico, quiero que te escuches y que me escuches, quiero que me prestes atención cuando te hablo, porque seguramente en ese segundo no habrá nada más importante para mí que tú, quiero que sepas que todo me lo tomo en serio, que las horas contigo serán en serio porque vivo los días intensamente y me cuesta desaprovecharlos, quiero que me digas cuando algo no me queda bien o cuando me vea hermosa, quiero que seas maduro, que no me juzgues, que no me ates, también quiero que estés.

Quiero sentir que puedo confiar en ti y apoyarme cuando mis hombros sean débiles, quiero que sepas que aprendí a estar sola, pero también acompañada, quiero que me des aliento y que me hagas creer que el mundo es bello cuando yo haya perdido la fe en todo.

Quiero que te parezcas al sol, pero sin quemarme.



 El Hilo de Ariadna

viernes, 4 de marzo de 2016

Mi primera vez en el mar

La primera vez que vi el mar era muy pequeña, me sentí como un granito de arena, un granito que brillaba con el sol, al principio  me abrumó, era inmenso y profundo, después supe que yo era parte de él, tanto que no habría valido la vida sin ver el mar.

Sentí su arena calentando mis pies, era suelta, se espolvoreaba, brillaba, era entre gris y marrón muy claro, el sol estaba radiante, no era tan grande como el mar, pero su fuerza era evidente, tan imponente que podía hacernos arder a todos.

A la orilla, la arena yacía húmeda, su gris era más oscuro, era más espesa, pudimos hacer bolas con ella, figuras de diferentes tamaños, por supuesto que, enterramos nuestras extremidades, es probable que nos hayamos hecho los muertos, la arena resultó amigable, nos dejó jugar, siempre nos deja jugar.

La arena se pegó de mi cuerpo, cual post it, parecía una malla grumosa, las bolas que hicimos terminaron en nuestros traseros, el sol picaba, era bonito.

El calor me acercó al agua, no tuve miedo, me sentía en mi hábitat, hasta pensé que debía ser un animal marino, con timidez, metí la punta de los dedos de mis pies, me agaché, sentí el agua con mis manos, era fría, la echaba de un lado a otro, como haciendo una especie de cadencia, cayeron gotas en mis mejillas, mis mejillas de niña, salpicaron gotas en mi pelo negro, mi pelo aún de niña, yo era una mezcla entre arena y mar.

Era mágico, habían risas, había una ráfaga de sol, era una luz que parecía no acabarse nunca, recuerdo mi bañador morado, también llevaba un sol.

Logré conseguir un poco de fuerza y metí todo mi cuerpo en el agua, vi azules de dos tonos, al comienzo era turquesa, mar adentro era más oscuro, tan oscuro como la noche. Adentro me sentí segura, volví a jugar, el agua me cubría hasta los hombros, había enchumbado mi pelo negro y mis pestañas, el agua revoloteaba como un pájaro hasta llegar a mi boca, el agua era un niño pequeño.

El día en el mar parecía infinito, el sonido de la brisa era serena, nos llamaron para comer sándwich con diablito y salsa rosada, salimos corriendo, bajo la sombrilla nos esperaba mi tía, se veía bella, era su primera vez en el mar luego de la operación, a mi tía le habían hecho una mastectomía, ese día se atrevió a ponerse un bañador, lo lucía tranquila, era igual que la brisa, serena...

Comimos alegres, tomamos colita, mi mamá hizo una torta de auyama con pasas, también la comimos. Nos pusimos 15 minutos bajo el sol, el sol nos sacó pepitas de sudor en la nariz, el cabello se nos metía en la boca con la brisa, el cielo estaba azul claro, las nubes eran blaquitas, blanquitas.

Las abuelas nos llamaban, decían que nos íbamos a "chicharronar", que regresáramos, nosotros inventábamos cualquier excusa, disfrutábamos ver pasar a todos, con sus trajes de baños curiosos, a la pareja más viejita que haya sobrevivido jamás, al deportista que recorría la playa de punta a punta, a los que se quedaban un rato, viendo como se les hundían las huellas, al señor de los afrodisíacos, con nombres que no eran para niños, al vendedor de las pulseritas de colores, al heladero con el carrito de Tío Rico, al perro que se metía con gusto en el agua y se salía para entrar con más fuerza, disfrutamos cada segundo de ese día.

Mi primera vez en el mar la recuerdo así, como el día más bonito de mi familia, como el día más genuino de la vida, como si lo nuevo fuese una joya inmortal.

Mis pies arden ahora en la arena, porque este día de playa se desvanece.

La familia es una joya eterna.



sábado, 27 de febrero de 2016

La mujer de la esquina Pueyrredón

Buenos Aires; 23 de febrero de 2013





Eran las siete de la mañana, salí al trabajo como de costumbre, esperaba el bondi, de pronto llegó una chica muy atractiva, llevaba una falda azul muy ajustada hasta la pantorrilla, una camisa abierta color crema y tenía un cabello marrón brillante que se soltaba por todas partes, me vio de reojo se rascó el labio inferior, siguió mirándome, yo ya estaba un poco nervioso, escudriñaba todo su cuerpo con mis ojos, sentí que me metía en sus piernas, fue evidente que me provocó una erección, ella sonreía y movía el meñique de su mano izquierda como en una especie de tic.

Intuí que debía caminar, me metí hacia la esquina de Pueyrredón, no me atrevía a voltear, quería que esa chica me siguiera, pero era algo loco y desenfrenado, seguí caminando atónito, me sentía como un pibe de 18 años, hasta que empecé a oír sus pasos. La calle parecía estar sola, me detuve, nos vimos frente a frente, comenzamos a besarnos apresuradamente, mi pene estaba totalmente rígido, su aparatosa falda gustosamente se corrió y dejó entrar mi mano, pude tocar y sentir lo húmeda que estaba, me besaba, tenía un olor como a hierba, era fresca y cálida.

No habían pasado ni cinco minutos, eran tocadas y lamidas por segundo, su mano se sentía pequeña y suave, me apretaba fuerte, yo ya no podía más, saqué un condón y me lo puse, la penetré, su cara era de gozo, parecía desmayarse sobre mí, apreté sus glúteos, pude sentir su carne, la besé, la besé en los ojos, como hubiese querido tocar y besar su senos, la levanté un centímetro del piso y fue como si   me elevaba, aquello me estaba llevando a otra dimensión. No dijimos ni una sola palabra, no supe su nombre, ni su dirección , nada.

Han pasado tres años y aún pienso en ella, aún siento como si la besara, no cambio la ruta, voy y espero el bondi cada día en el mismo lugar, no sucede nada.

Esa mujer apareció ese día para trastornarme, para atormentarme, la deseo, la quiero de vuelta.

Todas las mañanas la busco en la esquina de Pueyrredón, son 1095 días sin éxito.

Tiene que ser de verdad, llevo tres años recordándola, tres años buscándola y aún no he visto si quiera una falda parecida...




jueves, 3 de diciembre de 2015

No me hables con violencia

Este diario que no es secreto, pero que recoge muchas veces mi intimidad, es la ponchera donde lavo mi cara triste, cuando no desaparece.

-No me toques con violencia.

Escribo cuando estoy triste, es una verdad. Escribo cuando las desgarraduras de mi alma llegan a la ropa, cuando se vuelven táctiles. Hoy me siento triste, hoy estoy triste, hoy nada me consuela.

Supongo que este dolor me hace responsable, porque conozco las causas de mis dolencias, pero me mantengo inmóvil, no hago nada para acortarlas, solo tengo esta pantalla y mis palabras, para intentar curar lo que siento.

-Y no te hablo con violencia.

-Me reprochas.

Intento susurrar un grito que se mueve dentro, intento hacer algo, pero no hago nada. Volvió la tristeza, maldita sea. Siento un dolor en el pecho y un vacío profundo que se refleja en mi mirada, en qué momento quise esto.

-Nunca lo quise, no te miro con violencia.

Me siento enredada, es una sensación que me causa un estupor tremendo, me siento pesada entre mis sábanas y los recuerdos, vienen las heridas del pasado como demonios. Vienen a mí, a estrujarme, vienen a tocarme. Viene a mi una verdad, que pongo en un hilo y la balanceo, con la intención de que se voltee y no sea verdad.

-No te hablo con violencia.

Te escucho... Presto atención a ese sustico que crece en tu pecho, te conoces muy bien, no has cambiado, encuentras cosas del 2007 cuando eras una adolescente, un test psicológico, un mapa de vida, un libro, una ficha, lees cosas que te recuerdan, que te describen, no eran hojas sueltas, eran pruebas de que has mantenido tu esencia, lees cosas de una chica sorprendente.

-Por eso, maldita sea, no te toques con violencia.

Reconocer el fracaso se me hace difícil, pero la sensatez me acompaña, saldré de esto, tal vez no ilesa, pero saldré y lo importante es salir, respirar, respirar la libertad de estar vivos.

Quisiera ponerte un pañito de agua caliente y quitar ese susto que se alojó en tu corazón chiquito, me contaron que los pañitos de agua caliente curan la fiebre, entonces yo podría curarte a ti. Muchas veces se está perdido, y más cuando estamos grandes, cuando nos creemos seguros de tomar las mejores decisiones, pero que va, niña mía, somos todos unos pendejos. El susto pasará, pero yo seguiré aquí, tal vez con otro diseño, otro teclado, pero seguiré aquí.

-Por favor no te toques con violencia.





Ariadna García

domingo, 31 de mayo de 2015

Poema a las moras

Él era las moras y no porque fuera dulce o rojo, él era las moras porque ella podía mirarlo con amor.

Para ti cuerpo grande, cuerpo blanco, cuerpo hermoso
Para ti ojos cálidos y azules
Para ti boca dulce que te abres al verme
Para ti pies blandos que sentí por un instante
Para ti que supiste mostrar tu bondad
Para ti que me observaste con cautela de principio a fin
Para ti que descubriste mi delito culinario
Para ti que cerrado a los sabores me elegiste a mí
Para ti que cerrado al amor exclamaste ¡Estoy enamorado!
Para ti que en mi delirio te mostraste calmado
Para ti que te quedaste
Para ti que por ti llego tan lejos, para ti que por mí lo haría de nuevo

Para ti que me haces soñar…


Ariadna García

lunes, 24 de noviembre de 2014

Mi relación con Caracas es como mi relación con Dios

No sé si nos estamos alejando o acercando...

Caracas 22 de noviembre de 2014; 06:10 pm.


Caracas ¡chica! Qué relación tan enfermiza esta que hemos tenido tú y yo en los últimos años, yo te amo, comencé a disfrutarte, a caminarte, a balancearme en ti, aprendí a cuidarme de ti, de tu violencia que no es tuya sino de otros. Admito que cuando he visto esas guacamayas volar sobre mí se me pasa todo, se me olvida la violencia, el hedor de Chacaíto, hasta el ruido tormentoso de los motorizados, ese ruido que me convirtió en una persona temerosa, con sobresaltos ante el asomo de cualquier peligro.  

Si me preguntas cuanto duraremos tú y yo, te diría que toda la vida. Pero por ahora creo que es necesario separarnos, no podemos seguir así Caracas, ya no tengo la tranquilidad para soportarte, ni tampoco veo cerca las respuestas para ayudarte. Veo que estás muy herida, contaminada, viciada y muy perturbada.

Creo que te matamos primero a ti.

Anoche volviste a asustarme y sentí que no estoy preparada para vivir así, con esa angustia en el pecho y ese temblor en las manos.

Atendí una llamada y eso bastó para desatar la furia; dos chicos me siguieron y enseguida noté que iban a robarme, tal vez es una tontería, sé que otros han vivido cosas peores en tus calles, pero esos cinco minutos en llegar a la caseta del metro, fueron como una carrera por mi vida. Llegué pedí ayuda y ahí me quedé hasta que se fueron.

Afortunadamente pude esperar, calmarme y regresarme, no me atreví a salir de la estación.
Pero Caracas, aquí con mi corazón te digo -no me gusta que me toquen conocidos, mucho menos extraños, estoy consciente de mis alcances y de los tuyos y por eso te digo -no podemos seguir así-.

No quiero encerrarme en un cuarto a ver como pasan las horas, pero tampoco quiero sentir el corazón salido de mi boca, cada vez que pongo un pie en la calle.

Caracas no te digo hasta aquí, porque obsesivamente me cuesta alejarme y desprenderme. 

Pero con miedo te digo: no nos hagamos más daño.

No puedo y sé que tu tampoco resistes más.

Con amor y con pasión te beso y te digo: basta.




A.G