viernes, 3 de abril de 2020

Por qué el vídeo Yo perreo sola de Bad Bunny no se debe "pichear"

En Puerto Rico "pichear" significa ignorar. Recientemente Bad Bunny estrenó el vídeo "Yo perreo sola". Algunos lo desestimaron al afirmar que otros artistas ya habían desafiado esos estereotipos.

Es poco acertado pensar que Bad Bunny "se convierte en mujer" o que en nombre de #NiUnaMenos busca fama; va mucho más allá. Benito Martínez nos enseña que transgrede sus propios límites, así como las reglas del mundo del trap y del reguetón, este último históricamente sexista, en el cual las mujeres suelen salir en ropa interior alrededor de los gánster, casi siempre como bailarinas -no como cantantes-.

Bunny nos muestra que los hombres también perrean -menean la cola-, que visten de rosado, que se imaginan o llevan senos. Al final Yo perreo sola es un guiño a las nuevas masculinidades; una bofetada a esa rígida separación que existe entre hombres y mujeres.

Bad Bunny, sin duda, es un aliado de las mujeres. En ese vídeo señala que no está mal verse como mujer, que eso no cambiará tu orientación sexual, que ser femenino no es signo de debilidad.

Hace poco Benito Martínez salió con falda en una entrevista y una vez más nos cacheteó con ¿qué importa para quién son las faldas si a mí me apetece usar una?

Valoremos estas pequeñas, pero significativas muestras de pluralidad. Entendamos que ahora más que nunca existe una revolución en el mundo de los géneros.

La gente ha entendido que no podemos seguir como íbamos. Los estereotipos, los prejuicios, jamás terminan; derribarlos es un trabajo diario, que requiere de todos. Bienvenidos los de antes, los de ahora, los que vendrán. ¡Yo perreo sola!




Ariadna García

Instagram @Ariadna_limon 
Twitter @Ariadnalimon

martes, 7 de enero de 2020

Vendedores ambulantes

Observo a un conductor de autobús, en un terminal que huele a yodo, lleva puesta una camisa manga larga, correa de cuero, pantalón y zapatos de vestir en medio de temperaturas que rozan los 35 grados. Hace un calor intenso, en los autos el armazón se pone tan caliente que por un momento sientes que esas latas destartaladas saltarán y llegarán directo a tu cara.

Al menos el color de las camisas es rosado y no gris, ese gris denso y oscuro que expiden los tubos de escape de estos carros. A pesar de que este lugar parece un museo del óxido, ahora mismo hay un olor a coco. Se parece al de esas fragancias que venden en la playa. Esos aceites de dudosa procedencia que hacen que tu cuerpo pase de un blanco asiático a un impecable zanahoria. 

No logro detectar de dónde proviene el olor, apenas diviso a un hombre de franelilla blanca que fuma un cigarro recostado a uno de estos enormes autobuses. No creo que los cigarrillos hayan evolucionado tanto que en vez de oler a monoxido de carbono ahora huelan a esa fruta tropical que en este país se ha vuelto tan cotizada.

En estos 20 minutos que llevo aquí, quizás exagero, los vendedores ambulantes no han parado de entrar y salir. Primero fue una mujer que cuando los pasajeros no le respondieron "amén", aclaró que decir "Dios los bendiga no bendice a quien lo dice, sino a quien lo recibe". Esa misma frase la repitió tres veces, en pocos segundos y sin alterar el orden de ninguna de las palabras.

"Por eso hay que decir amén, porque Dios es el que bendice". Luego un hombre que vendía chupis y detrás de él una anciana que ofrecía enormes barras de chocolate. "Llévela para que esta noche duerma como un toro", dijo. Eso parecía más bien la publicidad de un fármaco para la erección que una golosina, como esta ciudad se llena tanto de productos importados, no es descabellado pensar que esa barra a la que no alcancé a verle el nombre, pero que empieza a ser popular entre los vendedores, incluya algo más que simples dosis de carbohidratos. 

Pasaron unos minutos y finalmente este camastro tomará rumbo hacia ese pueblo lleno de historias espiritistas. Pero pasó algo que desentona con el inicio de este relato y es que el chofer que conducirá este autobús no carga puesta la camisa de vestir. Lleva una franela gris como esas que usan los hombres para hacer ejercicio. La camisa rosada percudida va colgada de un gancho justo detrás de su espalda.

Nos fuimos. 

Detrás de el portón que se abre para darnos paso todo a mi alrededor es rojo. Rojo como el de las franjas del bolso tricolor que lleva puesto uno de los últimos hombres que se subió al autobús.

"Que tengan buen viaje", soltó una mujer que estaba sentada en el piso.

Caracas; sábado 12 de octubre


Ariadna García

El Hilo de Ariadna

lunes, 7 de octubre de 2019

La fiesta solo era en la Av. Sur 21

No es habitual que salga de la oficina cuando ya se ha puesto oscuro. Sin embargo, al irme ayer, era casi de noche. Crucé el semáforo y subí por la calle de la avenida Sur 21, me sorprendió ver el show de luces que hay en ese pequeño tramo de adoquines que, ahora se llena de cafés y sitios lujosos. Era una luz violeta con un techo de otras luces del color de la bandera. A mi lado derecho había un puesto de paletas y al izquierdo muchísima gente se tomaba fotos. En distintos pedazos de esa calle las personas fotografiaban. Unos pasos más adelante, en la plaza El Venezolano, había fiesta, música, gente. El lugar estaba algo oscuro, pero eso no impedía que estuvieran allí.
De pronto me sentí completamente ajena a esa juerga en la que no participaba. Yo caminaba con prisa por miedo a no hallar autobús y mis manos seguían heladas por el frío de la oficina o tal vez era el frío que me produce Caracas en las noches.

En el resto del camino había más música, milicianos afuera del Techo de la Ballena. Otros locales medio llenos, medio vacíos. La plaza Bolívar medio iluminada, medio oscura.
Esa calle con luces violeta me recordó que el resto de las calles del país ni tienen tanta vida, ni tienen tanta luz. Esa calle es tan ajena al resto de los hechos que se solapan día tras días. Esa calle era como el glacial que era mi cuerpo.
Alcancé la avenida y a los 10 minutos pasó un bus. Lo tomé aliviada. Comenzamos a rodar y como siempre yo clavaba la mirada en los autos que se volvieron viejos, en las calles en la penumbra o en los edificios roídos. Había gente y de nuevo me sorprendió, dado a que no paso a esa hora por allí. La plaza La Candelaria estaba a media luz, no precisamente daba un aspecto romántico, pero lucía llena.
Más adelante por el mercado Guaicaipuro una chica paseaba a su Golden retriever, en una calle donde crees que te despojarán de todo. Ella se movía con tanta serenidad que dije: ¡Indudablemente yo vivo en otro país -en mi cabeza-!
Un hombre que llevaba una bolsa con latas se subió al autobús y se quedó guindado de la puerta, como si él mismo se impusiera que un latero no puede sentarse en los asientos, igual que el resto. El carro viejo empezó a hacer un sonido raro. El conductor paró y su ayudante revisó no sé qué cosas en la rueda derecha. El auto hacía como un aparato eléctrico que te hará bajar de peso con vibraciones en la barriga. Sonaba cada vez más fuerte y mientras atravesábamos Maripérez yo rezaba para que no se accidentara en esa zona donde ya no quedaba luz.
Recé tres padre nuestros y pensé: cómo una va a ser atea en Venezuela si siempre estás implorando 'que no se vaya luz, que consiga autobús, que tenga agua en casa, que no se quede varada esta chatarra'.
El conductor se detuvo más adelante. Hubo que hacer una revisión más completa y el colector le explicó que debían sacar toda la pieza, al igual que había pasado entre semana. Allí mismo decidieron dejarle el asunto a un amigo mecánico para el sábado.
Seguimos en la ruta y el carro se fue vaciando. Apenas tres mujeres quedábamos allí. A medida que avanzábamos la luz en los faroles escaseaba más y más. El carro cada tanto nos recordaba su desperfecto y yo ya más cerca de casa dejaba de rezar el Padre Nuestro y empezaba a imaginar la cama y el gato que me esperaban.
Atravesamos la Universidad Central y esa sí que no sabe de show de luces, de juerga, de gente que baila. El campus era una selva oscura donde no alumbraban ni los ojos de algunos animales que deambulan por allí.
La fiesta solo era en la Av. Sur 21.
Caracas; viernes 4 de octubre.
Ariadna García
#elhilodeariadna

jueves, 15 de agosto de 2019

Hallar normalidad después de la luz

Caracas; 14 de marzo de 2019

Intento encontrarle la normalidad a los días. Estos que preceden a los oscuros que se multiplicaron por cinco. 

Vengo aquí, a una plaza, me tomo un té, veo niños jugar con la pelota, gente pasear a sus perros, veo luz que sale de los postes y creo que todos ellos hallaron la normalidad primero que yo. Ahora mismo un grupo hace ejercicios. Suben las manos, bajan el cuello, giran el cuerpo de un lado a otro.

Todo indica que la vida siguió de la misma manera que sigue siempre. Inalterable, decidida, marcada.
La vida no tiene prisa, pero tampoco detiene sus pasos, solo sigue. 

Aquí y ahora la vida siguió. 

En cambio yo decido salir a la calle este jueves, justamente el día que recuerda esa oscuridad que nos atareó la rutina, las horas, el sueño, las comidas. Lo alteró todo. Se impuso como lo hacen ellos, sin piedad, sin levedad, sin temor. 

Elijo este lugar y en el camino hago un reconocimiento de las calles, los edificios. Los miro como si fuera la primera vez, como extraños, como si tantas otras veces no caminé por aquí. 

Siento como si por varios días estuve ciega y ahora tanteo las paredes con la punta de mis dedos. Veo la ciudad, los veo a ellos que están sentados en el piso, haciendo movimientos y creo que vuelvo, que la brisa trae lo perdido, que este dolor que descorazona el pecho se irá y que cuando menos lo espere estaré otra vez en una plaza, subiendo las manos, girando el cuerpo de un lado a otro.

Haciendo contorsiones. 

Nota: el 7 de marzo de 2019 Venezuela sufrió un gran apagón que se extendió por cinco días en la mayoría de los estados. En el Zulia el corte de luz se prolongó esa semana por 100 horas. Hasta la fecha se mantienen las fallas eléctricas en todo el país.



El Hilo de Ariadna

miércoles, 3 de julio de 2019

Empiezo a olvidar los cumpleaños

Caracas; 3 de julio de 2019


Son las 5:24 de la tarde, muevo la taza de té negro y miro la fecha en la pantalla de la computadora. Lo hice tres veces para revisar si había olvidado algún cumpleaños, la respuesta fue no. Mi prima cumple el 11, mi ex el 12 y mi bisabuela el 13. Las fechas están claras en mi cabeza, sin embargo, sé que hacía mucho tiempo que no me preguntaba por ello, que no tenía el cuidado de repasar a quién y cuándo llamar.

Mi bisabuela Ana Lucía nos recordaba hacerlo. En mi familia los natalicios eran sumamente importantes. El ring, ring, ring del teléfono se convertía en un jolgorio. Corríamos a tomarlo para pasarle la llamada al cumpleañero. Hablar con los de Maracay, Margarita o Caracas era una fiesta.

Hasta el último de los días mi bisabuela conservó la tradición. El 2 de marzo de 2015 hizo una llamada desde Yaracuy, era mi cumpleaños, a pesar de la flema y el cansancio que le generaban ya sus 92 años, tomó el teléfono y me habló, duró poco la llamada, pero es quizás el último recuerdo que tengo de su voz. Días después abandonó este mundo; un 15 de marzo a eso de las 7 de la noche, en Maracay.

No hace falta que la familia saque nuestras características al sol, yo misma reviso y encuentro que soy desperdigada, que con frecuencia vivo bajo mis propias reglas y olvido las que me enseñaron, sin embargo, mi abuela siempre viene a mí como una memoria firme e imborrable. Ella viene cada tanto con voz de susurro a decirme que los cumpleaños son importantísimos, que no los olvide, que llame, que escuche la voz de los míos, que celebre el milagro de la vida.

No sé qué era más recio en mi abuela, si sus manos o su voz. Era una morena tosca y ceñuda, parecía tan seria, que nadie hubiese podido creer que esa mujer sonreía. La moldedura de piedra le duraba hasta que sus nietos la rodéabamos. Su cuello fue tantas veces un lugar de refugio, un espacio cálido y tímido, en el que podíamos estar y pernoctar.

Mi bisabuela es lo más parecido a seguridad, con ella podías pensar que la casa no se caería con la lluvia, que la tierra sería siempre fértil, que no se acabarían jamás las tetas de la nevera.

Ana Lucía cumplirá años pronto, el 13 de julio y no sé cómo se celebran los cumpleaños entre el espacio terrenal y el espiritual, nunca había pensando en eso.

Hace cuatro años se fue y probablemente su natalicio ha pasado como pasan estos días veloces en Venezuela. No lo olvido, pero tampoco lo mantengo vivo, no le pico tortas, ni prendo velas, no guardo tradición alguna. No sé si se inventan.

Prefiero pensar en el espacio que seguimos compartiendo los Pérez y los García, esa frontera terrtorial que se extiende entre Yaracuy, Caracas, Maracay, Margarita y Ocumare. Ahora también con Ecuador, Colombia y Perú, porque arreció el horror en nuestro país y muchos de mis primos se fueron. Las llamadas son un poco más lejos, más cortas, con menos jolgorio como las que sucedían en nuestra casa, ubicada en ese pueblo diminuto, donde no faltan las ranas y las matas de lochos.

Empiezo a olvidar los cumpleaños, pero no a ella, ni a su voz. Olvido la rutina, la disciplina, olvido tantas cosas con frecuencia, pero no olvido que es la vida lo más valioso, que es el respeto y la celebración lo que los une, que son nuestros cumpleaños la fiesta de la vida, el gesto que nos hace humanos, es el cariño en la distancia. Eso era su voz y su felicitación: un cariño en la distancia.




Ariadna García
#ElHiloDeAriadna

jueves, 13 de junio de 2019

Lo peligroso del "paren de parir" venezolanas de Claudia Palacios

"Cada vez que veo un venezolano en las calles pidiendo dinero con un bebé en sus brazos, me pregunto por qué las personas con el futuro absolutamente incierto traen hijos al mundo". La pregunta se la hace la periodista colombiana Claudia Palacios en su artículo de opinión "Paren de parir", publicado este jueves 13 de junio en el diario El Tiempo, dirigido a las migrantes venezolanas que residen en Colombia. La inquietud de Palacios pudo haberse resuelto si conociera las altas cifras de embarazo adolescente en la región. América Latina posee la segunda tasa más alta de embarazos precoces en el mundo. En este artículo se intentará darle respuesta a la pregunta de Claudia Palacios y a los claudios del mundo, que lejos de investigar y empatizar, hablan desde la ignorancia y el desprecio. 

República Dominicana encabeza la mayor tasa de embarazo adolescente con 100,6 nacimientos por cada mil menores, le sigue Nicaragua con 92,8, Guatemala con 84, Venezuela con 80,9, Panamá 76,5 y Ecuador con 77,3 por cada mil jóvenes. Estos cinco países registran las tasas más altas de embarazos precoces en América Latina, según cifras de la División de Población de Naciones Unidas. 

De manera básica responderé la inquietud de la periodista ¿Por qué estas mujeres se embarazan? ¿Por qué si son tan pobres, si no tienen un techo, comida, por qué se "reproducen"? ¿Por qué no dejan de "parir"? ¿Por qué no se cuidan? Porque: desde el Estado venezolano se plantea y se informa sobre el embarazo como vía de superación, porque desde 2015 y antes no existen campañas de educación sexual y reproductiva, porque el Ministerio de Salud no entrega cifras, porque hoy en pleno 2019 los venezolanos desconocen cuál es la tasa de natalidad, porque más del 60% de la población vive en pobreza extrema y 87% en pobreza por ingreso, según la Encuesta Sobre Condiciones de Vida en Venezuela 2017, porque una persona a la que sus ingresos mensuales no le permiten costear una alimentación básica, no destinará lo poco en anticonceptivos, porque es una población vulnerable que emigra en condiciones de refugiada y porque en resumen: la falta de educación hará de Venezuela y de América Latina una región con la tasa de embarazos más alta del mundo.

Por qué son tan peligrosas las palabras de Claudia Palacios y por qué merecen toda la atención y respuesta de organizaciones de derechos humanos y de la mujer, así como de los ciudadanos que aspiran a una región más justa, con desarrollo y oportunidades para los jóvenes. Porque el lenguaje de Claudia Palacios incita a la xenofobia, estigmatiza a los migrantes venezolanos y podría tener eco dentro del Senado colombiano, ONG, personas influyentes, quienes se sentirían persuadidas con "Paren de parir", por citar ejemplos.  Claudia Palacios le habló a esos claudios del mundo, que solo están a la espera de un llamado para desatar el odio y los ataques a una población vulnerable. No se trata de alguien sin peso dentro de un país, se trata de una periodista reconocida y del medio con la mayor circulación y antigüedad en Colombia.

Lo primero que pensé al leer el texto fue en las prácticas de Alberto Fujimori en Perú, en las que se esterilizaron a miles de mujeres en contra de su voluntad y por las que el expresidente fue condenado a prisión. Es ingenuo pensar que es exagerado, todo mensaje produce reacciones y tiene impacto en la sociedad. El Tiempo sirvió de plataforma para reproducir mensajes que casi pudieran compararse con los antisemitas. 

"Pero, queridos venezolanos, acá no es como en su país, y qué bueno que no lo es, pues a punta de subsidios el socialismo del siglo XXI convirtió en paupérrimo al más rico país de la región. Así que la mejor manera de ser bien recibidos es tener conciencia de que, a pesar de los problemas internos, Colombia se las ha arreglado como ningún país para recibirlos, pero si ustedes se siguen reproduciendo como lo están haciendo, sería aún más difícil verlos como oportunidad para el desarrollo que como problema", en esta otra parte del artículo la periodista habla de lo bueno que resulta que su país no sea como Venezuela, aquí también le aclararé algo.

Nadie quiere, idea, piensa que otro país puede ser mejor que el de ellos. Los cuatro millones de migrantes venezolanos que huyen de una crisis feroz no lo hacen porque Venezuela haya dejado de ser mejor que Colombia, no. Esa gente que hoy duerme en otros lugares, en plazas, en cuartos que no son los suyos, casas que no huelen a las suyas. Esos extranjeros que usted desprecia, muchos de ellos, se acuestan hoy soñando con poder volver al país que dejaron. Le apuesto que para ellos las empanadas en el desayuno jamás serán igualadas por una arepa boyacense o un pan hojaldrado. Para los venezolanos Venezuela siempre será mejor y su artículo Claudia Palacios nos recuerda que "qué bueno que nuestro país no es como el suyo". 

Que Venezuela se volvió un problema para la región, sí. Que el Estado colombiano mantiene deudas con hospitales de Cúcuta por atenciones a venezolanos, sí. Que los migrantes afectan la economía fronteriza por ventas ilegales, sí. Que el número de personas que llega afecta la estabilidad laboral de los colombianos, probablemente. Que el nacimiento de 20.000 niños en suelo colombiano sea un reto, sí. Depende de los Estados definir políticas migratorias que garanticen el respeto a los DDHH de los migrantes y también de la estabilidad de sus habitantes. Depende de las autoridades reaccionar eficientemente ante a la presión que genera la crisis migratoria más importante de la historia reciente de América Latina y, depende de sus ciudadanos educar, ser empáticos y contribuir a la construcción de un mundo donde nadie tenga que huir y ser rechazado en ninguna parte del mundo, uno donde no exista más un "paren de parir". 

Los datos de embarazos precoces fueron sacados del medio Deustche Welle, en el trabajo: América Latina y el desafío de reducir las altas cifras de embarazo adolescente. 

jueves, 25 de abril de 2019

La ruralización de Ocumare del Tuy viaja en Metro hasta Caracas

La ruralización de lo que se ha convertido la vida en Ocumare del Tuy, Santa Teresa, Los Valles, viaja en Metro a Caracas, así lo presencio todos los días. Cada vez es más común ver personas con sacos de verduras al hombro, racimos de cilantros en las manos.

Hoy un hombre llevaba una bolsa llena de algo que parecía sardinas y que dejó el piso encharcado de sangre. Los hedores también se concentran de un lado a otro en los vagones. Los mendigos, los desnutridos también son más, cada día más.

Viajar todos los días en la Línea 3 es enfrentarse a una población que cambia, que pierde la urbanidad. Me convenzo de que pronto veré gallinas, conejos y de todo lo que la gente pueda traer a la ciudad para comerciar, para sobrevivir.

Una vez vi a un señor que llevaba en las piernas la piel de un chivo, desconozco cuál es el proceso, pero el animal aún olía, parte del vagón estaba impregnado. El anciano le dijo al alguien "De aquí salen 15 pares de zapatos". La escena era rarísima. Nueva.

Hace como dos años en una conversación con amigos dije: "Me preocupa la ruralización de Caracas", todos se rieron, yo también. Hoy el chiste se volvió verdad, nuestros modos de vida se desdibujaron. La ruralización nos alcanzó.

Ariadna García