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lunes, 7 de octubre de 2019

La fiesta solo era en la Av. Sur 21

No es habitual que salga de la oficina cuando ya se ha puesto oscuro. Sin embargo, al irme ayer, era casi de noche. Crucé el semáforo y subí por la calle de la avenida Sur 21, me sorprendió ver el show de luces que hay en ese pequeño tramo de adoquines que, ahora se llena de cafés y sitios lujosos. Era una luz violeta con un techo de otras luces del color de la bandera. A mi lado derecho había un puesto de paletas y al izquierdo muchísima gente se tomaba fotos. En distintos pedazos de esa calle las personas fotografiaban. Unos pasos más adelante, en la plaza El Venezolano, había fiesta, música, gente. El lugar estaba algo oscuro, pero eso no impedía que estuvieran allí.
De pronto me sentí completamente ajena a esa juerga en la que no participaba. Yo caminaba con prisa por miedo a no hallar autobús y mis manos seguían heladas por el frío de la oficina o tal vez era el frío que me produce Caracas en las noches.

En el resto del camino había más música, milicianos afuera del Techo de la Ballena. Otros locales medio llenos, medio vacíos. La plaza Bolívar medio iluminada, medio oscura.
Esa calle con luces violeta me recordó que el resto de las calles del país ni tienen tanta vida, ni tienen tanta luz. Esa calle es tan ajena al resto de los hechos que se solapan día tras días. Esa calle era como el glacial que era mi cuerpo.
Alcancé la avenida y a los 10 minutos pasó un bus. Lo tomé aliviada. Comenzamos a rodar y como siempre yo clavaba la mirada en los autos que se volvieron viejos, en las calles en la penumbra o en los edificios roídos. Había gente y de nuevo me sorprendió, dado a que no paso a esa hora por allí. La plaza La Candelaria estaba a media luz, no precisamente daba un aspecto romántico, pero lucía llena.
Más adelante por el mercado Guaicaipuro una chica paseaba a su Golden retriever, en una calle donde crees que te despojarán de todo. Ella se movía con tanta serenidad que dije: ¡Indudablemente yo vivo en otro país -en mi cabeza-!
Un hombre que llevaba una bolsa con latas se subió al autobús y se quedó guindado de la puerta, como si él mismo se impusiera que un latero no puede sentarse en los asientos, igual que el resto. El carro viejo empezó a hacer un sonido raro. El conductor paró y su ayudante revisó no sé qué cosas en la rueda derecha. El auto hacía como un aparato eléctrico que te hará bajar de peso con vibraciones en la barriga. Sonaba cada vez más fuerte y mientras atravesábamos Maripérez yo rezaba para que no se accidentara en esa zona donde ya no quedaba luz.
Recé tres padre nuestros y pensé: cómo una va a ser atea en Venezuela si siempre estás implorando 'que no se vaya luz, que consiga autobús, que tenga agua en casa, que no se quede varada esta chatarra'.
El conductor se detuvo más adelante. Hubo que hacer una revisión más completa y el colector le explicó que debían sacar toda la pieza, al igual que había pasado entre semana. Allí mismo decidieron dejarle el asunto a un amigo mecánico para el sábado.
Seguimos en la ruta y el carro se fue vaciando. Apenas tres mujeres quedábamos allí. A medida que avanzábamos la luz en los faroles escaseaba más y más. El carro cada tanto nos recordaba su desperfecto y yo ya más cerca de casa dejaba de rezar el Padre Nuestro y empezaba a imaginar la cama y el gato que me esperaban.
Atravesamos la Universidad Central y esa sí que no sabe de show de luces, de juerga, de gente que baila. El campus era una selva oscura donde no alumbraban ni los ojos de algunos animales que deambulan por allí.
La fiesta solo era en la Av. Sur 21.
Caracas; viernes 4 de octubre.
Ariadna García
#elhilodeariadna

jueves, 15 de agosto de 2019

Hallar normalidad después de la luz

Caracas; 14 de marzo de 2019

Intento encontrarle la normalidad a los días. Estos que preceden a los oscuros que se multiplicaron por cinco. 

Vengo aquí, a una plaza, me tomo un té, veo niños jugar con la pelota, gente pasear a sus perros, veo luz que sale de los postes y creo que todos ellos hallaron la normalidad primero que yo. Ahora mismo un grupo hace ejercicios. Suben las manos, bajan el cuello, giran el cuerpo de un lado a otro.

Todo indica que la vida siguió de la misma manera que sigue siempre. Inalterable, decidida, marcada.
La vida no tiene prisa, pero tampoco detiene sus pasos, solo sigue. 

Aquí y ahora la vida siguió. 

En cambio yo decido salir a la calle este jueves, justamente el día que recuerda esa oscuridad que nos atareó la rutina, las horas, el sueño, las comidas. Lo alteró todo. Se impuso como lo hacen ellos, sin piedad, sin levedad, sin temor. 

Elijo este lugar y en el camino hago un reconocimiento de las calles, los edificios. Los miro como si fuera la primera vez, como extraños, como si tantas otras veces no caminé por aquí. 

Siento como si por varios días estuve ciega y ahora tanteo las paredes con la punta de mis dedos. Veo la ciudad, los veo a ellos que están sentados en el piso, haciendo movimientos y creo que vuelvo, que la brisa trae lo perdido, que este dolor que descorazona el pecho se irá y que cuando menos lo espere estaré otra vez en una plaza, subiendo las manos, girando el cuerpo de un lado a otro.

Haciendo contorsiones. 

Nota: el 7 de marzo de 2019 Venezuela sufrió un gran apagón que se extendió por cinco días en la mayoría de los estados. En el Zulia el corte de luz se prolongó esa semana por 100 horas. Hasta la fecha se mantienen las fallas eléctricas en todo el país.



El Hilo de Ariadna

jueves, 25 de abril de 2019

La ruralización de Ocumare del Tuy viaja en Metro hasta Caracas

La ruralización de lo que se ha convertido la vida en Ocumare del Tuy, Santa Teresa, Los Valles, viaja en Metro a Caracas, así lo presencio todos los días. Cada vez es más común ver personas con sacos de verduras al hombro, racimos de cilantros en las manos.

Hoy un hombre llevaba una bolsa llena de algo que parecía sardinas y que dejó el piso encharcado de sangre. Los hedores también se concentran de un lado a otro en los vagones. Los mendigos, los desnutridos también son más, cada día más.

Viajar todos los días en la Línea 3 es enfrentarse a una población que cambia, que pierde la urbanidad. Me convenzo de que pronto veré gallinas, conejos y de todo lo que la gente pueda traer a la ciudad para comerciar, para sobrevivir.

Una vez vi a un señor que llevaba en las piernas la piel de un chivo, desconozco cuál es el proceso, pero el animal aún olía, parte del vagón estaba impregnado. El anciano le dijo al alguien "De aquí salen 15 pares de zapatos". La escena era rarísima. Nueva.

Hace como dos años en una conversación con amigos dije: "Me preocupa la ruralización de Caracas", todos se rieron, yo también. Hoy el chiste se volvió verdad, nuestros modos de vida se desdibujaron. La ruralización nos alcanzó.

Ariadna García

jueves, 28 de febrero de 2019

Se me acaba el detergente

Me quedo sin detergente y quiero pensar que no será una tragedia volver a comprar uno, que la hiperinflación será benevolente y que hallaré algún producto barato, que la ropa sabrá que estamos en crisis y que decidirá ensuciarse menos.

Quiero creer que mis pantalones me harán caso, que seré menos torpe y evitaré manchar las camisas al comer, eso que ha sido como un defecto congénito de nacimiento.

Seré cuidadosa.

Estiraré lo más que pueda el litro color rosado que no tiene mucho olor, ni tan buena calidad, ese que llevé en diciembre porque me pareció el menos costoso de los que habían en el anaquel.

También quiero pensar que ese monstruo que sube mes a mes más de 100%, tratará igual de bien a mis connacionales y que les dará la mejor oferta de jabón en polvo o líquido, que oleremos a lavanda, a vainilla, a bebé, a limpio, a tranquilo.

Te prometo economía que estiraré este pote, que alejaré a mi gato de las sábanas, que no me quitaré los zapatos y caminaré el piso con mis medias.

Lavaré, lavaré lo malo, la hierba, la rabia. Lo lavaré todo.

Me quedaré con las flores, la lavanda.

Ariadna García

martes, 12 de febrero de 2019

El olor de la pobreza

Hace unos años atrás, cuando Venezuela no atravesaba la crisis que vive ahora, una tía me hablaba del olor de la pobreza, pero por más que lo intentara no lograba entender, ni saber a qué se refería. No podía existir en el mundo tal olor.

Ella lo relacionaba con el humo y volvía a repetir: pobreza. Olor a pobreza.

Intuyo que lo descubrí en 2018, cuando el detergente se hizo incomprable, el gas escaseó aún más y la higiene en general se volvió un lujo. Llegué a ese olor en el Metro.

De repente la gente comenzó a oler como a leña, a humo, a fogones, a ropa mal lavada. Entendí que ese era el olor del que mi tía hablaba, ese al que yo no podía llegar. 

El olor a pobreza no es más que la suma de varios infortunios: falta de poder adquisitivo, falta de agua, de gas, de luz, de comida, de servicios básicos en general. El cuerpo no se mantiene ajeno a esa realidad, el cuerpo habla, llora, huele. El cuerpo grita.

Esta realidad la percibo en la Línea 3, entre los que vienen de Charallave, Ocumare, Santa Teresa. He llegado a la conclusión de que de allí vienen los más pobres, esos que viajan todos los días a Caracas a buscar el pan. Son ellos quienes huelen a fogones, a leña, a humo. Son los mismos que ahora cargan racimos de cilantro y cebollín. Sacos enormes con restos de verduras que hallaron en algún mercado. 

La pobreza huele a desdicha, a rabia, a trabajo mal remunerado, al no descanso. Huele a llanto, a injusticia, huele a una cuenta que jamás te dará. Huele a los billetes que no alcanzaron para el Ace, ni para el café, tampoco para el aceite.

Es un olor que hace mella en la dignidad. El olor a pobreza es extremo. Se solapa. Es el humo que ya se metió en la ropa, en la piel. Son los ojos que llevan horas sin dormir los que te hablan, los que ya no lloran.

Durante mucho tiempo pensé que no existía tal olor. No podía ser cierto. Ahora lo huelo, lo palpo, lo siento. No solo entra por la nariz, sino también por la mirada. 

El olor a pobreza tiene cara, no se oculta.

Venezuela.



Ariadna García

jueves, 29 de diciembre de 2016

Carta a los compas que me robaron

Caracas; 28 de diciembre de 2016



Esa mañana me demoré como todos los días... 

Hace una semana había comprado mi regalo de navidad: una tableta de chocolate de Mantuano Chocolate, que por cierto, está cubierta con un empaque hermoso, era de sarrapia, tenía un olor exquisito, no alcancé a probarla, pues, quería hacer una foto especial para escribir sobre el chocolate venezolano.

Ese día finalmente hice la foto en la Avenida Victoria y al terminar lo eché en mi morral, previo a eso había metido mi camarita Kodak, la sombrilla para la lluvia, los audífonos para escuchar música mientras la gente comienza a hacer comentarios necios, la última toalla sanitaria que me quedaba, el cepillo de dientes por si me quedaba en casa de mi tía, una que otra pastilla para cualquier eventualidad y, ¡los lentes¡ ¡Mis ojos! 

En el ojo derecho tengo 2,10 de astigmatismo y en el izquierdo 2,04, ese miércoles había decidido habituarme nuevamente a los lentes de contacto, pues, hace un mes, me habían irritado el ojo derecho y decidí no usarlos más. 

Llegué a la estación Los Dos Caminos como de costumbre y agarré el bus hacia mi trabajo, esa mañana me distraje, iba una conocida y nos instalamos a conversar, no los divisé. Ustedes iban sentados al final y yo adelante. 

Al cabo de un rato de ir en la vía, vi cuando uno de ustedes se levantó con la pistola en la mano, inmediatamente supe que nos iban a robar, nunca antes había vivido algo parecido. Cuando la mujer que los acompañaba a ustedes dos, dijo: me dan todas las prendas y los celulares, de inmediato me quité el anillo de fantasía que llevaba puesto y mi teléfono que era lo más costoso que tenía y se los entregué.

Antes de bajarse, ella me vio y me pidió mi morral, le dije: mi cédula, "Qué cédula ni qué cédula, dame el bolso". Se lo dí,ustedes estaban armados, nadie puede ante un arma y tampoco me gusta la violencia.

Hasta ahora, no he pensado en el dinero, ni en el celular, la verdad no me importa, les dí lo más costoso que tenía, pero ustedes decidieron llevárselo todo, se llevaron mis ojos, mi navidad y mi música, la música que me acompaña cada día y me pone a tono cuando amanezco sin ánimos. 

Compas, esta carta, seguro tendrá errores ortográficos, estoy haciendo un esfuerzo para escribir, los ojos se me irritan, los lentes me  incomodan y no logro ver perfectamente. 

Me preocupa cuando volveré a ver bien, pues, los lentes están muy costosos y no tengo cómo comprarlos, me pregunto si podré estar con estos mínimo un mes, si las gotas Clarasol me ayudarán. Ustedes seguro los rematarán, o los echarán a la basura, y yo desearía encontrar esa basura. 

Me preocupan los próximos días porque no podré ver El Ávila con nitidez, me preocupa que no tengas piedad con los que robas y antes de bajarte del bus les digas groserías. No los conozco, no sé cómo ha sido su vida, pero les aseguro que todos en algún momento la hemos pasado mal y eso no nos dá licencia para ser hijos de puta, me preocupa tu odio y tu rabia, pero no me extenderé en lo que eres, ustedes son lo que son y así lo decidieron. 

A pesar del mal rato, me encuentro sana y con vida y eso es lo más importante, grande y especial que tenemos. Me dejaron con un problemón que resolver, pero sé que esto es una tontería comparada con lo que ustedes le han hecho vivir a otros, otros que han muerto, por un celular como el mío, o por un reloj y créanme compas no vale la pena, no vale la pena detener corazones que vibran cada día, no vale la pena destrozar familias y seguir engrosando esa sangrienta lista con la que cerramos año, tras año.

No puedo seguir escribiendo más, me cuesta mantener la mirada aquí, si leen esto pronto, pueden devolver mis lentes, ya saben que en algún lugar alguien observa a trompadas y se acuesta mirando un techo borroso. Espero que algún día tu dejes de hacer esto, para poder vernos con claridad, tu eres venezolano y yo también, tu robas cosas materiales para vivir y otros podemos vivir sin cosas materiales.

Yo sólo necesito mis ojos para mirar y tú te los llevaste.


A.G

martes, 9 de agosto de 2016

La Venezuela jipata

Hoy estallé en llanto mientras caminaba hacia al andén de Palo Verde, salía por la Línea 3, las lágrimas comenzaron a rodar cuando subía las escaleras y escuchaba una canción de Ben Howard, estoy segura de que el tema fue el responsable de aquella escena.

Caminé con más prisa, pues no me gusta que me vean llorar, aunque no sería la primera vez, hace unos años cuando pasaba un despecho terrible, ese mismo andén que tomaría hoy hasta La California, se volvió mi posadero de lágrimas.

Hoy lloraba por algo en particular: Venezuela; pocas cosas consiguen darme asco o desencajarme, por lo general creo que he ido haciéndole estómago a las circunstancias. Cuando tenía 16 años mi abuelo enfermó y murió de cáncer, su última semana la pasó a mi lado, mi papá y mi tía trabajaban y no había nadie más que se pudiera quedar con él, me tocó a mí y lo acepté sin chistar.

Él estaba bien cuidado, estuvo hospitalizado por una semana y las enfermeras se encargaban de lo más difícil, en ese momento tuve que limpiar su flema muchas veces, ver cómo sus piernas se iban tiñendo de morado y evitar un día que, se sacara la pija, porque no quería orinar en el pañal, nada de eso logró afectarme, fue algo que nos tocó vivir a ambos.

También lo vi morir, dejó de toser, se quedó dormido, los médicos llegaron a la habitación y al darse cuenta, intentaron reanimarlo junto con las enfermeras. Fue en vano, él ya se había ido, hasta allí llegó esa historia y creo que no fue un shock tan grande. Cosas como esas habrían sido de las más duras, por ejemplo ver morir a la hermana de mi abuelo, un mes después, por la misma enfermedad, cáncer, mi tía lo había superado cinco años antes, pero el monstruo volvió con más fuerza.

De mi tía recuerdo que estaba en una cama en su casa y de sus brazos corría líquido, se veía realmente mal, moribunda. Las tragedias familiares han sido muchas así que no podría enumerarlas todas, pero lo cierto es que al presenciarlas, resistí, resistí, hubo tolerancia. Mi llanto de hoy responde a lo último que me ha tocado ver y no lo he podido tolerar. No soporto ver a la gente hurgando entre la basura para comer, no soporto ver cada vez más mendigos en el metro, niños mal alimentados colgados de los hombros de sus padres, mientras ellos venden chucherías o piden algo de dinero o comida.

Hace unos años inclusive hace un año, no veías a la gente recoger de la basura, la mendicidad ha crecido vertiginosamente en los últimos años y el hambre también. Pensaba: qué injusto tener que pasar por esto, yo logro comer bien, por el almuerzo subsidiado de mi trabajo, si no mi historia posiblemente sería esa.

También meditaba: qué rabia me da tener que irme de mi país, por culpa de este gobierno, esa es una idea que vacila en mi cabeza como a muchos, qué injusto tener que despedirte de lo que amas, porque saben algo, yo veo a esa gente en el metro y los quiero, porque yo amo cada cosa de esta tierra y lloraba porque no tengo estómago para tolerar este desastre.

La ciudad está devastada, deteriorada, sombría, desolada, esta no es la Caracas de hace cinco años, la Caracas donde comí, bebí, rumbee, caminé, me enamoré, donde pude vivir y ser libre, esta ya no es esa Caracas. Esta es cada vez más cercada, más peligrosa, más distante.

Tampoco tolero ver a las personas más flacas, más amarillas, sobre todo a los niños, no soporto verlos tan delgados y jipatos o llegar a la California y ver el Unicentro El Marqués, rodeado de gente que lleva horas haciendo las interminables colas, para comprar algún producto básico, embarazadas, niños, abuelos, todos allí dejando su vida por un bocado, condenados cada día a que su vida sea eso. 

En mi vida he soportado muchas cosas, pero con esto no puedo, no puedo.



A.G

jueves, 2 de junio de 2016

Hablo desde la crisis

Antes escribía mucho por aquí (Facebook), luego me ausenté, me ausenté hasta de mí, y lo hice por una razón, me daba cuenta de que quejarme no cambiaba nada de lo que pasaba a mi alrededor y lo que pasaba a mi alrededor era mucho. 

Medité y medité, me rompo la cabeza cada día evaluando de qué forma puedo ayudar a otros, de qué manera puedo hacer algo y eso que ha estado dentro de mí desde que era una niña volvió a encenderse. 

Mi mamá siempre ha tenido miedo, siempre quiso apagar esa cosita que veía en mi, esas ganas locas de alzar mi voz, siempre me dice "Ariadna tu no vas a cambiar el mundo" y sí, tal vez no lo cambie, pero voy a insistir en hacerlo. 

Recuerdo cuando tenía como 11 años y a un amigo le gritaron mariposón en la escuela, para aquel entonces él también era un niño y seguramente ni siquiera sabía que era gay, yo tampoco lo sabía, pero sí sabía que no podía tolerar eso que estaba pasando y lo defendí, le grité a los otros niños que lo dejaran en paz, él era tímido y no les dijo nada, finalmente se marcharon. 

Y así he sido siempre, detesto las injusticias, mas de una vez por la tranquilidad de mi madre me he callado y he dejado pasar cosas, luego me las reprocho.

"Ariadna hija controla ese carácter tuyo, tu eres muy alebrestada"  y con esta frase, me fui apagando y fui dejando pasar cosas, el manotón en el Metro, la irresponsabilidad de la Universidad por entregarme mis notas a destiempo, el mal trato de la vendedora, y un gran etcétera. 

Mi mamá también me dice "Caracas es muy peligrosa, la gente anda muy violenta y cualquiera tiene un arma, no digas nada, si te empujan te haces la loca, no reclames".

Y sí tiene razón, pero esto nos hace sucumbir ante el abuso, el irrespeto y la humillación, a la que uno no debe acostumbrarse nunca. Corro peligro para mi madre, porque prefiero morir, antes que arrastrarme, nunca marché, nunca voté, el miedo fecundado nunca me persuadió. 

La frase "hay que cuidar el trabajito" tampoco ganó, la dictadura sigue airosa, cada vez más llena de crímenes, cada vez más encochinada de muertes y de detenciones injustas, pero de mí no ha obtenido nada, sobre todo no ha obtenido mi dignidad, porque eso es lo único que uno tiene más preciado después de la vida.

Tal vez más adelante tengan mi compasión, pero sólo, cuando los responsables de esas muertes reciban su castigo. Las familias tienen el corazón roto y además de eso tienen hambre. Los enfermos mueren de mengua y nos necesitan.

El hambre y la violencia carcomen nuestro país y ya simplemente no quiero callar más, no quiero un abuso más, necesito alebrestarme.


AG

miércoles, 1 de junio de 2016

Game of thrones: los venezolanos que se fueron vs. los que se quedaron

Ya he visto suficiente o demasiadas publicaciones sobre: los venezolanos que se fueron de Venezuela vs. los que se quedaron y es una batalla abismal. 

Hay que tener claro quién es nuestro enemigo y en este caso nuestro enemigo es el gobierno de Nicolás Maduro. Vivimos un país demasiado polarizado durante doce años, diría yo, hasta que comenzó la caída del chavismo, porque es una verdad que ya la mayoría, ni los quiere, ni los apoya, eso es una verdad. 

La guerra no es entre nosotros, es contra ellos, también creo que es erróneo decir que "Venezuela es un país de mierda", "vivo en un país de mierda". El país no es una mierda, su gobierno ¡sí!, tengamos claras estas diferencias. 

Mi consejo para todos: vivan y dejen vivir, respétense; cada uno defenderá sus razones y para él o ella lo serán todo. Vivimos una de las peores crisis y estamos solos, nuestros políticos no dieron la talla, por eso hay que dejar de chacharear tanto y abocarnos en el hacer, la acción es lo único que nos salvará. 

Aunque suene trillado ¡sé el cambio que quieres ver! eso será lo único que nos transforme en la sociedad que todos queremos. 

Feliz día para todos: para los que se fueron, los que se quedaron, los que no estamos, los que no sabemos.
 
PD: hay mucho por hacer, el país está en plena demolición, aún falta recoger más escombros.



AG 

miércoles, 27 de enero de 2016

Nos llamaron Ana Frank

Lucía y Mariana, dos jóvenes venezolanas de unos veintitantos años, fueron a la misma universidad, comparten ciertos gustos, en fin, son amigas. Sin querer me he topado con su conversación y me ha causado mucha impresión. Sé que lo que escriba parecerá exagerado, desgarrador y melodramático, pero estas niñas me han conmovido, y la verdad es que sus quejas, sus reproches, son injustos y les doy la razón.


Lucía es de padres colombianos, fue hace poco a visitar a su familia a Medellín, relataba que tomando en un bar con sus primos a las 11 de la noche, de pronto se halló llorando en medio de todos, porque hacer algo así en Venezuela podría costarle la vida, ella le decía a las amigas que no le creerían, yo le creo.



Mariana, una chica del interior que vive en Caracas hace varios años, contaba que ahora tiene un teléfono nuevo y lo deja en casa, porque le da pánico ser asaltada por culpa de ese aparato. Lucía, se nota que es apasionada y con rabia le decía -es injusto chama, por qué tienes que dejar tus cosas, algo tan normal como un celular, por qué-.



Lucía dice -yo desde que llegué de viaje vivo encerrada en mi casa, en lo que va de año he leído cinco libros y he visto diez películas, así será mi vida hasta que me vaya del país, vivo ¡alarmada!



Entre tanto otra chica dijo -Lucía pareces Ana Frank, tampoco se puede vivir así...



Lucía menciona, al menos en aquel momento había una guerra declarada. Aquí está muriendo mucha más gente y nada...



Hubo un silencio entre estas dos, que sienten que comparten una cárcel a los veinte años, una cárcel injusta, una cárcel que ningún joven desea. Estas chicas quieren ir de noche a un bar, estas chicas sólo quieren ser chicas.



La conversación deja de ser grupal, una sabe exactamente cómo se siente la otra y le escribe por privado. 



Mariana dice-conozco esa sensación de desapego que sientes, yo tampoco me acostumbro ni me acostumbraré a este mal vivir. Caracas es la segunda ciudad más peligrosa del mundo, no hay forma de que esto no nos afecte. Al igual que tú, vivo encerrada, no sé lo que es salir a tomar algo en meses, por ahora disfruto de lo bello que aún queda, para sobrevivir a esta ciudad me he vuelto una turista.



Lo único que queda es estudiar, prepararse, al final estudiar aquí, sigue siendo más barato que en otras partes.



Lucía le responde -nos llamaron Ana Frank, somos prisioneras.



Mariana dice -hablar de esto es delicado la gente está muy sensible, los venezolanos hemos cambiado mucho.



Planear una reunión entre amigas, es más difícil que llegar al Everest. No puede ser tarde, debe ser céntrico, deben coincidir los horarios, no debe ser tarde.



Muchos jóvenes desesperanzados. Trabajos mal pagados, sueldos que no alcanzan, noticias aterradoras, sin posibilidad de tomarse alguito en el café de la esquina, ya no se sabe a dónde ir, ni por qué se lucha, ya los sueños se van quedando más lejos. Las ganas de quedarse y hacer algo, se vuelven un bosque empantanado, que pesa en los pies, pesa y no deja avanzar.



Mariana se queja, -lo más fastidioso de tener que irte o de decidir irte, es que sientes como si fuese una patada que te echa de tu propia casa.



Lucía asienta con un emoji triste y llorón.



-Ya no nos preocupamos si Raquel me robó el novio, o si fueron a la playa y no me avisaron. Nos quitaron muchos años chama.



Sus prioridades y preocupaciones son otras, aquí no hay muchachos viviendo pendejadas, aquí hay muchachos padeciendo, sufriendo, encerrados, muchachos leyendo cómo cada cinco minutos asesinan a uno de los de ellos. Viendo a los amigos partir, a las familias, viendo como todo se desmorona.



Mariana y Lucía, serán amigas por chat, por mensajes, serán amigas siempre, pero desde la distancia, serán amigas separadas por su realidad.



No serán las de la foto, no compartirán un café, no se echarán en la grama de la plaza a tomar fotos, ni irán a la Gran Sabana pidiendo cola.



Les quitaron muchos años a estos chamos... Les quitaron esas experiencias tontas de la vida.









AG





jueves, 13 de febrero de 2014

Censura "a toda vida" Venezuela

La noche de hoy 13 de febrero de 2014, los venezolanos hemos sido víctimas de la censura más grande y mordaz que se le impone a un país, vivimos una situación que nos exaspera y el gobierno con todas las herramientas para llevar al país a la calma, está siendo el encargado de hacer todo lo contrario y de sumergirnos en una agobiante angustia.

Todo ciudadano tiene derecho a estar informado, y luego de los lamentables sucesos ocurridos en la marcha de ayer, donde murieron tres personas entre ellas un muchacho llamado Bassil Da Costa, quien recibió un disparo en la cabeza, mientras corría intentando salvarse del caos que desembocó en su muerte y en un gran número de personas detenidas. 

Es una situación que debe ser contada, y así reducir los niveles de incertidumbre que tiene al país haciendo conjeturas apresuradas, sin embargo, ningún canal ha ofrecido información veraz de los hechos ocurridos en la tarde de ayer.

Y como si fuera poco, hoy aproximadamente a las 10 de la noche, el twitter para las personas que usamos los servicios de internet de Cantv, el mayor operador en Venezuela, comenzó a presentar fallas, no se podían abrir las imágenes, lo cual genera más encierro a la información y más represión a toda la población venezolana.

No tenemos medios audiovisuales, pretenden extinguir a la prensa escrita y ahora nos quieren callar por las redes sociales, me pregunto por qué tanta represión y ensañamiento, con un pueblo que los eligió, que los llevó hasta donde están ahora, ¿por qué tanta maldad señor presidente?

Aquí algunas de las imágenes donde usuarios de twitter informaban sobre las dificultades para usar la red social.




AG