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martes, 1 de enero de 2019

Mi bisabuela, la vidente de la luz en Año Nuevo

Hace apenas unos años atrás, cuando mi familia se reunía toda en Yaracuy, había una especie de tradiciones el 1 de enero. Una de ellas era ver el desfile de las flores que hacen en EEUU o en Londres, yo no lo sé porque nunca me gustó y no me quedaba a verlo. Le prestaba atención al recalentado que íbamos a desayunar y a las palabras de mi bisabuela.



Ana L, quien partió de este mundo hace casi cuatro años, se sentaba en el porche de la casa, veía hacia el horizonte y examinaba la luz. Mi abuela no era demasiado supersticiosa pese a ser de un pueblo que comparte ubicación geográfica con la Montaña de Sorte. 




Sin embargo, lo del 1 de enero era una de las pocas cosas sobrenaturales que recuerdo de ella. Dependiendo del brillo o de la nubosidad, mi abuela diagnosticaba cómo sería el año. La verdad no recuerdo un mal augurio, siempre decía algo como: este año va a ser bueno, miren cómo entró la luz. 




Tal vez mi abuela solo era ese puerto anclado a la esperanza y la transmitía a nosotros. 




Ya no tengo a mi abuela para que me haga las revisiones de los años, tampoco creo haber aprendido a hacerlo, pero hoy vi el cielo y me pareció hermoso, recordé su ritual y a ella. Creo que la luz de hoy le habría gustado. Pienso que le asignaría un buen presagio. 




Mientras conversaba con esa mujer que sigue a mi lado de otras formas, la palabra libertad no se me quitaba de la mente. 




No sé qué depara 2019, pero tengo este cielo que me sonríe, la sabiduría de esa abuela y la palabra libertad entre el corazón y el pensamiento.


Gracias por tanto a Ana Lucía. 

La mujer que me inspira a echarles este cuento corto.



El Hilo de Ariadna

martes, 11 de septiembre de 2018

No me avergüenza mostrar la herida

Escribir de lo incómodo y lo doloroso ha sido algo que me ha ayudado a sanar, o al menos eso creo. La madurez también le da uno cierta licencia para hablar de lo que se quiere. 


Hace cuatro días me operaron, desde que lo supe me asustaba un poco lo de la anestesia y los exámenes posteriores ¿lo demás? Lo demás solo serían elementos para crear una crónica o alimentar alguna novela futura.


Tras la cirugía, las personas me preguntan por la herida y el tamaño. Me dicen cosas en tono de consuelo: "bueno, eso se borra", "... es pequeña", "... que tanto", etc, etc. 


Entiendo esas inferencias en un diálogo y sobre todo, si el emisor hace alusión a "la herida". En mi caso ese asunto no representó, ni representa ninguna preocupación y sin embargo, recibo palmaditas como alguien que acaba de perder una pierna, un brazo o que se volvió menos sexy.


Aún ni siquiera yo la he visto. Sólo un adhesivo con una venda blanca que parece hecha con un algodón muy fino y perfectamente doblada.


Desde luego que supe que tras la operación no sería la misma, en especial porque eso reposa ahora en mi historia médica y cuando toque volver al doctor, no seré la jovencita que respondía no a todo y que sólo mencionaba el largo historial de cáncer en su familia y la diabetes de las abuelas. 


No me avergüenza mostrar la herida, las que se ven y las que no, porque de ellas me compongo. 
Guardamos muchísimo más adentro que lo que puedan decir nuestros cuerpos. 
Nuestros cuerpos no dicen nada, pero sí nuestras almas y nuestros corazones. La lucidez de nuestra mente. 


Entiendo de dónde pueden venir esos temores: una palabra hiriente, algún amante que se quejó de la herida, de la estría o del pezón más grande. Entiendo que ese consuelo que me dan sea el recuerdo de un pasado amargo. A ustedes mujeres les agradezco.


Si cuando esta herida sane y pueda ser mostrada, la persona que meta en mi cama llegase a opinar, a cuestionar, a criticar esa raya que está metida en mi vientre, sabré que no es digna de compartir ni la cama, ni las heridas, ni la nada. 

miércoles, 8 de agosto de 2018

No traigan la carta

Vuelvo a los lugares a los que iba con mis amigos, pido el mismo té, pero ya no sabe igual, parece jugo de tamarindo, en cada sorbo exprimo mi lengua y doy patadas sin descanso, busco ese sabor que me enloquecía, pero no está como tampoco lo están mis amigos.

Cuesta vivir esta Caracas vacía, cuesta mirar hacia arriba, ver el concreto y no hallar respuestas. Sé que debo encontrar nuevos sabores o juro que no podré.

Necesito de vuelta los colores, el helado como me gustaba, volver a ocupar el Mc Donalds hasta la madrugada, necesito poder pagar el helado de nuevo, recobrar la libertad o juro que no podré.

Aunque ellos no regresen más, necesito ver gente y no estas mesas vacías, necesito que el niño también pueda comer helado y sea feliz. No necesito recuerdos, necesito momentos que me hagan sentir viva, necesito que mis pies vayan a donde quieran porque ahora en esta silla solo me apetece llorar.

No traigan la carta.


El Hilo de Ariadna

miércoles, 26 de julio de 2017

Algo último

No sé qué pasará de aquí al 30, pero estos días se quedarán en mi memoria como los últimos del chavismo, así los siente mi alma, así los anuncia esa sirena que pasa todas las mañanas por la casa, no sé si será el fin de ellos o de nosotros, pero hay algo último.


El Hilo de Ariadna

sábado, 6 de mayo de 2017

Perdí los tomates (crónica)

Esta mañana desperté muy ansiosa en ir al mercado Guaicaipuro a comprar cosas para un picnic, tomé el bus en la Libertador a eso de las 9 de la mañana, miraba la ciudad con tristeza y añoraba poder recorrerla a todas horas, el auto se fue llenando, en el primer asiento, al lado del chofer, iba un cargamento de papel toilet capaz de surtir un orfanato, a mi lado se sentó una joven con un bebé en brazos y bolsas aparatosas que obstaculizaban la salida.

Me bajé del carro desesperada pues no cabía una persona más, en la puerta había un señor con medio cuerpo afuera y otro le gritaba que se montara en el segundo piso. Entré al mercado y recordé que necesitaba comprar un coleto, fue lo primero que llevé, había varios tipos con diferentes precios, toqué la textura de dos y me decidí por uno que no parecía algodón pero tampoco nailon.

Caminé hasta el puesto de frutas, no encontré fresas así que bajé al segundo piso, me detuve en el tarantín de flores, los girasoles eran altísimos y parecían montañas de oro desplazando todo lo que se encontraba a su alrededor. Pregunté por unas florecitas rarísimas de color blanco, eran extremadamente pequeñas y parecían de papel. Noté que la muchacha encargada llevaba gorra y que su cabello se había caído por una terrible enfermedad, me atendió con amabilidad y aunque en ese momento no compré nada, una hora después volví a para llevar algunas, fue allí cuando aprendí que las flores que me gustan se llaman: gerberas.

Caminé pocos metros hasta donde venden las moras, el kilo estaba en 6.000 bolívares, el doble del mes pasado, así que llevé solo 1/2, al frente de mí estaba un señor como de 70 años con una pequeña bolsa que contenía varios tubérculos, uno de los vendedores se acercó y dijo que estaba robando, "¡todo eso es robado, todo lo que lleva ahí, arranca (márchate) de aquí pa` que salgas barato!". El anciano tartamudeó algunas palabras y se retiró en silencio, luego apareció otro vendedor un poco más alterado dispuesto a golpearlo, sin embargo, el hombre ya se había perdido entre la multitud y yo deseaba que siguiera siendo así.

En el puesto de al lado los tomates se veían tan rojos y maduros que pensé en llevar albahaca para hacer una salsa, compré 1/2 kg por 1.500 bolívares, yo misma los escogí, me fijé en que estuvieran maduros pero sin abolladuras, también llevé una lechosa, la albahaca y algo de hierbabuena para preparar té.

En la cola para tomar el ascensor había una chica muy joven, embarazada y languidecida, se paró casi a mi lado, parecía algo nerviosa, entramos al elevador y la ascensorista nos recibió con el mismo carisma de siempre: buenos días muchachos, buenos días muchachas, ¡pasen adelante! El aparato bastante viejo tiene un rosario por uno de los lados y de fondo casi siempre se escuchan rancheras, aunque nunca estuve en México, cada vez que me subo allí, imagino que debe sentirse así.

Me fui a la calle a tomar el bus de regreso a casa, en una mano llevaba una bolsa grande con ropa y en la otra: las frutas, los tomates, la albahaca con la hierbabuena y las flores. Pasó un carro a los pocos minutos, estaba abarrotado, me enredé un poco al subir, un hombre muy gentil se ofreció a ayudarme y tomó mis bolsas, yo me quedé de pie con las flores y la albahaca entre las manos, noté que el señor bajó la cabeza al agarrar mi mandado, pero no pude ver lo que había ocurrido, detrás de él se desocupó un puesto y pude sentarme, toqué tímidamente su espalda y le hice seña que ya podía encargarme de mis enseres, le di las gracias y me los pasó, al recibir las bolsas, sentí que el peso no era el mismo; de unos seis tomates solo quedaban dos, revisé todo y le pregunté al señor: disculpe, creo que se me cayeron los tomates, respondió -¿será la bolsa que se rompió?-, no sé, tal vez, no se preocupe, no importa, dije.

La bolsa no estaba rota, en el intercambio, los tomates rodaron por el piso, lo supe después de un rato, cuando uno llegó hasta mi pie derecho, pude salvar a ese, al resto no los encontré. Fue así como supe, que mis flores favoritas se llamaban gerberas y que perder tomates perfectos no es una gran desgracia, que una gran desgracia hubiese sido que golpearan al anciano o que el último no hubiese saltado a ofrecerme ayuda. Después de todo las flores vuelven a crecer y los tomates a madurar.



El Hilo de Ariadna

miércoles, 8 de febrero de 2017

Y descubrí cómo me gusta el café

En Yaracuy, en las tardes, casi siempre tomábamos café con leche. Recuerdo que mi abuela acostumbraba a mojar el pan dentro y este se volvía completamente aguado hasta desintegrarse.

Mamá lo tomaba igual, para aquel entonces yo no conocía que existían otras formas de prepararlo, ignoraba que le ponían nombres extranjeros o aderezos como la canela o el cacao, mucho menos que se estudiaba para convertirse en barista. No sabía que el café era un arte.

En Albarico la vida era simple y rutinaria, yo comencé a tomar café después de los 10 años, creo, pero poco. Crecí convencida de que a mí también me gustaba con leche, lo que llamamos en Venezuela: un tetero. Hoy, luego de unos años he descubierto que lo prefiero marrón claro, con poca azúcar y bien espeso.

También he encontrado otros hallazgos como que me gusta saborearlo sola, sentada en una mesa por donde transiten la brisa y las personas y ponerme a escribir en cada sorbo.

Por estos días la vida es más compleja, pero recurro a la pausa de esos tiempos, a la quietud de ese pueblo, recurro a las manos grandes de mi abuela, la invoco y la siento cerca de mí, la escucho respirar más fuerte que los árboles, incluso siento que sus hojas me tocan desde lejos.

Ya la taza está por terminar, pero la brisa sopla con más fuerza así que me detengo para percibir cómo barre todo lo bueno y malo que pulula por las calles. La corriente me lleva lejos pero al final me devuelve entera.

Tomar café siempre será una mágica tradición, un ritual para reecontrarme con mi abuela.





El Hilo de Ariadna

domingo, 29 de enero de 2017

Una historia para dormir

La noche además de oscura debería ser clara, así la pienso, serena, en calma; la imagino con un cielo lleno de estrellas y con una ponchera de agua que me cubrirá hasta los pies, al mismo tiempo no da frío, solo es agua y con ella me dejo correr.

Quiero que guardes de esta noche un recuerdo bonito, uno que te lleves hasta el amanecer. Haz de la siesta un ritual sagrado, apaga las luces, enciende una vela, un incienso, coloca música bajita, esa que llena, esa con voces que acurrucan y que te traen al oído cosas bellas.

Hoy mientras leas esto, deseo que tus orejas se sientan consentidas, que tu cuerpo se desplome y se transforme en arena. Esta es una historia para dormir y yo he venido a mecerte.

No olvides apagar las luces y decirte que te quieres, no olvides refugiarte en eso que mañana te hará soñar, nunca te olvides de ti, ni de tus ancestros, toma la punta de los dedos de tus pies y siente lo vivo que estás. Agarra una bocanada de aire y sopla hacia la luna, vístete de blanco, de azules, de turquesas, corre entre el pasto y desvístete mientras lo haces. En la mañana no recordarás nada, pero tu cuerpo lo sabrá apreciar. 

Sueña hasta que puedas y sujétate fuerte, piensa en caracoles, en ríos, piensa en la lluvia que corre mientras duermes, imagina que pisas grama y que la humedad de la tierra es un consuelo, sueña que mañana podrás con todo así ni siquiera puedas levantarte. Intenta cambiar las cosas aunque sea una vez y diviértete cuando lo haces.

Imagina que muerdes cerezas y que un poco de jugo se derrama por tu cuello, convéncete de que tus manos no están tan viejas y de que mañana pilarán maíz con más fuerza. Agárrate de donde no puedas y levántate, sueña con el alba y con la noche, con la risa y con el llanto, abraza la lluvia y la sequía, abraza lo que te rodea porque un día ya no estará más.

Sueña que eres liviano y que eres capaz de ceder, cambia una opinión, doblégate; mira a tu alrededor y entiende que no somos tan grandes. Sé el niño o la niña que se bañaba en la lluvia, sé el niño o la niña que reía, escondéte cuando ya no puedas más y sal cuando seas verdaramente fuerte. Date la mano y aliéntate a hacerlo, duerme y apagad la soberbia, descuídate un rato y sorpréndete.

Toma la manta y susurra palabras que mañana no entenderás, ve hasta donde está tu amor y róbale un beso. Se necesita velentía, pero puedes hacerlo, estás dormido y ya mañana no recordarás. Hazte el aguerrido y no pienses en lo avergonzado que estarías, prueba una vez que nada es tan difícil.

Es curioso pero dormidos somos capaces de todo, lo vimos, lo hicimos, lo sentimos. Intentá mañana hacer eso mismo, pero despierto.



A.G
#Elhilodeariadna


jueves, 26 de enero de 2017

El amante

No sabía si su intuición era una bendición o un castigo, pero podía revelar historias con solo ver miradas.

Esa tarde sus gestos lo delataron. Él era un soldado aunque ese día parecía un triste esclavo, ella percibió lo que haría minutos más tarde y supo que debía marcharse.

Su error fue pensar que siendo un chico de su misma edad era tan ingenuo como ella. Sus rasgos blandos, esa piel lozana y su barbilla perfectamente esculpida como el mármol, lo hacían ver como un ángel y hasta algo adolescente, aunque sus manos de amante experto parecían que habían amado el cuerpo de una mujer por más de un siglo.

Sabía en qué lugar colocar los brazos, la boca y el deseo, era muy joven para conocer tanto, pero lo sabía y ella disfrutaba de ese manjar que le proveía su buen amante. La primera vez que lo hicieron él se las arregló para emborracharla de locura, sus tamaños eran dignos y no generaron ninguna duda, al contrario, ella se entregó como agua que lleva el río y dejó que ese fuego intenso se apagara lentamente con cada lamido.

Esa noche y esa mañana se amaron incansablemente, ella se sintió cómoda y pensó por un momento que él no solo sería su amante sino su novio, porque la complicidad entre ambos era como la de una pareja que comparte risas y secretos de toda una vida. 

Su nombre era Jonás, no parecía ocultar nada, era un muchacho joven pero enfocado, siempre se mostró maduro y con tan buenos modales que parecía haber salido de un claustro de monjes tibetános.

Sus encuentros fueron pocos, él vivía retirado de la ciudad y había dejado claro que no quería nada que lo comprometiera demasiado, ella por respeto a eso no hacía muchas preguntas y se limitaba a disfrutar el momento. Sin embargo, al conocerse, Jonás le habló de una familia a quien le tenía mucho aprecio por su apoyo y hospitalidad, para ese entonces ella no levantó sospechas de algo más, tenía la mala costumbre de creer en la palabra de la gente, vivía en un mundo distinto, se concentraba en lo que realmente le importaba y no perdía el tiempo en especulaciones.

Varias noches, las noches en que Jonás pernoctaba en casa de esa familia, casi no le escribía, incluso hubo veces en que se esfumó como aquel personaje de ojos vendados que ocupaba las tardes de los niños que no tenían cable.

En esa casa había una mujer madura y muy atractiva, ella era la que se encargaba de todo, los llenaba de invitaciones y de regalos, no solo a él sino a resto de jóvenes que allí se reunían. Él hablaba de aquellas veladas sin muchos detalles, pero sí con una intensa devoción. 

Mónica le hacía mimos y lo admiraba, lo veía como un buen muchacho, uno que no sería capaz ni de dañar el ala de una mosca. 

Esa tarde se encontraron en un café y él parecía lejano y algo confundido, le dijo que pasaría la noche en casa de esa buena familia, pero ella sintió una sensación extraña e intuyó que había algo más, actuó normal y terminó la plática con temas triviales, se despidieron en la estación de trenes con un dejo amargo, sus ojos marrones se volvieron más oscuros y la barbilla de él ya no le parecía tan hermosa.

Ella bajó unas cuantas escaleras pero luego decidió devolverse para seguirlo, agarró calle arriba y lo divisó a los lejos, él llevaba pantalones oscuros y daba pisadas firmes, en el trayecto se detuvo en un kiosco a comprar rosas, Mónica observaba a hurtadillas y al ver aquella escena sentía que el corazón pulsaba con más y más fuerza.

Pensó que era ridículo seguirlo pero al mismo tiempo quería saber que se ocultaba detrás de aquella fachada de niño bueno. La respuesta era obvia pero necesitaba verlo con sus propios ojos para finalmente marcharse. 

Jonás seguía caminando con sus rosas en la mano, pero no se veía como un enamorado sino mas bien como un muerto andante, cruzó la avenida Crisanti y Mónica lo seguía con ganas de no haberlo hecho, se sentía tonta y ajena a todo lo que ocurría.

Él se detuvo en un edificio verde con rejas negras y se sentó en la acera, ella esperó una cuadra antes dentro de un centro de llamadas que estaba a punto de cerrar. Eran las seis y media de la tarde y Bogotá lucía más fría y peligrosa que nunca. 

Luego de un par de minutos se atrevió a salir de su escondite y vio a Jonás de pie, hablando por teléfono a un lado de la entrada. A los diez minutos apareció una mujer de unos 45 años, muy elegante de cabello oscuro y piel tersa, llevaba un vestido negro que dejaba ver el buen estado de su figura. Él le entregó las flores y le mordió el labio inferior, rieron como dos amantes de larga data. 

Mónica supo de inmediato que era la mujer de las reuniones, la misma que ella creía era una madre para él. Se dio media vuelta y caminó tan rápido como pudo, tenía una sensación extraña en el cuerpo, en esos segundos la imagen que tenía de Jonás se había evaporado y con ella la ilusión de un romance honesto.

Aquel hombre ya no era un muchacho fresco, sino un hombre curtido y mozo de esa mujer que le doblaba la edad. En ese instante comprendió las ausencias, los silencios y esas manos expertas que la hicieron gritar. También supo que él no era su amante sino el de ella.

Así como decidió caminar de prisa se juró olvidar, no entendía por qué no le habría dicho la verdad, pero ya no tenía caso, tomó un bus y sacó un libro de la cartera, comenzó a leer de camino a casa, esa sería la última vez que vería a Jonás y la última vez que se le ocurriría perseguir a alguien. 




Ariadna García
#Elhilodeariadna


martes, 10 de enero de 2017

Una torta y un café

Martes. Estaba dispuesta a tomar un café, decidí ir a Monsieur, un pequeño restaurant francés con techo rojo que tiene poco menos de dos años en Caracas. Aquí las crêpes no son excelentes, pero el café moca que preparan sí, este contiene una densa capa de chocolate de avellanas que se asienta al final, capaz de hacerte perder la razón por varios minutos y sumergirte en un baño dulce que huele a pecado, por otra parte, la atención del mesonero es maravillosa y eso me basta para volver una y otra vez, además de que él aprende a ser barista en Youtube y cuando voy practica con mi marrón, al que le pone rostro de cerdito.

Este mesonero se llama Angelo y desafortunademente no lo conocerán para cuando vayan, pues, me enteré hace poco que renunció al petit café, para ir tras unos planes más ambiciosos en Barquisimeto.

De camino al lugar mientras subía las escaleras del metro pensaba: ¿en serio irás a tomarte un café, de verdad te comerás una torta? ¿sabes que tu sueldo mínimo no alcanza para esos lujos? eres periodista y encima trabajas en Venezuela, hice caso omiso a los reproches que la Ariadna realista me hacía y seguí presta a consumar mi pecado vespertino.

De pronto me dije: solo quiero hacer lo que me gusta hacer por un instante, así deje todo el salario allí, lo único que deseo es caminar, ver las nubes sobre el Ávila y sentir el inusual frío de Caracas. Al salir de la estación, di pocos pasos y al llegar al café noté que estaba cerrado, había olvidado que no abre los lunes. 

Opté por ir a Amelie otro café cercano, al transitar, clavaba la mirada en el piso, en los adoquines que alguna vez fueron marrones o rojos, ya están muy sucios y gastados, luego observé hacia el norte y vi el cerro, sereno, blanco, limpio, sentía que me aferraba a aquella ciudad ruidosa y al mismo tiempo que me despedía, recuerdo que las nubes aún se veían, el cielo estaba azul y al fondo había un aviso del Hotel Monserrat y otro de Ron Cacice que decía: Ron venezolano el mejor del mundo.

Me detuve en el semaforo, pasaron varios motorizados con sus caras poco afables y sus manos casi siempre en posición extraña.  Inhalé  el humo denso de los viejos carros y esperé el cambio de luz en calma. 

En el trayecto le hablaba a Caracas y me hablaba a mí, explicaba que debo hacer estas cosas mientras siga viviendo aquí. Quiero aprovechar tus lugares, observar tus colores y guardar tus aromas, para escribir más adelante sobre ellos, para recordarlos intactos cuando los extrañe. En cada pisada que doy, siento que una parte de mí se queda

Al llegar a Amelie divisé que estaba abarrotado, por lo que pediría para llevar, es un sitio algo pequeño y con una acústica terrible, sin embargo, coincidencialmente mi amigo Nelson estaba allí, esperando por una mesa, nos saludamos con sorpresa, le reproché por unos desayunos pendientes y finalmente nos sentamos a conversar, a los pocos minutos, apareció otra amiga afuera, salí a saludarla y luego entré a continuar la plática con mi amigo politólogo.

En ese momento volví a hablarme adentro y decía: en otra ciudad no tendré amigos que aparecerán accidentalmente, no habrá caras ni sabores conocidos, tampoco cafés conocidos, me tocará buscarlos sola y descubrir cómo se le dice al guayoyo en esa otra ciudad, tocará construir una vida y hacer nuevos amigos, ver otro cielo y otras nubes, no estará Caracas, ni El Ávila, seguramente tampoco los motorizados, entonces mi corazón se detiene y pregunta¿perder todo eso por una torta y un café?




A.G
Twitter: @Ariadnalimon
Instagram: Ariadnagarci

jueves, 15 de septiembre de 2016

La bella Caracas que mordía (crónica)

Salí al trabajo a eso de las 09:30am tenía ganas de comerme una tizana de la esquina, conté el centenar de billetes que ahora debes usar, para comprar aunque sea un caramelo, me dirigí a la parada de los cubitos de frutas, entregué los 300 bolívares que fue lo que pagué la semana pasada, la señora me dijo -de 400, de 500 o de 600- inmediatamente intuí que era un cholazo a mansalva de la inflación,  le di la diferencia, la vendedora con cara de angustia me preguntó si yo iba a agarrar hacia arriba, le respondí -no ¿por qué? está muy feo- asentó, -sí, han pasado muchos motorizados raros para allá- le señalé que yo iba hacia la avenida y me respondió -menos mal mija, dios te bendiga-, -gracias señora- (con cara de quinceañera enamorada).

Pensé: qué buena esa señora que me echó la bendición.

Caminé hacia el metro, se me derramó un poco de jugo, porque el vaso estaba robosado, tragué rápido, pues tenía que entrar al metro, en la salida una mujer de unos 50 años, me preguntó -¿en cuanto compró eso?- le hice seña con los cuatro dedos, tenía miedo de hablarle, por la psicosis colectiva de la burundanga y los robos extenuantes que suceden a cada segundo. Me dijo -ah es que un familiar montó un puesto y quería saber en cuánto las venden por aquí-, no quise parecer descortés y respondí con cara de absoluta curiosidad -¿ah sí y en cuanto las venden?-, -en 50, no le está ganando nada-, -no- respondí.

Allí quedó la conversación, sucumbí ante las escaleras mecánicas, metí mi único ticket en el torniquete averiado, esperé el tren en dirección Plaza Venezuela, seguí el trecho hasta mi trabajo, tenía pauta a las 11:00am en la sede de Fedecámaras, llegué tarde, rezaba para que la rueda de prensa no hubiese comenzado, -fue en vano- sin embargo, disfruté el camino de ida, el cielo estaba azul piscina y tenía nubes, muchas nubes, que parecían burbujas batidas o crema batida. El Ávila estaba floreado, vi plantas con pepitas anarjandas, árboles con rosas moradas y amarillas, otro bastante particular con unas ramas largas que dan un fruto vinotinto, pasamos por los campos de golf, por el barrio chino, todo se veía en calma, ordenado, como si por unos minutos no estuvieses en Caracas.

Llegué a hacer mi trabajo, el fotógrafo ya estaba allí,  alcancé a rocoger buena información, gracias a una colega que le hacía preguntas al ponente.

De regreso, todo estuvo más o menos igual, llegamos a la torre, almorcé... A eso de las 04:30pm bajé con mis compañeras por un café, reímos, observé nuevamente el cerro que ya esa hora estaba encapotado, me tomé un marrón grande que aliñé con polvo de canela y de cacao.

Bajamos a nuestros puestos, en la redacción se encontraba Diosa Canales, mientras le hacían la entevista, casi todos los hombres del área y unas cuantas mujeres, hacían prestos la cola para tomarse fotos con la vedette. Al fondo alguien rezongaba -después no se pregunten por qué tenemos un presidente como el que tenemos-.

La zarzuela  duró poco, se acabó al marcharse el cuerpo voluptuoso de la mujer, que estaba cubierto por una malla beige con encaje negro, que despertaba la curiosidad y el morbo de los presentes.

Terminé mi nota a eso de las 06:30pm, esperé un poco, mientras me encargaba de resolver unos tigritos pendientes. A las 07:20pm ya estaba lista para enrrumbarme hacia mi casa. 

De camino, un motorizado venía de frente hacia nosotros, traía luz, pero venía frontal, "a lo macho", se hizo a un lado, todas las mujeres que ibamos en el carro ruidoso, coincidimos en que era un inconsciente. 

Agarramos hacia la Avenida Fuerzas Armadas para dejar a una compañera, después bajamos por el Hospital Vargas. Perdí el contacto con esa Caracas nocturna, desconozco cómo luce y cómo se mueve, me aterra, le huyo tanto como pueda, veía todo con absoluta lejanía.

En estas últimas noches antes de que me lleven a la casa, he hecho turismo por algunas zonas como El Llanito, Terrazas del Ávila, Fuerzas Armadas, la Avenida Lecuna o la redoma de Petare. El martes cuando cruzábamos por la redoma, vi los mercadillos ya recogidos, a una  muchacha que parecía prostituta, por el bamboleo de sus caderas, el corto vestido y por la forma en que le habló a dos hombres, el sucio de las calles y sentí ese hedor a pescado y a fruta podrida tan característicos de Petare. 

Todo aquello me aceleró el corazón, Petare siempre me acelera el corazón, sentí miedo y pensé en las cosas terribles que se desentrañan en aquel barrio, en lo que no vemos, ansiaba tener una cámara y documentarlo todo.

Hoy bajando por el Vargas, había bastante gente en la calle, las camioneticas estaban paradas haciendo su agosto, observé a tres niños hurgando entre la basura como si se tratase de una piñata, más adelante dos jóvenes lucían atornillados en una de esas ventanas coloniales, con sus bandoleros terciados, parecían estar esperando a sus presas. 

La luz de las calles zigzaguea, en una cuadra hay y en la otra no, todo luce en silencio, pero al mismo tiempo los carros viejos se niegan a morir. La gente camina rapidito hacia sus refugios, las luces de los apartamentos parecen los únicos salvavidas.

Los carros y las motos se pelean el primer puesto, no hay cabida para el semáforo, todos huyen en aceras distintas para llegar a sus casas. La presencia de unos pocos guardias ya no abriga, la patilla que comí  temprano se me borró de un sopetón, por poco olvido las nubes burbujeantes de la mañana, pero Caracas es así, primero te da un suave beso y luego te estampa un mordisco.





Ariadna García


sábado, 27 de febrero de 2016

La mujer de la esquina Pueyrredón

Buenos Aires; 23 de febrero de 2013





Eran las siete de la mañana, salí al trabajo como de costumbre, esperaba el bondi, de pronto llegó una chica muy atractiva, llevaba una falda azul muy ajustada hasta la pantorrilla, una camisa abierta color crema y tenía un cabello marrón brillante que se soltaba por todas partes, me vio de reojo se rascó el labio inferior, siguió mirándome, yo ya estaba un poco nervioso, escudriñaba todo su cuerpo con mis ojos, sentí que me metía en sus piernas, fue evidente que me provocó una erección, ella sonreía y movía el meñique de su mano izquierda como en una especie de tic.

Intuí que debía caminar, me metí hacia la esquina de Pueyrredón, no me atrevía a voltear, quería que esa chica me siguiera, pero era algo loco y desenfrenado, seguí caminando atónito, me sentía como un pibe de 18 años, hasta que empecé a oír sus pasos. La calle parecía estar sola, me detuve, nos vimos frente a frente, comenzamos a besarnos apresuradamente, mi pene estaba totalmente rígido, su aparatosa falda gustosamente se corrió y dejó entrar mi mano, pude tocar y sentir lo húmeda que estaba, me besaba, tenía un olor como a hierba, era fresca y cálida.

No habían pasado ni cinco minutos, eran tocadas y lamidas por segundo, su mano se sentía pequeña y suave, me apretaba fuerte, yo ya no podía más, saqué un condón y me lo puse, la penetré, su cara era de gozo, parecía desmayarse sobre mí, apreté sus glúteos, pude sentir su carne, la besé, la besé en los ojos, como hubiese querido tocar y besar su senos, la levanté un centímetro del piso y fue como si   me elevaba, aquello me estaba llevando a otra dimensión. No dijimos ni una sola palabra, no supe su nombre, ni su dirección , nada.

Han pasado tres años y aún pienso en ella, aún siento como si la besara, no cambio la ruta, voy y espero el bondi cada día en el mismo lugar, no sucede nada.

Esa mujer apareció ese día para trastornarme, para atormentarme, la deseo, la quiero de vuelta.

Todas las mañanas la busco en la esquina de Pueyrredón, son 1095 días sin éxito.

Tiene que ser de verdad, llevo tres años recordándola, tres años buscándola y aún no he visto si quiera una falda parecida...




miércoles, 27 de enero de 2016

Nos llamaron Ana Frank

Lucía y Mariana, dos jóvenes venezolanas de unos veintitantos años, fueron a la misma universidad, comparten ciertos gustos, en fin, son amigas. Sin querer me he topado con su conversación y me ha causado mucha impresión. Sé que lo que escriba parecerá exagerado, desgarrador y melodramático, pero estas niñas me han conmovido, y la verdad es que sus quejas, sus reproches, son injustos y les doy la razón.


Lucía es de padres colombianos, fue hace poco a visitar a su familia a Medellín, relataba que tomando en un bar con sus primos a las 11 de la noche, de pronto se halló llorando en medio de todos, porque hacer algo así en Venezuela podría costarle la vida, ella le decía a las amigas que no le creerían, yo le creo.



Mariana, una chica del interior que vive en Caracas hace varios años, contaba que ahora tiene un teléfono nuevo y lo deja en casa, porque le da pánico ser asaltada por culpa de ese aparato. Lucía, se nota que es apasionada y con rabia le decía -es injusto chama, por qué tienes que dejar tus cosas, algo tan normal como un celular, por qué-.



Lucía dice -yo desde que llegué de viaje vivo encerrada en mi casa, en lo que va de año he leído cinco libros y he visto diez películas, así será mi vida hasta que me vaya del país, vivo ¡alarmada!



Entre tanto otra chica dijo -Lucía pareces Ana Frank, tampoco se puede vivir así...



Lucía menciona, al menos en aquel momento había una guerra declarada. Aquí está muriendo mucha más gente y nada...



Hubo un silencio entre estas dos, que sienten que comparten una cárcel a los veinte años, una cárcel injusta, una cárcel que ningún joven desea. Estas chicas quieren ir de noche a un bar, estas chicas sólo quieren ser chicas.



La conversación deja de ser grupal, una sabe exactamente cómo se siente la otra y le escribe por privado. 



Mariana dice-conozco esa sensación de desapego que sientes, yo tampoco me acostumbro ni me acostumbraré a este mal vivir. Caracas es la segunda ciudad más peligrosa del mundo, no hay forma de que esto no nos afecte. Al igual que tú, vivo encerrada, no sé lo que es salir a tomar algo en meses, por ahora disfruto de lo bello que aún queda, para sobrevivir a esta ciudad me he vuelto una turista.



Lo único que queda es estudiar, prepararse, al final estudiar aquí, sigue siendo más barato que en otras partes.



Lucía le responde -nos llamaron Ana Frank, somos prisioneras.



Mariana dice -hablar de esto es delicado la gente está muy sensible, los venezolanos hemos cambiado mucho.



Planear una reunión entre amigas, es más difícil que llegar al Everest. No puede ser tarde, debe ser céntrico, deben coincidir los horarios, no debe ser tarde.



Muchos jóvenes desesperanzados. Trabajos mal pagados, sueldos que no alcanzan, noticias aterradoras, sin posibilidad de tomarse alguito en el café de la esquina, ya no se sabe a dónde ir, ni por qué se lucha, ya los sueños se van quedando más lejos. Las ganas de quedarse y hacer algo, se vuelven un bosque empantanado, que pesa en los pies, pesa y no deja avanzar.



Mariana se queja, -lo más fastidioso de tener que irte o de decidir irte, es que sientes como si fuese una patada que te echa de tu propia casa.



Lucía asienta con un emoji triste y llorón.



-Ya no nos preocupamos si Raquel me robó el novio, o si fueron a la playa y no me avisaron. Nos quitaron muchos años chama.



Sus prioridades y preocupaciones son otras, aquí no hay muchachos viviendo pendejadas, aquí hay muchachos padeciendo, sufriendo, encerrados, muchachos leyendo cómo cada cinco minutos asesinan a uno de los de ellos. Viendo a los amigos partir, a las familias, viendo como todo se desmorona.



Mariana y Lucía, serán amigas por chat, por mensajes, serán amigas siempre, pero desde la distancia, serán amigas separadas por su realidad.



No serán las de la foto, no compartirán un café, no se echarán en la grama de la plaza a tomar fotos, ni irán a la Gran Sabana pidiendo cola.



Les quitaron muchos años a estos chamos... Les quitaron esas experiencias tontas de la vida.









AG





domingo, 24 de enero de 2016

Caracas es un basurero improvisado

Edificios invadidos, aguas negras derramadas, un olor putrefacto constante, ruido, aguas negras otra vez, un motorizado a la deriva, calles sucias, agua, nubes, una montaña cálida. Dos sujetos se pelean en la entrada del supermercado, todos parecen carritos chocones, una señora finge haber perdido su tarjeta, la cajera con tos la llama mentirosa; todo se resuelve. Ruido, tras ruido, basura, tras basura, el hombre del piropo insolente: Caracas.





A.G

lunes, 24 de noviembre de 2014

Mi relación con Caracas es como mi relación con Dios

No sé si nos estamos alejando o acercando...

Caracas 22 de noviembre de 2014; 06:10 pm.


Caracas ¡chica! Qué relación tan enfermiza esta que hemos tenido tú y yo en los últimos años, yo te amo, comencé a disfrutarte, a caminarte, a balancearme en ti, aprendí a cuidarme de ti, de tu violencia que no es tuya sino de otros. Admito que cuando he visto esas guacamayas volar sobre mí se me pasa todo, se me olvida la violencia, el hedor de Chacaíto, hasta el ruido tormentoso de los motorizados, ese ruido que me convirtió en una persona temerosa, con sobresaltos ante el asomo de cualquier peligro.  

Si me preguntas cuanto duraremos tú y yo, te diría que toda la vida. Pero por ahora creo que es necesario separarnos, no podemos seguir así Caracas, ya no tengo la tranquilidad para soportarte, ni tampoco veo cerca las respuestas para ayudarte. Veo que estás muy herida, contaminada, viciada y muy perturbada.

Creo que te matamos primero a ti.

Anoche volviste a asustarme y sentí que no estoy preparada para vivir así, con esa angustia en el pecho y ese temblor en las manos.

Atendí una llamada y eso bastó para desatar la furia; dos chicos me siguieron y enseguida noté que iban a robarme, tal vez es una tontería, sé que otros han vivido cosas peores en tus calles, pero esos cinco minutos en llegar a la caseta del metro, fueron como una carrera por mi vida. Llegué pedí ayuda y ahí me quedé hasta que se fueron.

Afortunadamente pude esperar, calmarme y regresarme, no me atreví a salir de la estación.
Pero Caracas, aquí con mi corazón te digo -no me gusta que me toquen conocidos, mucho menos extraños, estoy consciente de mis alcances y de los tuyos y por eso te digo -no podemos seguir así-.

No quiero encerrarme en un cuarto a ver como pasan las horas, pero tampoco quiero sentir el corazón salido de mi boca, cada vez que pongo un pie en la calle.

Caracas no te digo hasta aquí, porque obsesivamente me cuesta alejarme y desprenderme. 

Pero con miedo te digo: no nos hagamos más daño.

No puedo y sé que tu tampoco resistes más.

Con amor y con pasión te beso y te digo: basta.




A.G

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Me perdí en un avión



Todo esto me ocurrió a mí, sí, forma parte de una historia verdadera, algunos datos serán modificados para resguardar la identidad de los involucrados. Aunque me gustaría saber el nombre del piloto de aquel avión.

Hace un mes conocí a alguien por un chat, yo metida en un chat para conocer gente, fin de mundo, eso nunca se me ha dado. Llegué ahí porque una amiga me habló de la aplicación y la curiosidad terminó llevándome a Margarita, ¡sí a Margarita!

Al principio leía las biografías de los usuarios de aquella herramienta funcional, porque funciona… De ligoteo. Y me parecían todas cursis, me gustan las estrellas, tengo una personalidad así súper chévere o sea.  Y yo decía ¡nah! Nada que ver esto no es pa mí, -elimínala de tu celular ¡ya! Pero seguí bajando y leí una biografía que hablaba de extraterrestres, de animales y había un tatuaje en la foto de perfil, obvio esa biografía me hizo clic clic, porque me encanta lo big big y lo raro raro.

Y pues hubo compatibilidad en las conversaciones y después de unos 15 días me invitó a Margarita, sí es una locura. Me lo pensé unos cuantos días, pero como Ariadnalimon es impulsiva un día despertó diciendo me voy a Margarita porque tengo como ganas de comerme una empanadita fresca. No faltaron las 15mil personas que dijeran te van a descuartizar, te van a matar, como te atreves, dile a tu primo que te busque en el aeropuerto, abrígate, usa repelente, no te subas al carro sola, y yo obviamente me volé todas las precauciones.

Una semana antes la ansiedad me devoraba las manos y los sueños, no podía dormir pensando ¿cómo será? Y si me gusta y si no me gusta y si de verdad termina poniéndome burundanga, no.

Finalmente llegó el día, yo bajé al aeropuerto muy temprano, pensé que mis nervios estaban controlados pero no. Vuelo 323, puerta 2, hora 9:45am. Allí estaba yo diminuta y puntual y me decía a mí misma, mi misma todo está saliendo perfecto ya vas a entrar al avión estoy sorprendida con la puntualidad, entré me senté, puse mis audífonos con bajo volumen por si acaso, cuando de pronto escuché: bienvenidos pasajeros con destino al Aeropuerto Jacinto Lara en Barquisimeto. Y yo ¿what the fuck? Barquisimeto, ¿cómo fui a parar yo en un avión que iba pa Barquisimeto? Le pregunté a un señor que sería mi compañero de viaje, ¿señor esto va para Porlamar verdad? y respondió -¡No! Barquisimeto-.

Afortunadamente logré bajarme a tiempo y pregunté dónde está la gente del vuelo 323, tenía un estado de nervios bastante asfixiante. Por un momento pensé eres un peligro para ti, no puedes salir sola. Habían cambiado la puerta y el vuelo tenía un retraso de dos horas, en qué parte del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar estaba yo, pues no lo sé porque nunca me enteré de esa información.

Dos horas después me monté en el avión correcto y llegué a Porlamar, mientras caminaba hacia la puerta, decía puedes morirte ya o colearte y devolverte en cualquier avión para Caracas, total ya eres experta, pero no la curiosidad me llevó a Margarita y allí estaban esperándome con un gran hola y yo haciendo mil muecas desde atrás esperando mi maleta y deseando que la correa se trabara, que se fuera la luz, pero que no llegara el momento del hola de verdad y del hola de cerca además.

Apaguemos las luces, no pueden enterarse de qué pasó después…

Solo sigo preguntándome como fui a parar yo en aquel avión.


Ariadna García