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sábado, 4 de marzo de 2017

Un día de playa en Venezuela (crónica)

El día lunes 27 me fui a la playa con un amigo argentino que lleva casi dos años viajando por toda América Latina en su camioneta bautizada "La Vagabunda". En Venezuela ya lleva tres meses. Salimos dispuestos a celebrar los carnavales en busca de las hermosas playas de este lado del trópico. Al bajar a La Guaira nos encontramos mucha cola y alcabalas de rutinas. El carro de Diego lleva un cartelito que dice: me ayuda con un galón de gasolina o una ducha, por lo que varias personas nos sonreían y en un momento de la cola, un joven se acercó a ofrecernos un baño, nos dejó su número de teléfono y se marchó. Dos días después le escribió a mi amigo y nos enteramos que se habían ido hasta Todasana a ver si nos conseguían. Gracias Víctor.

Una hora más tarde entramos al pueblo de Osma, decidimos quedarnos allí porque La Vagabunda se estaba recalentando, teníamos más de cuatro horas manejando. Estábamos cansados, paramos en una bodega compramos algunas cosas para comer y al llegar nos instalamos plácidamente en la playa. 

Las olas subían como la espuma y varios niños no se separaban de ellas, tomamos Fernet Branca, vimos muchas aves pasar, jugamos Uno y aunque yo misma le había enseñado a Diego las reglas del juego cada tanto me perdía y las olvidaba. 

Nos sentamos en dos sillas a tomar el sol que quedaba, a conversar sobre las cosas más tontas e importantes de la vida, esperamos a que cayera la noche y vimos cómo las estrellas aparecieron como un show de luces para nosotros. Diego buscó su guitarra, tarareamos un par de canciones, entre esas Volver y Por una cabeza, fueron horas de paz y de disfrute en aquel paraíso oculto entre las montañas.

En la noche preparamos un par de arepas en su camioneta, hasta yucas chips, yo observaba todo con curiosidad porque era la primera vez que acampaba en la playa y la primera vez que compartía ruta con un viajero. Un viajero que esconde tesoros maravillosos en esa furgoneta, latas que contienen té, esencias aromáticas y música.

Al lado de nosotros había una familia de mariachis que más tarde tocaron junto a Diego temas alegres que nunca faltan en las fiestas. Pasamos una noche tranquila, el día martes la lluvia nos dio los buenos días, pero el sol saldría más tarde con toda su fuerza causándome una insolación que todavía me hace arder las rodillas. 

Estando en la playa Diego me hace una pregunta inusual "¿Ari yo estoy muy drogado o ashllá hay un perrito azul?". Yo pensé: a este cuate ya se le fundieron las neuronas, pero al virar la mirada comprobé que efectivamente se trataba de un perrito azul.

Estuvimos bajo el sol casi tres horas, entre entradas y salidas al mar y al río, vimos a un hombre con pinta de jeque árabe tropical y a muchos niños surfear con sus maravillosas tablas. Compramos cervezas en un kiosco que tenía los niños más obedientes del mundo, ayudaban a sus papás en los quehaceres del negocio con tanta diligencia que me asombraba y hasta le hice el comentario al padre.

Nos despedimos de esa playa sin ningunas ganas, pero al día siguiente yo debía estar temprano en Caracas. Cogimos carretera hacia La Guiara, al pasar por Los Caracas nos detuvimos a admirar ese inmenso azul que es capaz de arroparlo todo, Diego subió al techo de la camioneta y lo seguí, nos hicimos un selfie y luego continuamos el viaje entre charlas honestas y melodías radiales.

La Vagabunda no tenía caucho de repuesto así que decidimos parar en una cauchera. Eran las 5:30 de la tarde, al salir de allí Diego dio una vuelta en U y nos incorporamos a un elevado, en ese momento aparecen de la nada dos hombres en una moto, le muestran la pistola a mi amigo y le dicen que se detenga, él me dice "Ari nos van a robar pásame la cámara". Le paso el bolso con todo, allí veo por el parabrisas que tenemos a los dos hombres al frente, uno llevaba una camisa roja y el otro una negra, -vestían de civiles- automáticamente pensé: nos van a robar, nos van a matar.

Diego no les hizo caso y giró como pudo al final del elevado, sin importar que venían carros en sentido contrario, más tarde me diría: lo hice para salvar la vida, solo pensaba en eso. Estacionó el carro en una calle y se lanzó del vehículo, yo me quedé adentro con la cabeza entre las rodillas, hablando con Dios, implorándole que nos ayudara porque sentía que nos iban a matar. Los hombres se bajaron de su moto y apareció otro en su defensa, en total eran tres. Cerca había una licorería y salieron alrededor de diez personas, en ese momento me sentí más "segura" y salí del carro, los hombres me gritaron "¿quién más está allí?" -Yo, nada más estoy yo, nada más estoy yo- les dije.

Estaban muy alterados y agresivos, repetían continuamente "si nos hubieran matado, ah, cómo vas a dar esa vuelta así, eres loco". Diego les pregunta ¿Quiénes son ustedes? "Somos funcionarios y te vamos a detener el vehículo, te vamos a poner una multa y si no lo puedes manejar, me lo llevo yo", respondieron.

Uno de los hombres se acerca al carro y comienza a registrarlo por la puerta del piloto, Diego se sube por el otro lado y le pide que por favor no revise su carro, el hombre se enojó mucho más y lo agarró por el cabello, le estrujó la cabeza hacia abajo. Mi amigo se bajó del carro y le dije que me dejara hablar con ellos para ver si conseguía calmarlos.

-Cuál es el problema, no te hicimos nada, venimos de un día de playa no queremos causar ningún inconveniente- les digo. El tercer hombre que salió de la nada era el más insistente de todos y seguía con que los hubiésemos podido matar. Horas más tarde Diego me contó que esos hombres nunca estuvieron en el mismo canal que nosotros, de hecho iban en sentido contrario.

En el momento que estoy tratando de mediar con ellos, una de las personas que había a nuestro alrededor le dijo a Diego que al lado quedaba un módulo policial, él corrió hasta allá y regresó con dos policías, estos desenfundaron sus armas, detuvieron a dos de los hombres y se los llevaron hasta la unidad. Estuvimos allí como una hora. Aparecían más y más policías, uno que llegó de último, dijo: "esos querían pegarles un quieto. Quiébralos porque yo no voy a apoyar sinvergüenzuras". En ese momento sentí que se me helaba todo el cuerpo, a Diego le hacían muchas más preguntas que a mí, -qué cuanto tiempo tenía en Venezuela, si era argentino, si tenía los papeles en regla-. No veíamos la hora de que todo aquello terminara.

Al cabo de un rato, comencé a avisar a mi familia, a mi jefa que también es periodista y le expliqué en qué lugar exacto estábamos, mandé el número de pasaporte de Diego, la placa del carro, mi número de cédula, no podíamos confiar en la policía, puesto que minutos antes habíamos sido emboscados por unos supuestos policías, todo podía pasar, incluso sembrarnos droga y aparecer al día siguiente en la prensa como: dos turistas que traficaban droga en Venezuela se enfrentaron a una banda criminal.

De allí tuvimos que ir a un cuerpo de investigaciones de un municipio cercano, nos tomaron las declaraciones, un oficial le habló a Diego en inglés, otro le preguntó que qué era lo que más le había gustado de Venezuela, él respondió que no quería ser descortés pero que no estaba de ánimos para hablar de eso -Solo quiero llegar a salvo a Caracas oficial perdónémé-.

Lo peor había pasado, pero seguíamos allí, yo sabía muy bien que habíamos salido "barato" como decimos en Venezuela. Solo podía agradecer a Dios por estar bien y estar con vida, sentía una suerte de alegría, en un momento le di un abrazo a Diego y le dije -estamos bien, vamos a salir bien-.

A pesar de los vicios evidentes que existían en ese cuerpo de seguridad, los oficiales nos ayudaron, nunca intentaron sobornarnos, al final uno me hizo preguntas muy específicas sobre lo que había ocurrido, porque según él era muy justo y no quería que los oficiales quedaran destituidos de sus cargos.

Ya eran como las 9 de la noche, una oficial me preguntó si Diego era mi pareja, le dije que no, que era mi amigo. Imagino que la pregunta no representaba nada en aquel procedimiento de rutina, pero la comidilla no puede faltar en esas instituciones desgastadas por el tiempo.

Diego le insistió a uno de los oficiales en que nos custodiaran hasta Caracas porque teníamos miedo, ya eran las 10 de la noche y encima el tercer hombre se había esfumado. Accedieron a enviarnos con dos policías. Eso es algo que aún les agradezco.

Al llegar a la casa solo quería ver a mi gente ir a ver a mi tía y darle un fuerte abrazo, que supieran que estábamos bien, que seguíamos aquí completicos, que nadie nos había arrebatado la vida, que pudimos tener un final feliz como el que pocos pueden, que nuestro día de playa no estaba tan arruinado.

Al final le dije a Diego: hay dos cosas que no olvidaremos de este día, esto y el increíble perrito azul.





El Hilo de Ariadna


lunes, 7 de noviembre de 2016

El día que hice un amigo refugiado en Berlín


Hace un año conocí a Mazen en Berlín, yo me encontraba en una estación de tren tratando de llegar al puente de Oberbaum, había caminado por horas Kreuzberg, caminé hasta perderme, solo hice una parada en un restaurant vegano, donde comí una sopa de lentejas y unas bruschetas que horas después me provocaron el vomito.

Yo viajaba sola, lo único que llevaba era un morral, un mapa y muchas ganas de conocer. No tenía idea de cómo llegar a ese lugar, me impacientaba y decidí pedir ayuda, vi a Mazen de lejos, llevaba audífonos así que dudé en preguntarle, sin embargo, me paré frente a él y le señalé el puente en el mapa, como pude le pedí que me dijera cómo llegar allí, fue más difícil de lo que pensaba, ninguno de los dos hablaba un idioma parecido, él árabe y yo español. 

De alguna manera pudimos comunicarnos al punto de que Mazen insistió en acompañarme y a partir de allí hicimos un pequeño recorrido por la ciudad, sentí que éramos amigos de toda la vida, con nuestro poco inglés hablamos, me contó que venía de Siria que era refugiado y que su familia se encontraba en Alepo, para ese momento llevaban tres días sin luz, sin agua y sin comida.

Mazen tenía tres meses viviendo en Berlín, adaptándose a un nuevo país, aprendiendo un nuevo idioma, desde que lo vi intuí que se sentía solo. También sentí como si yo había sido una vieja amiga que llegaba a visitarlo.

Fuimos al puente de Oberbaum, vimos cómo las luces de colores se reflejaban en el agua, tomamos un bus y no pagamos, llegamos al Domo de la ciudad y recorrimos varios lugares, incluyendo la famosa Puerta de Brandeburgo.

Por su hospitalidad lo invité a cenar, lo llevé a un Subway, me explicó qué carnes no comía y que nunca antes había estado allí, yo sabía un poco más de alemán así que pedí los sándwiches, me contó que era casado y que esperaba que su esposa llegara en unos meses, me parecieron muy jóvenes para tal compromiso, 21 años cuando mucho, pero es parte de su cultura.

Comimos, después de eso llegó la hora de marcharme, mi bus salía a las 11pm, Mazen nuevamente insistió en acompañarme, esta vez hasta la estación central, que era bastante lejos de donde nos encontrábamos, se comportó terriblemente amable y caballero. 

Al momento de decir adiós, nos dimos un apretón de abrazos, sentí que me despedía de un gran amigo. Ha pasado un año y Mazen no se ha reencontrado con su familia, seguimos siendo amigos, ya hoy habla alemán y tiene trabajo, no le pierdo la pista, él siempre será mi referencia en el exilio.


AG

domingo, 5 de junio de 2016

¿Qué es El Hilo de Ariadna?

Nunca había definido esto, hasta ahora y creo que es oportuno echar este #cuentocorto creé este blog hace aproximadamente tres años y en aquel momento era parecido a un diario, lo tomaba y lo dejaba y escribía cuando estaba irremediablemente triste.

Como estudiaba Comunicación Social, fui agregando algunas de mis tareas, crónicas, reseñas y desahogos. Hace seis años, me hice amiga de unos arquitectos que hoy son mis grandes amigos y una de ellas, la srta Luna, siempre pensaba en comida.

Ella tenía un librito donde recomendaban sitios gastronómicos de la gran Caracas y casi siempre se iba a conocer alguno, yo me anoté muchas veces y esa práctica despertó algo en mí, luego vinieron algunos viajes que también me cambiaron y comencé a apreciar más, todo lo que me rodeaba.

El ojo se volvió más agudo y empecé a sentirme turista, siempre... Pasó lo que ni yo misma me imaginaba, me enamoré de Caracas, de su comida y de sus lugares; comencé a visitar sitios y sin darme cuenta a recomendarlos. 

Me aferré a estas cosas, para vivir una ciudad que agota, que asusta y que se desmorona, pero como todo enamoramiento yo ahora sólo puedo ver lo bello y eso es lo que #elhilodeariadna quiere mostrarle a ustedes, lo bello para que recuperen la fe y se enamoren.


#Elhilodeariadna muestra esto en su cuenta de Instagram: @Ariadnagarci a través de #cuentoscortos


Ariadna García

miércoles, 1 de junio de 2016

La Taberna Mexicana

Luego de estar un mes en Alemania, decidí entrar a un restaurant, no lo había hecho antes por dos razones: primero, sale más económico comer en casa y segundo, porque los restaurantes de comida alemana no abundan que eran los que me interesaban, sin embargo, aquel día ese lugar roído me llamó la atención.
Me encontraba conociendo Werden, una ciudad de Essen que queda al noroeste, en una región llamada: Renania del Norte. Generalmente la parte céntrica es más costosa que el resto, así que los platos aquí rondaban los 20€, mientras que en alguna taguara callejera puedes comer por 2€ ó 6€.
Desde la calle los precios se veían más que accesibles y no es común encontrar brownies con helado en el menú, este costaba 3,50€, así que entré. Me extrañó que el lugar estaba desolado, afuera en una de las mesas se encontraba un joven, pero adentro ni un alma, pensé: qué felicidad tengo un restaurante para mi sola.
Me senté en una mesa, observé la calle desde allí, luego me levanté y comencé a revisar el lugar con mis ojos, la carta era bastante variopinta, desde pizza, hasta comida mexicana y por último una amplia diversidad de tragos. Todo estaba realmente sucio y parecía mas bien un lugar para delinquir, me recordó a un sitio de la avenida Fuerzas Armadas en Caracas, donde cambiaba los cestatickets del trabajo con un señor portugués.
Seguí mirando, sobre todo esas cerámicas mexicanas que tanto me gustan, pero no era el mal aspecto del lugar lo que me ponía nerviosa, sino una enorme araña que tenían de mascota, en mi vida había visto una tan cerca y eso que soy del monte.
El animal estaba metido en una especie de vidrio que era tapado con un par de hojas y carátulas de cd; mientras ella movía sus patitas, yo la observaba desde mi ignorancia con gran atención. El joven de afuera entró y supongo que me preguntó si me habían atendido (mi alemán no da para tanto), le dije que no, llamó y al fin apareció alguien, imagino que se trataba del dueño, era un alemán y yo deseando que fuera un mexicano para echar una conversadita, pero no, el diálogo quedó en:
-Ein brownie mit Eis Bitte!
Llegó mi brownie con dos bolas de helado, crema chantillí por arriba y espolvoreado con canela ¡estaba riquísimo! Lo comí todo, me levanté, pagué la cuenta y me fui con ese sabor grato de quien disfruta de una buena comida en algún lugar del mundo, porque descubrir nuevos sabores es otra forma de viajar. Hagamos un viaje...

A.G

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Me perdí en un avión



Todo esto me ocurrió a mí, sí, forma parte de una historia verdadera, algunos datos serán modificados para resguardar la identidad de los involucrados. Aunque me gustaría saber el nombre del piloto de aquel avión.

Hace un mes conocí a alguien por un chat, yo metida en un chat para conocer gente, fin de mundo, eso nunca se me ha dado. Llegué ahí porque una amiga me habló de la aplicación y la curiosidad terminó llevándome a Margarita, ¡sí a Margarita!

Al principio leía las biografías de los usuarios de aquella herramienta funcional, porque funciona… De ligoteo. Y me parecían todas cursis, me gustan las estrellas, tengo una personalidad así súper chévere o sea.  Y yo decía ¡nah! Nada que ver esto no es pa mí, -elimínala de tu celular ¡ya! Pero seguí bajando y leí una biografía que hablaba de extraterrestres, de animales y había un tatuaje en la foto de perfil, obvio esa biografía me hizo clic clic, porque me encanta lo big big y lo raro raro.

Y pues hubo compatibilidad en las conversaciones y después de unos 15 días me invitó a Margarita, sí es una locura. Me lo pensé unos cuantos días, pero como Ariadnalimon es impulsiva un día despertó diciendo me voy a Margarita porque tengo como ganas de comerme una empanadita fresca. No faltaron las 15mil personas que dijeran te van a descuartizar, te van a matar, como te atreves, dile a tu primo que te busque en el aeropuerto, abrígate, usa repelente, no te subas al carro sola, y yo obviamente me volé todas las precauciones.

Una semana antes la ansiedad me devoraba las manos y los sueños, no podía dormir pensando ¿cómo será? Y si me gusta y si no me gusta y si de verdad termina poniéndome burundanga, no.

Finalmente llegó el día, yo bajé al aeropuerto muy temprano, pensé que mis nervios estaban controlados pero no. Vuelo 323, puerta 2, hora 9:45am. Allí estaba yo diminuta y puntual y me decía a mí misma, mi misma todo está saliendo perfecto ya vas a entrar al avión estoy sorprendida con la puntualidad, entré me senté, puse mis audífonos con bajo volumen por si acaso, cuando de pronto escuché: bienvenidos pasajeros con destino al Aeropuerto Jacinto Lara en Barquisimeto. Y yo ¿what the fuck? Barquisimeto, ¿cómo fui a parar yo en un avión que iba pa Barquisimeto? Le pregunté a un señor que sería mi compañero de viaje, ¿señor esto va para Porlamar verdad? y respondió -¡No! Barquisimeto-.

Afortunadamente logré bajarme a tiempo y pregunté dónde está la gente del vuelo 323, tenía un estado de nervios bastante asfixiante. Por un momento pensé eres un peligro para ti, no puedes salir sola. Habían cambiado la puerta y el vuelo tenía un retraso de dos horas, en qué parte del Aeropuerto Internacional Simón Bolívar estaba yo, pues no lo sé porque nunca me enteré de esa información.

Dos horas después me monté en el avión correcto y llegué a Porlamar, mientras caminaba hacia la puerta, decía puedes morirte ya o colearte y devolverte en cualquier avión para Caracas, total ya eres experta, pero no la curiosidad me llevó a Margarita y allí estaban esperándome con un gran hola y yo haciendo mil muecas desde atrás esperando mi maleta y deseando que la correa se trabara, que se fuera la luz, pero que no llegara el momento del hola de verdad y del hola de cerca además.

Apaguemos las luces, no pueden enterarse de qué pasó después…

Solo sigo preguntándome como fui a parar yo en aquel avión.


Ariadna García