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lunes, 7 de octubre de 2019

La fiesta solo era en la Av. Sur 21

No es habitual que salga de la oficina cuando ya se ha puesto oscuro. Sin embargo, al irme ayer, era casi de noche. Crucé el semáforo y subí por la calle de la avenida Sur 21, me sorprendió ver el show de luces que hay en ese pequeño tramo de adoquines que, ahora se llena de cafés y sitios lujosos. Era una luz violeta con un techo de otras luces del color de la bandera. A mi lado derecho había un puesto de paletas y al izquierdo muchísima gente se tomaba fotos. En distintos pedazos de esa calle las personas fotografiaban. Unos pasos más adelante, en la plaza El Venezolano, había fiesta, música, gente. El lugar estaba algo oscuro, pero eso no impedía que estuvieran allí.
De pronto me sentí completamente ajena a esa juerga en la que no participaba. Yo caminaba con prisa por miedo a no hallar autobús y mis manos seguían heladas por el frío de la oficina o tal vez era el frío que me produce Caracas en las noches.

En el resto del camino había más música, milicianos afuera del Techo de la Ballena. Otros locales medio llenos, medio vacíos. La plaza Bolívar medio iluminada, medio oscura.
Esa calle con luces violeta me recordó que el resto de las calles del país ni tienen tanta vida, ni tienen tanta luz. Esa calle es tan ajena al resto de los hechos que se solapan día tras días. Esa calle era como el glacial que era mi cuerpo.
Alcancé la avenida y a los 10 minutos pasó un bus. Lo tomé aliviada. Comenzamos a rodar y como siempre yo clavaba la mirada en los autos que se volvieron viejos, en las calles en la penumbra o en los edificios roídos. Había gente y de nuevo me sorprendió, dado a que no paso a esa hora por allí. La plaza La Candelaria estaba a media luz, no precisamente daba un aspecto romántico, pero lucía llena.
Más adelante por el mercado Guaicaipuro una chica paseaba a su Golden retriever, en una calle donde crees que te despojarán de todo. Ella se movía con tanta serenidad que dije: ¡Indudablemente yo vivo en otro país -en mi cabeza-!
Un hombre que llevaba una bolsa con latas se subió al autobús y se quedó guindado de la puerta, como si él mismo se impusiera que un latero no puede sentarse en los asientos, igual que el resto. El carro viejo empezó a hacer un sonido raro. El conductor paró y su ayudante revisó no sé qué cosas en la rueda derecha. El auto hacía como un aparato eléctrico que te hará bajar de peso con vibraciones en la barriga. Sonaba cada vez más fuerte y mientras atravesábamos Maripérez yo rezaba para que no se accidentara en esa zona donde ya no quedaba luz.
Recé tres padre nuestros y pensé: cómo una va a ser atea en Venezuela si siempre estás implorando 'que no se vaya luz, que consiga autobús, que tenga agua en casa, que no se quede varada esta chatarra'.
El conductor se detuvo más adelante. Hubo que hacer una revisión más completa y el colector le explicó que debían sacar toda la pieza, al igual que había pasado entre semana. Allí mismo decidieron dejarle el asunto a un amigo mecánico para el sábado.
Seguimos en la ruta y el carro se fue vaciando. Apenas tres mujeres quedábamos allí. A medida que avanzábamos la luz en los faroles escaseaba más y más. El carro cada tanto nos recordaba su desperfecto y yo ya más cerca de casa dejaba de rezar el Padre Nuestro y empezaba a imaginar la cama y el gato que me esperaban.
Atravesamos la Universidad Central y esa sí que no sabe de show de luces, de juerga, de gente que baila. El campus era una selva oscura donde no alumbraban ni los ojos de algunos animales que deambulan por allí.
La fiesta solo era en la Av. Sur 21.
Caracas; viernes 4 de octubre.
Ariadna García
#elhilodeariadna

jueves, 15 de agosto de 2019

Hallar normalidad después de la luz

Caracas; 14 de marzo de 2019

Intento encontrarle la normalidad a los días. Estos que preceden a los oscuros que se multiplicaron por cinco. 

Vengo aquí, a una plaza, me tomo un té, veo niños jugar con la pelota, gente pasear a sus perros, veo luz que sale de los postes y creo que todos ellos hallaron la normalidad primero que yo. Ahora mismo un grupo hace ejercicios. Suben las manos, bajan el cuello, giran el cuerpo de un lado a otro.

Todo indica que la vida siguió de la misma manera que sigue siempre. Inalterable, decidida, marcada.
La vida no tiene prisa, pero tampoco detiene sus pasos, solo sigue. 

Aquí y ahora la vida siguió. 

En cambio yo decido salir a la calle este jueves, justamente el día que recuerda esa oscuridad que nos atareó la rutina, las horas, el sueño, las comidas. Lo alteró todo. Se impuso como lo hacen ellos, sin piedad, sin levedad, sin temor. 

Elijo este lugar y en el camino hago un reconocimiento de las calles, los edificios. Los miro como si fuera la primera vez, como extraños, como si tantas otras veces no caminé por aquí. 

Siento como si por varios días estuve ciega y ahora tanteo las paredes con la punta de mis dedos. Veo la ciudad, los veo a ellos que están sentados en el piso, haciendo movimientos y creo que vuelvo, que la brisa trae lo perdido, que este dolor que descorazona el pecho se irá y que cuando menos lo espere estaré otra vez en una plaza, subiendo las manos, girando el cuerpo de un lado a otro.

Haciendo contorsiones. 

Nota: el 7 de marzo de 2019 Venezuela sufrió un gran apagón que se extendió por cinco días en la mayoría de los estados. En el Zulia el corte de luz se prolongó esa semana por 100 horas. Hasta la fecha se mantienen las fallas eléctricas en todo el país.



El Hilo de Ariadna

miércoles, 3 de julio de 2019

Empiezo a olvidar los cumpleaños

Caracas; 3 de julio de 2019


Son las 5:24 de la tarde, muevo la taza de té negro y miro la fecha en la pantalla de la computadora. Lo hice tres veces para revisar si había olvidado algún cumpleaños, la respuesta fue no. Mi prima cumple el 11, mi ex el 12 y mi bisabuela el 13. Las fechas están claras en mi cabeza, sin embargo, sé que hacía mucho tiempo que no me preguntaba por ello, que no tenía el cuidado de repasar a quién y cuándo llamar.

Mi bisabuela Ana Lucía nos recordaba hacerlo. En mi familia los natalicios eran sumamente importantes. El ring, ring, ring del teléfono se convertía en un jolgorio. Corríamos a tomarlo para pasarle la llamada al cumpleañero. Hablar con los de Maracay, Margarita o Caracas era una fiesta.

Hasta el último de los días mi bisabuela conservó la tradición. El 2 de marzo de 2015 hizo una llamada desde Yaracuy, era mi cumpleaños, a pesar de la flema y el cansancio que le generaban ya sus 92 años, tomó el teléfono y me habló, duró poco la llamada, pero es quizás el último recuerdo que tengo de su voz. Días después abandonó este mundo; un 15 de marzo a eso de las 7 de la noche, en Maracay.

No hace falta que la familia saque nuestras características al sol, yo misma reviso y encuentro que soy desperdigada, que con frecuencia vivo bajo mis propias reglas y olvido las que me enseñaron, sin embargo, mi abuela siempre viene a mí como una memoria firme e imborrable. Ella viene cada tanto con voz de susurro a decirme que los cumpleaños son importantísimos, que no los olvide, que llame, que escuche la voz de los míos, que celebre el milagro de la vida.

No sé qué era más recio en mi abuela, si sus manos o su voz. Era una morena tosca y ceñuda, parecía tan seria, que nadie hubiese podido creer que esa mujer sonreía. La moldedura de piedra le duraba hasta que sus nietos la rodéabamos. Su cuello fue tantas veces un lugar de refugio, un espacio cálido y tímido, en el que podíamos estar y pernoctar.

Mi bisabuela es lo más parecido a seguridad, con ella podías pensar que la casa no se caería con la lluvia, que la tierra sería siempre fértil, que no se acabarían jamás las tetas de la nevera.

Ana Lucía cumplirá años pronto, el 13 de julio y no sé cómo se celebran los cumpleaños entre el espacio terrenal y el espiritual, nunca había pensando en eso.

Hace cuatro años se fue y probablemente su natalicio ha pasado como pasan estos días veloces en Venezuela. No lo olvido, pero tampoco lo mantengo vivo, no le pico tortas, ni prendo velas, no guardo tradición alguna. No sé si se inventan.

Prefiero pensar en el espacio que seguimos compartiendo los Pérez y los García, esa frontera terrtorial que se extiende entre Yaracuy, Caracas, Maracay, Margarita y Ocumare. Ahora también con Ecuador, Colombia y Perú, porque arreció el horror en nuestro país y muchos de mis primos se fueron. Las llamadas son un poco más lejos, más cortas, con menos jolgorio como las que sucedían en nuestra casa, ubicada en ese pueblo diminuto, donde no faltan las ranas y las matas de lochos.

Empiezo a olvidar los cumpleaños, pero no a ella, ni a su voz. Olvido la rutina, la disciplina, olvido tantas cosas con frecuencia, pero no olvido que es la vida lo más valioso, que es el respeto y la celebración lo que los une, que son nuestros cumpleaños la fiesta de la vida, el gesto que nos hace humanos, es el cariño en la distancia. Eso era su voz y su felicitación: un cariño en la distancia.




Ariadna García
#ElHiloDeAriadna

jueves, 25 de abril de 2019

La ruralización de Ocumare del Tuy viaja en Metro hasta Caracas

La ruralización de lo que se ha convertido la vida en Ocumare del Tuy, Santa Teresa, Los Valles, viaja en Metro a Caracas, así lo presencio todos los días. Cada vez es más común ver personas con sacos de verduras al hombro, racimos de cilantros en las manos.

Hoy un hombre llevaba una bolsa llena de algo que parecía sardinas y que dejó el piso encharcado de sangre. Los hedores también se concentran de un lado a otro en los vagones. Los mendigos, los desnutridos también son más, cada día más.

Viajar todos los días en la Línea 3 es enfrentarse a una población que cambia, que pierde la urbanidad. Me convenzo de que pronto veré gallinas, conejos y de todo lo que la gente pueda traer a la ciudad para comerciar, para sobrevivir.

Una vez vi a un señor que llevaba en las piernas la piel de un chivo, desconozco cuál es el proceso, pero el animal aún olía, parte del vagón estaba impregnado. El anciano le dijo al alguien "De aquí salen 15 pares de zapatos". La escena era rarísima. Nueva.

Hace como dos años en una conversación con amigos dije: "Me preocupa la ruralización de Caracas", todos se rieron, yo también. Hoy el chiste se volvió verdad, nuestros modos de vida se desdibujaron. La ruralización nos alcanzó.

Ariadna García

miércoles, 6 de marzo de 2019

Cuchillo

Me he salvado tantas veces que ya no sé si es astucia o suerte. 

¿Cuándo será la próxima? ¿Quién será? ¿Quién dará el primer golpe?

La inteligencia y la intuición ayudan, pero hay una cuestión de fuerza y de poder que no se puede olvidar. Hay un desenfado en los varones que los hace apuntarnos con sus pijas, con sus dedos, con sus revólveres. 

Me salvé de ese monstruo ¿Cuántas más pueden decir lo mismo? ¿Cuántas somos? ¿Dónde estamos? Cuántas luego de eso, nos volvimos cuchillo, garganta, miedo. 

¿Quiénes somos después de ser tocadas por la violencia de un hombre? ¿Quiénes se pararon de la cama y decidieron cerrar la puerta? Atarla, enterrarla, botar las llaves. Quiénes salimos de ese cuarto para nunca volver, para no mirar atrás ni siquiera en busca de respuestas.

Qué es una violación, qué es el abuso. Es tan fácil confundirlo, turbarnos. No saber. Es tan normal la violencia que dudamos cuando nos toca. 

¿Quién era ese hombre de colores que nos tendía trampas para entrar a nuestra vida y romperla? 

Hay varones que solo saben cortar mujeres, por pedacitos, en la falda, en el cuarto, en la cama. Las arrugan, las envuelven, las ocultan. Les acaban. Las trastocan, las aíslan, las engañan. Las embarazan. Las barren. Las vuelven confeti y luego las lanzan por el lavaplatos. 

La violencia -a las mujeres- nos acompaña como una marca de nacimiento. No hay descanso, no hay consuelo. 

Esa mujer clavó un cuchillo en su vientre para que doliera menos. La enloqueció hasta sacarla de este mundo, sus muñecas se quedaron sin pulso, su padre la halló tirada en la cama, jamás volvió a ser la misma, quiso arrancarse la piel, quiso no haber nacido, quiso la muerte, quiso olvidarlo todo. Quiso que el dolor se la comiera por dentro, así como lo hizo él.

Algo pasa después de que se pierde el brillo en los ojos. Arrecia el desencanto, el desconsuelo. Nadie sabe lo que significa ser mujer hasta que un miembro decide irrumpir en tu cuerpo. Decide sin ti, decide confiado, decide altanero. Decide cuando quiere porque así se le enseñó, decide cómo, cuándo, hasta dónde. Decide el tiempo. Decide, así te quedes seca y tu piel lo expulse como veneno, serpiente o condena. 

Decide cuando ya no gritas y cierras los ojos para volar. Decide cuando quieres masticar botellas, cascada. Decide cuando el tarugo en la garganta es una soga que te ahorca y te deshoja. Decide cuando el amanecer no llega y la memoria trae el pasado hasta la orilla, que te recuerda que no es nuevo, que hubo otros, unos más viriles, más astutos, más venenosos.

¿Qué clase de cepa es esta? Aceptada, bendecida, solapada. Qué significa la palabra macho, qué es ser hombre, en qué se ha vuelto la masculinidad, qué es un varón, qué busca, qué deja, qué olvida, qué quiere de nosotras cuando dormimos y nos violentan a hurtadillas, en medio de la noche.

¿Qué violación se olvida? Qué nombre, qué mujer, qué historia, qué ocultan ¿Qué? 

Qué pasa cuando ese hombre sea cuchillo y te apunte a ti también, porque la violencia no distingue género. La violencia es violencia, es rápida, es impune, es desleal, es agazapada, es militante. La violencia es una culebra que pica a cualquiera, es una vara que se erige, que crece, que poda, es certera, es astuta. No es lenta. Está alojada, segura. Impávida. 

A todas las mujeres que hoy mismo caminan por un infierno. A ustedes que lloran sin consuelo, creyendo que la pesadilla jamás terminará. A sus vientres malheridos, a su corazón y su tristeza. Al amor que dieron y se volvió en contra. A sus pechos donde las lágrimas caen. A sus rostros sombreados por el rimmel que deja el llanto. 

Que el agua se lleve todo, que la pena se vuelva fuerza, que el amor y la compasión las traiga de vuelta. 

A quienes cuentan una vida tocada por la violencia de los hombres. A quienes vemos el machismo a la cara y le sacamos los ojos. A ustedes que gritan: ni una más. A ustedes que se han vuelto mi motivo de reflexión y mi gesto de empatía más genuino. A ustedes que me arrugan y me estiran el corazón con un relato.

A ustedes mujeres. Gracias. 


El Hilo de Ariadna

jueves, 28 de febrero de 2019

Se me acaba el detergente

Me quedo sin detergente y quiero pensar que no será una tragedia volver a comprar uno, que la hiperinflación será benevolente y que hallaré algún producto barato, que la ropa sabrá que estamos en crisis y que decidirá ensuciarse menos.

Quiero creer que mis pantalones me harán caso, que seré menos torpe y evitaré manchar las camisas al comer, eso que ha sido como un defecto congénito de nacimiento.

Seré cuidadosa.

Estiraré lo más que pueda el litro color rosado que no tiene mucho olor, ni tan buena calidad, ese que llevé en diciembre porque me pareció el menos costoso de los que habían en el anaquel.

También quiero pensar que ese monstruo que sube mes a mes más de 100%, tratará igual de bien a mis connacionales y que les dará la mejor oferta de jabón en polvo o líquido, que oleremos a lavanda, a vainilla, a bebé, a limpio, a tranquilo.

Te prometo economía que estiraré este pote, que alejaré a mi gato de las sábanas, que no me quitaré los zapatos y caminaré el piso con mis medias.

Lavaré, lavaré lo malo, la hierba, la rabia. Lo lavaré todo.

Me quedaré con las flores, la lavanda.

Ariadna García

Gracias M por mostrar otra cara de Cuba


Necesito abrir este hilo y hablar sobre Cuba. Nunca lo dije, ni creo haberlo tenido tan claro, pero si hay un lugar en el mundo que siempre me generó curiosidad es esa isla. 

Todo empezó con las historias que me contaba aquella doctora inmigrante que vivió casi veinte años en Venezuela. Lo que yo sabía de Cuba era casi siempre sobre Fidel, la revolución. Los Castro. Las escuelas al campo, las injusticias, abusos, privaciones. Dolor.

No tenía idea de cómo vivía la gente allá, sobre todo, en la actualidad. Las múltiples restricciones que enfrenta la población, el cerco a la libertad de expresión, al internet, me hacían sentir que ese país estaba prohibido, que jamás llegaría a estar un poco cerca. No tenía contacto alguno con el mundo real de Cuba, con su gente, con los jóvenes, con las calles, con las guaguas. 

Leía 14ymedio, a Yoani, pero me quedaba la sensación de que no terminaba de cruzar la barrera hacia lo que verdaderamente era la cotidianidad en Cuba. 

Una vez, hace años, agregué a Aníbal en Facebook, un viejo amigo de esa doctora de la que les hablé al principio. Le envié la solicitud por mera curiosidad. Me preguntaba si ¿realmente Aníbal tendría internet para chatear conmigo? ¿Aníbal estaría allí? ¿Aníbal tendría la suficiente libertad para contarme algo? ¿qué había comido en una tarde de agosto, por ejemplo? ¿si le gustaban las galletas o si no era tan difícil conseguir café en Cuba?

Hace unos meses mi curiosidad fue parcialmente resuelta, sí, parcialmente porque creo, siento, que en algún momento necesito vivir a Cuba, ir, verla, saberla, preguntarle cosas. Hacerle las interrogantes que yo misma me hago y que día a día me atormentan.

La inquietud fue aplacada por una periodista, quien a través de sus redes sociales vive con una autonomía, con una libertad, honestidad y una felicidad que es capaz de traspasar la barrera de la virtualidad. 

M es alegre, es morena, es joven, es cálida, escribe sin detenerse. Viaja, vive. M vive, solo eso. 

Ella me ha mostrado lo que yo deseaba ver. Nos enseñó unos trozos de pan que les dieron a los damnificados del último tornado, unos hombres que iban en transporte urbano, un perro chino, una cena navideña que superó la dictadura de la carne. 

M también muestra a sus viejos y nuevos amigos. La risa, la hermandad, el amor por Cuba. 

Nos enseña cómo se vive en aquel lugar donde pensé que la gente no lo hacía.

Gracias M por mostrarme otra cara de Cuba, la que supera la dictadura de la carne, la que celebra, la que se ríe, la que sueña. La que no se detiene, la que es solidaria, la que vive.

Gracias Facebook por ser la ventana hacia ese pedazo de tierra que anhelaba conocer desde otra perspectiva. 

Gracias a la tecnología que puede apagar curiosidades y generar otras.

Gracias a todos los valientes que viven y que deciden amar, superar y celebrar. Gracias a aquellos a los que nada, ni siquiera un sistema poderoso, puede torceros.

Ariadna García

jueves, 21 de febrero de 2019

En un día: cuatro niñas desnutridas, un hombre que te acusa, Las FAES


Salir a la calle es enfrentarse a una violencia que no se acaba nunca. Era miércoles 20 de febrero, entré a la misma estación de todos los días, una mujer llevaba a cuatro niñas, ninguna tenía más de cinco años. Le desenredaba el cabello a una con crueldad, alguien le dijo que era más fácil si comenzaba por las puntas "de abajo hacia arriba", la mujer hizo saber a quienes íbamos a su lado que no se detendría. Me impresionó que la pequeña no llorara, solo le decía "no quiero". No quiero con fuerza, no quiero con seguridad, no quiero dejando claro que no la haría llorar. 

Los ademanes también dejaron ver que los maltratos hacia las niñas van más allá del cepillo. Mi cara no podía esconder tanta indignación y rabia, tomé una foto con ganas de hacer algo ¿Algo? como si aquí hubiese justicia, como si la Lopna las protegerá, como si el Estado hará su parte, ese algo se me fue en dos segundos, pero no la impotencia de que esto pare. 

Las menores tenían el cabello despigmentado, amarillito como se le pone a quien está desnutrido. Otro rasgo de una violencia que se volvió ley hacia los venezolanos: hambre, comida racionada, Clap.

Salí del Metro despavorida, como casi siempre. Dejé la cabeza puesta en el trabajo, en la pauta que iríamos a cubrir. Al estar en El Cementerio y hacer unas fotos a varios locales cerrados, uno de los comerciantes bajó rápidamente a avisarle a alguien que un par de periodistas estaban por allí, se nos acerca un hombre visiblemente acelerado, pero hace un esfuerzo para hablarnos pausado “Ustedes tienen que pedir permiso para hacer fotos aquí, pedírselo al condominio, no pueden llegar aquí con esa actitud”. Le digo: creo que está usando la palabra incorrecta, nosotros no tenemos ninguna actitud, no sabíamos que había que pedir permiso, mientras suelto esto, me voy alejando y le digo al fotógrafo que nos retiremos de inmediato. Salimos de allí, continuamos el trabajo en la calle.

En el interín una protesta de obreros de la UCV que no cobran desde el 3 de febrero. Historias de inmigrantes que se niegan a cerrar las santamarías. Ojos aguarapados, ahorros perdidos, negocios que se caen. 

Caracas da la impresión de que no se deja, así como la niña del cepillo en su cabeza. Así le arranquen el cabello con fuerza ella dirá: no.

Cae la noche, cito a una amiga en el municipio Chacao, conversamos por una hora, lo único que nos permitía el racionamiento de agua en su casa, que llega a las 8:00 pm y se va a las 9:00 pm, entiendo la premura de mi amiga, comemos torta rapidito, dejamos la plaza y los cuentos para otro día. 

Al pasar por la tercera transversal de Los Palos Grandes nos encontramos con una alcabala de Las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), cuerpo señalado de cometer múltiples ejecuciones extrajudiciales en el último año, sobre todo, en zonas populares de Caracas. Los funcionarios llevan capuchas, armas de distintos tamaños, el terror se impone y cada quien baja los vidrios con extrema obediencia, sentí miedo, sentí pánico.

En un solo día: el peine y las niñas. El hombre que me acusa de “tener una actitud”. Las FAES. Caracas.

Ariadna García

martes, 12 de febrero de 2019

El olor de la pobreza

Hace unos años atrás, cuando Venezuela no atravesaba la crisis que vive ahora, una tía me hablaba del olor de la pobreza, pero por más que lo intentara no lograba entender, ni saber a qué se refería. No podía existir en el mundo tal olor.

Ella lo relacionaba con el humo y volvía a repetir: pobreza. Olor a pobreza.

Intuyo que lo descubrí en 2018, cuando el detergente se hizo incomprable, el gas escaseó aún más y la higiene en general se volvió un lujo. Llegué a ese olor en el Metro.

De repente la gente comenzó a oler como a leña, a humo, a fogones, a ropa mal lavada. Entendí que ese era el olor del que mi tía hablaba, ese al que yo no podía llegar. 

El olor a pobreza no es más que la suma de varios infortunios: falta de poder adquisitivo, falta de agua, de gas, de luz, de comida, de servicios básicos en general. El cuerpo no se mantiene ajeno a esa realidad, el cuerpo habla, llora, huele. El cuerpo grita.

Esta realidad la percibo en la Línea 3, entre los que vienen de Charallave, Ocumare, Santa Teresa. He llegado a la conclusión de que de allí vienen los más pobres, esos que viajan todos los días a Caracas a buscar el pan. Son ellos quienes huelen a fogones, a leña, a humo. Son los mismos que ahora cargan racimos de cilantro y cebollín. Sacos enormes con restos de verduras que hallaron en algún mercado. 

La pobreza huele a desdicha, a rabia, a trabajo mal remunerado, al no descanso. Huele a llanto, a injusticia, huele a una cuenta que jamás te dará. Huele a los billetes que no alcanzaron para el Ace, ni para el café, tampoco para el aceite.

Es un olor que hace mella en la dignidad. El olor a pobreza es extremo. Se solapa. Es el humo que ya se metió en la ropa, en la piel. Son los ojos que llevan horas sin dormir los que te hablan, los que ya no lloran.

Durante mucho tiempo pensé que no existía tal olor. No podía ser cierto. Ahora lo huelo, lo palpo, lo siento. No solo entra por la nariz, sino también por la mirada. 

El olor a pobreza tiene cara, no se oculta.

Venezuela.



Ariadna García

martes, 22 de enero de 2019

El femicidio en Ecuador y la xenofobia contra venezolanos, por Ariadna García

"La humanidad está en crisis y no hay otra manera
de salir de esa crisis que mediante la solidaridad
entre los seres humanos”.
Zygmunt Bauman

El sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío Zygmunt Bauman dedicó sus últimos años a analizar los fenómenos migratorios en el mundo: el racismo, la heterofobia y el drama de los refugiados que huían a Europa. Paidós publicó en 2016 “Extraños llamando a la puerta”, en este libro el experto describe lo que ocurre cuando un desconocido, en este caso un inmigrante, llega para alterar lo que dominamos, nos llena de dudas, nos alerta y pone recelosos ante un escenario inseguro. “El extraño viene por mi trabajo”, “el extraño viene por mi comida”, el extraño me quitará lo que es mío”, todas sensaciones que si no se canalizan responsablemente desde el Estado, pueden desatar una ola de horror como la que ocurrió recientemente en Ecuador.
Un hombre asesinó a su pareja el sábado 19 de enero en Ibarra, Ecuador. La mujer de 22 años, se llamaba Diana Carolina Ramírez. El año comenzó con terribles femicidios en la región. Los primeros 10 días de 2019 Chile registraba cinco femicidios y otros cinco frustrados. En Caracas extraoficialmente se han perpetrado unos 10 femicidios en lo que va de año. En Argentina cada 26 horas una mujer muere a manos de un hombre solo por ser mujer. La violencia machista no es lo que indigna al Ecuador, la razón es una sola: el victimario era venezolano.
El homicida tenía un cuchillo sobre la nuca de Diana, la policía se mantuvo inmóvil por casi dos horas. No vimos el protocolo que se usa en estos casos: neutralizar al agresor y salvar la vida, no hubo francotiradores para detenerlo. Vimos a unos oficiales temerosos, torpes, que fueron acorralando al asesino, situación que terminó con la vida de Diana. El mal manejo de la situación por parte del cuerpo de seguridad tampoco indigna al Ecuador.
El comunicado que emitió el presidente de ese país Lenín Moreno dice lo siguiente: “Ecuador es y será un país de paz. No permitiré que ningún antisocial nos la arrebate. (…) He dispuesto la conformación de brigadas para controlar la situación legal de los inmigrantes venezolanos en las calles, en los lugares de trabajo y en la frontera. (…) Les hemos abierto las puertas, pero no sacrificaremos la seguridad de nadie. Es deber de la Policía actuar duramente contra la delincuencia y el crimen y, tienen mi respaldo”.
El femicidio de Diana no es “delincuencia”. Yordis Lozada no buscaba arrebatarle el teléfono, la cartera o algún objeto de valor, el hombre era la pareja de Diana, lo que cambia el foco del asesinato y lo incluye en la extensa lista de crímenes de género que ocurren en el mundo. El presidente Lenin Moreno, lo ignora, no menciona la palabra “femicidio” por el contrario se centra en la nacionalidad del homicida e irresponsablemente da rienda suelta a la xenofobia y a la persecución. La orden de Moreno se cumplió a cabalidad. Esa noche venezolanos eran vejados, acorralados, a algunos les quemaron las pertenencias, los golpearon, los corretearon como animales asustados. Una ONG registró este 21 de enero unas 82 personas afectadas.
Ecuador, así como la región, se conmueve, se enardece, se enfurece por el crimen de Diana, pero no por el machismo que cobra la vida de miles de mujeres. Nadie dedica la misma fuerza a corregir esta conducta que se gesta en nuestros hogares y que se inculca con especial atención en los varones. La ira de hombres contra mujeres se hace cada vez más fuerte y los resultados son: el asesinato de Diana. Sin embargo, la mayoría nos tilda a las mujeres que hemos entendido esta realidad de “feminazis”, deslegitiman nuestras exigencias, las banalizan. Ecuador no protesta por nosotras, Ecuador protesta por sacar de su territorio a “los extraños que tocan a la puerta”: los venezolanos. 
“La afluencia de tales extraños tal vez haya destruido cosas que nos son muy preciadas y que esos recién llegados tienen toda la intención de mutilar o erradicar nuestro estilo de vida”, explica Bauman. El filósofo francés Pierre-André Taguieff describe el racismo y la heterofobia, es decir, la aversión a la diferencia, en tres niveles o en tres formas que se caracterizan por su complejidad. -El racismo primario- que considera universal, la reacción natural ante la presencia de un desconocido extraño, ante cualquier forma de vida humana que se ajena y provoque confusión.
“El racismo primario no necesita que nadie lo inspire ni lo fomente. Tampoco necesita una teoría que legitime este odio elemental, aunque en ocasiones se ha reforzado y utilizado como instrumento de movilización para la movilización política. En estas ocasiones, puede pasar a otro nivel superior de complejidad”, aclara Taguieff.
Según los filósofos el “extraño” es descrito como alguien con mala voluntad y “objetivamente” dañino; es decir, alguien que supone una amenaza para el grupo al que inspira aversión. “Un caos muy actual de -racismo secundario- es la xenofobia, ambos aparecen en momentos de nacionalismo rampante, cuando una de las líneas divisorias sostenidas con más fuerza se razona recurriendo a la historia, la tradición y la cultura compartidas. Finalmente, el racismo –terciario-, de “mistifactoría”, que presupone la existencia de los dos niveles “inferiores”, se distingue por la utilización del argumento cuasi biológico.
Bauman cree que “son precisamente la naturaleza, la función y la forma de funcionamiento del racismo lo que lo distinguen claramente de la heterofobia- ese difuso desasosiego, inquietud o angustia que la gente siempre suele experimentar cuando se enfrenta con -ingredientes humanos- que no entiende del todo, con los que no se puede comunicar fácilmente y de los que no se puede esperar que se comporten de forma conocida y rutinaria”.
“La heterofobia es un fenómeno bastante corriente en todas las épocas y más todavía en una era de modernidad en la que son más frecuentes las ocasiones para la experiencia -sin control- y resulta más plausible interpretar esta experiencia en términos de inoportuna interferencia de un grupo humano extraño. Alfred Rosenberg escribió lo siguiente sobre los judíos: “Zunz asegura que el judaísmo es el capricho del alma judía. Ahora el judío no puede escaparse de este “capricho” aunque se bautice diez veces, y el resultado necesario de esta influencia sería siempre el mismo: falta de vida, anticristianismo y materialismo”. Lo que es cierto sobre la influencia religiosa se puede aplicar también a otras intervenciones culturales. Los judíos no tienen remedio. Sólo serán inofensivos con la distancia física, la ruptura de la comunicación, el encierro o la aniquilación”, analizaba el filósofo polaco quien falleció el 9 de enero de 2017.
Comunicados como el de Lenin Moreno y las actuaciones en masa que se desataron la noche del sábado, suponen un terrible peligro para los venezolanos que emigran hacia países vecinos por la crisis económica, política y social de Nicolás Maduro. Medidas impulsivas e irresponsables terminan por desatar la ira, la violencia y el caos contra un grupo de personas que luego, cuando ya es muy tarde, concluye en “el encierro o la aniquilación”.  

martes, 15 de enero de 2019

El hombre parlante y la niña que no quería oír

Caracas; 15 de enero 10:00 am.

Me subo en el Metro, hacia mi mano derecha iban dos señores conversando. Uno hablaba excesivamente alto, me incomodó, nadie decía nada. Al bajar la mirada vi a una niña como de 11 años que se encontraba cerca del señor-parlante. Noté algo más: ella llevaba su mano puesta en una de las orejas para detener la ráfaga de ruido.

Le dije al interlocutor del señor-parlante:

-Disculpe, le puede decir a su amigo que baje un poco el tono de la voz. Muchas gracias.

-(Yo iba leyendo un libro) el señor parlante respondió aún más alto: "¡Qué, va leyendo la biblia!".

-No. Solo que lleva a la niña atormentada. No ve. Dije.

El interlocutor aparentemente era el padre de la pequeña. No pensé que fuera con ambos. El señor la abrazó y le preguntó con voz baja: "¿vas atormentada?".

El padre que iba más próximo que yo, no se había dado cuenta de que la niña iba aturdida y con la mano puesta en la oreja. Cómo podía verlo.

Escasamente los padres se fijan en lo que quieren sus hijas, en lo que padecen, en lo que viven. No sé si es falta de sensibilidad o qué, pero los hombres van más atentos a sus amigos-parlantes que a las orejas de sus niñas.

El hombre impertinente agregó: "No, ella ya está acostumbrada al ruido".

Repliqué en voz alta: por enseñarlos a "acostumbrarse" es que tenemos dictaduras. La gente en el Metro seguía callada y sorprendida. El hombre dijo no sé qué otra cosa más. El amigo le pidió que se calmara. Dejé de oír. Volví a mi libro.

Llegamos a mi estación y me bajé.

Espero que esa niña sepa a partir de hoy que por sobre todas las cosas debemos ser valientes. Que sí, que muchas veces nuestros padres no estarán para protegernos o que incluso serán ellos quienes nos pongan en un grave peligro. Espero que esa niña sepa que NO debemos acostumbrarnos a nada y que juntas somos más fuertes que cualquier hombre-parlante.

Ariadna García

#ElHiloDeAriadna 

miércoles, 9 de enero de 2019

El caos de moverse en el TransMilenio de Bogotá

TalCual- El tráfico en Bogotá te recibe sin disimulo. Desde que emprendes camino a la ciudad encuentras las vías atestadas de automóviles. La contaminación es tangible. En las noches te sangra la nariz y en el día ves a algunas personas usar tapabocas.
El TransMilenio parece ser el gran problema en cuestión de movilidad para los bogotanos. Las líneas principales han colapsado. La cara de los pasajeros refleja inconformidad, enojo y cansancio.
Es diciembre. En un bus hacia Chapinero una mujer se queja luego de varios frenazos bruscos y grita: “¡Será que se sacó la licencia de conducir de una caja de Cheetos!”. Algunos se ríen y la secundan. Alrededor, los cuerpos bambolean de un lado a otro y una mujer se lamenta porque sin querer le arañaron el brazo.
Esta misma escena se repite en otras rutas. A cualquier hora los autobuses van abarrotados. No hay espacio para nadie más. En 2017 se varaban a diario unos 33 buses de TransMilenio, según una investigación del diario colombiano El Tiempo.
Este sistema de transporte masivo no cuenta con señalizaciones. No hay operadores, ni parlantes que recuerden las normas de uso, ni ciertas advertencias. No hay un rayado. En las entradas y salidas de los pasajeros, la gente se amontona en las puertas, quienes salen abren un pequeño espacio, a empujones. Los bogotanos no saben cómo se usa el TransMilenio y los turistas tampoco, porque no hay nada que les indique el cómo.
Los boletos de un viaje en el TransMilenio de Bogotá cuestan 2.400 pesos colombianos, lo que equivale a casi un dólar, debido a que la moneda estadounidense en ese país tiene un valor de unos 2.800 pesos. Hacer dos viajes al día son 4.800 pesos.
La congestión en las rutas para desplazarse por la ciudad, hace que fácilmente un colombiano haga unos cuatro viajes al día, lo que significa unos $3,42 diarios, esto equivale a 9.576 pesos.
Si un colombiano hace cuatro viajes durante 20 días, destina 191.520 pesos de su salario solo en transporte público y 95.760 si hace solo dos viajes al día. El salario mínimo en Colombia hasta diciembre de 2018 era de 781.242 pesos.
Los bogotanos destinan el 24,51% de su salario al mes para movilizarse en transporte público, si hacen cuatro viajes al día
En esta infraestructura se permite la ingesta de alimentos. No hay papeleras dentro de las estaciones. Un usuario puede recorrer varias y no hallar un solo lugar para destinar los desechos.
La planificación del TransMilenio queda a la vista de quien se sube en él como en la improvisación. Pareciera que con el tiempo se perdió el norte de lo que sería el proyecto o simplemente se desatendió.
En 2016 los vehículos de esta empresa privada estuvieron implicados en 4.600 accidentes, de acuerdo a El Tiempo.
El TrasMilenio lleva 20 años prestando sus servicios, hoy expertos como el ingeniero Miguel Fernando Cardona Valencia, quien fue funcionario y dirigente en la operación del sistema, aseguran que el medio de transporte “ha llegado a su máxima capacidad”.
El ingeniero explica que al construirse el TransMilenio Bogotá tenía seis millones de habitantes, en la actualidad esta cifra ronda los ocho millones. La población creció, pero el proyecto se estancó y no volvió a contar con expansión de rutas, ni inversión.
Quienes se mueven por Bogotá lo hacen con cansancio y reproches. Una persona que vive a unos 20 minutos de su trabajo puede tardarse hasta unas dos horas si toma el TransMilenio, según contó Daniela Mejía en entrevista a TalCual.
La mendicidad también está presente en los pasillos de estos autobuses que van apresurados. Es común ver a venezolanos y colombianos explicar su mala situación y pedir ayuda, así como a otros vender golosinas y cualquier artículo para ganarse la vida.
Bogotá es una urbe sitiada por el tráfico. El uso de bicicletas no se ha vuelto masivo. Mientras tanto los usuarios caminan a trompicones en esa ciudad poblada de murales coloridos, que hacen ameno el viaje cuando el trancón pega más fuerte.
Con información de El Tiempo. Recorrido realizado por el equipo de TalCual en diciembre de 2018.

martes, 1 de enero de 2019

Mi bisabuela, la vidente de la luz en Año Nuevo

Hace apenas unos años atrás, cuando mi familia se reunía toda en Yaracuy, había una especie de tradiciones el 1 de enero. Una de ellas era ver el desfile de las flores que hacen en EEUU o en Londres, yo no lo sé porque nunca me gustó y no me quedaba a verlo. Le prestaba atención al recalentado que íbamos a desayunar y a las palabras de mi bisabuela.



Ana L, quien partió de este mundo hace casi cuatro años, se sentaba en el porche de la casa, veía hacia el horizonte y examinaba la luz. Mi abuela no era demasiado supersticiosa pese a ser de un pueblo que comparte ubicación geográfica con la Montaña de Sorte. 




Sin embargo, lo del 1 de enero era una de las pocas cosas sobrenaturales que recuerdo de ella. Dependiendo del brillo o de la nubosidad, mi abuela diagnosticaba cómo sería el año. La verdad no recuerdo un mal augurio, siempre decía algo como: este año va a ser bueno, miren cómo entró la luz. 




Tal vez mi abuela solo era ese puerto anclado a la esperanza y la transmitía a nosotros. 




Ya no tengo a mi abuela para que me haga las revisiones de los años, tampoco creo haber aprendido a hacerlo, pero hoy vi el cielo y me pareció hermoso, recordé su ritual y a ella. Creo que la luz de hoy le habría gustado. Pienso que le asignaría un buen presagio. 




Mientras conversaba con esa mujer que sigue a mi lado de otras formas, la palabra libertad no se me quitaba de la mente. 




No sé qué depara 2019, pero tengo este cielo que me sonríe, la sabiduría de esa abuela y la palabra libertad entre el corazón y el pensamiento.


Gracias por tanto a Ana Lucía. 

La mujer que me inspira a echarles este cuento corto.



El Hilo de Ariadna

martes, 11 de diciembre de 2018

Yo + turbada

No había reflexionado sobre lo que me parece "tabú" hasta que hace un par de días las palabras: masturbación femenina, se me metieron en la cabeza con una imposición tan férrea que comencé a cuestionarlas. A hacerme preguntas.


El tabú no existe para mí porque de alguna manera creo que se acaba cuando hablamos, cuando desafiamos la norma, cuando decidimos no pedir permiso para expresar nuestras opiniones. Deslastrarse de eso es fácil, basta con atrevernos a explorar lo que nos es desconocido, basta con mentarlo, tentarlo y descubrirlo. Basta con desnudarlo y dejarlo como la punta de un pezón helado a la vista de todos.


Después de tantas inquisiciones llegué a una conclusión: la masturbación femenina es un tabú. Está vetada, resguardada como los secretos de la iglesia. Está esperando por salir de la gaveta para hacer una fiesta.

Desde adolescente recuerdo a mis compañeros de clase hablar de la masturbación. Se reían, hacían chistes completamente públicos sobre "Manuela" y los cinco dedos. Para los hombres hablar de este tema estaba más que permitido. Era normal, natural.


Los penes dibujados en las paredes de los baños de las escuelas también estaban presentes ¿dónde estaban metidas las vaginas? ¿por qué las mujeres no dibujamos vaginas en las paredes? ¿qué se oculta dentro de nuestras conchas? ¿qué es lo que no debemos decir?


Llegué a la masturbación como a los 9 años. Sola, sin educación, ni estímulos externos. Nadie en casa me habló del tema. Mis dedos me llevaron a él. Las primeras masturbaciones son las más intensas, nada de lo que vendrá después podrá igualarse. Todo está más sensible, tu clítoris se pone tan rojo que terminas por creer que se posó alguna avispa mientras te explorabas.


Los roces son inevitables. Una vez que pruebas quieres estrujarte con la sábana, con los peluches, con las almohadas. Masturbarse es riquísimo. Sí, las mujeres también nos masturbamos y nos + turbamos al creer que eres la única que lo práctica porque nadie habla de eso. A los 9 años lo piensas y pasan muchos años para que descubras que: ¡sorpresa! es normal.


Masturbase es también el camino para conocer tu cuerpo, lo que te gusta y lo que no. Es entender tu vagina, recorrer sus dimensiones, ver cómo los labios se ensanchan cuando están satisfechos y cómo disminuyen cuando están tranquilos. Es saber de qué tamaño son tus líquidos, qué tan fuertes pueden volverse tus pezones.

La masturbación es un hilo que empieza con tus dedos. Es el poder de decir aquí, ¡ah!, sí, no, más, menos, un poco, otro poquito más, así. Es un acto de libertad, que te lleva a donde querés, a donde puedes ser un poco más, ese más que se convierte en un gel cristalinozo que te enloquece.


La masturbación femenina tiene nombre de vulva, cara de vulva, vellos de vulva. Tiene un rostro que se ha mantenido cautivo por muchísimo tiempo, pero que ya no aguanta más y quiere salir. Quiere mostrarse y decirte en la pared de algún baño público: las vaginas existimos, sentimos y no nos ocultamos más.




¡Quiero +!


Ariadna García

lunes, 26 de noviembre de 2018

Segundo García

Hoy se fue mi tío Gundo, hermano de mi abuelo paterno. De esos cuatro hijos solo queda una, mi tía Aída. Al caminar hacia mi trabajo lo recordé, sobre todo, sus manos que eran tan suaves. Los García o esos García tenían algo en común: el temple de la voz.

Uno hablaba con mi tía Elba y sentía que todas las noticias en el mundo eran buenas, mi abuela Ana Lucía igual, siempre con la misma esperanza, la misma fortaleza. Algo en ellos te hacía sentir íntegro, fuerte, lleno de vida. Era como si por un minuto sus achaques desaparecían, no tenían voces de viejos ¡no! tenían un vozarrón como cualquier cantante de ópera.

Cuando mi tía Elba llamaba a la casa (de Maracay a Yaracuy) me gustaba atender el teléfono, escucharla era eso, llenarse de algo bueno.

Mi tío Gundo tenía la fama de extenderse muchísimo, mi tía Odalys y yo bromeábamos con eso. Eran iguales, conversaban por horas, ninguno de los dos tenía noción del tiempo. Mi tío Gundo era cariñosísimo, a pesar de que no compartimos mucho, atesoro los momentos en los que coincidimos, estar con mi tío era como estar con mi abuelo. Escuchar a mi tío era escuchar a mi abuelo.

Una vez celebramos su cumpleaños y yo no podía dejar de tocar sus manos, le repetía: tío tienes las manos más suaves del mundo.

Al conocer la noticia tenía una serenidad como alguien a quien ya no le espanta la muerte. Con los años el corazón se curte y ves las cosas de otra manera. La muerte de mi abuelo me enseñó muchísimo y la de mi abuela Ana Lú fue la que hizo que entendiera que ellos, nosotros, todo lo que alguna vez amamos un día se irá.

Sin embargo, sentí nostalgia, dije: ya se nos han ido casi todos los viejos. Es como si de alguna forma los retratos más antiguos empiezan a desaparecer, desde luego, solo en este plano.

Recordaré a mi tío como el hombre de las palabras más dulces, como Segundo García, el de los ojos atigrados que siempre decía: cómo está mi vida linda, mi vida querida.

De esas voces ya no me queda ninguna, por eso creo que cada día las atesoro más.


Ariadna García

domingo, 25 de noviembre de 2018

Resistir en las noches

Cada día encuentro que duermo peor. A un costado de la cama, en el borde casi en el suelo, en el lateral derecho con la cara pegada a la pared. No doy vueltas, casi no hago movimientos al dormir, solo soy tan rebelde que hasta le llevo la contraria al cuerpo cuando en las noches se mete en su cama. 
A veces encojo las piernas, sin darme cuenta me he quedado en la contorsión más insegura para la cervical. 
Casi nunca hay centro, todo es a la derecha o a la izquierda. Dormir no es un acto placentero, es cobardía, te vas, te vas por unas horas de este horrible mundo o de este mundo horrible. Me resisto a irme aunque sea un instante. Mantengo las luces encendidas como ordenándoles que el día no acaba nunca.
Esta resistencia tajante y radical se ha vuelto eso, todos los días, cada noche, cada día. En mi cuerpo lo gobierno todo, en esta casa lo gobierno todo, en mi cabeza, en esta cama.

Soy el gobierno aquí y ahora.


El Hilo De Ariadna

viernes, 23 de noviembre de 2018

La palabra tumor

No sabes lo impactante que suena la palabra "tumor" hasta que te dicen que tienes uno. Después de eso no quieres volver a usarla, ni escucharla. Te parece realmente fuerte, implacable, seca. La palabra tumor no es amigable.

El 4 de julio fue mi diagnóstico. Tumor de ovario de siete centímetros en el ovario derecho, en la boca de la doctora no sonaba tan aterradora, pero en la mía, en la mía no quise tenerla más.

Sin embargo, la utilicé en más de una ocasión para explicar mi situación de salud. Todavía lo hago cuando recuerdo que hace apenas dos meses me operaron y que debo llevar las cosas con calma.

El 6 de septiembre la doctora retiró el quiste de mi cuerpo, prefiero la palabra quiste, suena menos letal. La biopsia arrojó que era benigno. No hubo que quitar el ovario. Mis órganos se volvían a acomodar.

Pero lo que importa ahora no es nada de eso, lo que importa ahora es esa palabra hostil, que carece de simpatía, que no sabe del viento, ni de la risa.

La palabra tumor es estéril, no te lleva a ninguna parte, es mezquina, es puntiaguda. Te carcome la cabeza por las noches, se te mete en el esternón y no se sale.

La palabra tumor no se acaba después. Es como una mordida que deja la marca de sus dientes para siempre. La palabra tumor no se va de tu cabeza, se queda como una intrusa, es macabra, es mentirosa. Es una conspiración.

La palabra tumor no quiere a nadie, solo sabe hacer daño. La palabra tumor te persigue. Hace trampas, nunca se calla. La palabra tumor está allí a la espera para atacar de nuevo.


El Hilo de Ariadna

sábado, 20 de octubre de 2018

Ser niño, pobre y estudiar en Venezuela

Algo que me abruma de esta crisis es la magnitud de la pobreza. Crecí en una familia pobre, en un pueblo bastante pequeño, donde casi todo el mundo tenía las mismas posibilidades. Tuve la dicha de conocer cada municipio del estado Yaracuy, gracias a la agrupación de danza a la que pertenecía.

En esa época (2001-2005) visitamos zonas rurales, poblaciones muy vulnerables y jamás vi lo que me cruzo hoy. En Guama, Urachiche, Chivacoa, Yaritagua, Arístides Bastidas, etc, recuerdo niños con parásitos, hidrocefálea, quizá algún tipo de desnutrición, pero a pesar de que yo también era una niña, tengo la certeza de que no eran la mayoría.

Nunca vi tanta miseria, nunca vi tanto sufrimiento, nunca vi tantos pequeños desnutridos como los que me consigo ahora en las calles de Caracas, lo sé por sus cabellos amarillentos que delatan la malnutrición.

Pienso en esa niña que fui, en mi alimentación, pienso en esa niña que logró ir a la escuela, siempre con un plato de comida. Recuerdo la alimentación del comedor de mi escuela (1996-1998), era rica, saludable. Era una escuela pública. Solo una vez tuvimos un caso de un niño que no llevaba desayuno y lo supimos porque un día se desmayó, como buena niña precoz que era, llegué consternada a contarle a mi mamá y ella y otras madres, en más de una oportunidad le mandaban comida con nosotros. Era un señor de Caracas con dos hijos que había perdido a su esposa y no les iba muy bien. No sé qué pasó con ellos, pero esa historia jamás la olvidé.

Las casas de mi pueblo no eran llamativas, la gente no tenía grandes lujos, pero nunca faltaba: caraotas, pasta, arroz, queso blanco, huevos, azúcar, pan y café. No recuerdo a ningún vecino paliducho, ni mal alimentado. No nos tocó acostarnos sin comer y éramos "pobres".

A mí mi mamá me enseñó que uno debía ir a la escuela así fuera con los zapatos rotos. Más de una vez me tocó, pero ella me mostró lo que era la dignidad y esto nunca fue motivo para amilanarme, además yo amaba ir a estudiar. Cuando pasaba un mes de vacaciones ya quería que volviéramos a clases.

A pesar de las carencias, mi madre se esmeraba en arreglarme los cuadernos. Elegíamos un forro que me gustara y me combinaba los sacapuntas con la cartuchera y cuanto perolito encontrara. Los cuadernos y los lápices nunca faltaron, tampoco el morral. Sí mi mamá era una heroína.

Miro atrás y veo esa niña yendo a su escuela en Yaracuy, esa niña que logró llegar a la universidad y trabajar muy duro, esa niña que tuvo oportunidades para formarse y salir de la pobreza.

Veo el panorama hoy y sé que los niños pobres como yo, no tendrán comida en sus escuelas, ni en sus casas. Que no habrá morrales, ni lápices, ni cartucheras, mucho menos zapatos.

Ellos ya no van a la escuela.

Ariadna García

jueves, 13 de septiembre de 2018

Mi amigo mexicano

Acabo de notar que extraño tener WhatsApp por una razón. Conocí hace unos meses o tal vez un año a un periodista mexicano del que sé poco o casi nada. Usa seudónimo en Instagram, nunca publica fotos de él. La primera vez que conversamos, tuvimos una charla extraña, hablamos no recuerdo de qué, pero me sorprendió su arrojo y la forma en la que articulaba las palabras. Creí que se trataba de una broma de alguien, insistí en que me dijera su nombre hasta que dijo "Jorge", todavía dudo que se llame así.

Sin embargo, meses después compartimos algo de literatura y algunas fotografías, siempre me pide que le regale las que tomo en los mercados y verdulerías, las publica sin darme el crédito, me da algo de rabia y después recuerdo que fue un regalo. Una vez intercambiamos teléfonos y le pregunté cosas sobre México, sobre el PRI y AMLO, también llegamos a compartir percepciones sobre la violencia en nuestros países, la normalización de los secuestros, los asesinatos, la corrupción: la violencia. En varias ocasiones nos enviamos por WhatsApp artículos o trabajos que publicaríamos y servimos de editores.

Descubrí que extraño esa mensajería virtual para leer a mi amigo que bien podría tener otro nombre u otra cara. A menudo encuentro que voy construyendo relaciones misteriosas, particulares, inesperadas, que me dejan algo de nostalgia, como si todos se fueran a alguna parte o como si de pronto solo están en mi cabeza, en mis recuerdos. Gracias a él conocí a Pedro Lemebel y a otros autores que ahora indago.

Jorge o como se llame, a veces me leía poesía, las enviaba por notas de voz, eso me parecía extremadamente raro. Solo una persona había leído antes algo para mí y aquella vez tuve la misma sensación.

No sé ni siquiera si Jorge me cae bien o si en persona seríamos amigos, me cuesta estrechar lazos cuando siento desconfianza o cuando simplemente no tengo claro lo que tengo en frente. Si algún día llego a ir a México, muy probablemente compartamos un café o mezcal, mientras tanto seguiré deseando que no le pase nada a mi amigo mexicano cuando escriba de corrupción.


El Hilo de Ariadna

martes, 11 de septiembre de 2018

No me avergüenza mostrar la herida

Escribir de lo incómodo y lo doloroso ha sido algo que me ha ayudado a sanar, o al menos eso creo. La madurez también le da uno cierta licencia para hablar de lo que se quiere. 


Hace cuatro días me operaron, desde que lo supe me asustaba un poco lo de la anestesia y los exámenes posteriores ¿lo demás? Lo demás solo serían elementos para crear una crónica o alimentar alguna novela futura.


Tras la cirugía, las personas me preguntan por la herida y el tamaño. Me dicen cosas en tono de consuelo: "bueno, eso se borra", "... es pequeña", "... que tanto", etc, etc. 


Entiendo esas inferencias en un diálogo y sobre todo, si el emisor hace alusión a "la herida". En mi caso ese asunto no representó, ni representa ninguna preocupación y sin embargo, recibo palmaditas como alguien que acaba de perder una pierna, un brazo o que se volvió menos sexy.


Aún ni siquiera yo la he visto. Sólo un adhesivo con una venda blanca que parece hecha con un algodón muy fino y perfectamente doblada.


Desde luego que supe que tras la operación no sería la misma, en especial porque eso reposa ahora en mi historia médica y cuando toque volver al doctor, no seré la jovencita que respondía no a todo y que sólo mencionaba el largo historial de cáncer en su familia y la diabetes de las abuelas. 


No me avergüenza mostrar la herida, las que se ven y las que no, porque de ellas me compongo. 
Guardamos muchísimo más adentro que lo que puedan decir nuestros cuerpos. 
Nuestros cuerpos no dicen nada, pero sí nuestras almas y nuestros corazones. La lucidez de nuestra mente. 


Entiendo de dónde pueden venir esos temores: una palabra hiriente, algún amante que se quejó de la herida, de la estría o del pezón más grande. Entiendo que ese consuelo que me dan sea el recuerdo de un pasado amargo. A ustedes mujeres les agradezco.


Si cuando esta herida sane y pueda ser mostrada, la persona que meta en mi cama llegase a opinar, a cuestionar, a criticar esa raya que está metida en mi vientre, sabré que no es digna de compartir ni la cama, ni las heridas, ni la nada.