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miércoles, 6 de marzo de 2019

Cuchillo

Me he salvado tantas veces que ya no sé si es astucia o suerte. 

¿Cuándo será la próxima? ¿Quién será? ¿Quién dará el primer golpe?

La inteligencia y la intuición ayudan, pero hay una cuestión de fuerza y de poder que no se puede olvidar. Hay un desenfado en los varones que los hace apuntarnos con sus pijas, con sus dedos, con sus revólveres. 

Me salvé de ese monstruo ¿Cuántas más pueden decir lo mismo? ¿Cuántas somos? ¿Dónde estamos? Cuántas luego de eso, nos volvimos cuchillo, garganta, miedo. 

¿Quiénes somos después de ser tocadas por la violencia de un hombre? ¿Quiénes se pararon de la cama y decidieron cerrar la puerta? Atarla, enterrarla, botar las llaves. Quiénes salimos de ese cuarto para nunca volver, para no mirar atrás ni siquiera en busca de respuestas.

Qué es una violación, qué es el abuso. Es tan fácil confundirlo, turbarnos. No saber. Es tan normal la violencia que dudamos cuando nos toca. 

¿Quién era ese hombre de colores que nos tendía trampas para entrar a nuestra vida y romperla? 

Hay varones que solo saben cortar mujeres, por pedacitos, en la falda, en el cuarto, en la cama. Las arrugan, las envuelven, las ocultan. Les acaban. Las trastocan, las aíslan, las engañan. Las embarazan. Las barren. Las vuelven confeti y luego las lanzan por el lavaplatos. 

La violencia -a las mujeres- nos acompaña como una marca de nacimiento. No hay descanso, no hay consuelo. 

Esa mujer clavó un cuchillo en su vientre para que doliera menos. La enloqueció hasta sacarla de este mundo, sus muñecas se quedaron sin pulso, su padre la halló tirada en la cama, jamás volvió a ser la misma, quiso arrancarse la piel, quiso no haber nacido, quiso la muerte, quiso olvidarlo todo. Quiso que el dolor se la comiera por dentro, así como lo hizo él.

Algo pasa después de que se pierde el brillo en los ojos. Arrecia el desencanto, el desconsuelo. Nadie sabe lo que significa ser mujer hasta que un miembro decide irrumpir en tu cuerpo. Decide sin ti, decide confiado, decide altanero. Decide cuando quiere porque así se le enseñó, decide cómo, cuándo, hasta dónde. Decide el tiempo. Decide, así te quedes seca y tu piel lo expulse como veneno, serpiente o condena. 

Decide cuando ya no gritas y cierras los ojos para volar. Decide cuando quieres masticar botellas, cascada. Decide cuando el tarugo en la garganta es una soga que te ahorca y te deshoja. Decide cuando el amanecer no llega y la memoria trae el pasado hasta la orilla, que te recuerda que no es nuevo, que hubo otros, unos más viriles, más astutos, más venenosos.

¿Qué clase de cepa es esta? Aceptada, bendecida, solapada. Qué significa la palabra macho, qué es ser hombre, en qué se ha vuelto la masculinidad, qué es un varón, qué busca, qué deja, qué olvida, qué quiere de nosotras cuando dormimos y nos violentan a hurtadillas, en medio de la noche.

¿Qué violación se olvida? Qué nombre, qué mujer, qué historia, qué ocultan ¿Qué? 

Qué pasa cuando ese hombre sea cuchillo y te apunte a ti también, porque la violencia no distingue género. La violencia es violencia, es rápida, es impune, es desleal, es agazapada, es militante. La violencia es una culebra que pica a cualquiera, es una vara que se erige, que crece, que poda, es certera, es astuta. No es lenta. Está alojada, segura. Impávida. 

A todas las mujeres que hoy mismo caminan por un infierno. A ustedes que lloran sin consuelo, creyendo que la pesadilla jamás terminará. A sus vientres malheridos, a su corazón y su tristeza. Al amor que dieron y se volvió en contra. A sus pechos donde las lágrimas caen. A sus rostros sombreados por el rimmel que deja el llanto. 

Que el agua se lleve todo, que la pena se vuelva fuerza, que el amor y la compasión las traiga de vuelta. 

A quienes cuentan una vida tocada por la violencia de los hombres. A quienes vemos el machismo a la cara y le sacamos los ojos. A ustedes que gritan: ni una más. A ustedes que se han vuelto mi motivo de reflexión y mi gesto de empatía más genuino. A ustedes que me arrugan y me estiran el corazón con un relato.

A ustedes mujeres. Gracias. 


El Hilo de Ariadna

jueves, 21 de febrero de 2019

En un día: cuatro niñas desnutridas, un hombre que te acusa, Las FAES


Salir a la calle es enfrentarse a una violencia que no se acaba nunca. Era miércoles 20 de febrero, entré a la misma estación de todos los días, una mujer llevaba a cuatro niñas, ninguna tenía más de cinco años. Le desenredaba el cabello a una con crueldad, alguien le dijo que era más fácil si comenzaba por las puntas "de abajo hacia arriba", la mujer hizo saber a quienes íbamos a su lado que no se detendría. Me impresionó que la pequeña no llorara, solo le decía "no quiero". No quiero con fuerza, no quiero con seguridad, no quiero dejando claro que no la haría llorar. 

Los ademanes también dejaron ver que los maltratos hacia las niñas van más allá del cepillo. Mi cara no podía esconder tanta indignación y rabia, tomé una foto con ganas de hacer algo ¿Algo? como si aquí hubiese justicia, como si la Lopna las protegerá, como si el Estado hará su parte, ese algo se me fue en dos segundos, pero no la impotencia de que esto pare. 

Las menores tenían el cabello despigmentado, amarillito como se le pone a quien está desnutrido. Otro rasgo de una violencia que se volvió ley hacia los venezolanos: hambre, comida racionada, Clap.

Salí del Metro despavorida, como casi siempre. Dejé la cabeza puesta en el trabajo, en la pauta que iríamos a cubrir. Al estar en El Cementerio y hacer unas fotos a varios locales cerrados, uno de los comerciantes bajó rápidamente a avisarle a alguien que un par de periodistas estaban por allí, se nos acerca un hombre visiblemente acelerado, pero hace un esfuerzo para hablarnos pausado “Ustedes tienen que pedir permiso para hacer fotos aquí, pedírselo al condominio, no pueden llegar aquí con esa actitud”. Le digo: creo que está usando la palabra incorrecta, nosotros no tenemos ninguna actitud, no sabíamos que había que pedir permiso, mientras suelto esto, me voy alejando y le digo al fotógrafo que nos retiremos de inmediato. Salimos de allí, continuamos el trabajo en la calle.

En el interín una protesta de obreros de la UCV que no cobran desde el 3 de febrero. Historias de inmigrantes que se niegan a cerrar las santamarías. Ojos aguarapados, ahorros perdidos, negocios que se caen. 

Caracas da la impresión de que no se deja, así como la niña del cepillo en su cabeza. Así le arranquen el cabello con fuerza ella dirá: no.

Cae la noche, cito a una amiga en el municipio Chacao, conversamos por una hora, lo único que nos permitía el racionamiento de agua en su casa, que llega a las 8:00 pm y se va a las 9:00 pm, entiendo la premura de mi amiga, comemos torta rapidito, dejamos la plaza y los cuentos para otro día. 

Al pasar por la tercera transversal de Los Palos Grandes nos encontramos con una alcabala de Las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), cuerpo señalado de cometer múltiples ejecuciones extrajudiciales en el último año, sobre todo, en zonas populares de Caracas. Los funcionarios llevan capuchas, armas de distintos tamaños, el terror se impone y cada quien baja los vidrios con extrema obediencia, sentí miedo, sentí pánico.

En un solo día: el peine y las niñas. El hombre que me acusa de “tener una actitud”. Las FAES. Caracas.

Ariadna García

lunes, 11 de septiembre de 2017

Café Noisette

El sábado fuimos a Café Noisette, nos sentamos en una pequeña mesita de dos sillas, al frente teníamos un cuarteto de jazzistas que se lucieron con cada tema. Tuvimos una charla maravillosa. Siempre es grato hablar con ella, me contó sobre El Museo del Teclado y me dijo que allí se formaban unas rumbas buenísimas y que iban los mejores músicos de Caracas.

Hablamos de nuestros amores con la misma franqueza de siempre, hablamos de heridas profundas, del perdón, de la violencia, de la comida, del país, de nuestra familia, hablamos de todo, mientras al fondo se escuchaba La Vie En Rose.

Ella bebía una pepsi light y yo un té verde frío, entre cada sorbo, aplaudíamos al grupo y disfrutábamos de un ambiente agradable y clandestino, totalmente aislado de la violencia caraqueña. Mientras conversábamos notaba cómo el reflejo de las plantas le daba en la cara, cargaba unos lentes de pasta morados que le quedan muy bien y la hacen lucir más joven.

O siempre ha sido muy complaciente y lo atribuye a que solo tiene dos sobrinos, esa noche no fue la excepción, me invitó como tantas veces una cena riquísima, así que pude disfrutar de un Tartine de Sardine y de su compañía que es mejor que el jazz, el tartine o todas las crepes de este mundo.

En nuestra familia somos parcos de nacimiento, a veces me provoca darle un apretón o hacerle cariño en sus brazos gordos, pero eso la incomodaría así que me limito a observar sus gestos y a escuchar con atención todo lo que dice. Es una mujer muy sabia y cada cosa que pronuncia es para dejar huella.

Nos acercamos a la caja a pagar la cuenta, el dueño siempre está allí, nos hizo un gesto cariñoso y como otras veces preguntó qué tal habíamos pasado, respondimos que maravillosamente y que no teníamos ganas de marcharnos, pero ya eran las ocho y no es prudente andar por allí. Él asintió con la cabeza y se despidió con un: merci.

Yo quise responder merci beaucoup, pero siento que no me sale bien, así que solo dije: merci.

Tomamos el metro hasta la casa, al salir de la estación caminamos rapidito deseando llegar a la entrada del edificio y sentirnos a salvo, en el trayecto escuchamos una explosión, un impacto raro, yo creí que se trataba de un disparo y me puse nerviosa, corrí hacia la puerta, ya estábamos cerca, ella se agachó, se detuvo. Se crió en un barrio donde los plomazos son constantes y el oído se afina, yo que crecí con el ruido de las ranas y de los grillos, aún no he podido identificar ese chasquido que hace como un -cloc- o un -plop-.

Luego de unos segundos, cuando escuchábamos la risa sádica de tres mujeres que disfrutaban  vernos correr como animales nerviosos, ella me miró con una profunda tristeza y pronunció -ya no podemos salir de noche Ariadna-, la vista la echó hacia la esquina de la calle donde se incendiaba un carro, todo estaba presto para infundir temor y yo cedí.

Subimos en el ascensor con el corazón en la boca, una cena magnífica había sido empañada por una serie de eventos extraños y desafortunados, con su mirada me lo dijo todo: no sabes defenderte de esta violencia y yo tampoco puedo hacerlo por las dos, pudo haber sido un disparo en vez de un triqui traqui, pudo acabar con lo más preciado que tengo, porque así es esta ciudad intranquila y violenta, La Vie en Rose ya no era rose, era un violeta intenso casi negro y sin mucho decir, el miedo fue más grande y nos sumió en un silencio desalentador.

Ya no osamos tomar bebidas en algún lugar, últimamente no hablamos, la calle continúa dando miedo y me sigue gustando el jazz, aún no sé reconocer ese sonido, ni quiero, pero sí sé que sé correr: yo sé correr.


El Hilo de Ariadna

sábado, 4 de marzo de 2017

Un día de playa en Venezuela (crónica)

El día lunes 27 me fui a la playa con un amigo argentino que lleva casi dos años viajando por toda América Latina en su camioneta bautizada "La Vagabunda". En Venezuela ya lleva tres meses. Salimos dispuestos a celebrar los carnavales en busca de las hermosas playas de este lado del trópico. Al bajar a La Guaira nos encontramos mucha cola y alcabalas de rutinas. El carro de Diego lleva un cartelito que dice: me ayuda con un galón de gasolina o una ducha, por lo que varias personas nos sonreían y en un momento de la cola, un joven se acercó a ofrecernos un baño, nos dejó su número de teléfono y se marchó. Dos días después le escribió a mi amigo y nos enteramos que se habían ido hasta Todasana a ver si nos conseguían. Gracias Víctor.

Una hora más tarde entramos al pueblo de Osma, decidimos quedarnos allí porque La Vagabunda se estaba recalentando, teníamos más de cuatro horas manejando. Estábamos cansados, paramos en una bodega compramos algunas cosas para comer y al llegar nos instalamos plácidamente en la playa. 

Las olas subían como la espuma y varios niños no se separaban de ellas, tomamos Fernet Branca, vimos muchas aves pasar, jugamos Uno y aunque yo misma le había enseñado a Diego las reglas del juego cada tanto me perdía y las olvidaba. 

Nos sentamos en dos sillas a tomar el sol que quedaba, a conversar sobre las cosas más tontas e importantes de la vida, esperamos a que cayera la noche y vimos cómo las estrellas aparecieron como un show de luces para nosotros. Diego buscó su guitarra, tarareamos un par de canciones, entre esas Volver y Por una cabeza, fueron horas de paz y de disfrute en aquel paraíso oculto entre las montañas.

En la noche preparamos un par de arepas en su camioneta, hasta yucas chips, yo observaba todo con curiosidad porque era la primera vez que acampaba en la playa y la primera vez que compartía ruta con un viajero. Un viajero que esconde tesoros maravillosos en esa furgoneta, latas que contienen té, esencias aromáticas y música.

Al lado de nosotros había una familia de mariachis que más tarde tocaron junto a Diego temas alegres que nunca faltan en las fiestas. Pasamos una noche tranquila, el día martes la lluvia nos dio los buenos días, pero el sol saldría más tarde con toda su fuerza causándome una insolación que todavía me hace arder las rodillas. 

Estando en la playa Diego me hace una pregunta inusual "¿Ari yo estoy muy drogado o ashllá hay un perrito azul?". Yo pensé: a este cuate ya se le fundieron las neuronas, pero al virar la mirada comprobé que efectivamente se trataba de un perrito azul.

Estuvimos bajo el sol casi tres horas, entre entradas y salidas al mar y al río, vimos a un hombre con pinta de jeque árabe tropical y a muchos niños surfear con sus maravillosas tablas. Compramos cervezas en un kiosco que tenía los niños más obedientes del mundo, ayudaban a sus papás en los quehaceres del negocio con tanta diligencia que me asombraba y hasta le hice el comentario al padre.

Nos despedimos de esa playa sin ningunas ganas, pero al día siguiente yo debía estar temprano en Caracas. Cogimos carretera hacia La Guiara, al pasar por Los Caracas nos detuvimos a admirar ese inmenso azul que es capaz de arroparlo todo, Diego subió al techo de la camioneta y lo seguí, nos hicimos un selfie y luego continuamos el viaje entre charlas honestas y melodías radiales.

La Vagabunda no tenía caucho de repuesto así que decidimos parar en una cauchera. Eran las 5:30 de la tarde, al salir de allí Diego dio una vuelta en U y nos incorporamos a un elevado, en ese momento aparecen de la nada dos hombres en una moto, le muestran la pistola a mi amigo y le dicen que se detenga, él me dice "Ari nos van a robar pásame la cámara". Le paso el bolso con todo, allí veo por el parabrisas que tenemos a los dos hombres al frente, uno llevaba una camisa roja y el otro una negra, -vestían de civiles- automáticamente pensé: nos van a robar, nos van a matar.

Diego no les hizo caso y giró como pudo al final del elevado, sin importar que venían carros en sentido contrario, más tarde me diría: lo hice para salvar la vida, solo pensaba en eso. Estacionó el carro en una calle y se lanzó del vehículo, yo me quedé adentro con la cabeza entre las rodillas, hablando con Dios, implorándole que nos ayudara porque sentía que nos iban a matar. Los hombres se bajaron de su moto y apareció otro en su defensa, en total eran tres. Cerca había una licorería y salieron alrededor de diez personas, en ese momento me sentí más "segura" y salí del carro, los hombres me gritaron "¿quién más está allí?" -Yo, nada más estoy yo, nada más estoy yo- les dije.

Estaban muy alterados y agresivos, repetían continuamente "si nos hubieran matado, ah, cómo vas a dar esa vuelta así, eres loco". Diego les pregunta ¿Quiénes son ustedes? "Somos funcionarios y te vamos a detener el vehículo, te vamos a poner una multa y si no lo puedes manejar, me lo llevo yo", respondieron.

Uno de los hombres se acerca al carro y comienza a registrarlo por la puerta del piloto, Diego se sube por el otro lado y le pide que por favor no revise su carro, el hombre se enojó mucho más y lo agarró por el cabello, le estrujó la cabeza hacia abajo. Mi amigo se bajó del carro y le dije que me dejara hablar con ellos para ver si conseguía calmarlos.

-Cuál es el problema, no te hicimos nada, venimos de un día de playa no queremos causar ningún inconveniente- les digo. El tercer hombre que salió de la nada era el más insistente de todos y seguía con que los hubiésemos podido matar. Horas más tarde Diego me contó que esos hombres nunca estuvieron en el mismo canal que nosotros, de hecho iban en sentido contrario.

En el momento que estoy tratando de mediar con ellos, una de las personas que había a nuestro alrededor le dijo a Diego que al lado quedaba un módulo policial, él corrió hasta allá y regresó con dos policías, estos desenfundaron sus armas, detuvieron a dos de los hombres y se los llevaron hasta la unidad. Estuvimos allí como una hora. Aparecían más y más policías, uno que llegó de último, dijo: "esos querían pegarles un quieto. Quiébralos porque yo no voy a apoyar sinvergüenzuras". En ese momento sentí que se me helaba todo el cuerpo, a Diego le hacían muchas más preguntas que a mí, -qué cuanto tiempo tenía en Venezuela, si era argentino, si tenía los papeles en regla-. No veíamos la hora de que todo aquello terminara.

Al cabo de un rato, comencé a avisar a mi familia, a mi jefa que también es periodista y le expliqué en qué lugar exacto estábamos, mandé el número de pasaporte de Diego, la placa del carro, mi número de cédula, no podíamos confiar en la policía, puesto que minutos antes habíamos sido emboscados por unos supuestos policías, todo podía pasar, incluso sembrarnos droga y aparecer al día siguiente en la prensa como: dos turistas que traficaban droga en Venezuela se enfrentaron a una banda criminal.

De allí tuvimos que ir a un cuerpo de investigaciones de un municipio cercano, nos tomaron las declaraciones, un oficial le habló a Diego en inglés, otro le preguntó que qué era lo que más le había gustado de Venezuela, él respondió que no quería ser descortés pero que no estaba de ánimos para hablar de eso -Solo quiero llegar a salvo a Caracas oficial perdónémé-.

Lo peor había pasado, pero seguíamos allí, yo sabía muy bien que habíamos salido "barato" como decimos en Venezuela. Solo podía agradecer a Dios por estar bien y estar con vida, sentía una suerte de alegría, en un momento le di un abrazo a Diego y le dije -estamos bien, vamos a salir bien-.

A pesar de los vicios evidentes que existían en ese cuerpo de seguridad, los oficiales nos ayudaron, nunca intentaron sobornarnos, al final uno me hizo preguntas muy específicas sobre lo que había ocurrido, porque según él era muy justo y no quería que los oficiales quedaran destituidos de sus cargos.

Ya eran como las 9 de la noche, una oficial me preguntó si Diego era mi pareja, le dije que no, que era mi amigo. Imagino que la pregunta no representaba nada en aquel procedimiento de rutina, pero la comidilla no puede faltar en esas instituciones desgastadas por el tiempo.

Diego le insistió a uno de los oficiales en que nos custodiaran hasta Caracas porque teníamos miedo, ya eran las 10 de la noche y encima el tercer hombre se había esfumado. Accedieron a enviarnos con dos policías. Eso es algo que aún les agradezco.

Al llegar a la casa solo quería ver a mi gente ir a ver a mi tía y darle un fuerte abrazo, que supieran que estábamos bien, que seguíamos aquí completicos, que nadie nos había arrebatado la vida, que pudimos tener un final feliz como el que pocos pueden, que nuestro día de playa no estaba tan arruinado.

Al final le dije a Diego: hay dos cosas que no olvidaremos de este día, esto y el increíble perrito azul.





El Hilo de Ariadna


domingo, 12 de junio de 2016

Violencia en el Sur

En Venezuela los problemas son tantos que, a veces a uno se le olvida mirar de cerca al resto de los países de la región, quienes a pesar de tener sus dificultades, no atraviesan una crisis humanitaria como la de "el país petrolero", sin embargo, la violencia es una constante en este lado del Sur.

Dos noticias de Brasil, en menos de una semana, me han causado estupor, primero la de un niño de diez años que muere de un balazo en la cabeza tras enfrentarse con la policía de Sao Paulo, por robar un auto, junto con su amigo de 11 años, quien salió ileso del hecho y no fue detenido, ya que la ley impide el arresto en menores de 12 años.

La segunda ocurre este viernes, una atleta de 27 años que actualmente lucha por su vida, luego de recibir un disparo en la cabeza durante un intento de robo en Río de Janeiro. Los crímenes y robos se han intensificado en los últimos meses en Brasil, país que tiene un inestable escenario político, después de que su mandataria, Dilma Rousseff, fuera suspendida, por actos de corrupción.

Cabe mencionar a Petrobras, otro escándalo de malversación de fondos, en el que ya han aprehendido a altos funcionarios del gobierno y otros continúan siendo investigados. Rousseff, fue suspendida el 12 de mayo cuando el Senado aprobó por 55 votos contra 22 que fuera sometida a un juicio político por presunta violación de las normas presupuestarias del país. 

Por ahora, la presidenta ha declarado que si vuelve al poder, llamaría a adelantar elecciones para restablecer el orden político en el país. El mandato de Rousseff culmina en el 2018, debido a su reelección en el 2014.

Sin duda, lo que más despierta interés en mí, son estos dos niños. Lo primero que uno escucha cuando sale una noticia de este tipo es "eso es culpa de los padres". Pero para mí, el problema tiene una complejidad mayor y tiene responsables que se van sin pena, ni gloria, cuando finalizan sus mandatos.

¿Por qué dos niños de diez años roban un auto con arma en mano? en el que trágicamente muere uno de ellos. Nuestros niños crecen con hambre, con miedo, con derechos a medias, crecen en familias disfuncionales, donde no existe un Estado responsable, donde no se vigila si nuestros niños, comen, reciben educación o si están siendo abusados. 

Crecen con todo esto que no es carencia en la vida de nuestros políticos, porque mientras ellos amasan una fortuna para sus familias, hay un río de sangre detrás creciendo, del que ni se enteran y al que no voltean a ver.

Me interesa lo que le pasa a todos los niños del mundo, porque nadie nace siendo "malo", nadie nace sabiendo como usar un arma. Porque nuestros niños están desprotegidos, porque creí que el cambio era urgente en Venezuela, pero me doy cuenta de que no, de que el cambio debe darse en nuestros países. No veamos a Venezuela como una realidad aislada, ninguno está exento de estos terribles finales, Venezuela entierra a más de 20.000 venezolanos, cada año, en manos de la violencia y ¿Quién paga por estos crímenes? -nadie-.

Y acaso no hay una escuela llena de armas en nuestros barrios, así como en los de Brasil, niños que crecen en un ambiente hostil, sin oportunidades, convencidos de que ese es su destino, porque es lo que ven y es lo que hay. Porque si un niño de 10 años roba, es porque hay una ausencia muy grande de Estado, porque ni siquiera se puede culpar a sus padres, porque estos seguramente tuvieron la misma realidad. 

¿Hasta cuando nuestros gobiernos pensarán sólo en llenarse las barrigas y los bolsillos? ¿Cuando voltearán a ver ese río, que está cerca, que los persigue y que también los arrastra a ellos? La violencia no perdona y tampoco pregunta, una bala es una fiera, que busca un trozo de carne donde amortiguarse y carne somos todos.

¿Cuando se interesarán por acabar con esto?

Un niño de diez años no debe morir en un tiroteo, un niño de diez años, debe crecer con la certeza de tener un futuro mejor, sólo cuando la violencia desaparezca de nuestras calles, ellos mismos verán que es así, sólo cuando a los gobernantes les interesa crear políticas públicas que funcionen, que se cumplan y que protejan a nuestros niños, no morirá uno más con un tiro en la cabeza.

Son estos niños las víctimas de la corrupción, del narcotráfico, del desgobierno, de la mirada indiferente de quienes pueden hacer algo y no lo hacen, porque le dan la vuelta al río para no verlo, porque se vuelven inclementes y desalmados cuando tienen poder.


AG


jueves, 3 de diciembre de 2015

No me hables con violencia

Este diario que no es secreto, pero que recoge muchas veces mi intimidad, es la ponchera donde lavo mi cara triste, cuando no desaparece.

-No me toques con violencia.

Escribo cuando estoy triste, es una verdad. Escribo cuando las desgarraduras de mi alma llegan a la ropa, cuando se vuelven táctiles. Hoy me siento triste, hoy estoy triste, hoy nada me consuela.

Supongo que este dolor me hace responsable, porque conozco las causas de mis dolencias, pero me mantengo inmóvil, no hago nada para acortarlas, solo tengo esta pantalla y mis palabras, para intentar curar lo que siento.

-Y no te hablo con violencia.

-Me reprochas.

Intento susurrar un grito que se mueve dentro, intento hacer algo, pero no hago nada. Volvió la tristeza, maldita sea. Siento un dolor en el pecho y un vacío profundo que se refleja en mi mirada, en qué momento quise esto.

-Nunca lo quise, no te miro con violencia.

Me siento enredada, es una sensación que me causa un estupor tremendo, me siento pesada entre mis sábanas y los recuerdos, vienen las heridas del pasado como demonios. Vienen a mí, a estrujarme, vienen a tocarme. Viene a mi una verdad, que pongo en un hilo y la balanceo, con la intención de que se voltee y no sea verdad.

-No te hablo con violencia.

Te escucho... Presto atención a ese sustico que crece en tu pecho, te conoces muy bien, no has cambiado, encuentras cosas del 2007 cuando eras una adolescente, un test psicológico, un mapa de vida, un libro, una ficha, lees cosas que te recuerdan, que te describen, no eran hojas sueltas, eran pruebas de que has mantenido tu esencia, lees cosas de una chica sorprendente.

-Por eso, maldita sea, no te toques con violencia.

Reconocer el fracaso se me hace difícil, pero la sensatez me acompaña, saldré de esto, tal vez no ilesa, pero saldré y lo importante es salir, respirar, respirar la libertad de estar vivos.

Quisiera ponerte un pañito de agua caliente y quitar ese susto que se alojó en tu corazón chiquito, me contaron que los pañitos de agua caliente curan la fiebre, entonces yo podría curarte a ti. Muchas veces se está perdido, y más cuando estamos grandes, cuando nos creemos seguros de tomar las mejores decisiones, pero que va, niña mía, somos todos unos pendejos. El susto pasará, pero yo seguiré aquí, tal vez con otro diseño, otro teclado, pero seguiré aquí.

-Por favor no te toques con violencia.





Ariadna García