miércoles, 18 de julio de 2018

El diagnóstico

No había síntomas, solo un pequeño dolor de vientre de lado izquierdo que comenzó a hacerse sentir desde hace un par de meses. Al principio lo asocié con la menstruación, luego noté que no se iba, sin embargo, no fue eso lo que me llevó a ver a la ginecóloga.

Hacía dos años que no pasaba por allí, en 2016 estaba muy ocupada rehaciendo mi vida y buscando empleo y en 2017 vinieron las protestas y eso lo ocupó todo, no tenía tiempo para pensar en mi salud, solo en Venezuela.

Algunos cambios en mi cuerpo me hicieron pensar muchas veces en lo peor, la verdad es que fueron varios los días que me dije: tengo cáncer, eso me hacía posponer aún más la ida al médico, tenía miedo, me paralizaba. Un olor insoportable me hizo enloquecer y decir iré a ver un doctor ¡ya! Según Google era gonorrea, yo esperaba que se tratara de una infección.

A la semana siguiente pedí cita, 4 de julio, 3:30 pm. Estaba tranquila, dije: esto seguro es una infección y ya está. Pasé al consultorio, me llamó la atención la hermosa y enorme taza que la doctora tenía en el escritorio, era de color negra y parecía mexicana, evocaba a las catrinas, aunque la ginecóloga aclaró que la había comprado en EEUU en una de esas tiendas por departamento.

Comenzamos a hacer la historia médica, me preguntó si algún miembro de mi familia había padecido cáncer u otras enfermedades crónicas, cuántas parejas y toda esa clase de cosas de rutina. Al pasar a la camilla, y empezar a examinar a través del eco transvaginal indicó que mi ovario derecho estaba "muy bonito", yo pensé: wow, los médicos si son raros ... ovario, ¿bonito? De igual forma me alegré y dije esto va bien.

Al cabo de unos minutos siguió explorando con más ahínco, no decía nada más, hasta que soltó: tienes un tumor en el ovario derecho, aquí está, ¿lo ves? Yo solo veía una sombra densa en la pantalla, no distinguía nada, hacía un esfuerzo para ver, pero nada, hasta que me señaló y más o menos entendí, me quedé callada, algo perpleja, me vestí, respiré profundo.

La doctora señaló que debía volver el lunes y tomar un enema para repetir el estudio y confirmar que no eran heces. Lo hice. Esa noche me resfrié, llovía y se lo achaqué a la humedad, estaba aterrada, no dormí casi nada. El fin de semana, estuve algo asustada, pero al mismo tiempo confiaba en mí y en que todo saldría bien,

El lunes regresé en compañía de mi tía quien quería pasar conmigo adentro pero le insistí que no, que yo quería entrar sola. Una vez más frente al monitor allí estaba, con más claridad, 7 centímetros. Terminamos, fuimos al escritorio para que me diera los pasos siguientes, allí sí permití que mi tía pasara. "Hay que operar a la brevedad posible o pudieras perder el ovario izquierdo", estaba claro lo que había qué hacer. Exámenes de laboratorio, tomografía, evaluación con el gastroenterólogo. Dos lagrimitas salieron de mi cuerpo y a partir de allí me dije: saldremos de esto.

Aunque mi tía y la doctora insistieron en que todo estaba bien, la certeza no estaría completa hasta tener los resultados que lo descartaran, una semana después, llegaron los exámenes y arrojaron que no había cáncer en mi cuerpo. Ese día me alegré tanto, llamé a todo el mundo, tenía una sonrisa que era imposible de ocultar. Tenía tantos motivos para agradecer y para reír.

He sido afortunada, he aprendido a amar cada segundo, he cultivado la serenidad y la paciencia, he encontrado las respuestas dentro de mí para salir ilesa.

Esa es la vida, una noche estás de cabeza por el tío que te gusta y al otro día estás pensando en que debes sacar una pelota de tu cuerpo.

La vida es una noticia inesperada, un giro de 360 grados, un momento importante, una sorpresa dulce o amarga. Es el no reprochar sino afrontar, es vivir, ir hacia adelante, es caminar confiados, es tener una sonrisa y pensar que todo estará bien.


Y todo estará bien.


El Hilo de Ariadna

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