lunes, 16 de julio de 2018

Sobre las caras

Siempre creí que la piel de los negros estaba hecha de una manera especial. En mi país los negros eran de tez curtida, brillante, tersa, sin ojeras, sin líneas de expresión, ni siquiera los más adentrados en años tenían surcos evidentes.

Realmente los negros que veía en el metro, en la calle, en el puesto de tizanas o en las tiendas de extensiones de Capitolio eran gente alegre, sin huellas de sufrimiento, ni calamidades. De dientes blancos, muy blancos y de sonrisa abierta.

Esto ha cambiado. Ahora veo sus rostros demacrados, ojerosos, con bajo peso. No hay rastro de esas pieles brillantes que evocaban la sabrosura de nuestros tambores, que con sus miradas te llevaban y te traían de la costa.

Se les fue la risa, la luz, la esperanza. Los negros de mi país ya no son la misma gente, nadie es ya la misma gente. La dictadura se lo llevó todo, arrasó la vida, la alegría, la bondad, arrancó los sueños, la sonrisa y hasta las ganas de vivir, se convirtió en una pandemia capaz de curtir sus caras hasta volverlas irreconocibles.

Los negros de mi país ya no son la playa, ni el sol, ni el papelón tostado. Son hoy un manojo de cicatrices, de noches sin dormir, de hambre, de frío, de rabia. Las caras de ellos son la prueba de una nación devastada y herida, son las pieles de todos, el grito que va por dentro, el llanto, la desesperanza, son nuestra historia y nuestro presente.


Son las caras.


El Hilo de Ariadna

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