Hoy se sentó a mi lado (en el autobús) un joven con muletas, tenía un yeso en su pierna derecha, mi cabeza estaba muy activa en ese momento, todo comenzó desde que salí del centro Cultural Chacao y caminaba hacia Chacaíto, me era raro ver todo “en calma”, sin olor a gases lacrimógenos y sin restos de Maalox en el piso, decía: hace unos meses atrás sentía que eso era irreversible y que las protestas en las calles no tendrían retorno.
Al ver al muchacho me preguntaba ¿Cómo llegó su pierna a ese estado? ¿Será acaso una de esas personas que quedó lesionada por la represión del Estado? ¿Será uno de esos jóvenes que tantas veces vi recogiendo y devolviendo bombas? ¿Por qué su pierna lleva un yeso? Quería preguntarle y aclarar mis inquietudes pero eso habría sido un poco intimidador.
Luego por la ventana vi a otro hombre, delgado, como de 30 años con una venda en la mano, creo que en la izquierda, las interrogantes regresaron ¿Será él otra víctima de la represión? ¿Quién indemnizará su mano? ¿Su vida? ¿Qué le pasó? ¿Comenzaré a ver a más gente con las marcas de una guerra? Aunque debo admitir que a estos los veo a diario, en las calles, en el metro, a las víctimas de este genocidio me las cruzo todo el tiempo.
Finalmente me bajé del autobús sin preguntar, pero con una leve certeza de que ellos sí estuvieron allí, de que las marcas en su cuerpo son el recordatorio de una brutal represión que duro más de tres meses, que aunque la calle se mueva con su ritmo habitual y se mantenga en silencio, las secuelas de esos días no los olvidaré jamás.
El Hilo de Ariadna
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