Me subo en el Metro, hacia mi mano derecha iban dos señores conversando. Uno hablaba excesivamente alto, me incomodó, nadie decía nada. Al bajar la mirada vi a una niña como de 11 años que se encontraba cerca del señor-parlante. Noté algo más: ella llevaba su mano puesta en una de las orejas para detener la ráfaga de ruido.
Le dije al interlocutor del señor-parlante:
-Disculpe, le puede decir a su amigo que baje un poco el tono de la voz. Muchas gracias.
-(Yo iba leyendo un libro) el señor parlante respondió aún más alto: "¡Qué, va leyendo la biblia!".
-No. Solo que lleva a la niña atormentada. No ve. Dije.
El interlocutor aparentemente era el padre de la pequeña. No pensé que fuera con ambos. El señor la abrazó y le preguntó con voz baja: "¿vas atormentada?".
El padre que iba más próximo que yo, no se había dado cuenta de que la niña iba aturdida y con la mano puesta en la oreja. Cómo podía verlo.
Escasamente los padres se fijan en lo que quieren sus hijas, en lo que padecen, en lo que viven. No sé si es falta de sensibilidad o qué, pero los hombres van más atentos a sus amigos-parlantes que a las orejas de sus niñas.
El hombre impertinente agregó: "No, ella ya está acostumbrada al ruido".
Repliqué en voz alta: por enseñarlos a "acostumbrarse" es que tenemos dictaduras. La gente en el Metro seguía callada y sorprendida. El hombre dijo no sé qué otra cosa más. El amigo le pidió que se calmara. Dejé de oír. Volví a mi libro.
Llegamos a mi estación y me bajé.
Espero que esa niña sepa a partir de hoy que por sobre todas las cosas debemos ser valientes. Que sí, que muchas veces nuestros padres no estarán para protegernos o que incluso serán ellos quienes nos pongan en un grave peligro. Espero que esa niña sepa que NO debemos acostumbrarnos a nada y que juntas somos más fuertes que cualquier hombre-parlante.
Ariadna García
#ElHiloDeAriadna
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