Hace algunos años conocí a una señora cubana de 70 y tantos años, recuerdo que la primera vez que nos quedamos solas, me pidió que le pasara "un pomo", me tomó varios minutos saber qué era, entre señas y adivinanzas por fin descubrí que se trataba de un pote.
Ella tenía un Accidente Cerebro Vascular (ACV) que le había inmovilizado la mitad del cuerpo, no podía valerse por sí misma. En aquel momento apenas comenzaba a conocerla y ella me contaba que había sido trapecista junto a su esposo, en algún circo cubano.
Yo dudaba de su cordura, primero porque no tenía referencia alguna de abuelas malabaristas, eso no figuraba dentro de las ocupaciones de las abuelas, al menos de las que yo conocía, en mi mundo se dedicaban a los trabajos del campo, a criar a los hijos, a vender tortas, arepas o majaretes para ganarse la vida y sacar adelante a sus familias. Venezuela es un país con una vasta historia de matriarcados.
Eneida me contaba historias fantásticas, con miles de contorsiones peligrosas que realizaba de la mano de su marido. Por las noches corroboraba esas anécdotas con su hija y ella me aclaró que todas eran ciertas, que el ACV solo había afectado la parte motora de su cuerpo mas no su juicio.
Ella era rubia y de ojos azules, bajita y siempre olía a flores. Le encantaba perfumarse, verse en el espejo y me pedía que la maquillara y le delineara las cejas, yo me esmeraba poniéndole rubor, porque de cualquier manera había que olvidarse de ese castigo que era vivir las 24 horas del día postrada en una cama.
Sus historias atrevidas se quedaron grabadas en mi memoria y sus malabares siempre serán la prueba de que las mujeres son heroínas, capaces de lograr las hazañas más feroces.
Para Eneida una mujer especial.
El Hilo de Ariadna
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