miércoles, 8 de febrero de 2017

Y descubrí cómo me gusta el café

En Yaracuy, en las tardes, casi siempre tomábamos café con leche. Recuerdo que mi abuela acostumbraba a mojar el pan dentro y este se volvía completamente aguado hasta desintegrarse.

Mamá lo tomaba igual, para aquel entonces yo no conocía que existían otras formas de prepararlo, ignoraba que le ponían nombres extranjeros o aderezos como la canela o el cacao, mucho menos que se estudiaba para convertirse en barista. No sabía que el café era un arte.

En Albarico la vida era simple y rutinaria, yo comencé a tomar café después de los 10 años, creo, pero poco. Crecí convencida de que a mí también me gustaba con leche, lo que llamamos en Venezuela: un tetero. Hoy, luego de unos años he descubierto que lo prefiero marrón claro, con poca azúcar y bien espeso.

También he encontrado otros hallazgos como que me gusta saborearlo sola, sentada en una mesa por donde transiten la brisa y las personas y ponerme a escribir en cada sorbo.

Por estos días la vida es más compleja, pero recurro a la pausa de esos tiempos, a la quietud de ese pueblo, recurro a las manos grandes de mi abuela, la invoco y la siento cerca de mí, la escucho respirar más fuerte que los árboles, incluso siento que sus hojas me tocan desde lejos.

Ya la taza está por terminar, pero la brisa sopla con más fuerza así que me detengo para percibir cómo barre todo lo bueno y malo que pulula por las calles. La corriente me lleva lejos pero al final me devuelve entera.

Tomar café siempre será una mágica tradición, un ritual para reecontrarme con mi abuela.





El Hilo de Ariadna

2 comentarios:

  1. Genial Ari, casi provoca agarrarle el gusto al café, casi ... El café es una forma de vida, tanto para el que lo toma como para el que lo prepara, es un arte

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  2. Gracias Daniel, yo sé que no te voy a convencer jajajaja. Sí es una cosa muy bella.

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