martes, 9 de agosto de 2016

La Venezuela jipata

Hoy estallé en llanto mientras caminaba hacia al andén de Palo Verde, salía por la Línea 3, las lágrimas comenzaron a rodar cuando subía las escaleras y escuchaba una canción de Ben Howard, estoy segura de que el tema fue el responsable de aquella escena.

Caminé con más prisa, pues no me gusta que me vean llorar, aunque no sería la primera vez, hace unos años cuando pasaba un despecho terrible, ese mismo andén que tomaría hoy hasta La California, se volvió mi posadero de lágrimas.

Hoy lloraba por algo en particular: Venezuela; pocas cosas consiguen darme asco o desencajarme, por lo general creo que he ido haciéndole estómago a las circunstancias. Cuando tenía 16 años mi abuelo enfermó y murió de cáncer, su última semana la pasó a mi lado, mi papá y mi tía trabajaban y no había nadie más que se pudiera quedar con él, me tocó a mí y lo acepté sin chistar.

Él estaba bien cuidado, estuvo hospitalizado por una semana y las enfermeras se encargaban de lo más difícil, en ese momento tuve que limpiar su flema muchas veces, ver cómo sus piernas se iban tiñendo de morado y evitar un día que, se sacara la pija, porque no quería orinar en el pañal, nada de eso logró afectarme, fue algo que nos tocó vivir a ambos.

También lo vi morir, dejó de toser, se quedó dormido, los médicos llegaron a la habitación y al darse cuenta, intentaron reanimarlo junto con las enfermeras. Fue en vano, él ya se había ido, hasta allí llegó esa historia y creo que no fue un shock tan grande. Cosas como esas habrían sido de las más duras, por ejemplo ver morir a la hermana de mi abuelo, un mes después, por la misma enfermedad, cáncer, mi tía lo había superado cinco años antes, pero el monstruo volvió con más fuerza.

De mi tía recuerdo que estaba en una cama en su casa y de sus brazos corría líquido, se veía realmente mal, moribunda. Las tragedias familiares han sido muchas así que no podría enumerarlas todas, pero lo cierto es que al presenciarlas, resistí, resistí, hubo tolerancia. Mi llanto de hoy responde a lo último que me ha tocado ver y no lo he podido tolerar. No soporto ver a la gente hurgando entre la basura para comer, no soporto ver cada vez más mendigos en el metro, niños mal alimentados colgados de los hombros de sus padres, mientras ellos venden chucherías o piden algo de dinero o comida.

Hace unos años inclusive hace un año, no veías a la gente recoger de la basura, la mendicidad ha crecido vertiginosamente en los últimos años y el hambre también. Pensaba: qué injusto tener que pasar por esto, yo logro comer bien, por el almuerzo subsidiado de mi trabajo, si no mi historia posiblemente sería esa.

También meditaba: qué rabia me da tener que irme de mi país, por culpa de este gobierno, esa es una idea que vacila en mi cabeza como a muchos, qué injusto tener que despedirte de lo que amas, porque saben algo, yo veo a esa gente en el metro y los quiero, porque yo amo cada cosa de esta tierra y lloraba porque no tengo estómago para tolerar este desastre.

La ciudad está devastada, deteriorada, sombría, desolada, esta no es la Caracas de hace cinco años, la Caracas donde comí, bebí, rumbee, caminé, me enamoré, donde pude vivir y ser libre, esta ya no es esa Caracas. Esta es cada vez más cercada, más peligrosa, más distante.

Tampoco tolero ver a las personas más flacas, más amarillas, sobre todo a los niños, no soporto verlos tan delgados y jipatos o llegar a la California y ver el Unicentro El Marqués, rodeado de gente que lleva horas haciendo las interminables colas, para comprar algún producto básico, embarazadas, niños, abuelos, todos allí dejando su vida por un bocado, condenados cada día a que su vida sea eso. 

En mi vida he soportado muchas cosas, pero con esto no puedo, no puedo.



A.G

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