Los primeros días fueron de miedo hasta que descartamos lo más importante y seguí, seguí con mi vida sin reproches, sin ansiedades, sin sobresaltos.
Ya pasó más de un mes y en estos últimos días los analgésicos no han hecho mucho, la molestia se ha vuelto más intensa, el dolor en el vientre también.
Este domingo me descubrí en el baño más abultada, aquello que era casi imperceptible de pronto salió y me recordó que está allí siendo un ajeno en mi cuerpo, lloré, lloré al sentir que estas últimas semanas han sido las más difíciles, lloré al ver mi cuerpo diferente, lloré otra vez por mi amiga que se fue del país gracias a este régimen que se ha propuesto echarnos, lloré al sentirme sola y ser mezquina porque sé que hay personas que han estado para mí, creo que lloré por todo.
Una de las cosas que me ha generado más sinsabores es movilizarme por Caracas, el transporte está colapsado, entonces cuando no te toca ir de pie (90%) en el Metro, te toca caminar porque la estación está abarrotada y no hay efectivo para pagar autobús.
Han sido muchos los días en que he ido agarrada con fuerza de la manilla y apretando los labios porque siento dolor, pero ¿Quién me ofrecerá el asiento? ¿Quién se va a imaginar que esa muchacha joven no se siente tan bien? Esto último me hace pensar constantemente en las personas que tienen alguna discapacidad, ¿Cómo será el día a día para ellos? Ir de un lado a otro en una ciudad donde a todas las vías les cayeron a porrazos.
Nos movemos en una Caracas sin acceso a ninguna parte, nos desplazamos en escaleras paralizadas y ¡como cansan! Caminamos con prisa cuando no queremos, ni podemos correr, por mal alimentados o por salud como mi caso. La movilidad en Caracas para los enfermos es en verdad una tortura.
El Hilo de Ariadna
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