martes, 24 de julio de 2018

About that faces

I always believed that the skin of black people was made in a special way. In my
country the black people were tanned, shiny, and smooth, without any wrinkles,
just a simple beautiful skin, even the oldest did not have marks of their ages.

Really, the black people that I saw in the subway, on the street, in the juice shop or
in the hair extensions shop at Capitolio were happy people, without traces of
suffering or calamities. With white teeth, very white with a friendly smile.

Everything has changed. Now I see their emaciated faces, haggard, skinny. There
are no traces of those shining skins that evoked the tastiness of our tropical drums,
which just with their looks could catch you and bring to the coast.

Their laugh, light and hope is gone. The black people of my country are no longer
the same people, no one is already the same. The dictatorship has destroyed
everything, taking life, joy, kindness, dreams, smiles and even the desire to live; it
became a pandemic capable of damaging their faces and make them
unrecognizable.

The black people of my country are no longer the beach of the Caribbean Sea,
neither the sun, nor our toasted sugar cane. Today they are a bunch of scars, of
nights without sleep, hunger, cold and anger. Their faces are the proof of a
devastated and wounded nation, they are the skins of all of us, the cry and shout
that goes inside, the despair, they are our history and our present.

They are the faces.


Autor: Ariadna García
Translation: Ángel M. Borges
The original version: Sobre las caras 

miércoles, 18 de julio de 2018

El diagnóstico

No había síntomas, solo un pequeño dolor de vientre de lado izquierdo que comenzó a hacerse sentir desde hace un par de meses. Al principio lo asocié con la menstruación, luego noté que no se iba, sin embargo, no fue eso lo que me llevó a ver a la ginecóloga.

Hacía dos años que no pasaba por allí, en 2016 estaba muy ocupada rehaciendo mi vida y buscando empleo y en 2017 vinieron las protestas y eso lo ocupó todo, no tenía tiempo para pensar en mi salud, solo en Venezuela.

Algunos cambios en mi cuerpo me hicieron pensar muchas veces en lo peor, la verdad es que fueron varios los días que me dije: tengo cáncer, eso me hacía posponer aún más la ida al médico, tenía miedo, me paralizaba. Un olor insoportable me hizo enloquecer y decir iré a ver un doctor ¡ya! Según Google era gonorrea, yo esperaba que se tratara de una infección.

A la semana siguiente pedí cita, 4 de julio, 3:30 pm. Estaba tranquila, dije: esto seguro es una infección y ya está. Pasé al consultorio, me llamó la atención la hermosa y enorme taza que la doctora tenía en el escritorio, era de color negra y parecía mexicana, evocaba a las catrinas, aunque la ginecóloga aclaró que la había comprado en EEUU en una de esas tiendas por departamento.

Comenzamos a hacer la historia médica, me preguntó si algún miembro de mi familia había padecido cáncer u otras enfermedades crónicas, cuántas parejas y toda esa clase de cosas de rutina. Al pasar a la camilla, y empezar a examinar a través del eco transvaginal indicó que mi ovario derecho estaba "muy bonito", yo pensé: wow, los médicos si son raros ... ovario, ¿bonito? De igual forma me alegré y dije esto va bien.

Al cabo de unos minutos siguió explorando con más ahínco, no decía nada más, hasta que soltó: tienes un tumor en el ovario derecho, aquí está, ¿lo ves? Yo solo veía una sombra densa en la pantalla, no distinguía nada, hacía un esfuerzo para ver, pero nada, hasta que me señaló y más o menos entendí, me quedé callada, algo perpleja, me vestí, respiré profundo.

La doctora señaló que debía volver el lunes y tomar un enema para repetir el estudio y confirmar que no eran heces. Lo hice. Esa noche me resfrié, llovía y se lo achaqué a la humedad, estaba aterrada, no dormí casi nada. El fin de semana, estuve algo asustada, pero al mismo tiempo confiaba en mí y en que todo saldría bien,

El lunes regresé en compañía de mi tía quien quería pasar conmigo adentro pero le insistí que no, que yo quería entrar sola. Una vez más frente al monitor allí estaba, con más claridad, 7 centímetros. Terminamos, fuimos al escritorio para que me diera los pasos siguientes, allí sí permití que mi tía pasara. "Hay que operar a la brevedad posible o pudieras perder el ovario izquierdo", estaba claro lo que había qué hacer. Exámenes de laboratorio, tomografía, evaluación con el gastroenterólogo. Dos lagrimitas salieron de mi cuerpo y a partir de allí me dije: saldremos de esto.

Aunque mi tía y la doctora insistieron en que todo estaba bien, la certeza no estaría completa hasta tener los resultados que lo descartaran, una semana después, llegaron los exámenes y arrojaron que no había cáncer en mi cuerpo. Ese día me alegré tanto, llamé a todo el mundo, tenía una sonrisa que era imposible de ocultar. Tenía tantos motivos para agradecer y para reír.

He sido afortunada, he aprendido a amar cada segundo, he cultivado la serenidad y la paciencia, he encontrado las respuestas dentro de mí para salir ilesa.

Esa es la vida, una noche estás de cabeza por el tío que te gusta y al otro día estás pensando en que debes sacar una pelota de tu cuerpo.

La vida es una noticia inesperada, un giro de 360 grados, un momento importante, una sorpresa dulce o amarga. Es el no reprochar sino afrontar, es vivir, ir hacia adelante, es caminar confiados, es tener una sonrisa y pensar que todo estará bien.


Y todo estará bien.


El Hilo de Ariadna

lunes, 16 de julio de 2018

Sobre las caras

Siempre creí que la piel de los negros estaba hecha de una manera especial. En mi país los negros eran de tez curtida, brillante, tersa, sin ojeras, sin líneas de expresión, ni siquiera los más adentrados en años tenían surcos evidentes.

Realmente los negros que veía en el metro, en la calle, en el puesto de tizanas o en las tiendas de extensiones de Capitolio eran gente alegre, sin huellas de sufrimiento, ni calamidades. De dientes blancos, muy blancos y de sonrisa abierta.

Esto ha cambiado. Ahora veo sus rostros demacrados, ojerosos, con bajo peso. No hay rastro de esas pieles brillantes que evocaban la sabrosura de nuestros tambores, que con sus miradas te llevaban y te traían de la costa.

Se les fue la risa, la luz, la esperanza. Los negros de mi país ya no son la misma gente, nadie es ya la misma gente. La dictadura se lo llevó todo, arrasó la vida, la alegría, la bondad, arrancó los sueños, la sonrisa y hasta las ganas de vivir, se convirtió en una pandemia capaz de curtir sus caras hasta volverlas irreconocibles.

Los negros de mi país ya no son la playa, ni el sol, ni el papelón tostado. Son hoy un manojo de cicatrices, de noches sin dormir, de hambre, de frío, de rabia. Las caras de ellos son la prueba de una nación devastada y herida, son las pieles de todos, el grito que va por dentro, el llanto, la desesperanza, son nuestra historia y nuestro presente.


Son las caras.


El Hilo de Ariadna

domingo, 8 de julio de 2018

Una nueva crisis

Me pregunto si es esta una nueva crisis como las anteriores. A las 10 de la mañana del 3 de julio se fue la luz mientras esperaba el Metro. Todo quedó a oscuras, estaba tranquila pero al mismo tiempo sentía pánico, no por ese momento sino por pensar en quienes manejan el país, en la precariedad de los servicios. Voy montada en un autobús que es conducido por un sordo que también es ciego, voy sentada allí con cinturón de seguridad puesto, sin embargo, sé bien que lo que pueda hacer yo sola, no podrá salvarme, al menos mientras siga dentro del autobús.

Lo que vi durante todo el día me hizo cuestionarme seguir aquí, entonces me decía: tal vez, es uno de esos episodios como los anteriores en los que terminas hallando algo que te hace aferrarte, querer quedarte y seguir y seguir intentándolo a pesar de que el camino sea muy amargo.

"No todo puede ser tan horrible", me repetía. En la tarde salí de la oficina a hacer una entrevista a Bellas Artes, durante el trayecto recordé a una amiga con quien siempre caminaba esa zona, me vinieron miles de imagénes, en otro momento le habría pasado un mensaje para encontrarnos en Parque Carabobo, pero eso no sería posible porque hoy ella vive en otro país, una venezolana más arrojada al exilio, entonces ahí comencé de nuevo a echar de menos y a sentir esa sensación devastadora que lo embarga todo.

Hice una parada en el lugar para comer un helado y así intentar convencerme de que no todo era tan horrendo.

Me vi sentada en un McDonalds completamente vacío, los precios eran exorbitantes, terminé comprando uno, lo pagué con dos tarjetas para engañar a una y a la otra de que no eran tan pobres. Varias moscas me acompañaron alrededor de la mesa, de nuevo me recordaron el caos, el horror y la basura. Saqué una libretita y comencé a escribir. Hice el intento de llorar pero no pude, estaba tan cansada que ni siquiera podía empujar mis propias lágrimas.

También hice tiempo para no tomar el tren tan abarrotado, planeaba agarrar un libro de Murakami que llevaba en el bolso y leer en las horas siguientes.

Era probable que fuera como las crisis anteriores, donde seguro hallaré la sonrisa de alguien, la palmada del vecino, las caricias de mi gato, el azul del cielo, algún apamate rebelde y coleado. Y así mientras sigo en mi terquedad encontraré motivos para quedarme.

Quedarme.


El Hilo de Ariadna