Lo que vi durante todo el día me hizo cuestionarme seguir aquí, entonces me decía: tal vez, es uno de esos episodios como los anteriores en los que terminas hallando algo que te hace aferrarte, querer quedarte y seguir y seguir intentándolo a pesar de que el camino sea muy amargo.
"No todo puede ser tan horrible", me repetía. En la tarde salí de la oficina a hacer una entrevista a Bellas Artes, durante el trayecto recordé a una amiga con quien siempre caminaba esa zona, me vinieron miles de imagénes, en otro momento le habría pasado un mensaje para encontrarnos en Parque Carabobo, pero eso no sería posible porque hoy ella vive en otro país, una venezolana más arrojada al exilio, entonces ahí comencé de nuevo a echar de menos y a sentir esa sensación devastadora que lo embarga todo.
Hice una parada en el lugar para comer un helado y así intentar convencerme de que no todo era tan horrendo.
Me vi sentada en un McDonalds completamente vacío, los precios eran exorbitantes, terminé comprando uno, lo pagué con dos tarjetas para engañar a una y a la otra de que no eran tan pobres. Varias moscas me acompañaron alrededor de la mesa, de nuevo me recordaron el caos, el horror y la basura. Saqué una libretita y comencé a escribir. Hice el intento de llorar pero no pude, estaba tan cansada que ni siquiera podía empujar mis propias lágrimas.
También hice tiempo para no tomar el tren tan abarrotado, planeaba agarrar un libro de Murakami que llevaba en el bolso y leer en las horas siguientes.
Era probable que fuera como las crisis anteriores, donde seguro hallaré la sonrisa de alguien, la palmada del vecino, las caricias de mi gato, el azul del cielo, algún apamate rebelde y coleado. Y así mientras sigo en mi terquedad encontraré motivos para quedarme.
Quedarme.
El Hilo de Ariadna
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