lunes, 26 de noviembre de 2018

Segundo García

Hoy se fue mi tío Gundo, hermano de mi abuelo paterno. De esos cuatro hijos solo queda una, mi tía Aída. Al caminar hacia mi trabajo lo recordé, sobre todo, sus manos que eran tan suaves. Los García o esos García tenían algo en común: el temple de la voz.

Uno hablaba con mi tía Elba y sentía que todas las noticias en el mundo eran buenas, mi abuela Ana Lucía igual, siempre con la misma esperanza, la misma fortaleza. Algo en ellos te hacía sentir íntegro, fuerte, lleno de vida. Era como si por un minuto sus achaques desaparecían, no tenían voces de viejos ¡no! tenían un vozarrón como cualquier cantante de ópera.

Cuando mi tía Elba llamaba a la casa (de Maracay a Yaracuy) me gustaba atender el teléfono, escucharla era eso, llenarse de algo bueno.

Mi tío Gundo tenía la fama de extenderse muchísimo, mi tía Odalys y yo bromeábamos con eso. Eran iguales, conversaban por horas, ninguno de los dos tenía noción del tiempo. Mi tío Gundo era cariñosísimo, a pesar de que no compartimos mucho, atesoro los momentos en los que coincidimos, estar con mi tío era como estar con mi abuelo. Escuchar a mi tío era escuchar a mi abuelo.

Una vez celebramos su cumpleaños y yo no podía dejar de tocar sus manos, le repetía: tío tienes las manos más suaves del mundo.

Al conocer la noticia tenía una serenidad como alguien a quien ya no le espanta la muerte. Con los años el corazón se curte y ves las cosas de otra manera. La muerte de mi abuelo me enseñó muchísimo y la de mi abuela Ana Lú fue la que hizo que entendiera que ellos, nosotros, todo lo que alguna vez amamos un día se irá.

Sin embargo, sentí nostalgia, dije: ya se nos han ido casi todos los viejos. Es como si de alguna forma los retratos más antiguos empiezan a desaparecer, desde luego, solo en este plano.

Recordaré a mi tío como el hombre de las palabras más dulces, como Segundo García, el de los ojos atigrados que siempre decía: cómo está mi vida linda, mi vida querida.

De esas voces ya no me queda ninguna, por eso creo que cada día las atesoro más.


Ariadna García

domingo, 25 de noviembre de 2018

Resistir en las noches

Cada día encuentro que duermo peor. A un costado de la cama, en el borde casi en el suelo, en el lateral derecho con la cara pegada a la pared. No doy vueltas, casi no hago movimientos al dormir, solo soy tan rebelde que hasta le llevo la contraria al cuerpo cuando en las noches se mete en su cama. 
A veces encojo las piernas, sin darme cuenta me he quedado en la contorsión más insegura para la cervical. 
Casi nunca hay centro, todo es a la derecha o a la izquierda. Dormir no es un acto placentero, es cobardía, te vas, te vas por unas horas de este horrible mundo o de este mundo horrible. Me resisto a irme aunque sea un instante. Mantengo las luces encendidas como ordenándoles que el día no acaba nunca.
Esta resistencia tajante y radical se ha vuelto eso, todos los días, cada noche, cada día. En mi cuerpo lo gobierno todo, en esta casa lo gobierno todo, en mi cabeza, en esta cama.

Soy el gobierno aquí y ahora.


El Hilo De Ariadna

viernes, 23 de noviembre de 2018

La palabra tumor

No sabes lo impactante que suena la palabra "tumor" hasta que te dicen que tienes uno. Después de eso no quieres volver a usarla, ni escucharla. Te parece realmente fuerte, implacable, seca. La palabra tumor no es amigable.

El 4 de julio fue mi diagnóstico. Tumor de ovario de siete centímetros en el ovario derecho, en la boca de la doctora no sonaba tan aterradora, pero en la mía, en la mía no quise tenerla más.

Sin embargo, la utilicé en más de una ocasión para explicar mi situación de salud. Todavía lo hago cuando recuerdo que hace apenas dos meses me operaron y que debo llevar las cosas con calma.

El 6 de septiembre la doctora retiró el quiste de mi cuerpo, prefiero la palabra quiste, suena menos letal. La biopsia arrojó que era benigno. No hubo que quitar el ovario. Mis órganos se volvían a acomodar.

Pero lo que importa ahora no es nada de eso, lo que importa ahora es esa palabra hostil, que carece de simpatía, que no sabe del viento, ni de la risa.

La palabra tumor es estéril, no te lleva a ninguna parte, es mezquina, es puntiaguda. Te carcome la cabeza por las noches, se te mete en el esternón y no se sale.

La palabra tumor no se acaba después. Es como una mordida que deja la marca de sus dientes para siempre. La palabra tumor no se va de tu cabeza, se queda como una intrusa, es macabra, es mentirosa. Es una conspiración.

La palabra tumor no quiere a nadie, solo sabe hacer daño. La palabra tumor te persigue. Hace trampas, nunca se calla. La palabra tumor está allí a la espera para atacar de nuevo.


El Hilo de Ariadna