Acabo de notar que extraño tener WhatsApp por una razón. Conocí hace unos meses o tal vez un año a un periodista mexicano del que sé poco o casi nada. Usa seudónimo en Instagram, nunca publica fotos de él. La primera vez que conversamos, tuvimos una charla extraña, hablamos no recuerdo de qué, pero me sorprendió su arrojo y la forma en la que articulaba las palabras. Creí que se trataba de una broma de alguien, insistí en que me dijera su nombre hasta que dijo "Jorge", todavía dudo que se llame así.
Sin embargo, meses después compartimos algo de literatura y algunas fotografías, siempre me pide que le regale las que tomo en los mercados y verdulerías, las publica sin darme el crédito, me da algo de rabia y después recuerdo que fue un regalo. Una vez intercambiamos teléfonos y le pregunté cosas sobre México, sobre el PRI y AMLO, también llegamos a compartir percepciones sobre la violencia en nuestros países, la normalización de los secuestros, los asesinatos, la corrupción: la violencia. En varias ocasiones nos enviamos por WhatsApp artículos o trabajos que publicaríamos y servimos de editores.
Descubrí que extraño esa mensajería virtual para leer a mi amigo que bien podría tener otro nombre u otra cara. A menudo encuentro que voy construyendo relaciones misteriosas, particulares, inesperadas, que me dejan algo de nostalgia, como si todos se fueran a alguna parte o como si de pronto solo están en mi cabeza, en mis recuerdos. Gracias a él conocí a Pedro Lemebel y a otros autores que ahora indago.
Jorge o como se llame, a veces me leía poesía, las enviaba por notas de voz, eso me parecía extremadamente raro. Solo una persona había leído antes algo para mí y aquella vez tuve la misma sensación.
No sé ni siquiera si Jorge me cae bien o si en persona seríamos amigos, me cuesta estrechar lazos cuando siento desconfianza o cuando simplemente no tengo claro lo que tengo en frente. Si algún día llego a ir a México, muy probablemente compartamos un café o mezcal, mientras tanto seguiré deseando que no le pase nada a mi amigo mexicano cuando escriba de corrupción.
El Hilo de Ariadna
Escribir de lo incómodo y lo doloroso ha sido algo que me ha ayudado a sanar, o al menos eso creo. La madurez también le da uno cierta licencia para hablar de lo que se quiere.
Hace cuatro días me operaron, desde que lo supe me asustaba un poco lo de la anestesia y los exámenes posteriores ¿lo demás? Lo demás solo serían elementos para crear una crónica o alimentar alguna novela futura.
Tras la cirugía, las personas me preguntan por la herida y el tamaño. Me dicen cosas en tono de consuelo: "bueno, eso se borra", "... es pequeña", "... que tanto", etc, etc.
Entiendo esas inferencias en un diálogo y sobre todo, si el emisor hace alusión a "la herida". En mi caso ese asunto no representó, ni representa ninguna preocupación y sin embargo, recibo palmaditas como alguien que acaba de perder una pierna, un brazo o que se volvió menos sexy.
Aún ni siquiera yo la he visto. Sólo un adhesivo con una venda blanca que parece hecha con un algodón muy fino y perfectamente doblada.
Desde luego que supe que tras la operación no sería la misma, en especial porque eso reposa ahora en mi historia médica y cuando toque volver al doctor, no seré la jovencita que respondía no a todo y que sólo mencionaba el largo historial de cáncer en su familia y la diabetes de las abuelas.
No me avergüenza mostrar la herida, las que se ven y las que no, porque de ellas me compongo. Guardamos muchísimo más adentro que lo que puedan decir nuestros cuerpos. Nuestros cuerpos no dicen nada, pero sí nuestras almas y nuestros corazones. La lucidez de nuestra mente.
Entiendo de dónde pueden venir esos temores: una palabra hiriente, algún amante que se quejó de la herida, de la estría o del pezón más grande. Entiendo que ese consuelo que me dan sea el recuerdo de un pasado amargo. A ustedes mujeres les agradezco.
Si cuando esta herida sane y pueda ser mostrada, la persona que meta en mi cama llegase a opinar, a cuestionar, a criticar esa raya que está metida en mi vientre, sabré que no es digna de compartir ni la cama, ni las heridas, ni la nada.