Sin embargo, meses después compartimos algo de literatura y algunas fotografías, siempre me pide que le regale las que tomo en los mercados y verdulerías, las publica sin darme el crédito, me da algo de rabia y después recuerdo que fue un regalo. Una vez intercambiamos teléfonos y le pregunté cosas sobre México, sobre el PRI y AMLO, también llegamos a compartir percepciones sobre la violencia en nuestros países, la normalización de los secuestros, los asesinatos, la corrupción: la violencia. En varias ocasiones nos enviamos por WhatsApp artículos o trabajos que publicaríamos y servimos de editores.
Descubrí que extraño esa mensajería virtual para leer a mi amigo que bien podría tener otro nombre u otra cara. A menudo encuentro que voy construyendo relaciones misteriosas, particulares, inesperadas, que me dejan algo de nostalgia, como si todos se fueran a alguna parte o como si de pronto solo están en mi cabeza, en mis recuerdos. Gracias a él conocí a Pedro Lemebel y a otros autores que ahora indago.
Jorge o como se llame, a veces me leía poesía, las enviaba por notas de voz, eso me parecía extremadamente raro. Solo una persona había leído antes algo para mí y aquella vez tuve la misma sensación.
No sé ni siquiera si Jorge me cae bien o si en persona seríamos amigos, me cuesta estrechar lazos cuando siento desconfianza o cuando simplemente no tengo claro lo que tengo en frente. Si algún día llego a ir a México, muy probablemente compartamos un café o mezcal, mientras tanto seguiré deseando que no le pase nada a mi amigo mexicano cuando escriba de corrupción.
El Hilo de Ariadna
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