Martes. Estaba dispuesta a tomar un café, decidí ir a Monsieur, un pequeño restaurant francés con techo rojo que tiene poco menos de dos años en Caracas. Aquí las crêpes no son excelentes, pero el café moca que preparan sí, este contiene una densa capa de chocolate de avellanas que se asienta al final, capaz de hacerte perder la razón por varios minutos y sumergirte en un baño dulce que huele a pecado, por otra parte, la atención del mesonero es maravillosa y eso me basta para volver una y otra vez, además de que él aprende a ser barista en Youtube y cuando voy practica con mi marrón, al que le pone rostro de cerdito.
Este mesonero se llama Angelo y desafortunademente no lo conocerán para cuando vayan, pues, me enteré hace poco que renunció al petit café, para ir tras unos planes más ambiciosos en Barquisimeto.
Este mesonero se llama Angelo y desafortunademente no lo conocerán para cuando vayan, pues, me enteré hace poco que renunció al petit café, para ir tras unos planes más ambiciosos en Barquisimeto.
De camino al lugar mientras subía las escaleras del metro pensaba: ¿en serio irás a tomarte un café, de verdad te comerás una torta? ¿sabes que tu sueldo mínimo no alcanza para esos lujos? eres periodista y encima trabajas en Venezuela, hice caso omiso a los reproches que la Ariadna realista me hacía y seguí presta a consumar mi pecado vespertino.
De pronto me dije: solo quiero hacer lo que me gusta hacer por un instante, así deje todo el salario allí, lo único que deseo es caminar, ver las nubes sobre el Ávila y sentir el inusual frío de Caracas. Al salir de la estación, di pocos pasos y al llegar al café noté que estaba cerrado, había olvidado que no abre los lunes.
Opté por ir a Amelie otro café cercano, al transitar, clavaba la mirada en el piso, en los adoquines que alguna vez fueron marrones o rojos, ya están muy sucios y gastados, luego observé hacia el norte y vi el cerro, sereno, blanco, limpio, sentía que me aferraba a aquella ciudad ruidosa y al mismo tiempo que me despedía, recuerdo que las nubes aún se veían, el cielo estaba azul y al fondo había un aviso del Hotel Monserrat y otro de Ron Cacice que decía: Ron venezolano el mejor del mundo.
Me detuve en el semaforo, pasaron varios motorizados con sus caras poco afables y sus manos casi siempre en posición extraña. Inhalé el humo denso de los viejos carros y esperé el cambio de luz en calma.
En el trayecto le hablaba a Caracas y me hablaba a mí, explicaba que debo hacer estas cosas mientras siga viviendo aquí. Quiero aprovechar tus lugares, observar tus colores y guardar tus aromas, para escribir más adelante sobre ellos, para recordarlos intactos cuando los extrañe. En cada pisada que doy, siento que una parte de mí se queda.
Al llegar a Amelie divisé que estaba abarrotado, por lo que pediría para llevar, es un sitio algo pequeño y con una acústica terrible, sin embargo, coincidencialmente mi amigo Nelson estaba allí, esperando por una mesa, nos saludamos con sorpresa, le reproché por unos desayunos pendientes y finalmente nos sentamos a conversar, a los pocos minutos, apareció otra amiga afuera, salí a saludarla y luego entré a continuar la plática con mi amigo politólogo.
En ese momento volví a hablarme adentro y decía: en otra ciudad no tendré amigos que aparecerán accidentalmente, no habrá caras ni sabores conocidos, tampoco cafés conocidos, me tocará buscarlos sola y descubrir cómo se le dice al guayoyo en esa otra ciudad, tocará construir una vida y hacer nuevos amigos, ver otro cielo y otras nubes, no estará Caracas, ni El Ávila, seguramente tampoco los motorizados, entonces mi corazón se detiene y pregunta¿perder todo eso por una torta y un café?
A.G
Twitter: @Ariadnalimon
Instagram: Ariadnagarci
Siempre tus palabras llegan al alma Ari, y expresan cosas que muchas veces pensamos y no sabemos expresar
ResponderEliminarGracias Daniel, mi corazón se llena de alegría al leer eso, un besito, gracias por ser mi fiel lector ;)
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