miércoles, 28 de septiembre de 2016

Mi relación con mi padre acabó muy mal

Fue hace dos años, en julio de 2014, cuando yo me había dado una tregua con él.

Nunca habíamos pasado tiempo juntos, en octubre de 2013 me mudé a su casa porque no conseguí alquiler en ningún otro lado y donde yo vivía debía desalojar y entregar. Mi padre me insistió que viniera con él, que así me ahorraría gastos, pese a todo lo que sabía y conocía de él, pensé que era una buena oportunidad para compartir por primera vez de padre a hija.

Al principio todo marchó normal, trataba de ser lo más cuidadosa posible y de mantener un poco de distancia, pues sabía que era una persona volátil y agresiva.  

Hablar con papá de política era uno de esos temas que lo hacían encolerizar, así que evité tocarlo por completo. Pasaron cuatro meses "en calma", casi no hablábamos, casi no compartíamos, pero era lo mejor para llevar la fiesta en paz.

En abril, fue la primera discusión fuerte, yo hice una llamada telefónica de más de cinco minutos y eso a él lo enojó muchísimo, ese día lloré, lloré mucho y me fui a casa de una tía, regresé a los dos días.

Luego de esa pelea casi no nos hablábamos, ni siquiera de cosas estrictamente necesarias, realmente no nos hablamos. Sentía que mi papá era el colmo del egoísmo y de lo inentendible, no podía descifrar cómo se podía molestar por una llamada telefónica que inclusive me ofrecí a pagar. 

Yo lo tenía incluido en el seguro médico de mi trabajo, el día de la discusión lo amenacé con sacarlo y lo hice, él se enteró a los meses y ese fue el motivo para que todo se pusiera peor.

Mi papá comenzó a hacerme la vida un infierno y a vengarse, ya no quería que yo usara las cosas de la casa, posiblemente quería que me fuera. En todo ese tiempo no conseguía para dónde mudarme, cosa que me mantenía allí retenida.

Un día llegué de la universidad, necesitaba lavar y busqué el cable de extensión para conectar el lava ropa, no lo encontraba, después de mucho revisar lo conseguí escondido detrás de un mueble de la cocina, lo tomé e instalé la máquina, pues no iba a ahondar en el asunto.

Mi papá hablaba por teléfono y comenzó a decirme cosas horribles, colgó y seguía insultándome, me repetía que si no me daba cuenta de que él no quería que yo usara sus cosas, que si yo lo había sacado del seguro, pues que no agarrara nada, yo le respondí que no entendía por qué se comportaba así, que yo era su hija, que se suponía que él debía protegerme y ayudarme, no hacerme las cosas más difíciles. Él subía el tono de voz, comenzó a maldecirme, me botó de la casa, más y más insultos colmaron esa tarde que, ha sido seguramente el peor día de mi vida y el más estresante.

Cuando escuché que me deseaba la muerte llamé a mi madre, la puse en altavoz para que escuchara, parecía una jauría de perros, yo empecé a gritar "cállate, cállate, cállate", ya no soportaba oir cosas tan horribles. Ese día me sentí resquebrajada, profundamente herida y sola, no sabía qué hacer ni a dónde ir, realmente quería morirme. 

Hice una maleta y me fui, llamé a una tía para decirle que iría para allá, esta recibió mis cosas, no volví hasta el día sábado a recoger todo, el día domingo hice mi mudanza y desde entonces, lo saqué de mi vida.

Muchos en la familia no toman en serio mi decisión, bromean, pero mi papá es una persona mentalmente inestable, que inclusive ha acosado a las novias que ha tenido, llegó a golpear a una tía dos veces y aún así, hay personas a mi alrededor que lo defienden.

Desde hace dos años busco tranquilidad, relaciones sanas y también empecé a curarme, pues ese momento me quebró. Mi padre ha buscado acercamiento, pero no pienso poner otra vez en riesgo mi paz y mi estabilidad, sé que es necesario sacar de nuestras vidas, todo lo que hace daño inclusive si ese todo se llama -padre-.



AG




sábado, 24 de septiembre de 2016

Parir en la maternidad Santa Ana: una experiencia nada celestial

Entró a la Maternidad Santa Ana con la convicción de que todo saldría bien, por la seguridad que le brindaba su médico tratante y salió con una serie de problemas en la vejiga y con la sensación de horror de quien acaba de estar en el infierno.

Andreina Gavidia, estuvo viendo su parto los nueve meses con un ginecobstetra, que tiene consultas privadas en el Centro Clínico Fénix. A principio de año, los partos en ese centro costaban 150.000 bolivares, Gavidia y su pareja accedieron a hacerlo allí, ya que tenían el dinero ahorrado, sin embargo, no contaban con que la inflación los haría mella y meses antes, el precio dio un salto a 600.000 bolívares, por lo que les era imposible.

El galeno también trabaja en la Maternidad Santa Ana, así que les garantizó que la atendería allí y que no habría ningún problema, Gavidia confió en él y dejó el nacimiento de su hijo en las manos de este doctor que parecía sincero.

El 16 de septiembre en su última consulta, el médico le dijo que se fuera a la Santa Ana, porque ya era hora de dar a luz y que él le induciría el parto, relata que llegó a eso de  las 8 de la noche, le pidieron que pasara sola, sin nada, este se encargó de que le abrieran la historia para que la pasaran a la sala de partos.

Una vez que le colocaron pitocín para acelerar el alumbramiento, el doctor se quedó solo una hora, después de eso se desapareció. "Pensé que iba a volver y no lo hizo" expresa Andreina.

Vinieron las contracciones, los dolores, las heces y nadie la limpió, al igual que las otras mujeres de la sala, la precariedad las arropa a todas. Explica que luego de seis horas cuando sintió la cabeza de su bebé, la pasaron a un cubículo donde la esperaba un médico que jamás había visto, le pidió que por favor pujara fuerte, ella lo intentaba, sin embargo, le resultaba difícil, así que este la amenazó y le dijo que si no pujaba fuerte la trasladaría de nuevo a la sala de partos.

Se sometió a la solicitud del médico y esta vez lo hizo como él le indicaba, dice que este "para ayudarla" le ponía el brazo sobre el abdomen, para que el neonato saliera rápidamente, la advertencia volvió, luego de esto a las 4 de la mañana nació su hijo, se lo mostraron y se lo llevaron.

A las 8 en punto le pidieron que se sentaran en una silla, pues las camillas que existen en el lugar, son solo para las mujeres que se encuentran dando a luz, a esa hora apereció su médico de cabecera, la familia de Gavidia no sabía nada de ella, pues este le aseguró que les avisaría, pero se fue a dormir y no lo hizo.

A esa hora comenzó la pesadilla, les dijeron que las trasladarían a otro hospital por la falta de camas y comenzaron a dar a los bebés,  a Gavidia no le entregaban el suyo, así que le dio el nombre a una enfermera que le dijo que lo buscaría, esta regresó sin el niño. Le dió nuevamente los datos y, volvió sin ningún éxito, explicándole que de seguro el pequeño se encontraba en hospitalización.

La madre no entendía nada, pues su bebé había nacido sano, así que se fue a recorrer toda la maternidad, ya que nadie le daba respuesta. Trató de conseguir ayuda de su médico tratante, pero este ya se había marchado, luego de tres horas apareció su hijo, todo se debió a que habían escrito mal los nombres.

La mujer estalló en llanto al tener a su bebé en brazos, después de eso finalmente la trasladaron a un hospital en El Valle. Pensó que el horror terminaría allí, pero faltaba todavía más.

Intentó orinar y no pudo, fue alrededor de cinco veces al baño y nada, llevaba 12 horas sin orinar, habló con una doctora y le colocaron una sonda, así fue que lo logró. La dieron de alta el domingo y le quitaron la sonda, al llegar a su casa notó que seguía sin poder orinar, una vez más, estuvo 12 horas así.

El día lunes vio a su doctor nuevamente, porque debía ser el médico tratante quien se encargara del caso, este no vio nada "raro" así que llamó a una urólogo, quien decidió colocarle una sonda hasta el día viernes y mandarle tratamiento médico.

Ha pasado una semana y su estado sigue igual, por lo que le dijeron que debía hacerse dos estudios: una urodinamia y una cistoscopia, para ver la vejiga y la uretra y determinar qué ocurre.

Gavidia asegura que se siente tranquila porque su bebé se encuentra bien de salud, pero lamenta el trato inhumano que reciben las mujeres que dan a luz en ese centro público. Denuncia la mala praxis, la irresponsabilidad de los médicos, y desea que ninguna otra mujer, viva lo que ella padeció.

Sin embargo, la realidad del sector salud en Venezuela es esa, está colapsado, la falta de insumos, de medicinas, de electricidad  y de personal, ha llevado la situación a su punto más crítico, poniendo en riesgo la vida de los pacientes y también de sus trabajadores.



Ariadna García

jueves, 22 de septiembre de 2016

Me anticipo al horror

Imagino que soy maniatada por secuestradores, desnuda, junto a la persona que accidentalmente dormía conmigo esa noche.

Imagino que roban el bus en el que voy.

Imagino que el niño se ahoga.

Imagino que la bombona de gas explota, imagino en un flash que algo terrible pasará. Al principio creí que era TOC, la psicóloga  lo descartó por completo, dice que no dejo de ser funcional.

Sin embargo, sigo pensando en el horror, detengo estos pensamientos, me aferro a cualquier otra cosa real, al sujeto que canta Venezuela con voz suave y con ojos que condensan mucha tristeza.

Me concentro en la oferta de 4 aguacates x1000 del camión parado en la avenida, a veces funciona.

Imagino que entran a la casa, vuelvo a atajar mis pensamientos, no les hago caso, no pienso que estoy loca, me sereno, atiendo a mi lógica.

Busco respuestas, intento hacer una maqueta con ellos y descifrar de dónde vienen y en dónde ponerlos.

Hago una tesis breve, son todos los sucesos del país, es Caracas, es la previsión temprana, es mi personalidad obsesiva según la doctora.

No pienso que sea malo, solo son intrusos que atañen a este frágil cuerpo.





#ElhilodeAriadna


jueves, 15 de septiembre de 2016

La bella Caracas que mordía (crónica)

Salí al trabajo a eso de las 09:30am tenía ganas de comerme una tizana de la esquina, conté el centenar de billetes que ahora debes usar, para comprar aunque sea un caramelo, me dirigí a la parada de los cubitos de frutas, entregué los 300 bolívares que fue lo que pagué la semana pasada, la señora me dijo -de 400, de 500 o de 600- inmediatamente intuí que era un cholazo a mansalva de la inflación,  le di la diferencia, la vendedora con cara de angustia me preguntó si yo iba a agarrar hacia arriba, le respondí -no ¿por qué? está muy feo- asentó, -sí, han pasado muchos motorizados raros para allá- le señalé que yo iba hacia la avenida y me respondió -menos mal mija, dios te bendiga-, -gracias señora- (con cara de quinceañera enamorada).

Pensé: qué buena esa señora que me echó la bendición.

Caminé hacia el metro, se me derramó un poco de jugo, porque el vaso estaba robosado, tragué rápido, pues tenía que entrar al metro, en la salida una mujer de unos 50 años, me preguntó -¿en cuanto compró eso?- le hice seña con los cuatro dedos, tenía miedo de hablarle, por la psicosis colectiva de la burundanga y los robos extenuantes que suceden a cada segundo. Me dijo -ah es que un familiar montó un puesto y quería saber en cuánto las venden por aquí-, no quise parecer descortés y respondí con cara de absoluta curiosidad -¿ah sí y en cuanto las venden?-, -en 50, no le está ganando nada-, -no- respondí.

Allí quedó la conversación, sucumbí ante las escaleras mecánicas, metí mi único ticket en el torniquete averiado, esperé el tren en dirección Plaza Venezuela, seguí el trecho hasta mi trabajo, tenía pauta a las 11:00am en la sede de Fedecámaras, llegué tarde, rezaba para que la rueda de prensa no hubiese comenzado, -fue en vano- sin embargo, disfruté el camino de ida, el cielo estaba azul piscina y tenía nubes, muchas nubes, que parecían burbujas batidas o crema batida. El Ávila estaba floreado, vi plantas con pepitas anarjandas, árboles con rosas moradas y amarillas, otro bastante particular con unas ramas largas que dan un fruto vinotinto, pasamos por los campos de golf, por el barrio chino, todo se veía en calma, ordenado, como si por unos minutos no estuvieses en Caracas.

Llegué a hacer mi trabajo, el fotógrafo ya estaba allí,  alcancé a rocoger buena información, gracias a una colega que le hacía preguntas al ponente.

De regreso, todo estuvo más o menos igual, llegamos a la torre, almorcé... A eso de las 04:30pm bajé con mis compañeras por un café, reímos, observé nuevamente el cerro que ya esa hora estaba encapotado, me tomé un marrón grande que aliñé con polvo de canela y de cacao.

Bajamos a nuestros puestos, en la redacción se encontraba Diosa Canales, mientras le hacían la entevista, casi todos los hombres del área y unas cuantas mujeres, hacían prestos la cola para tomarse fotos con la vedette. Al fondo alguien rezongaba -después no se pregunten por qué tenemos un presidente como el que tenemos-.

La zarzuela  duró poco, se acabó al marcharse el cuerpo voluptuoso de la mujer, que estaba cubierto por una malla beige con encaje negro, que despertaba la curiosidad y el morbo de los presentes.

Terminé mi nota a eso de las 06:30pm, esperé un poco, mientras me encargaba de resolver unos tigritos pendientes. A las 07:20pm ya estaba lista para enrrumbarme hacia mi casa. 

De camino, un motorizado venía de frente hacia nosotros, traía luz, pero venía frontal, "a lo macho", se hizo a un lado, todas las mujeres que ibamos en el carro ruidoso, coincidimos en que era un inconsciente. 

Agarramos hacia la Avenida Fuerzas Armadas para dejar a una compañera, después bajamos por el Hospital Vargas. Perdí el contacto con esa Caracas nocturna, desconozco cómo luce y cómo se mueve, me aterra, le huyo tanto como pueda, veía todo con absoluta lejanía.

En estas últimas noches antes de que me lleven a la casa, he hecho turismo por algunas zonas como El Llanito, Terrazas del Ávila, Fuerzas Armadas, la Avenida Lecuna o la redoma de Petare. El martes cuando cruzábamos por la redoma, vi los mercadillos ya recogidos, a una  muchacha que parecía prostituta, por el bamboleo de sus caderas, el corto vestido y por la forma en que le habló a dos hombres, el sucio de las calles y sentí ese hedor a pescado y a fruta podrida tan característicos de Petare. 

Todo aquello me aceleró el corazón, Petare siempre me acelera el corazón, sentí miedo y pensé en las cosas terribles que se desentrañan en aquel barrio, en lo que no vemos, ansiaba tener una cámara y documentarlo todo.

Hoy bajando por el Vargas, había bastante gente en la calle, las camioneticas estaban paradas haciendo su agosto, observé a tres niños hurgando entre la basura como si se tratase de una piñata, más adelante dos jóvenes lucían atornillados en una de esas ventanas coloniales, con sus bandoleros terciados, parecían estar esperando a sus presas. 

La luz de las calles zigzaguea, en una cuadra hay y en la otra no, todo luce en silencio, pero al mismo tiempo los carros viejos se niegan a morir. La gente camina rapidito hacia sus refugios, las luces de los apartamentos parecen los únicos salvavidas.

Los carros y las motos se pelean el primer puesto, no hay cabida para el semáforo, todos huyen en aceras distintas para llegar a sus casas. La presencia de unos pocos guardias ya no abriga, la patilla que comí  temprano se me borró de un sopetón, por poco olvido las nubes burbujeantes de la mañana, pero Caracas es así, primero te da un suave beso y luego te estampa un mordisco.





Ariadna García