La ascensorista siempre dice con entusiasmo: adelante muchacha, adelante muchacho, (estos muchachos en su mayoría son sexagenarios). La mujer tiene un radio, escucha una bachata de Romeo Santos, mi tía se sorprende, porque el viejo aparato lleva dentro un pendrive, bajamos, están las siempre tiendas de pijamas, al fondo de los pasillos: las verduras, las flores, los racimos de ajo.
Suena una salsa, mi tía hace una mueca como si quisiera bailar, un vendedor la captura de inmediato y le dice "señora a usted se le nota que sabe bailar". Mi tía le dice "y una cabillita de esas, más".
Seguimos... Mientras compramos el pollo, una señora preocupada, dice que ya se le acabaron los reales y que falta mucho para la quincena, "¡qué haré!". Entre el calor de los pequeños pasillos, continuamos, volvemos al principio, una mujer llama la atención, por no estar parados en la línea amarilla, que separa su tienda de la multitud, yo no escuché.
"¡Adelante muchachos!" subimos. Arriba las tienditas de costumbre, extrañamente cerradas, ingenuamente pregunto en un sitio ¿hay harina Pan? -No, eso es un chiste, me digo. A punto de marcharnos, veo el cesto de hilos, digo: qué hermosos. Después de marcharme digo: a Guaicaipuro siempre...
AG
No hay comentarios:
Publicar un comentario