miércoles, 27 de enero de 2016

Nos llamaron Ana Frank

Lucía y Mariana, dos jóvenes venezolanas de unos veintitantos años, fueron a la misma universidad, comparten ciertos gustos, en fin, son amigas. Sin querer me he topado con su conversación y me ha causado mucha impresión. Sé que lo que escriba parecerá exagerado, desgarrador y melodramático, pero estas niñas me han conmovido, y la verdad es que sus quejas, sus reproches, son injustos y les doy la razón.


Lucía es de padres colombianos, fue hace poco a visitar a su familia a Medellín, relataba que tomando en un bar con sus primos a las 11 de la noche, de pronto se halló llorando en medio de todos, porque hacer algo así en Venezuela podría costarle la vida, ella le decía a las amigas que no le creerían, yo le creo.



Mariana, una chica del interior que vive en Caracas hace varios años, contaba que ahora tiene un teléfono nuevo y lo deja en casa, porque le da pánico ser asaltada por culpa de ese aparato. Lucía, se nota que es apasionada y con rabia le decía -es injusto chama, por qué tienes que dejar tus cosas, algo tan normal como un celular, por qué-.



Lucía dice -yo desde que llegué de viaje vivo encerrada en mi casa, en lo que va de año he leído cinco libros y he visto diez películas, así será mi vida hasta que me vaya del país, vivo ¡alarmada!



Entre tanto otra chica dijo -Lucía pareces Ana Frank, tampoco se puede vivir así...



Lucía menciona, al menos en aquel momento había una guerra declarada. Aquí está muriendo mucha más gente y nada...



Hubo un silencio entre estas dos, que sienten que comparten una cárcel a los veinte años, una cárcel injusta, una cárcel que ningún joven desea. Estas chicas quieren ir de noche a un bar, estas chicas sólo quieren ser chicas.



La conversación deja de ser grupal, una sabe exactamente cómo se siente la otra y le escribe por privado. 



Mariana dice-conozco esa sensación de desapego que sientes, yo tampoco me acostumbro ni me acostumbraré a este mal vivir. Caracas es la segunda ciudad más peligrosa del mundo, no hay forma de que esto no nos afecte. Al igual que tú, vivo encerrada, no sé lo que es salir a tomar algo en meses, por ahora disfruto de lo bello que aún queda, para sobrevivir a esta ciudad me he vuelto una turista.



Lo único que queda es estudiar, prepararse, al final estudiar aquí, sigue siendo más barato que en otras partes.



Lucía le responde -nos llamaron Ana Frank, somos prisioneras.



Mariana dice -hablar de esto es delicado la gente está muy sensible, los venezolanos hemos cambiado mucho.



Planear una reunión entre amigas, es más difícil que llegar al Everest. No puede ser tarde, debe ser céntrico, deben coincidir los horarios, no debe ser tarde.



Muchos jóvenes desesperanzados. Trabajos mal pagados, sueldos que no alcanzan, noticias aterradoras, sin posibilidad de tomarse alguito en el café de la esquina, ya no se sabe a dónde ir, ni por qué se lucha, ya los sueños se van quedando más lejos. Las ganas de quedarse y hacer algo, se vuelven un bosque empantanado, que pesa en los pies, pesa y no deja avanzar.



Mariana se queja, -lo más fastidioso de tener que irte o de decidir irte, es que sientes como si fuese una patada que te echa de tu propia casa.



Lucía asienta con un emoji triste y llorón.



-Ya no nos preocupamos si Raquel me robó el novio, o si fueron a la playa y no me avisaron. Nos quitaron muchos años chama.



Sus prioridades y preocupaciones son otras, aquí no hay muchachos viviendo pendejadas, aquí hay muchachos padeciendo, sufriendo, encerrados, muchachos leyendo cómo cada cinco minutos asesinan a uno de los de ellos. Viendo a los amigos partir, a las familias, viendo como todo se desmorona.



Mariana y Lucía, serán amigas por chat, por mensajes, serán amigas siempre, pero desde la distancia, serán amigas separadas por su realidad.



No serán las de la foto, no compartirán un café, no se echarán en la grama de la plaza a tomar fotos, ni irán a la Gran Sabana pidiendo cola.



Les quitaron muchos años a estos chamos... Les quitaron esas experiencias tontas de la vida.









AG





domingo, 24 de enero de 2016

Caracas es un basurero improvisado

Edificios invadidos, aguas negras derramadas, un olor putrefacto constante, ruido, aguas negras otra vez, un motorizado a la deriva, calles sucias, agua, nubes, una montaña cálida. Dos sujetos se pelean en la entrada del supermercado, todos parecen carritos chocones, una señora finge haber perdido su tarjeta, la cajera con tos la llama mentirosa; todo se resuelve. Ruido, tras ruido, basura, tras basura, el hombre del piropo insolente: Caracas.





A.G

La férula

Tocar su prótesis dental, cada mañana; no es un gran accidente. Yo me levanto más tarde, airosamente logro conseguirla seca. Si tan sólo me diera repulsión, habría valido de algo este relato, pero por ahora mis pretensiones son otras, generar en ustedes ese asco, que ni con las llagas aparece.





AG


El helado de teta

Hoy me dieron muchas ganas de comerme una teta, pero en Caracas, casi nadie vende tetas. Tampoco  invento hacerlas yo, porque hacee años, cuando ayudaba a mi abuela a abrir las bolsas, lo intenté y me quedaban aguadas, así que desistí. 

Abrir las bolsas, consistía en emplear un poco de aire y soplar, luego doblar hacia afuera los bordecitos y ponerlas sobre la mesa. 

Las manualidades no se me dan, por ejemplo: no pude aprender a tejer cuando la señora Flor, un poco antes de que comenzara la clase de danza, nos enseñaba el punto, tampoco aprendí a hacer, la crineja cola de pescado, ni la otra que es como una corona, pero por dentro, aunque sí sé pegar un botón. 

En los pueblos cualquier señora vende tetas, en cambio aquí en Caracas, es un mercado cautivo. La última que me comí una fue en Ocumare, era de coco, no era tan buena, pero refrescaba. Ahora la gente, lo que vende mucho, son unos heladitos que hacen en vasitos chiquitos, a veces les ponen una paletita, esto los hace más cómodos. 

Sin embargo, nada como una teta, fría, helada, resuelta, de galleta, de parchita, de mango o de coco ¡Vaya usted a imaginar cuántos sabores de tetas existen!

¿Algún día "la teta" será tan famosa como la arepa? -Pues, no lo sé.

Lo que sí sé, es que esas tetas de mi abuela, me dieron a mí las bocanadas más refrescantes, los sabores más puros, los más divinos, las frutas más exóticas.

Las tetas fueron la brisa entre tanto calor albariquense. 


 
AG




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Guaicaipuro

La ascensorista siempre dice con entusiasmo: adelante muchacha, adelante muchacho, (estos muchachos en su mayoría son sexagenarios). La mujer tiene un radio, escucha una bachata de Romeo Santos, mi tía se sorprende, porque el viejo aparato lleva dentro un pendrive, bajamos, están las siempre tiendas de pijamas, al fondo de los pasillos: las verduras, las flores, los racimos de ajo. 

Suena una salsa, mi tía hace una mueca como si quisiera bailar, un vendedor la captura de inmediato y le dice "señora a usted se le nota que sabe bailar". Mi tía le dice "y una cabillita de esas, más". 

Seguimos... Mientras compramos el pollo, una señora preocupada, dice que ya se le acabaron los reales y que falta mucho para la quincena, "¡qué haré!". Entre el calor de los pequeños pasillos, continuamos, volvemos al principio, una mujer llama la atención, por no estar parados en la línea amarilla, que separa su tienda de la multitud, yo no escuché.

"¡Adelante muchachos!" subimos. Arriba las tienditas de costumbre, extrañamente cerradas, ingenuamente pregunto en un sitio ¿hay harina Pan? -No, eso es un chiste, me digo. A punto de marcharnos, veo el cesto de hilos, digo: qué hermosos. Después de marcharme digo: a Guaicaipuro siempre...

AG