Me he salvado tantas veces que ya no sé si es astucia o suerte.
¿Cuándo será la próxima? ¿Quién será? ¿Quién dará el primer golpe?
La inteligencia y la intuición ayudan, pero hay una cuestión de fuerza y de poder que no se puede olvidar. Hay un desenfado en los varones que los hace apuntarnos con sus pijas, con sus dedos, con sus revólveres.
Me salvé de ese monstruo ¿Cuántas más pueden decir lo mismo? ¿Cuántas somos? ¿Dónde estamos? Cuántas luego de eso, nos volvimos cuchillo, garganta, miedo.
¿Quiénes somos después de ser tocadas por la violencia de un hombre? ¿Quiénes se pararon de la cama y decidieron cerrar la puerta? Atarla, enterrarla, botar las llaves. Quiénes salimos de ese cuarto para nunca volver, para no mirar atrás ni siquiera en busca de respuestas.
Qué es una violación, qué es el abuso. Es tan fácil confundirlo, turbarnos. No saber. Es tan normal la violencia que dudamos cuando nos toca.
¿Quién era ese hombre de colores que nos tendía trampas para entrar a nuestra vida y romperla?
Hay varones que solo saben cortar mujeres, por pedacitos, en la falda, en el cuarto, en la cama. Las arrugan, las envuelven, las ocultan. Les acaban. Las trastocan, las aíslan, las engañan. Las embarazan. Las barren. Las vuelven confeti y luego las lanzan por el lavaplatos.
La violencia -a las mujeres- nos acompaña como una marca de nacimiento. No hay descanso, no hay consuelo.
Esa mujer clavó un cuchillo en su vientre para que doliera menos. La enloqueció hasta sacarla de este mundo, sus muñecas se quedaron sin pulso, su padre la halló tirada en la cama, jamás volvió a ser la misma, quiso arrancarse la piel, quiso no haber nacido, quiso la muerte, quiso olvidarlo todo. Quiso que el dolor se la comiera por dentro, así como lo hizo él.
Algo pasa después de que se pierde el brillo en los ojos. Arrecia el desencanto, el desconsuelo. Nadie sabe lo que significa ser mujer hasta que un miembro decide irrumpir en tu cuerpo. Decide sin ti, decide confiado, decide altanero. Decide cuando quiere porque así se le enseñó, decide cómo, cuándo, hasta dónde. Decide el tiempo. Decide, así te quedes seca y tu piel lo expulse como veneno, serpiente o condena.
Decide cuando ya no gritas y cierras los ojos para volar. Decide cuando quieres masticar botellas, cascada. Decide cuando el tarugo en la garganta es una soga que te ahorca y te deshoja. Decide cuando el amanecer no llega y la memoria trae el pasado hasta la orilla, que te recuerda que no es nuevo, que hubo otros, unos más viriles, más astutos, más venenosos.
¿Qué clase de cepa es esta? Aceptada, bendecida, solapada. Qué significa la palabra macho, qué es ser hombre, en qué se ha vuelto la masculinidad, qué es un varón, qué busca, qué deja, qué olvida, qué quiere de nosotras cuando dormimos y nos violentan a hurtadillas, en medio de la noche.
¿Qué violación se olvida? Qué nombre, qué mujer, qué historia, qué ocultan ¿Qué?
Qué pasa cuando ese hombre sea cuchillo y te apunte a ti también, porque la violencia no distingue género. La violencia es violencia, es rápida, es impune, es desleal, es agazapada, es militante. La violencia es una culebra que pica a cualquiera, es una vara que se erige, que crece, que poda, es certera, es astuta. No es lenta. Está alojada, segura. Impávida.
A todas las mujeres que hoy mismo caminan por un infierno. A ustedes que lloran sin consuelo, creyendo que la pesadilla jamás terminará. A sus vientres malheridos, a su corazón y su tristeza. Al amor que dieron y se volvió en contra. A sus pechos donde las lágrimas caen. A sus rostros sombreados por el rimmel que deja el llanto.
Que el agua se lleve todo, que la pena se vuelva fuerza, que el amor y la compasión las traiga de vuelta.
A quienes cuentan una vida tocada por la violencia de los hombres. A quienes vemos el machismo a la cara y le sacamos los ojos. A ustedes que gritan: ni una más. A ustedes que se han vuelto mi motivo de reflexión y mi gesto de empatía más genuino. A ustedes que me arrugan y me estiran el corazón con un relato.
A ustedes mujeres. Gracias.
El Hilo de Ariadna
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