martes, 22 de enero de 2019

El femicidio en Ecuador y la xenofobia contra venezolanos, por Ariadna García

"La humanidad está en crisis y no hay otra manera
de salir de esa crisis que mediante la solidaridad
entre los seres humanos”.
Zygmunt Bauman

El sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío Zygmunt Bauman dedicó sus últimos años a analizar los fenómenos migratorios en el mundo: el racismo, la heterofobia y el drama de los refugiados que huían a Europa. Paidós publicó en 2016 “Extraños llamando a la puerta”, en este libro el experto describe lo que ocurre cuando un desconocido, en este caso un inmigrante, llega para alterar lo que dominamos, nos llena de dudas, nos alerta y pone recelosos ante un escenario inseguro. “El extraño viene por mi trabajo”, “el extraño viene por mi comida”, el extraño me quitará lo que es mío”, todas sensaciones que si no se canalizan responsablemente desde el Estado, pueden desatar una ola de horror como la que ocurrió recientemente en Ecuador.
Un hombre asesinó a su pareja el sábado 19 de enero en Ibarra, Ecuador. La mujer de 22 años, se llamaba Diana Carolina Ramírez. El año comenzó con terribles femicidios en la región. Los primeros 10 días de 2019 Chile registraba cinco femicidios y otros cinco frustrados. En Caracas extraoficialmente se han perpetrado unos 10 femicidios en lo que va de año. En Argentina cada 26 horas una mujer muere a manos de un hombre solo por ser mujer. La violencia machista no es lo que indigna al Ecuador, la razón es una sola: el victimario era venezolano.
El homicida tenía un cuchillo sobre la nuca de Diana, la policía se mantuvo inmóvil por casi dos horas. No vimos el protocolo que se usa en estos casos: neutralizar al agresor y salvar la vida, no hubo francotiradores para detenerlo. Vimos a unos oficiales temerosos, torpes, que fueron acorralando al asesino, situación que terminó con la vida de Diana. El mal manejo de la situación por parte del cuerpo de seguridad tampoco indigna al Ecuador.
El comunicado que emitió el presidente de ese país Lenín Moreno dice lo siguiente: “Ecuador es y será un país de paz. No permitiré que ningún antisocial nos la arrebate. (…) He dispuesto la conformación de brigadas para controlar la situación legal de los inmigrantes venezolanos en las calles, en los lugares de trabajo y en la frontera. (…) Les hemos abierto las puertas, pero no sacrificaremos la seguridad de nadie. Es deber de la Policía actuar duramente contra la delincuencia y el crimen y, tienen mi respaldo”.
El femicidio de Diana no es “delincuencia”. Yordis Lozada no buscaba arrebatarle el teléfono, la cartera o algún objeto de valor, el hombre era la pareja de Diana, lo que cambia el foco del asesinato y lo incluye en la extensa lista de crímenes de género que ocurren en el mundo. El presidente Lenin Moreno, lo ignora, no menciona la palabra “femicidio” por el contrario se centra en la nacionalidad del homicida e irresponsablemente da rienda suelta a la xenofobia y a la persecución. La orden de Moreno se cumplió a cabalidad. Esa noche venezolanos eran vejados, acorralados, a algunos les quemaron las pertenencias, los golpearon, los corretearon como animales asustados. Una ONG registró este 21 de enero unas 82 personas afectadas.
Ecuador, así como la región, se conmueve, se enardece, se enfurece por el crimen de Diana, pero no por el machismo que cobra la vida de miles de mujeres. Nadie dedica la misma fuerza a corregir esta conducta que se gesta en nuestros hogares y que se inculca con especial atención en los varones. La ira de hombres contra mujeres se hace cada vez más fuerte y los resultados son: el asesinato de Diana. Sin embargo, la mayoría nos tilda a las mujeres que hemos entendido esta realidad de “feminazis”, deslegitiman nuestras exigencias, las banalizan. Ecuador no protesta por nosotras, Ecuador protesta por sacar de su territorio a “los extraños que tocan a la puerta”: los venezolanos. 
“La afluencia de tales extraños tal vez haya destruido cosas que nos son muy preciadas y que esos recién llegados tienen toda la intención de mutilar o erradicar nuestro estilo de vida”, explica Bauman. El filósofo francés Pierre-André Taguieff describe el racismo y la heterofobia, es decir, la aversión a la diferencia, en tres niveles o en tres formas que se caracterizan por su complejidad. -El racismo primario- que considera universal, la reacción natural ante la presencia de un desconocido extraño, ante cualquier forma de vida humana que se ajena y provoque confusión.
“El racismo primario no necesita que nadie lo inspire ni lo fomente. Tampoco necesita una teoría que legitime este odio elemental, aunque en ocasiones se ha reforzado y utilizado como instrumento de movilización para la movilización política. En estas ocasiones, puede pasar a otro nivel superior de complejidad”, aclara Taguieff.
Según los filósofos el “extraño” es descrito como alguien con mala voluntad y “objetivamente” dañino; es decir, alguien que supone una amenaza para el grupo al que inspira aversión. “Un caos muy actual de -racismo secundario- es la xenofobia, ambos aparecen en momentos de nacionalismo rampante, cuando una de las líneas divisorias sostenidas con más fuerza se razona recurriendo a la historia, la tradición y la cultura compartidas. Finalmente, el racismo –terciario-, de “mistifactoría”, que presupone la existencia de los dos niveles “inferiores”, se distingue por la utilización del argumento cuasi biológico.
Bauman cree que “son precisamente la naturaleza, la función y la forma de funcionamiento del racismo lo que lo distinguen claramente de la heterofobia- ese difuso desasosiego, inquietud o angustia que la gente siempre suele experimentar cuando se enfrenta con -ingredientes humanos- que no entiende del todo, con los que no se puede comunicar fácilmente y de los que no se puede esperar que se comporten de forma conocida y rutinaria”.
“La heterofobia es un fenómeno bastante corriente en todas las épocas y más todavía en una era de modernidad en la que son más frecuentes las ocasiones para la experiencia -sin control- y resulta más plausible interpretar esta experiencia en términos de inoportuna interferencia de un grupo humano extraño. Alfred Rosenberg escribió lo siguiente sobre los judíos: “Zunz asegura que el judaísmo es el capricho del alma judía. Ahora el judío no puede escaparse de este “capricho” aunque se bautice diez veces, y el resultado necesario de esta influencia sería siempre el mismo: falta de vida, anticristianismo y materialismo”. Lo que es cierto sobre la influencia religiosa se puede aplicar también a otras intervenciones culturales. Los judíos no tienen remedio. Sólo serán inofensivos con la distancia física, la ruptura de la comunicación, el encierro o la aniquilación”, analizaba el filósofo polaco quien falleció el 9 de enero de 2017.
Comunicados como el de Lenin Moreno y las actuaciones en masa que se desataron la noche del sábado, suponen un terrible peligro para los venezolanos que emigran hacia países vecinos por la crisis económica, política y social de Nicolás Maduro. Medidas impulsivas e irresponsables terminan por desatar la ira, la violencia y el caos contra un grupo de personas que luego, cuando ya es muy tarde, concluye en “el encierro o la aniquilación”.  

martes, 15 de enero de 2019

El hombre parlante y la niña que no quería oír

Caracas; 15 de enero 10:00 am.

Me subo en el Metro, hacia mi mano derecha iban dos señores conversando. Uno hablaba excesivamente alto, me incomodó, nadie decía nada. Al bajar la mirada vi a una niña como de 11 años que se encontraba cerca del señor-parlante. Noté algo más: ella llevaba su mano puesta en una de las orejas para detener la ráfaga de ruido.

Le dije al interlocutor del señor-parlante:

-Disculpe, le puede decir a su amigo que baje un poco el tono de la voz. Muchas gracias.

-(Yo iba leyendo un libro) el señor parlante respondió aún más alto: "¡Qué, va leyendo la biblia!".

-No. Solo que lleva a la niña atormentada. No ve. Dije.

El interlocutor aparentemente era el padre de la pequeña. No pensé que fuera con ambos. El señor la abrazó y le preguntó con voz baja: "¿vas atormentada?".

El padre que iba más próximo que yo, no se había dado cuenta de que la niña iba aturdida y con la mano puesta en la oreja. Cómo podía verlo.

Escasamente los padres se fijan en lo que quieren sus hijas, en lo que padecen, en lo que viven. No sé si es falta de sensibilidad o qué, pero los hombres van más atentos a sus amigos-parlantes que a las orejas de sus niñas.

El hombre impertinente agregó: "No, ella ya está acostumbrada al ruido".

Repliqué en voz alta: por enseñarlos a "acostumbrarse" es que tenemos dictaduras. La gente en el Metro seguía callada y sorprendida. El hombre dijo no sé qué otra cosa más. El amigo le pidió que se calmara. Dejé de oír. Volví a mi libro.

Llegamos a mi estación y me bajé.

Espero que esa niña sepa a partir de hoy que por sobre todas las cosas debemos ser valientes. Que sí, que muchas veces nuestros padres no estarán para protegernos o que incluso serán ellos quienes nos pongan en un grave peligro. Espero que esa niña sepa que NO debemos acostumbrarnos a nada y que juntas somos más fuertes que cualquier hombre-parlante.

Ariadna García

#ElHiloDeAriadna 

miércoles, 9 de enero de 2019

El caos de moverse en el TransMilenio de Bogotá

TalCual- El tráfico en Bogotá te recibe sin disimulo. Desde que emprendes camino a la ciudad encuentras las vías atestadas de automóviles. La contaminación es tangible. En las noches te sangra la nariz y en el día ves a algunas personas usar tapabocas.
El TransMilenio parece ser el gran problema en cuestión de movilidad para los bogotanos. Las líneas principales han colapsado. La cara de los pasajeros refleja inconformidad, enojo y cansancio.
Es diciembre. En un bus hacia Chapinero una mujer se queja luego de varios frenazos bruscos y grita: “¡Será que se sacó la licencia de conducir de una caja de Cheetos!”. Algunos se ríen y la secundan. Alrededor, los cuerpos bambolean de un lado a otro y una mujer se lamenta porque sin querer le arañaron el brazo.
Esta misma escena se repite en otras rutas. A cualquier hora los autobuses van abarrotados. No hay espacio para nadie más. En 2017 se varaban a diario unos 33 buses de TransMilenio, según una investigación del diario colombiano El Tiempo.
Este sistema de transporte masivo no cuenta con señalizaciones. No hay operadores, ni parlantes que recuerden las normas de uso, ni ciertas advertencias. No hay un rayado. En las entradas y salidas de los pasajeros, la gente se amontona en las puertas, quienes salen abren un pequeño espacio, a empujones. Los bogotanos no saben cómo se usa el TransMilenio y los turistas tampoco, porque no hay nada que les indique el cómo.
Los boletos de un viaje en el TransMilenio de Bogotá cuestan 2.400 pesos colombianos, lo que equivale a casi un dólar, debido a que la moneda estadounidense en ese país tiene un valor de unos 2.800 pesos. Hacer dos viajes al día son 4.800 pesos.
La congestión en las rutas para desplazarse por la ciudad, hace que fácilmente un colombiano haga unos cuatro viajes al día, lo que significa unos $3,42 diarios, esto equivale a 9.576 pesos.
Si un colombiano hace cuatro viajes durante 20 días, destina 191.520 pesos de su salario solo en transporte público y 95.760 si hace solo dos viajes al día. El salario mínimo en Colombia hasta diciembre de 2018 era de 781.242 pesos.
Los bogotanos destinan el 24,51% de su salario al mes para movilizarse en transporte público, si hacen cuatro viajes al día
En esta infraestructura se permite la ingesta de alimentos. No hay papeleras dentro de las estaciones. Un usuario puede recorrer varias y no hallar un solo lugar para destinar los desechos.
La planificación del TransMilenio queda a la vista de quien se sube en él como en la improvisación. Pareciera que con el tiempo se perdió el norte de lo que sería el proyecto o simplemente se desatendió.
En 2016 los vehículos de esta empresa privada estuvieron implicados en 4.600 accidentes, de acuerdo a El Tiempo.
El TrasMilenio lleva 20 años prestando sus servicios, hoy expertos como el ingeniero Miguel Fernando Cardona Valencia, quien fue funcionario y dirigente en la operación del sistema, aseguran que el medio de transporte “ha llegado a su máxima capacidad”.
El ingeniero explica que al construirse el TransMilenio Bogotá tenía seis millones de habitantes, en la actualidad esta cifra ronda los ocho millones. La población creció, pero el proyecto se estancó y no volvió a contar con expansión de rutas, ni inversión.
Quienes se mueven por Bogotá lo hacen con cansancio y reproches. Una persona que vive a unos 20 minutos de su trabajo puede tardarse hasta unas dos horas si toma el TransMilenio, según contó Daniela Mejía en entrevista a TalCual.
La mendicidad también está presente en los pasillos de estos autobuses que van apresurados. Es común ver a venezolanos y colombianos explicar su mala situación y pedir ayuda, así como a otros vender golosinas y cualquier artículo para ganarse la vida.
Bogotá es una urbe sitiada por el tráfico. El uso de bicicletas no se ha vuelto masivo. Mientras tanto los usuarios caminan a trompicones en esa ciudad poblada de murales coloridos, que hacen ameno el viaje cuando el trancón pega más fuerte.
Con información de El Tiempo. Recorrido realizado por el equipo de TalCual en diciembre de 2018.

domingo, 6 de enero de 2019

Edwin Erminy, el escenógrafo del Teresa Carreño que se le plantó a Chávez en 2003

Caracas; 21 de octubre 2003
Carta de renuncia de Edwin Erminy, luego de trabajar 20 años en el Teatro Teresa Carreño.

Ingeniero José Luis Pacheco
Presidente
Fundación Teresa Carreño.—
Apreciado Ingeniero,
Fue un honor formar parte del Teatro Teresa Carreño. Ya no es posible. El lema de su gestión es "Ahora el Teresa Carreño es de todos". La realidad de los hechos es que bajo su mandato el Teresa Carreño ha dejado de ser un teatro y sirve cada vez a menos venezolanos.

1. Un teatro medio muerto.
No puede ser de todos un teatro cuyas puertas están cerradas, cuyas salas están vacías. Celebramos los 150 años de Teresa Carreño y los 20 del complejo cultural que lleva su nombre cancelando la programación de ópera (incluyendo la suspensión en el último minuto de la última producción que nos quedaba, la ópera venezolana "Los Martirios de Colón", por imprevisión financiera y una insólita incapacidad para negociar con los artistas), reduciendo al mínimo las funciones y eliminando los estrenos del Ballet Nacional de Caracas, compañía que fuera orgullo del país. El teatro no ha estrenado ni una sola producción, ni se ha planteado en concreto proyecto artístico alguno, durante su administración. En el campo de los espectáculos populares y folclóricos el balance es igualmente sombrío: solo dos espectáculos de música venezolana, el merecido y muy esperado homenaje al Carrao de Palmarito, convertido inexplicablemente en un evento cerrado al público, con la sala a medio llenar de funcionarios del Conac obligados a asistir mediante circulares a sus jefes y activistas políticos que aplastaron con sus consignas el canto y el recuerdo del maestro; y el mitín político "Barrio Adentro", organizado por la Embajada de Cuba, con la participación del grupo Madera, contraviniendo una norma dictada por usted mismo en contra de las actividades de proselitismo político en nuestras salas. Los pequeños y medianos empresarios, que tradicionalmente alimentaban con su trabajo nuestra programación, han desaparecido paulatinamente, llevándose su experiencia y contactos artísticos de años, sin que pudieran llegar a ningún tipo de convenio con el teatro. Ya es normal ver pasar fines de semana sucesivos sin actividades en la Sala Ríos Reyna.
Los planes educativos, que permitieron unir el esfuerzo de artistas, empresas privadas y el teatro para traer a decenas de miles de niños de escasos recursos a nuestras salas, y nos merecieron el reconocimiento de la Unesco, mueren hoy de mengua. Apenas sobrevive, sin continuidad, orientación pedagógica ni apoyo financiero, el programa Ballet para las Escuelas: una iniciativa aislada de algunos empleados del teatro.
Hoy en este teatro no se canta, no se baila, no se actúa, no se produce y no se educa. El teatro ni siquiera cumple con su misión de colaborar con quienes si lo hacen: los teatros y agrupaciones culturales del área metropolitana. Siguiendo sus órdenes, de nuestros inmensos depósitos no ha salido ni un traje, ni una peluca, un par de zapatos o una tarima para apoyar la gestión de artistas profesionales ni aficionados que luchan por expresarse y servir a sus comunidades pese a las dificultades del momento. De nada han valido las proposiciones de intercambio ni los proyectos de reglamentos que hemos elaborado para garantizar el uso adecuado y responsable de esos recursos. Para el "teatro de todos" no existe la solidaridad ni la responsabilidad social.
La pretensión de cobrar alquileres por igual a todos los que solicitan nuestra colaboración, incluyendo ahora el uso de espacios de ensayo que durante años han estado a disposición de los mejores artistas del país, no solo huele a neoliberalismo del más salvaje sino que resulta francamente insensata y discriminatoria. Nadie alquila nada. Nadie tiene real. No se puede aplicar el mismo rasero a una gran empresa publicitaria que a cualquiera de nuestros principales grupos de teatro y danza, actualmente en peligro de extinción. Su gestión está colaborando con esa extinción. En el futuro será difícil recuperar el tiempo, e imposible recuperar los talentos, que hoy estamos perdiendo.

2. Un teatro que ya no es teatro.
Lo que ahora sustituye al ballet, la ópera, el folclor y los espectáculos populares en nuestra programación son las múltiples presentaciones personales del Señor Presidente de la República.
La relación de este teatro con el poder ha sido siempre difícil y desigual. El ego de los gobernantes ansía el espacio de los artistas por lo que tiene de grande y glorioso. Aunque sea solo en apariencia. Todos recordamos la mudanza del Congreso Nacional al teatro para celebrar la pavosísima coronación de Pérez II. Poco ha cambiado en estos tiempos, quizás más bien se han profundizado esas tendencias.
Nadie puede negar el derecho, nacido del poder y no de la razón, que se abroga el primer mandatario de utilizar a su libre albedrío los espacios del teatro. Lo que si podemos es argumentar que convertir una sala de espectáculos de nivel internacional en una sala de audiencias implica una subutilización irracional de los recursos técnicos y artísticos de la institución y un atentado contra la vocación del edificio.
¿De qué sirven la tramoya computarizada, las plataformas móviles de uso variable, los controles de iluminación, el acondicionamiento acústico, el personal altamente especializado, para que el Señor Presidente pueda, por ejemplo, repartir uno a uno, durante horas sin fin, cheques a atletas de mérito? ¿No valdría la pena sugerirle al Señor Presidente que utilizara respectivamente la habilitaduría del IND, allá en Montalbán, o los gimnasios de ese organismo o, para mayor gloria deportiva, el Estado Olímpico de la UCV?
El Teatro Teresa Carreño es más o menos bueno para las artes escénicas, la música, el cine y algunas pocas cosas más. Eso ya es bastante. Al menos para los que creemos en el valor civilizador de las artes y en el derecho del pueblo a acceder a sus expresiones ¿Para qué forzar la barra?
Cada edificio tiene su vocación: su ubicación, su forma arquitectónica, sus recursos técnicos y su historia los hacen adecuados para un determinado fin. El Aula Magna de la UCV, o la Sala Plenaria de Parque Central o el Auditorio de la Casa Sindical de El Paraíso son buenos ámbitos para las asambleas. El hermoso espacio cívico de la Plaza Bicentenaria, Premio Nacional de Arquitectura, o la Plaza Caracas del Centro Simón Bolívar (si reubicamos a los buhoneros) son ideales para los grandes encuentros colectivos. Los estudios abandonados de VTV (si contratan algún escenógrafo con criterio) son ideales para las alocuciones mediáticas.
Uno no oye noticias como "el Presidente Bush declara la guerra a Irak desde el Radio City Music Hall" o "Fidel condena a muerte a los disidentes desde el histórico cabaret Tropicana en La Habana". ¿No podemos esperar de nuestros gobernantes un poco de respeto por la misión cultural de nuestra institución?

3. Dos visiones diferentes del teatro.
No se trata solo del desuso, el mal uso y el subuso de los espacios y recursos del teatro. Más grave aun es el choque de dos maneras de entender el trabajo del teatro, reflejo de dos éticas diferentes.
En el teatro sabemos que lo que no se planifica con tiempo y no se ensaya no sale. Un teatro decente en cualquier parte civilizada del mundo es programado por expertos con un año de antelación. Aunque usted no lo crea, eso ocurría en el Teatro Teresa Carreño hasta hace muy poco. Para la gente de teatro hay dos mandamientos universales: que el escenario es un lugar sagrado y que el público merece siempre el mayor respeto. Si no que le pregunten en el más allá a los difuntos Elías Pérez Borjas, Carlos Giménez y Vicente Nebrada cuyas iras incontenibles lograron grabarnos en el código genético que nada que no sea perfecto debe presentarse al público desde un escenario. Para cumplir con esa visión y ese nivel de exigencia nos hemos formado durante 20 años de vida institucional, tanto en la práctica del teatro como en pasantías, talleres, cursos y postgrados tanto en el país como en el exterior.
Usted y yo hemos sido testigos de cómo para el Señor Presidente y quienes "organizan" sus eventos estos valores son intrascendentes. La revolución es otra cosa. "Cuando lo extraordinario se convierte en cotidiano", como decía el Che Guevara, ¿qué importa poner a activistas incompetentes o militares autoritarios, sin la menor noción de organización de eventos, a cargo de nuestra sala? ¿Qué importa traer en autobuses del interior a más gente de la que cabe en la sala, para hacerla esperar 5 horas por la llegada del Señor Presidente, pasando hambre y orinándose? ¿Qué importa improvisar el programa de un evento y utilizar recursos técnicos sin tiempo para instalarlos debidamente y mucho menos para ensayar nada? ¿Qué importa llenar el escenario y la sala de pancartas mal pegadas con alambre y tirro?
Mi respuesta, ingeniero, es que sí importa. Lo que la retórica del político llama "amor al pueblo" es lo que nosotros llamamos "respeto por el público" y nos debería obligar a atender con cortesía a todos los que entran a nuestro teatro, a comenzar las funciones con puntualidad, a exigir que la factura técnica y estética de lo que se presenta sea óptima. No hacerlo revela un profundo desprecio por el pueblo, esa gente que en las reuniones con la Casa Militar del Señor Presidente llaman "pueblo en general" como si se tratara de una masa amorfa que sólo sirve para llenar el fondo de una toma de televisión.

4. Un equipo desmoralizado y desmembrado.
El efecto más grave de la imposición de esta visión de la vida del teatro ha sido la desmoralización, y ahora, el desmembramiento del equipo humano que durante 20 años se ha formado en este teatro, para sustituirlo por uno que sea cómplice de esta aberración. Su gestión necesita militantes que obedezcan la línea que baja del Señor Presidente, no tolera artistas y técnicos creativos, independientes y críticos.
El primer paso de esta estrategia ha sido neutralizar los niveles gerenciales, en los que por razones estrictamente partidistas usted no confía. Para ello ha centralizado en sus manos la totalidad de las decisiones técnicas, artísticas y administrativas, eliminando todos los mecanismos de consulta a los gerentes profesionales. Como resultado, las gestiones más sencillas se han hecho infinitamente lentas e ineficientes y la parálisis del teatro se ha agravado. Los gerentes han demostrado una y otra vez su disposición a trabajar con usted por la institución y se han topado una y otra vez con su puerta cerrada.
No parece coherente esta manía centralizadora y autocrática con los principios de la "democracia participativa" que supuestamente orientan "el proceso". Esta contradicción la pretende resolver su gestión apelando al asambleísmo.
Permítame una digresión. En el teatro, en los teatros en general, no existe una jerarquía única e inamovible. Lo que hay es una estructura de mandos dinámicos y alternantes, en la que el tramoyista manda a la hora del montaje, el coordinador de escenario a la hora de la función, el jefe de sala justo antes y después, el director de escena (o de orquesta o el coreógrafo) durante el ensayo, y así sucesivamente. Para el observador neófito el teatro parece funcionar sólo pero lo que realmente ocurre es que los diversos mandos actúan de manera orgánica y las jerarquías, aún siendo abiertas, son conocidas y respetadas por todos. No es un mal modelo para una república.
Lo que resulta francamente inaceptable es que se haga creer al personal que son ellos en pleno, reunidos en asamblea, los que tienen la potestad de decidir en áreas tan especializadas como la programación artística o la distribución del presupuesto.
Primero porque conceptual y políticamente la idea es un esperpento sobreviviente de los años 60 del siglo pasado. Poner a la burocracia interna de las instituciones del Estado como el centro de la gestión cultural no tiene sentido. ¿Es que acaso los espectadores, tanto los existentes como los potenciales, no tienen derecho a opinar sobre el destino de un teatro que debería ser su espacio de encuentro? ¿Es que acaso los artistas, los intelectuales, los creadores, no valen nada para un teatro que debería ser su espacio para la creación?
Y en segundo lugar, es inaceptable porque es mentira. Las decisiones no las toma nunca la asamblea. Están cocinadas antes y se presentan solo para informar al personal, con énfasis en la distribución de prebendas que acallen las conciencias. No hay debate. Hay, como en las asambleas de Stalin, aclamación.
Mucho me temo que lo que está detrás de esta visión infantil, sectaria y burocrática es la desmedida ambición política de un personaje que se ha convertido en el verdadero factor de poder en el teatro y que lo está utilizando, a usted y al teatro, como un trampolín para metas personales más altas. El jefe de un sindicato ilegítimo que despide empleados y hace nombramientos sin consultarlo a usted y mucho menos a las bases que lo eligieron. El jefe de un sindicato que, al igual que usted, es testigo silencioso de las limitaciones al derecho al trabajo, los maltratos y las amenazas, tanto veladas como directas, a los que han sido sometidos nuestros compañeros de sala y de escenario por parte de funcionarios armados de la Casa Militar del Señor Presidente, la DISIP y hasta los Tupamaros, que asumen el mando de nuestros escenarios durante las frecuentes visitas del primer mandatario. El jefe de un sindicato que ahora, casualmente, asume la "coordinación" de las presentaciones del Señor Presidente en el teatro, aparentemente con la potestad de hacer contrataciones millonarias de alquiler de equipos y servicios.

5. ¿Perspectivas?
Mientras el teatro esté en manos de un sindicalero convertido en pequeño emperador y de los colaboradores de un Presidente que no entiende la verdadera utilidad de un teatro, mientras estén marginados los gerentes y jefes de unidad profesionales, las perspectivas son sombrías. Continuarán los abusos, se reducirá cada vez más la producción, bajará la calidad. Serviremos cada vez peor a cada vez menos venezolanos.
Está usted equivocado en su decisión de comprar tecnología audiovisual de punta para mejorar la calidad de las presentaciones del Señor Presidente. Esos equipos se llevarán una inmensa tajada de un presupuesto que estaría mejor invertido en hacer teatro para la gente de Caracas. La tecnología se hará obsoleta en poco tiempo, la burocracia se abultará con los operadores de las nuevas máquinas, y las presentaciones del Señor Presidente seguirán siendo improvisadas, mal diseñadas, porque el rancho, proverbialmente, está en la cabeza de quienes "crean" esos eventos. Porque la ética que los orienta no está del lado de la calidad en el servicio a la comunidad.
En todo caso, ingeniero, volviendo a lo de la tecnología de punta, lo sensato sería mantener buenas relaciones con proveedores de servicios confiables, negociando condiciones favorables para la institución. Las empresas especializadas están dispuestas a hablar, pero su gestión no ha mostrado interés alguno en oírlas.
No bote los reales en equipos que nunca podrán cubrir las exigencias siempre cambiantes de los creativos del espectáculo. El Teresa Carreño necesita urgentes inversiones en mantenimiento y en el rescate de su programación artística y educativa. No hacerlo llevará al cierre del teatro, simplemente porque se nos caerá encima o porque dejará de tener razón de ser.
Si su gestión realmente quisiera hacer de este un "teatro de todos", la función educativa no estaría eliminada. Sólo podremos ampliar el acceso de los caraqueños al teatro si sembramos hoy en los niños y jóvenes de todas las clases el conocimiento y la sensibilidad por lo que hacemos aquí, y la conciencia de que esta casa les pertenece. Esta es una tarea urgente. Mientras tanto, suena a retórica hueca la letanía sobre abrir el teatro a los excluidos ¿como piensa usted lograr que ese 80% de venezolanos que se acuestan hoy sin saber si van a comer mañana, aparten Bs. 50.000 de su presupuesto de actividades de ocio y tiempo libre para comprar los boletos subsidiados, por ejemplo, de Olga Tañón? ¿Cual es su plan para que los caraqueños desempleados o subempleados o informales encuentren la disposición física y emocional, no estén demasiado desinformados, desmotivados, cansados, inseguros o hambrientos para pasar una velada en el teatro? ¿Existen espectáculos elitescos, como se ha repetido hasta la saciedad, o es elitista la falta de estrategias realistas, efectivas y concretas para garantizar el acceso de todos a todos los productos del espíritu humano?
En cuanto a nosotros, los artistas y técnicos marginados por su gestión, sólo me queda confiar en las habilidades que hemos desarrollado durante siglos para lograr que la creatividad florezca en los momentos más oscuros. Seguiremos trabajando y luego, cuando pase este accidente, volveremos a entregar nuestro trabajo a nuestra comunidad en estos espacios. En el camino, trágicamente, quedarán las voces de cantantes que se perderán sin haber cantado, los cuerpos de bailarines que nunca bailaron, y la ausencia de tantos y tantos artistas, diseñadores y técnicos que perdimos a la diáspora del talento venezolano.

Atentamente,
Edwin Erminy
Arquitecto Escenógrafo.

Edwin Erminy falleció el 1 de enero de 2019 en Trinidad y Tobado, donde residía desde hace un par de años, a causa de un accidente.

martes, 1 de enero de 2019

Mi bisabuela, la vidente de la luz en Año Nuevo

Hace apenas unos años atrás, cuando mi familia se reunía toda en Yaracuy, había una especie de tradiciones el 1 de enero. Una de ellas era ver el desfile de las flores que hacen en EEUU o en Londres, yo no lo sé porque nunca me gustó y no me quedaba a verlo. Le prestaba atención al recalentado que íbamos a desayunar y a las palabras de mi bisabuela.



Ana L, quien partió de este mundo hace casi cuatro años, se sentaba en el porche de la casa, veía hacia el horizonte y examinaba la luz. Mi abuela no era demasiado supersticiosa pese a ser de un pueblo que comparte ubicación geográfica con la Montaña de Sorte. 




Sin embargo, lo del 1 de enero era una de las pocas cosas sobrenaturales que recuerdo de ella. Dependiendo del brillo o de la nubosidad, mi abuela diagnosticaba cómo sería el año. La verdad no recuerdo un mal augurio, siempre decía algo como: este año va a ser bueno, miren cómo entró la luz. 




Tal vez mi abuela solo era ese puerto anclado a la esperanza y la transmitía a nosotros. 




Ya no tengo a mi abuela para que me haga las revisiones de los años, tampoco creo haber aprendido a hacerlo, pero hoy vi el cielo y me pareció hermoso, recordé su ritual y a ella. Creo que la luz de hoy le habría gustado. Pienso que le asignaría un buen presagio. 




Mientras conversaba con esa mujer que sigue a mi lado de otras formas, la palabra libertad no se me quitaba de la mente. 




No sé qué depara 2019, pero tengo este cielo que me sonríe, la sabiduría de esa abuela y la palabra libertad entre el corazón y el pensamiento.


Gracias por tanto a Ana Lucía. 

La mujer que me inspira a echarles este cuento corto.



El Hilo de Ariadna