sábado, 20 de octubre de 2018

Ser niño, pobre y estudiar en Venezuela

Algo que me abruma de esta crisis es la magnitud de la pobreza. Crecí en una familia pobre, en un pueblo bastante pequeño, donde casi todo el mundo tenía las mismas posibilidades. Tuve la dicha de conocer cada municipio del estado Yaracuy, gracias a la agrupación de danza a la que pertenecía.

En esa época (2001-2005) visitamos zonas rurales, poblaciones muy vulnerables y jamás vi lo que me cruzo hoy. En Guama, Urachiche, Chivacoa, Yaritagua, Arístides Bastidas, etc, recuerdo niños con parásitos, hidrocefálea, quizá algún tipo de desnutrición, pero a pesar de que yo también era una niña, tengo la certeza de que no eran la mayoría.

Nunca vi tanta miseria, nunca vi tanto sufrimiento, nunca vi tantos pequeños desnutridos como los que me consigo ahora en las calles de Caracas, lo sé por sus cabellos amarillentos que delatan la malnutrición.

Pienso en esa niña que fui, en mi alimentación, pienso en esa niña que logró ir a la escuela, siempre con un plato de comida. Recuerdo la alimentación del comedor de mi escuela (1996-1998), era rica, saludable. Era una escuela pública. Solo una vez tuvimos un caso de un niño que no llevaba desayuno y lo supimos porque un día se desmayó, como buena niña precoz que era, llegué consternada a contarle a mi mamá y ella y otras madres, en más de una oportunidad le mandaban comida con nosotros. Era un señor de Caracas con dos hijos que había perdido a su esposa y no les iba muy bien. No sé qué pasó con ellos, pero esa historia jamás la olvidé.

Las casas de mi pueblo no eran llamativas, la gente no tenía grandes lujos, pero nunca faltaba: caraotas, pasta, arroz, queso blanco, huevos, azúcar, pan y café. No recuerdo a ningún vecino paliducho, ni mal alimentado. No nos tocó acostarnos sin comer y éramos "pobres".

A mí mi mamá me enseñó que uno debía ir a la escuela así fuera con los zapatos rotos. Más de una vez me tocó, pero ella me mostró lo que era la dignidad y esto nunca fue motivo para amilanarme, además yo amaba ir a estudiar. Cuando pasaba un mes de vacaciones ya quería que volviéramos a clases.

A pesar de las carencias, mi madre se esmeraba en arreglarme los cuadernos. Elegíamos un forro que me gustara y me combinaba los sacapuntas con la cartuchera y cuanto perolito encontrara. Los cuadernos y los lápices nunca faltaron, tampoco el morral. Sí mi mamá era una heroína.

Miro atrás y veo esa niña yendo a su escuela en Yaracuy, esa niña que logró llegar a la universidad y trabajar muy duro, esa niña que tuvo oportunidades para formarse y salir de la pobreza.

Veo el panorama hoy y sé que los niños pobres como yo, no tendrán comida en sus escuelas, ni en sus casas. Que no habrá morrales, ni lápices, ni cartucheras, mucho menos zapatos.

Ellos ya no van a la escuela.

Ariadna García