En su boca la palabra paz sonaba como una bala de fuego, su discurso estaba colmado por el odio, la violencia y el autoritarismo. Era un hombre ignorante con ínfulas de gran bailarín. El pueblo había jugado a escondidas a ponerle la cola del burro más de una vez.
Le encantaba asesinar, así que ideó un castillo repleto de armas con las más agresivas, las más sofisticadas, el número podía exterminar a toda la humanidad, también contaba con hombres a su disposición, hombres viles capaces de cometer los crímenes más atroces. Estos seguidores iban desde inexpertos, hasta pistoleros profesionales.
Cuenta la leyenda que el dictador se aburrió un día de ejecutar a sus víctimas con armas de fuego y perdigones a quemarropa, por lo que decidió crear un enorme salón de torturas, para ello llamó a los chinos quienes le construyeron un cubo de aproximadamente 1000 metros, con tecnología avanzada. El dictador podía matar a las personas desde su habitación a través de una enorme pantalla táctil, los hacía jugar partidos de fútbol por horas y cuando ya estos no podían más les generaba un paro cardíaco con un botón.
Reía a carcajadas cada vez que veía una de sus presas caer al piso, a algunos les generaba convulsiones, porque le fascinaba ver salir espuma desde sus bocas, a otras mujeres les arrancaba los pezones con una aplicación creada por japoneses.
Más adelante incluyó a su cubo de torturas las recomendaciones rusas y cubanas, estas eran un poco ortodoxas pero las más letales, regularmente las ponía en práctica los domingos, cuando acostumbraba desde un megáfono a hablarle al pueblo. Mientras ejecutaba a alguna persona lo transmitía para que los habitantes escucharan y no se atrevieran a desafiarlo. Así transcurrieron unos diez años. Aquel hombre bigotudo había engordado hasta el hartazgo, matar personas ya no lo saciaba.
Los aldeanos cansados de sus abusos prepararon una jugada en su contra. Se organizaron por años y eligieron fusilarlo un primero de abril durante las fiestas patronales. Lo emborracharon a él y a sus soldados, los hicieron beber hasta enloquecer y los amarraron juntos, encendieron el fuego a un gran caldero y los echaron al vacío como huesos para sopa.
En diez años el pueblo no lo había acabado porque algunos no creían que fuera capaz de tanta maldad, otros estaban amenzados y a un pequeño número no le interesaba porque recibía buena recompensa al hacerle favores. Fue hasta que murieron cerca de 300.000 personas cuando se unieron y decidieron exterminarlo.
A pesar de las 300.000 fosas que construyeron en honor a las víctimas, la gente que visitaba el pueblo no creía aquella historia de horror, de un hombre que amenazaba con paz.
El Hilo de Ariadna
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