domingo, 20 de noviembre de 2016

Carta al amor de mi vida que no conozco

Caracas; 20 de noviembre de 2016

Hola, no te conozco pero decidí hacerte una carta hoy 20 de noviembre de 2016, espero que la leas algún día.

Nunca le he podido decir a nadie: eres el amor de mi vida, tal vez, porque le doy muchas vueltas a todo, lo analizo todo, lo racionalizo todo. Pensar en el "amor de mi vida", es pensar en toda una vida, una vida que no sé cuánto durará, ni cómo vendrá, o si existe tal cosa, por lo pronto, me he concentrado en vivirlos, sin llamarlos o etiquetarlos por algún nombre.

Pero a ti, si existes, quiero decirte un par de cosas...

No me importa cómo lucirás, si serás hombre o mujer, si serás bajito, alto, rubia, morena, fuerte o despeinado. 

Me interesa que tengas empatía con la gente, me gustaría que fueras honesto, compasivo, que no seas indiferente ante la desgracia ajena, también quisiera que seas justo, que no seas machista, que me respetes, que seas amoroso y comprensivo.

Me enloquecería que te involucraras en mi vida, seguramente te dejaré sacudirla toda, me gustaría que leyeras lo que escribo, porque luego me encantará escuchar las críticas o que aprendieras a conocerme tanto, que de vez en cuando me compartas imagénes de ilustraciones colores pasteles que tanto me gustan o que sepas también que los cactus me fascinan, así termine pinchada muchas veces.

Me gustaría que aprendieras a detectar cuando quiero estar sola o cuando sólo necesito un abrazo. No estoy ansiosa por conocerte, aunque quisiera saber de qué color lucen tus ojos frente al sol, si sonríes, si tienes cara redonda o de pan cuadrado, si te gusta pintar o prefieres enseñar. Me interesa saber qué hay dentro de tu corazón y si este es capaz de abrirse y de mostrarse sin temor a ser lo que es. 

Quiero que seas libre, verdadero, aunténtico, quiero que te escuches y que me escuches, quiero que me prestes atención cuando te hablo, porque seguramente en ese segundo no habrá nada más importante para mí que tú, quiero que sepas que todo me lo tomo en serio, que las horas contigo serán en serio porque vivo los días intensamente y me cuesta desaprovecharlos, quiero que me digas cuando algo no me queda bien o cuando me vea hermosa, quiero que seas maduro, que no me juzgues, que no me ates, también quiero que estés.

Quiero sentir que puedo confiar en ti y apoyarme cuando mis hombros sean débiles, quiero que sepas que aprendí a estar sola, pero también acompañada, quiero que me des aliento y que me hagas creer que el mundo es bello cuando yo haya perdido la fe en todo.

Quiero que te parezcas al sol, pero sin quemarme.



 El Hilo de Ariadna

lunes, 7 de noviembre de 2016

El día que hice un amigo refugiado en Berlín


Hace un año conocí a Mazen en Berlín, yo me encontraba en una estación de tren tratando de llegar al puente de Oberbaum, había caminado por horas Kreuzberg, caminé hasta perderme, solo hice una parada en un restaurant vegano, donde comí una sopa de lentejas y unas bruschetas que horas después me provocaron el vomito.

Yo viajaba sola, lo único que llevaba era un morral, un mapa y muchas ganas de conocer. No tenía idea de cómo llegar a ese lugar, me impacientaba y decidí pedir ayuda, vi a Mazen de lejos, llevaba audífonos así que dudé en preguntarle, sin embargo, me paré frente a él y le señalé el puente en el mapa, como pude le pedí que me dijera cómo llegar allí, fue más difícil de lo que pensaba, ninguno de los dos hablaba un idioma parecido, él árabe y yo español. 

De alguna manera pudimos comunicarnos al punto de que Mazen insistió en acompañarme y a partir de allí hicimos un pequeño recorrido por la ciudad, sentí que éramos amigos de toda la vida, con nuestro poco inglés hablamos, me contó que venía de Siria que era refugiado y que su familia se encontraba en Alepo, para ese momento llevaban tres días sin luz, sin agua y sin comida.

Mazen tenía tres meses viviendo en Berlín, adaptándose a un nuevo país, aprendiendo un nuevo idioma, desde que lo vi intuí que se sentía solo. También sentí como si yo había sido una vieja amiga que llegaba a visitarlo.

Fuimos al puente de Oberbaum, vimos cómo las luces de colores se reflejaban en el agua, tomamos un bus y no pagamos, llegamos al Domo de la ciudad y recorrimos varios lugares, incluyendo la famosa Puerta de Brandeburgo.

Por su hospitalidad lo invité a cenar, lo llevé a un Subway, me explicó qué carnes no comía y que nunca antes había estado allí, yo sabía un poco más de alemán así que pedí los sándwiches, me contó que era casado y que esperaba que su esposa llegara en unos meses, me parecieron muy jóvenes para tal compromiso, 21 años cuando mucho, pero es parte de su cultura.

Comimos, después de eso llegó la hora de marcharme, mi bus salía a las 11pm, Mazen nuevamente insistió en acompañarme, esta vez hasta la estación central, que era bastante lejos de donde nos encontrábamos, se comportó terriblemente amable y caballero. 

Al momento de decir adiós, nos dimos un apretón de abrazos, sentí que me despedía de un gran amigo. Ha pasado un año y Mazen no se ha reencontrado con su familia, seguimos siendo amigos, ya hoy habla alemán y tiene trabajo, no le pierdo la pista, él siempre será mi referencia en el exilio.


AG