Me bajé del carro desesperada pues no cabía una persona más, en la puerta había un señor con medio cuerpo afuera y otro le gritaba que se montara en el segundo piso. Entré al mercado y recordé que necesitaba comprar un coleto, fue lo primero que llevé, había varios tipos con diferentes precios, toqué la textura de dos y me decidí por uno que no parecía algodón pero tampoco nailon.
Caminé hasta el puesto de frutas, no encontré fresas así que bajé al segundo piso, me detuve en el tarantín de flores, los girasoles eran altísimos y parecían montañas de oro desplazando todo lo que se encontraba a su alrededor. Pregunté por unas florecitas rarísimas de color blanco, eran extremadamente pequeñas y parecían de papel. Noté que la muchacha encargada llevaba gorra y que su cabello se había caído por una terrible enfermedad, me atendió con amabilidad y aunque en ese momento no compré nada, una hora después volví a para llevar algunas, fue allí cuando aprendí que las flores que me gustan se llaman: gerberas.
Caminé pocos metros hasta donde venden las moras, el kilo estaba en 6.000 bolívares, el doble del mes pasado, así que llevé solo 1/2, al frente de mí estaba un señor como de 70 años con una pequeña bolsa que contenía varios tubérculos, uno de los vendedores se acercó y dijo que estaba robando, "¡todo eso es robado, todo lo que lleva ahí, arranca (márchate) de aquí pa` que salgas barato!". El anciano tartamudeó algunas palabras y se retiró en silencio, luego apareció otro vendedor un poco más alterado dispuesto a golpearlo, sin embargo, el hombre ya se había perdido entre la multitud y yo deseaba que siguiera siendo así.
En el puesto de al lado los tomates se veían tan rojos y maduros que pensé en llevar albahaca para hacer una salsa, compré 1/2 kg por 1.500 bolívares, yo misma los escogí, me fijé en que estuvieran maduros pero sin abolladuras, también llevé una lechosa, la albahaca y algo de hierbabuena para preparar té.
En la cola para tomar el ascensor había una chica muy joven, embarazada y languidecida, se paró casi a mi lado, parecía algo nerviosa, entramos al elevador y la ascensorista nos recibió con el mismo carisma de siempre: buenos días muchachos, buenos días muchachas, ¡pasen adelante! El aparato bastante viejo tiene un rosario por uno de los lados y de fondo casi siempre se escuchan rancheras, aunque nunca estuve en México, cada vez que me subo allí, imagino que debe sentirse así.
Me fui a la calle a tomar el bus de regreso a casa, en una mano llevaba una bolsa grande con ropa y en la otra: las frutas, los tomates, la albahaca con la hierbabuena y las flores. Pasó un carro a los pocos minutos, estaba abarrotado, me enredé un poco al subir, un hombre muy gentil se ofreció a ayudarme y tomó mis bolsas, yo me quedé de pie con las flores y la albahaca entre las manos, noté que el señor bajó la cabeza al agarrar mi mandado, pero no pude ver lo que había ocurrido, detrás de él se desocupó un puesto y pude sentarme, toqué tímidamente su espalda y le hice seña que ya podía encargarme de mis enseres, le di las gracias y me los pasó, al recibir las bolsas, sentí que el peso no era el mismo; de unos seis tomates solo quedaban dos, revisé todo y le pregunté al señor: disculpe, creo que se me cayeron los tomates, respondió -¿será la bolsa que se rompió?-, no sé, tal vez, no se preocupe, no importa, dije.
La bolsa no estaba rota, en el intercambio, los tomates rodaron por el piso, lo supe después de un rato, cuando uno llegó hasta mi pie derecho, pude salvar a ese, al resto no los encontré. Fue así como supe, que mis flores favoritas se llamaban gerberas y que perder tomates perfectos no es una gran desgracia, que una gran desgracia hubiese sido que golpearan al anciano o que el último no hubiese saltado a ofrecerme ayuda. Después de todo las flores vuelven a crecer y los tomates a madurar.
El Hilo de Ariadna